06/04/2020 El camino de la Pascua debe ser recorrido de forma personal, celebrado comunitariamente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 06 ABRIL 2020
La Semana Mayor del año litúrgico nos introduce primero, y nos permite celebrar después lo que constituye el centro del culto cristiano: el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor, fuente de nuestra redención.
De la primera parte (Lunes, Martes y Miércoles Santos) podemos destacar los cánticos del Siervo de Yahvé, del que tratan las lecturas del profeta Isaías (la más larga se lee el Viernes Santo). Hablan del sufrimiento del inocente (a quien Dios sin embargo sostiene, suscitando en él un abandono total a su voluntad), de su carácter mesiánico (= liberador del pueblo según las promesas de Dios), del alcance universalista de su expiación (es decir, de la eficacia purificadora y reconciliadora de su sacrificio en beneficio de todos los hombres, incluso de sus verdugos). Para los cristianos, ese siervo inocente es preludio profético de Cristo, entregado a la muerte para redimir los pecados de todos nosotros.
Precisamente el Triduo Pascual sigue los pasos de los últimos acontecimientos decisivos de la vida de Cristo. El Jueves Santo nos hace revivir la última Cena del Señor con sus discípulos: en ella Jesús establece la Eucaristía como banquete memorial de su inminente muerte en la Cruz; nos recuerda asimismo la institución del sacerdocio de la nueva alianza, que prolongará el cuidado del Buen Pastor sobre su rebaño, y nos inculca el amor fraterno que está en la base de la comunidad que él inició.
El Viernes Santo recorremos ante todo el camino de la Cruz y nos compenetramos con su significado salvador: la lectura de la Pasión relata el itinerario dramático que Jesús siguió hasta su muerte en el Calvario y su sepultura; la oración universal nos abre a la intercesión por toda la humanidad que él redimió de esa manera; la adoración de la Cruz nos permite expresar nuestro reconocimiento y gratitud hacia quien dio su vida por nosotros; y la comunión nos une íntimamente con ese misterio de amor, haciéndonos vivir de él.
Finalmente, la Vigilia Pascual nos introduce en la luz y el júbilo de la resurrección del Crucificado, culminación de todas las promesas de Dios que la Escritura nos recuerda y anuncio de la vida nueva que iniciamos en el bautismo y alimentamos en la Eucaristía, a la espera de su consumación en el reino definitivo de Cristo y de Dios.

El camino de la Pascua debe ser recorrido de forma personal, celebrado comunitariamente

El pórtico de la Semana Santa se abre con este hermoso cántico, primer poema del siervo de Yahvé. Dejando de lado a quién se refiera el profeta, desde siempre, ya en el Nuevo Testamento (véase Mateo 12:18-21; Hechos 8:26-35; Marcos 10:45), se valen de él para dibujar de forma gráfica la figura y la misión de Jesús. El texto destaca, ante todo, que este Siervo es portador del espíritu y con él llega la salvación. Destacan ahí dos aspectos que merece la pena tener en cuenta. En un primer momento sobresale su modo pacífico, manso, de actuar: no voceará, no romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que se extingue. Es decir, no usará la violencia para imponer su Reino. En un segundo momento señala la fortaleza para llevar a cabo su misión: no desfallecerá hasta implantar la salvación en la tierra. Detrás de todo ello está el Creador del universo que sostiene y garantiza ese plan que se manifestará en abrir los ojos de los ciegos, sacando de la cárcel a los cautivos... Este siervo no viene a condenar, viene a traer luz, libertad... viene a salvar.
Comenzar la Semana Santa meditando este cántico primero de Isaías es saborear la bondad infinita de Dios, manifestada en la actitud de Jesús quien cumplirá ese deseo de Dios desde la mansedumbre y la fortaleza. Merece la pena tratar de ver esa entrega misericordiosa de Jesus en nuestra propia vida. De ahí nacen dos virtudes. La mansedumbre que, en los momentos que atravesamos, puede ser el contrapunto a la imposición y a la violencia –tan común en nuestro mundo-. Por otra, la fortaleza fruto de la confianza plena en Dios que puede ayudar a la fragilidad con que se dibuja la Iglesia en muchas ocasiones.
Primera lectura Is 42,1-7
Misericordia es la característica del siervo del Señor; aprendamos a ejercerla en nuestra vida
No gritará, no voceará por las calles.
Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.» Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella: «Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»
1 Iniciamos la semana mayor del año litúrgica y la liturgia nos va acercando a los grandes acaecimientos del Triduo Pascual.
2 Estos tres primeros días de la semana, Isaías nos presenta tres de las cuatro bellas profecías que nos “anticipan” lo que va a ser Jesús. Son los llamados cantos del siervo de Yahvé.
3 Muestran la gran amplitud del plan de salvación del Señor que da una misión a su siervo, tanto para reanimar a Israel (alianza de un pueblo), como para extender su luz a todos los pueblos (luz de las naciones).
4 Debemos leerlas con atención dedicando tiempo a cada una de sus frases, dejando que calen hasta nuestro corazón.
5 Nos llevarán a la Pasión de Jesús y, gracias al Padre, a su Resurrección, hitos básicos de nuestra fe.
6 Jesús, el siervo: viene a servir, no a ser servido; en el espíritu de Dios; sin estridencias; sin abuso de poder; “fan” de la justicia; con sus señales evangélicas por delante.
7 ¿Sorprendente? No. ¡Experiencia de fe!

Este Salmo consta de dos partes íntimamente relacionadas. En la primera (vs. 1-6), el salmista manifiesta con imágenes muy expresivas su inalterable confianza en el Señor (v. 3) y su anhelo de vivir en constante comunión con él (v. 4). La segunda (vs. 7-14) es una súplica en medio de la persecución, donde vuelve a ponerse de manifiesto ese mismo sentimiento de ilimitada confianza (v. 10). Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el día de la alegría como en el tiempo del miedo.
Salmo 27,1.2.3.13-14
Dios es luz por ser principio de la creación y revelador de la vida; Dios es salvación por ser defensa y fuerza del fiel.
El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Te alabamos y te bendecimos, Señor, porque nuestra vida está amparada por Ti, encaminada por tu Hijo, y abrazada por tu Espíritu. ¿“A quien temeré”?
Nuestro camino por la vida nos lleva hacia Ti, Señor, y por eso te damos gracias y te rogamos que mantengas esa protección sobre nosotros, para que sepamos llevar tu justicia a todos los que nos rodean, en alegría y gozo siempre
Nuestra esperanza está en Ti, Señor, ayúdanos a irradiar esa luz y esa salvación a todo el mundo que nos rodea, sin miedo a aquellos que se creen poderosos y que pueden acallar nuestra voz, sabiendo que nuestra vida está en tus manos y que nunca moriremos, porque en nuestra hora tu nos llevarás al país de la vida, a la culminación de nuestra vida a tu lado. ¡Gracias, Señor!
Gracias, Señor, porque iluminas nuestra vida en los momentos de ansiedad y de peligro y nos salvas de las situaciones comprometidas, llevándonos por la senda de la justicia.
Gracias, Señor, porque con la defensa que haces de nuestra vida nos sentimos capaces de llevar a cabo esa misión que nos has encomendado, y de hacerlo de forma discreta y eficaz, sin aspavientos ni gritos, sin imposiciones ni amenazas
Gracias, Señor, porque no permites que las tentaciones, las ofertas de poder o dinero, las lisonjas y alabanzas, nos lleven a equivocar la senda que Tú nos señalas
Gracias, Señor, porque nuestro corazón permanecerá tranquilo, seguros en la esperanza de la intervención divina salvadora.
Gracias, Señor, porque siento tu protección en esta vida cristiana que con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución, porque el comportamiento del justo molesta; los prepotentes y los perversos lo sienten como un reproche. Pero Tu defensa siempre está a nuestro lado.
Gracias, Señor, porque sabes crear en torno a tus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La comunión contigo es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y amor, que culminará en “el país de la vida”.
Gracias, Señor, porque nos das fuerzas, valentía y ánimo, para perseverar en la esperanza de Tu amor, marcados por la experiencia de fe de tu presencia en los acontecimientos de nuestra vida.

Estamos viviendo los días previos a la Pasión. San Juan lo precisa muy bien: “seis días antes de la fiesta judía”.
Jesús se encuentra en casa de sus amigos de Betania. Están celebrando su amistad y en medio está Jesús, a quien quieren homenajear. En ese contexto de armonía y amistad emergen dos personajes contrapuestos. Por una parte, María, la que, impelida por el amor a Jesús, no duda en derramar sobre los pies del Maestro un perfume de gran valor contribuyendo también a crear una atmósfera de calidez en la casa. “Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Un gesto que se puede interpretar como expresión de amor, o se puede contemplar, como hace Judas, para usar la demagogia aludiendo a los pobres. Frente a esa postura de amor y entrega a Jesús, nos topamos con Judas. El evangelista lo describe como personaje interesado no en el seguimiento de Jesús, cuanto en el dinero que puede obtener al ser encargado de la bolsa. Sus palabras por tanto no expresan preocupación por los pobres sino interés personal.
Una vez más, Jesús pone en orden las cosas. Alaba el gesto de amor de María. Acepta esa expresión de amor y recalca algo: los pobres estarán siempre entre nosotros. Se les debe apoyar, ayudar y acompañar. Eso no obsta para aceptar con naturalidad el gesto devoto de María. Relativiza el gasto que Judas magnifica. Curiosamente tampoco recrimina nada a Judas –expresión de su bondad misericordiosa con quien le va a entregar-, le recuerda un hecho fehaciente: “los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis”.
El evangelio nos acerca la figura de Jesús mostrando su serenidad ante lo que le rodea, pero dando el valor justo a lo que ocurre a su alrededor. La mención a los pobres es una forma de hacernos caer en la cuenta de que en nuestras manos está la solidaridad para acompañar y aliviar a esos pobres con quienes Jesús siempre se ha identificado. Hoy nuestra adhesión se ha de manifestar en la solidaridad ante quienes desesperan o esperan nuestro reconocimiento como hijos predilectos de Dios a quienes hay que ayudar.
La Semana Santa es tiempo de reflexión y revisión de nuestras posturas ante las realidades con las que nos toca vivir. Tiempo de profundizar dónde nos situamos ante el dolor y la pobreza. Tiempo para identificarnos con Jesús a través de los misterios que vamos a vivir.
Evangelio Jn 12,1-11
Que estos días nos inviten a seguir al Señor en su proyecto de vida.
Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura.
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.» Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
1 Jesús, ya perseguido por los judíos, va a casa de sus amigos, que lo reciben sin temor alguno a las posibles consecuencias.
2 María unge con perfume a Jesús, se identifica como su servidora; Jesús repetirá este gesto lavando los pies de sus discípulos.
3 Judas egoístamente protesta este gesto de María; él, que llevaba tres años conviviendo, acompañando a Jesús, no tiene esa sensibilidad, es una convivencia sin amor, una convivencia de la que nosotros debemos de huir.
4 Tenemos que tratar que nuestra convivencia con el Señor se asiente en nuestro corazón, en un corazón de carne, con sus defectos, evidentemente, pero son lealtad y justicia, con amor y compasión, que verteremos sobre los demás, sobre los más necesitados.
5 Esos pobres de los que Jesús dice “los tenéis siempre con vosotros”; extraña frase, producto quizá de un profundo conocimiento del corazón humano, de nuestro corazón, que tenemos que meditar profundamente y que debe de influir en nuestra vida cotidiana.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : Nuestro corazón tiene que tratar de identificarse con los pobres, empezando por los que tenemos más cerca, que tenemos que hacer entrar en nuestra vida. Para ello necesitamos, sin duda, creer en lo que el salmo nos dice, que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación, y que Él nos la valentía, el ánimo y la esperanza necesarias.

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Nuestra misericordia vence a la tentación del poder, evitando estridencias y levantando al más necesitados? ¿Sabemos que nuestra fe y nuestra esperanza nos llevan a gozar de la dicha del Señor en el país de la vida (éste y el otro)? ¿Carecemos de avaricia y somos generosos?

LA ORACIÓN: Señor, ten piedad de nosotros y Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria, conduce a tu Iglesia a la Pascua eterna. Te lo pedimos, Señor

Exhortación Apostólica “VIVE CRISTO” DEL Papa FRANCISCO a los jóvenes y a todo el Pueblo de Dios
Capítulo sexto
Jóvenes con raíces 179. A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque «es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse».


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