23/02/2020 Dominical "Pero yo os digo" La referencia. Marca el espacio cristiano que emerge cuando se descubre a Dios como Padre.

 

Dominical: El punto de vista de un laico (escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO SÉPTIMO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo A) (23 Febrero 2020)
(Lv 19, 1-2. 17-18; Sal 103, 1-2.3-4.8. 10. 12-13; 1 Co 3, 16-23; Mt 5, 38-48)

Las lecturas que la liturgia ofrece hoy a nuestra meditación nos recuerdan que la plenitud de la Ley, como la de todas las Escrituras divinas, es el amor. Por eso, quien cree haber comprendido las Escrituras, o por lo menos alguna parte de ellas, sin comprometerse a construir, mediante su inteligencia, el doble amor a Dios y al prójimo, demuestra en realidad que está todavía lejos de haber captado su sentido profundo. Pero, ¿cómo poner en práctica este mandamiento?, ¿cómo vivir el amor a Dios y a los hermanos sin un contacto vivo e intenso con las Sagradas Escrituras?

"Pero yo os digo" La referencia. Marca el espacio cristiano que emerge cuando se descubre a Dios como Padre.

La primera lectura de este domingo está tomada del Levítico, uno de los cinco que componen el Pentateuco. Sirve esta lectura como introducción y, además, como telón de fondo necesario para el texto del evangelio. Lev 19 es como una especie de decálogo o código de santidad. De este capítulo solamente se toman algunas cosas, entre las que sobresale la exigencia de Dios para que seamos santos. Pero en este caso el concepto de santidad no es algo que parezca inaccesible al hombre, sino que en la lectura de hoy se propone específicamente no vengarse de nadie de los que constituyen la comunidad de Israel; en esa comunidad, pues, se establece el concepto de prójimo; algo que se antoja demasiado restringido para lo que hemos de oír de las palabras de Jesús.
No obstante, debemos reconocer que en el ámbito religioso - cultural de la época, supone para Israel una aportación dignificadora frente a otros pueblos y otras culturas. El "amarás a tu prójimo como a ti mismo", desde luego, es un hito humano y teológico, aunque quedará empequeñecido con lo que Jesús pide. El Dios de Israel, el Dios creador del mundo, hubiera pedido algo más determinante, si no fuera porque son los hombres los que no saben interpretar adecuadamente cuál es la anchura del corazón de Dios. Solamente Jesús se atreverá a dar un paso mucho más decisivo y arriesgado interpretando a Dios como Padre que ama a todos sus hijos, aunque no sean de Israel.
Primera lectura Lv 19,1-2.17-18
Santidad es aquí un concepto que no habla tanto de Dios en sí, cuanto de Dios como fundamento del mundo
Amarás a tu prójimo como a ti mismo
El Señor habló a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tú hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor."
Esta primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo.
Es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro.
Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.
El concilio Vaticano II afirma que “los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura” (Dei Verbum 22) para que las personas, cuando encuentren la verdad, puedan crecer en el amor auténtico.
Se trata de un requisito que hoy es indispensable para la evangelización.
Y, ya que el encuentro con la Escritura a menudo corre el riesgo de no ser “un hecho” de Iglesia, sino que está expuesto al subjetivismo y a la arbitrariedad, resulta indispensable una promoción pastoral intensa y creíble del conocimiento de la Sagrada Escritura, para anunciar, celebrar y vivir la Palabra en la comunidad cristiana, dialogando con las culturas de nuestro tiempo, poniéndose al servicio de la verdad y no de las ideologías del momento e incrementando el diálogo que Dios quiere tener con todos los hombres (cf. DV 21).
¿Cuáles fueron los motivos de moralidad que me transmitieron cuando me educaron? ¿Temor al castigo eterno?
¿Deseo del cielo? ¿Obediencia ciega a mandatos dictados por Dios soberano?
¿He madurado y veo que el prójimo necesitado debe de ser el camino de mi ser cristiano?

Gran salmo de la ternura de Dios. El concepto de amor contiene variados y múltiples alcances, y uno de ellos es el de la ternura. No obstante, a pesar de entrar la ternura en el marco general del amor, tiene ella tales matices que la transforman en algo diferente y especial en el contexto de amor.
La ternura es, ante todo, un movimiento de todo el ser, un movimiento que oscila entre la compasión y la entrega, un movimiento cuajado de calor y proximidad, y con una carga especial de benevolencia. Para expresar este conjunto de matices disponemos en nuestro idioma de otra palabra: cariño.
Allá, en las raíces de la ternura, descubrimos siempre la fragilidad; en ésta nace, se apoya y se alimenta la ternura. Efectivamente, la infancia, la invalidez y la enfermedad, donde quiera que ellas se encuentren, invocan y provocan la ternura; cualquier género de debilidad da origen y propicia el sentimiento de ternura. Por eso, la gran figura en el escenario de la ternura es la figura de la madre.
Salmo 103, 1-2.3-4.8. 10. 12-13
En Dios la misericordia vence a la justicia
El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.
¿Comprendemos que la gracia de Dioses cercanía, es ternura?
¿Entendemos las palabras del Papa Francisco cuando dice: “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”?
¿Somos capaces de aplicar esa sencilla regla a nuestra vida familiar?
¿A nuestro entorno?

En la segunda lectura concluye el tema de la sabiduría cristiana frente a la sabiduría del mundo que se ha ido proponiendo todos estos domingos. Ahora, en una especie de diatriba, Pablo quiere decir algo importante a la comunidad para que se percate de una vez por todas de la importancia de todo lo que les ha dicho en estos tres capítulos. Con la imagen del templo, del templo nuevo, del templo del Espíritu, el apóstol quiere enmarcar de nuevo, el principio de la sabiduría cristiana: si alguien en la comunidad, en la Iglesia, quiere ser considerado sabio, que no le importe que lo consideren necio, como que no vale. Porque los criterios de la comunidad cristiana deben ser distintos de los del mundo. Los que más valen, pues, no son los que triunfan en el mundo, porque el mundo construye sus triunfos en lo que fenece.
Por eso vuelve a mencionar a los "líderes" por los cuales la comunidad se dividía (Pablo, Apolo, Cefas-Pedro). Y por ello queda claro que todos los grandes y pequeños en la comunidad deben estar ante Cristo. De ahí podríamos inferir que los de Cristo no constituían un grupo aparte en la comunidad. Cristo, justamente, es el que unifica criterios, el que libera las ideas de todo personalismo de la sabiduría de este mundo. Y por eso la comunidad cristiana no debe tener personajes que deslumbren o líderes que se posesionen para ellos de la verdad del evangelio. Esa verdad es de cada uno, sean más inteligentes o tenga una misión más determinada. Porque el "cuerpo" de Cristo dignifica a todos aquellos que en el mundo no tendrían dignidad alguna.
Segunda lectura 1 Co 3,16-23
El verdadero templo de Dios es la propia comunidad humana
Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios
Hermanos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "Él caza a los sabios en su astucia." Y también: "El señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos." Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
Es curioso observar que la construcción de grandes templos coincide paralelamente con las épocas en que la Iglesia o es ella misma poder civil o comparte íntimamente sus tareas de mando.
Es que un templo puramente humano, constituido por verdaderos creyentes, es una sede de Dios bastante peligrosa para los poderes de este mundo. Así se explica en los tiempos de revisión cristiana -como son los nuestros- la proliferación de comunidades que no tienen un lugar fijo de reunión o que incluso tienen que buscar un rincón desconocido para poder celebrar sus "eucaristías"
Resulta maravilloso poder apreciar el alcance de estas afirmaciones, y no tener que estar limitado a un grupo determinado, o a una denominación cristiana en particular. Y en vez de sentir que pertenecemos exclusivamente al área de influencia de algún maestro o enseñanza de alguien en especial.
Como en la primera lectura, aquí Pablo nos manifiesta la realidad de que la santidad del ser humano está en su relación con Dios.
Jesús irá (había ido) más lejos: el templo de piedras no es el lugar santo: el lugar santo son los hijos, el corazón del ser humano.
Apreciamos en esta lectura, como en todo el NT, que es la comunidad la protagonista de todo, y todos los "cargos" (que no lo son) se entienden solamente para ella, como carisma de servicio.
¿Sabremos ayudar a que esas moradas vacías, que con frecuencia tenemos cercanas, se conviertan en una morada de Dios, en una habitación de Su Espíritu?
¿Comprendemos la libertad que nos da una profunda unión con Dios?
¿Nos damos cuenta de que aceptar con humildad la sabiduría de Dios es acercarnos a la felicidad de su Espíritu?
¿Qué quiere decir para nosotros ser templo de Dios?
¿Somos conscientes de que son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar?
¿Aplicamos ese sentido cristiano especialmente con aquellos hombres y mujeres, que sufren la pobreza, la violencia o la injusticia social?

Un hito prodigioso de luz y solidaridad para la humanidad. Nadie como Jesús se ha atrevido a hablar de esa forma y a jugarse la vida frente al odio del mundo y a la venganza entre enemigos. Es lo más típico y determinado de Jesús de Nazaret; así se reconoce en todos los ámbitos. Las antítesis veterotestamentarias, de las que sobresale la ley del talión, "ojo por ojo y diente por diente", no solamente quedan obsoletas, sino absolutamente anuladas en las propuestas de Jesús sobre el Reino.
Las palabras de Jesús sobre el amor a los enemigos están insinuando el texto de Lev 19,18, la primera lectura de hoy. Es verdad que en el Antiguo Testamento, exactamente, no se dice "aborrecerás o odiarás a tu enemigo", pero como todos los que no son de la comunidad de Israel no pertenecen al pueblo de Dios, no había más que un paso para un tipo de relación de enemistad. Es decir, pueden ser excluidos del amor del buen israelita los que no son prójimo, los que no son de los nuestros.
Aquí Jesús intenta poner el dedo sobre la llaga; intenta hablar y exigir que tengamos los mismos sentimientos de Dios, porque El no tiene enemigos, nadie es extraño para El, a nadie niega la lluvia y el sol. En las comunidades culturales-religiosas, como la de los esenios de Qumrán, se justifica más que sobradamente el odio a los que no pertenecen a la comunidad de la luz. Esta actitud está reflejada en la postura de interpretación religiosa de un judaísmo bien determinado. Jesús, pues, con estas antítesis, y principalmente con la última quiere incorporarnos a la "familia de Dios, del Dios como Padre", y en Él no cabe odio alguno. Por lo mismo, el amor al enemigo es la concreción más radical, por parte de Jesús, del amor al prójimo. No basta decir que el prójimo es el que piensa como yo, quien es de los míos; el prójimo son todos los hijos de Dios, y ningún hombre o mujer están excluidos de este derecho.
Evangelio Mt 5,38-48
El grupo cristiano debe ser reconocible por el amor. Este amor no lo concibe Jesús como un sentimiento, sino como una actuación
Amad a vuestros enemigos
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto."
El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor.
Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor.
Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, fundada en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.
Vemos en el Antiguo Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.
El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien.
Según el Evangelio, simplemente omitiendo el mal no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta, de algún modo, «inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad.
No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, atención a los pobres, a los excluidos...) que le son características.
¿Pero bastará el amor? ¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística... dónde quedan? ¿Será necesaria la conjunción del amor/caridad con la espiritualidad/mística? ¿Seremos capaces de vivir la contemplación en el ejercicio dela caridad? ¿Debería ser la mística y no el temor al castigo la vía hacia la moral cristiana basada en el amor?

LA ORACIÓN.- Haz, Señor, que sepamos profundizar en tu amor que actúa en nosotros, para que así vayamos entrando en una vida en la que hagamos nuestras las alegrías y las penas que nos rodean, y seamos capaces de que, basados en ese amor nadie nos sea indiferente.

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¿Qué significa poner la otra mejilla? ¿Qué quiso decir Jesús?
Para comprender el sentido de estas palabras, hay que tener en cuenta el contexto en que se pronunciaron y las personas a quienes iban dirigidas. Antes de la recomendación, Jesús utilizó citas de las Santas Escrituras que sus oyentes judíos ya conocían. Por ejemplo, les recordó: “Oísteis que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’” (Mateo 5,38).
Los pasajes a los que aludió se encuentran en Éx 21, 24 y Lv 24, 20. Conviene destacar que, en armonía con la Ley de Dios, el castigo de “ojo por ojo” solo se administraba una vez que el infractor había sido juzgado por los sacerdotes y jueces, quienes sopesaban las circunstancias y el grado de premeditación de la ofensa (Dt 19, 15-21).
Con el tiempo, los judíos tergiversaron la aplicación de esta ley. Un comentario bíblico del siglo XIX del erudito Adam Clarke explica: “Parece que los judíos se sirvieron de esta ley [ojo por ojo, diente por diente] para justificar sus resentimientos privados y todos los excesos que cometían movidos por un espíritu de venganza. A menudo, las represalias se llevaban hasta el extremo y el mal que se devolvía era muy superior al que se había recibido”. Pero las Escrituras no autorizaban las venganzas personales.
Lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte respecto a ‘volver la otra mejilla’ refleja el auténtico espíritu de la Ley dada por Dios a Israel. Jesús no quiso dar a entender que si alguno de sus seguidores recibía una bofetada, debía ofrecer la otra mejilla para que lo golpearan de nuevo. En tiempos bíblicos, como suele suceder hoy día, al dar una bofetada a alguien no se buscaba hacerle daño físicamente. Más bien, se pretendía insultarlo para provocar una reacción, una confrontación.
Obviamente, pues, Jesús se refería a que si una persona intentaba provocar a otra dándole una bofetada literal —o hablándole con sarcasmo hiriente—, el agredido no debía buscar venganza. Más bien, tenía que tratar de impedir que se iniciara un círculo vicioso de devolver mal por mal (Rm 12, 17).
Un seguidor de Jesús pondría la otra mejilla en el sentido de que no permitiría que otros lo obligaran, por decirlo así, a entrar en una “confrontación” (Gal 5, 26).
¿Se puede actuar en defensa propia?
Que el cristiano ponga la otra mejilla no significa que no se defienda de agresores violentos. Jesús no dijo que nunca debemos defendernos, sino más bien, que nunca debemos atacar ni sucumbir al deseo de venganza. Aunque es sensato retirarse siempre que sea posible para evitar una pelea, en caso de que uno fuera amenazado por un agresor sería adecuado que diera pasos para protegerse y que pidiera ayuda a la policía.
Los primeros seguidores de Jesús pusieron en práctica ese mismo principio al defender sus derechos legales. Por ejemplo, el apóstol Pablo se amparó en el sistema legal de su tiempo para preservar su derecho a efectuar la comisión de predicar que tenían todos los discípulos de Jesús (Mt 28, 19).
En la ciudad de Filipos, durante un viaje de evangelización, Pablo y el misionero que lo acompañaba, Silas, fueron arrestados por las autoridades y acusados de violar la ley. Los dos fueron azotados y encarcelados sin juicio. En cuanto se le presentó la oportunidad, Pablo invocó sus derechos como ciudadano romano. Al enterarse de que Pablo era ciudadano, las autoridades temieron las consecuencias y les rogaron a él y a Silas que se marcharan sin causar problemas. De ese modo, Pablo estableció un precedente en lo relativo a “defender y establecer legalmente las buenas nuevas” (Hch 16, 19-24, 35-40; Fil 1, 7).



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