17/05/2021 Siempre estaremos con el Padre, porque Él no nos abandona nunca; la cuestión es tener esa experiencia y vivirla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 17 MAYO 2021
Esta semana tiene una característica esencial: es la semana de la preparación a Pentecostés. Se necesita vivir esa semana dirigida a esa Pascua. Después de la fiesta se termina el tiempo Pascual. Pentecostés es una gran fiesta sin octava, exige al menos que nos centremos en prepararnos para ella la semana anterior. Es la última semana de Pascua.
Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles nos llevan ya a la prisión de Pablo en Roma. Las lecturas evangélicas continúan la conversación de Jesús con sus discípulos, que termina en la Oración sacerdotal del capítulo 17. Los dos días últimos de la semana se nos ofrece el final del evangelio de Juan, en un episodio postpascual, que, en la línea de Juan, viene a fundamentar la misión de Pedro, la de la Iglesia, en el amor a Jesús.
El Espíritu Santo es aludido directamente por Pablo en las lecturas del lunes y martes. Debe de estar presente en la reflexión de cada día, pues él es quien culmina la Pascua, e impulsa a ejecutar la misión apostólica y a sostener a la Iglesia en medio de la historia. Y a nosotros en ella. La semana termina con la Gran Vigilia de Pentecostés. Todo cristiano debe sentirse invitado a participar en ella.

Siempre estaremos con el Padre, porque Él no nos abandona nunca; la cuestión es tener esa experiencia y vivirla.

¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? ¿Os imagináis qué contestarían los feligreses reunidos en la Iglesia parroquial al Obispo cuando va a hacer la visita pastoral a los pueblos si se les hiciera esta pregunta? No sé, pero me temo que bastantes contestarían lo mismo o parecido que los efesios a Pablo. Y no por mala voluntad o por desprecio a la tercera persona de la Trinidad; sencillamente, porque el Espíritu sigue siendo un gran desconocido para muchos seguidores de Jesús. Sobre Jesús han oído más, igual que sobre el Padre, pero sobre el Espíritu quizá han oído poco y lo poco que han escuchado tampoco les ha entusiasmado.
¿Os imagináis qué contestarían esos presuntos feligreses, si el Obispo, en lugar de preguntarles directamente por el Espíritu, les preguntara por el corazón? No por el órgano muscular principal del aparato circulatorio, sino por el “corazón bíblico”, la sede de todo lo bueno y de todo lo malo que anida en la persona humana. Porque todos, incluidos los lugareños de la parroquia más pequeña, sabemos distinguir a la persona que “tiene un gran corazón”, de la que decimos que “no tiene corazón”. Pues bien, la limpieza del corazón, la bondad del corazón, la compasión y la misericordia, son obra del Espíritu; y quien obra denotando tener un mal corazón, muestra también la carencia del Espíritu. Cuidemos el corazón, cuidemos el Espíritu, y sus dones y frutos harán de nosotros las mejores personas.
Primera lectura Hch 19,1-8
Y la misión de Pablo sigue... Señor, danos continuidad y perseverancia en la proclamación de tu Reino en toda ocasión.
¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: « ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?» Contestaron: «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.» Pablo les volvió a preguntar: «Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?» Respondieron: «El bautismo de Juan.» Pablo les dijo: «El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba venir después, es decir, en Jesús.» Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del reino de Dios, tratando de persuadirlos.
Apolo era un judío muy entendido en las Escrituras, al que habían instruido en “el camino del Señor”, y que enseñaba en forma acertada lo referente a Jesús. Había llegado a Éfeso y allí con Aquila y Priscila, los amigos de Pablo, ayudó en la misión, rebatiendo públicamente a los judíos y demostrando con las Escrituras que Jesús es el Mesías.
El bautismo sin la presencia del Espíritu del Señor en el corazón de los que lo recibimos, es totalmente estéril; el Espíritu es que nos guiará en nuestra vida, es el mismo Señor, nuestro Dios, en el que vivimos y por el que existimos: es nuestra experiencia de fe.
La novedad del bautismo cristiano es la «fe»: se accede a un orden nuevo, se necesitan unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar. Aquellos discípulos quisieron ser bautizados en nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.
Porque ellos habían recibido el bautismo, pero ignoraban todo sobre el Espíritu. El bautismo de Juan era la inmersión en el agua y ese rito involucraba una conversión personal. El bautismo, después de la resurrección de Jesús, incluye una transformación por el Espíritu que obliga a renovar toda la vida y la persona misma. “... El os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, “... así también nosotros empezamos una vida nueva”
Nuestra fe nos llevará a saber proclamar el reino de Dios entre todos aquellos que nos rodean, con el acierto que el Espíritu pondrá en nosotros
Aunque nosotros hayamos recibido el bautismo de pequeños, sin ser conscientes, nuestra formación cristiana debe de llevarnos a esa consciencia que Pablo inserta en los discípulos de Éfeso, y nuestra vida debe de girar a la consciencia de la existencia en el Señor, hacia la experiencia de fe que llene nuestro corazón.
Varias veces antes hemos hablado de los dones del Espíritu Santo (Ga 5, 22 – 23).
La imposición de las manos confirma el bautismo de Juan y lo convierte en el bautismo de Jesús, el Señor, con su Espíritu presente en los discípulos mencionados.
Con el Espíritu, la experiencia de fe, el sentimiento profundo en el corazón y en la mente de que el seguimiento de Jesús es el único camino para llegar al Padre, para tener al Padre “de nuestro lado” ya desde esta vida terrenal.

La historia de la Iglesia es para el creyente como una nueva marcha. Cristo resucitado, presente en ella por su Espíritu, la conduce hasta el cielo, donde le preparó su lugar
Sal 68,2-3.4-5ac.6-7ab

Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Tu generosidad es desbordante, Señor, la lluvia copiosa de tu gracia y misericordia nos alcanza y nos alivia, nos da fuerzas y alegría en medio de nuestras angustias
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo al viento, así tú los disipas;
como cera en el fuego, se deshacen.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
su nombre es el Señor Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.
Hijo con madre viuda, huérfano por tanto, soy testigo de la bondad del Señor, de su ayuda durante la vida de mi madre y en la mía propia.
Gracias, Señor, no me dejes nunca de tu mano, empújame siempre a proclamar tu Reino, a enseñar por doquier tu inmensa misericordia para con el necesitado.
Ayuda especialmente a los que en estos malos momentos se están quedando sin casa; haznos generosos a todos para saber acogerlos, “preparando casa para los desvalidos”.
Ayuda y da fuerzas a los que están encarcelados, para que se conviertan y vean en tu Reino la libertad de la que físicamente están privados.
Alabemos al Señor que cuida de nuestro mundo, rogándole que convierta el corazón de todos para que se imponga la armonía, con ella la justicia y de ahí a la paz, a la solidaridad, al compartir sólo hay un paso.

¿Ahora creéis?
Esta pregunta de Jesús, y sobre todo, lo que les dice a continuación, es una muestra palpable de que no, no creían; o, al menos, no como Jesús entendía la fe.
Fe es abrirse a la luz, al soplo, a la fuerza y a la suavidad del Espíritu que vamos a celebrar el domingo, y dejar que sea él quien nos ilumine, quien nos limpie, quien nos recuerde al Jesús que él conoce mejor que nosotros, y, al final, quien nos convierta en otras personas que, sin dejar de ser humanas, son “espirituales”. Hasta tal punto que la confianza sea su nota predominante, fruto de la paz, la que Jesús no se cansaba de entregar a sus discípulos, porque, descuidados, la perdían con frecuencia.
Confiar en Dios, aunque sus planes y caminos no sean los nuestros; confiar en él como los niños en sus padres, sin decirlo, haciéndolo y viviéndolo. Confiar en nosotros, porque por más razones que tengamos para desconfiar, resulta que seguimos siendo hijos, y, al final, prevalecerá la filiación por encima y al margen de toda nuestra pobreza y pobres realizaciones. Y confiar en los demás, por humanidad y por fraternidad. Confianza que nos haga tener un respeto exquisito hacia todos, incluso los que no piensen como nosotros. Esta triple confianza nos dará la paz, según las palabras de Jesús: “Os he hablado de esto para que encontréis la paz”.
La paz de Jesús es don. ¿Qué hacer para facilitar su recepción?
La paz de Jesús es encomienda. ¿Cómo ser más, y más eficaces pacificadores
Evangelio Jn 16,29-33
Tengamos fe... que no es fácil
Tened valor: yo he vencido al mundo.
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.» Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»
Es el final del último discurso de Jesús después de la cena. Después de tantas incomprensiones, después de un largo camino sembrado de vacilaciones, de dudas, parece, por fin, que los apóstoles, ¡han llegado a la fe!
Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe... porque el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos, no ha terminado todavía. Los discípulos -como nosotros- aún no tenían fe; la fe está inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección.
La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo. Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz.
Jesús les quiere (nos quiere) dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». ¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.
Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿Aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino?.
El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí».
Una maravilla. La oración nos ayuda, porque nos pone en comunicación “directa” con ese Padre que está en nuestro corazón.
Con el Hijo, ha vencido al mundo, y en nuestras manos está el explotar esta victoria tratando de llevar justicia y paz a todos lados.
Ya Jesús nos anuncia las luchas, pero nos infundirá valor para saber encaminarlas con humildad, dignidad y éxito final.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : El Espíritu del Padre siempre nos acompaña, nos ayuda y nos ilumina. Pero tenemos que saber escucharlo, y para eso es muy importante tener bien formada la conciencia. La oración es el medio, unida a la comunidad

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Perseveramos en la evangelización, en la proclamación del Reino de Dios? ¿Damos gracias con frecuencia al Señor por todo lo que constantemente nos da? (¿has visto? Hoy también ha salido el sol). ¿Nos dispersamos, pero nos unimos con el Señor en la comunidad?

LA ORACIÓN: Te damos gracias, Señor Jesús, y por medio de ti, bendecimos también al Padre en el Espíritu Santo, y te pedimos que hoy todas nuestras palabras y obras sean según tu voluntad. Te lo pedimos, Señor

CARTA ENCÍCLICA FRATELLI TUTTI DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE
LA FRATERNIDAD Y LA AMISTAD SOCIAL
168. El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado». El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos».



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