16/02/2020 Dominical. El Reino de Dios no se alcanza a través del cumplimiento de unos mandamientos, sino dejando que Dios nos dé una vida nueva.

 

DOMINGO SEXTO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo A) (16 Febrero 2020)
(Si 15, 16 - 25; Sal 119, 5. 17 – 18. 33. 34; 1 Co 2, 6 – 10; Mt 5, 17 – 37)

La liturgia de hoy nos habla de la sabiduría del Señor, una sabiduría que Jesús refleja en un profundo cumplimiento de la ley, más allá de la mera obediencia a una norma. Una sabiduría a la que el salmo nos encamina, que Pablo describe con gran amplitud y claridad y que Jesús nos entrega con su Palabra.

El Reino de Dios no se alcanza a través del cumplimiento de unos mandamientos, sino dejando que Dios nos dé una vida nueva.

Este texto del libro de Jesús Ben Sirac, conocido cristianamente como Eclesiástico, está enmarcada en un contexto sobre el misterio del pecado y la libertad humana. El problema se plantea como una respuesta al famoso origen del pecado o del mal; ¿acaso Dios es responsable del mal que experimentamos? El hecho de que el ser humano sea débil no es una desgracia, ni una limitación creacional.
La respuesta del autor de este libro, en este caso, es precisamente de que tenemos toda la libertad para elegir entre el agua y el fuego, entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Esta tesis bíblica, que ya arranca desde Gn 2-3, la tenemos a la orden del día en la antropología y la psicología
Primera lectura Si 15,16-21
Sólo el hombre, haciendo mal uso de su libertad, es responsable del mal
No mandó pecar al hombre.
Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.
La sabiduría podría ser una intuición del aspecto femenino de Dios, El Papa Juan Pablo I lo dijo en el transcurso de un Ángelus: "Nosotros somos objeto de parte de Dios de un amor insuperable.
Lo sabemos: tiene siempre los ojos abiertos sobre nosotros, también cuando parece que sea de noche. Es papá; más aún, es madre". Y es que la verdadera sabiduría abraza a las personas, atiende a las necesidades, se manifiesta en el amor de Dios.
Da libertad al hombre para que escoja, pero le permite ser consciente de la responsabilidad que tienen sus decisiones.
¿Es esto parte de la conciencia? ¿Dejamos que la “vida cómoda” domine nuestra conciencia?

El Salmo 119 es el salmo de la Ley. Caminemos en la voluntad del Señor, alabándolo, buscándolo y manteniéndolo siempre en nuestro corazón.
Salmo 119, 1 - 5. 17-18. 33-34
La felicidad está bajo las alas del Señor
Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.
Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojala esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas.
Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu voluntad.
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.
Enséñanos, Señor, a reconocer tu voluntad en las leyes de la naturaleza y en los accidentes de la vida, en las normas que rigen a los pueblos y en los sucesos que llenan el día, en las órdenes de la autoridad y en los impulsos de nuestro propio corazón.
Tu voluntad es todo lo que sucede, porque tú estás en todas las cosas y tu dominio es supremo. Verte a ti en todas las cosas y reconocer tu voluntad en todos los acontecimientos es el camino de la sabiduría, la felicidad y la paz.
Saber que Tú estás presente en todos los acontecimientos de nuestra vida es nuestra experiencia de fe.
Haznos aprender esa lección fundamental en la meditación reposada de las profundidades de tu Ley, apreciando, al mismo tiempo, la libertad que al ser humano das.
¿Nos damos cuenta de lo bueno que es el poder buscar a Dios con todo el corazón?
¿Sabemos seguir hacia adelante con Dios, corriendo esta carrera con paciencia y con la mirada puesta en Jesús?

La segunda lectura prosigue con el mensaje de la sabiduría cristiana. La sabiduría del "misterio de Dios" (1Cor 2,1) no puede imponerse con la palabra fácil, ni siquiera con el raciocinio helenista que es algo muy apreciado todavía en el ámbito de la ciudad de Corinto. Esa sabiduría, además, se explica desde la cruz, desde el fracaso de quien más nos ha hecho admirar el "misterio de Dios". Pero en este mundo domina el triunfo a costa de lo que sea, el buen vivir, aunque al final todos los que así piensan se encuentren con las manos vacías. Pablo sabía que tenía en contra todo ese mundo de sabios y entendidos al anunciar el misterio de Dios, pero se atreve con ello y así se lo hace ver a su comunidad. Sabe que lo que anuncia tiene su peso en oro, pero no reluce ante el mundo.
Pablo siente que los sabios de este mundo —bien paganos o bien religiosos—, le podían reprochar a los cristianos, de hecho, le increparon: ¿qué sabiduría es la vuestra que os fiáis de un hombre crucificado? ¿qué sabiduría es esa que niega al hombre ser libre y hacer lo que le plazca? Pero el apóstol no se avergüenza por ello; está convencido de que el cristianismo tiene una sabiduría, la de su Dios, que es misteriosa, escondida, contradictoria: aquella que sabe perdonar y amar; que construye un mundo de relaciones, no en el poder, en el dinero, en la fuerza, sino en dar a los que no tienen posibilidad, ser algo, ser personas, tener una dignidad aunque no tengan muchos conocimientos. No es una sabiduría que se fundamenta en especulaciones, sino aquella que hace posible el Espíritu de Dios, para el que están dotados todos los hijos de Dios.
Segunda lectura 1Co 2,6-10
El plan de Dios, fruto de su sabiduría, es realizado y aún concebido por y en Cristo
Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.
Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mun¬do, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predes¬tinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hom¬bre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. » Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Es el Espíritu del Señor el que nos enseña “los secretos” de Dios, el que nos guía para que nuestro testimonio y nuestra palabra lleven siempre el “apellido del Señor”.
Esa es la sabiduría que, con toda humildad, pero, al mismo tiempo, con gran audacia, debemos de proclamar como cristianos.
Es la experiencia del Dios viviente la que nos hará de verdad elocuentes en nuestra manera de proclamar el Reino, en nuestra manera de vivir las alegrías y las tristezas que, inevitablemente, marcarán nuestra vida.
Y ahí está la verdadera sabiduría.
¿Somos conscientes de que la sabiduría de Jesús y de los que le siguen es un don del Espíritu? ¿Comprendemos que esa Sabiduría está en la Palabra del Señor?

Con el evangelio de hoy nos introducimos en la dinámica de las antítesis, que quieren poner de manifiesto la justicia cristiana frente a la justicia del judaísmo que Jesús combate con la pretensión de dejar muchas cosas obsoletas. El próximo domingo culminará este conjunto, uno de los más difíciles del Sermón de la Montaña. Estamos ante una de las partes más significativas del Sermón de la Montaña, que tiene su correspondencia en el Sermón del Llano de Lucas (6,20-49).
Sabemos que Jesús no pronuncia este conjunto así, sino que es una composición de la "escuela judeo-cristiana" con que se designa, a veces, el resultado final de la redacción de nuestro evangelio de Mateo. Son distintas fuentes las que le suministran, pero hay que resaltar muy especialmente la fuente de "dichos" (los logia, del famoso documento o evangelio Q).
En el caso que nos ocupa nos encontramos con un material muy específico como son las famosas "antítesis", de las que en este caso se nos ofrecen cuatro. Estas de hoy no las encontraremos en el texto de Lucas, por lo que se piensa en un material que no podemos identificar. En este evangelio, pues se apunta claramente a la praxis cristiana, tal como lo necesita o lo entiende la misma comunidad mateana, que no puede desprenderse de su "judaísmo", aunque éste sea ya un judaísmo verdaderamente cristiano.
Evangelio Mt 5,17-37
Jesús no quiere simplemente un mundo mejor, sino un mundo nuevo.
Se dijo a los antiguos, pero yo os digo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cum¬plirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será pro¬cesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que compa¬recer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuer¬das allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúl¬tero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. " Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»
La moral parecía ser una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter.
Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana. La moral, los preceptos, los mandamientos... con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno.
Hay que “ver” lo que Jesús nos trae en su Buena Nueva, una nueva orientación de una ley rígida y, muchas veces, con una vida “de iglesia” separada de la vida “normal”, de la calle. Jesús integra todo, porque la vida está integrada, no admite esa dicotomía.
Dice el Papa Francisco: “Los diez mandamientos nos enseñan a vivir "el respeto de las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones, a cuidar toda la creación, a fomentar ideales altos, nobles, espirituales". Básicamente, los Diez Mandamientos son "una ley de amor." Y mientras Moisés subió a la montaña para recibir las tablas de la Ley de Dios, el Papa Francisco destacó que Jesús realiza el camino inverso, es decir, "desciende a nuestra humanidad para mostrarnos el significado más profundo de estas diez palabras: Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo. " El mandamiento del amor, por lo tanto, es el que "lleva en sí todos los mandamientos".
Es el camino a seguir
¿Buscamos un mundo más justo y fraterno? ¿Comprendemos que el objeto de la Ley de Dios es liderar nuestra conversión?

LA ORACIÓN.- Como dice la canción “danos un corazón grande para amar”; esta debe de ser, Señor, nuestra actitud ante la vida, ante nuestros hermanos. Te ruego que sea capaz de inclinar siempre mi corazón de carne sobre aquellos más pequeños, aquellos que menos tienen y que más atención necesitan. Te lo pedimos, Señor.

Información relacionada.- Motivo de meditación
Danos un corazón grande para amar,
danos un corazón fuerte para luchar.
1. Hombres nuevos, creadores de la historia, constructores de nueva humanidad;
hombres nuevos que viven la existencia como riesgo de un largo caminar.
2. Hombres nuevos luchando en esperanza, caminantes sedientos de verdad;
hombres nuevos, sin frenos ni cadenas, hombres libres que exigen libertad.
3. Hombres nuevos, amando sin fronteras, por encima de razas y lugar;
hombres nuevos, al lado de los pobres, compartiendo con ellos techo y pan....

Canción en https://www.youtube.com/watch?v=nk6Vv9FVbVQ

Otro sí, para el más curioso
Libro del Eclesiástico o Sirácides. Prólogo del traductor griego •
La Ley, los Profetas y los demás Escritos que los han seguido nos han dado tantas excelentes enseñanzas que, al parecer, se debe felicitar a Israel por su doctrina y su sabiduría. Pero no bastaría con guardar esas verdades para nuestra instrucción personal, pues los que aman la sabiduría tratan de ayudar, por medio de sus palabras y de sus escritos, a los que están menos familiarizados con ella, es decir, con sus enseñanzas. Así fue como mi abuelo Jesús se aplicó durante toda su vida al estudio de la Ley, de los Profetas y de los demás Libros de nuestros antepasados. Después de haber adquirido un gran dominio de ellos, se decidió también a escribir algo sobre estos temas de doctrina y de sabiduría, para que los amantes del saber pudiesen a su vez dedicarse a éste y llevar una vida mucho más conforme a la Ley. Están pues invitados a leerlos con benevolencia y atención; sean indulgentes con aquellos lugares donde, a pesar de todos nuestros esfuerzos para traducir bien, pareciera que no logramos acertar en tal o cual expresión. En realidad, las cosas que se dicen en hebreo pierden a menudo su fuerza cuando se las traduce a otro idioma. Por lo demás, esto no sólo es problema de este libro, pues aun las traducciones de la Ley, de los Profetas y de los otros Escritos difieren a veces considerablemente del texto primitivo. El año treinta y ocho del rey Evergetes, habiéndome trasladado a vivir a Egipto, descubrí un ejemplar de esta instrucción de tan elevada sabiduría. Inmediatamente me sentí obligado a traducir el presente libro lo más cuidadosamente posible, aun al precio de grandes esfuerzos. Desde entonces, y por mucho tiempo, consagré a este trabajo muchos estudios y noches sin dormir; quería traducir todo este libro y publicarlo para uso de los que, viviendo fuera de Palestina, aspiran a ser amantes de la sabiduría y a vivir más conforme a la Ley.

(Nota final sobre el MAL) ¡¡¡HOY VA ESTO MUY CARGADO!!!
El que a nivel filosófico es capaz de hablar de un elemento satánico en el abismo de la esencia divina, y que carga de secreto resentimiento la conciencia vulgar al dar por supuesto que está ante un Dios que, aunque dice que ama y que es Padre, ni hace todo el bien que “puede” ni evita las desgracias, cuando no las manda él mismo (que, por algo, en sus “misteriosos” designios, “castiga sin palo ni piedra”).

No acaba de hacerse convicción habitual – por desgracia, ni siquiera entre los teólogos – la consecuencia más evidente de una creación por y desde el amor: que si el mal está ahí, es porque resulta inevitable en la creatura finita, la cual no puede repicar e ir en la procesión, en la que una perfección excluye inevitablemente la contraria, en la que el conflicto con la naturaleza (el horror de tener que alimentarse de seres vivos, vegetales o animales), consigo mismo y con los demás acaba presentándose sin remisión. Justo porque Dios nos quiere y nos respeta, tiene que soportar que a sus hijos e hijas les pase todo eso (¿no lo hacen también el padre o la madre humanos, que no quieren ahogar a los hijos con una superprotección que no les permitiría ser?). Pero lo soporta con nosotros y contra el mal, animándonos, apoyándonos, envolviéndonos en sentido y esperanza.
No comprenderlo así, induce sin cesar una deformación grave en la mentalidad ambiental cristiana: la de descubrir a Dios única o preferentemente en lo negativo. Parece evidente que, si sufrimos, nos va mal o pasamos dificultades, allí está Dios; en cambio, existe una tendencia a excluirlo de la alegría y la felicidad. Cuando, de suyo, es al revés: puesto que Dios crea al ser humano para que sea pleno y feliz – y solo para eso -, resulta evidente que se alegra con cada una de nuestras alegrías y que goza viendo nuestra felicidad. En eso reside el éxito inmediato de su creación, de su “bendición original”: en que vayan bien las cosas, en que crezca sin tropiezos el dinamismo de su amor creador y salvador.
Hay toda una línea en el Nuevo Testamento que marca de alegría la presencia de Dios en Jesús (Lc 1,44; 13,17; Jn 16,20-22). Hasta el punto de E. Schillebeeckx ha podido hablar de la imposibilidad existencial de estar tristes en la presencia de Jesús.
Educar para el gozo, para descubrir a Dios en los positivo de la vida, constituye una urgencia de la pedagogía cristiana. Aprender que en las alegrías de la vida se anuncia la Alegría definitiva.
Lo cual no significa que Dios se halle ausente del sufrimiento y la desgracia: sería demasiado barato e inhumano. Pero si está allí, es precisamente porque quiere nuestra alegría; porque, cuando el dinamismo de su creación sufre en nosotros el fracaso del mal, él se pone a nuestro lado en busca de la alegría posible y, en cualquier caso, de la alegría eterna. Evidentemente, resulta también fundamental descubrir a Dios en el sufrimiento, porque el mal acaba siempre mordiendo. Pero ni el sufrimiento debe convertirse en lugar que monopolice la presencia de Dios ni su presencia en dicho sufrimiento ha de perder su carácter oblicuo e indirecto: porque el mal es aquello que él no quiere, Dios está con nosotros para eliminarlo. Dios no está en la enfermedad, sino en el enfermo y en las personas que lo atienden. La alegría es lo primario y directo: lo que el Creador quiere para su creatura, lo que Dios-Padre/Madre quiere para sus hijas e hijos. (Andrés Torres Queiruga)



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