29/03/2020 Dominical La carne es la vida sin Dios, el Espíritu es lo que da verdadera vida al ser humano, que, sin él, no es más que carne.

 

 

 

 

DOMINGO QUINTO DE CUARESMA (ciclo A) (29 de Marzo 2020)
(Ez 37, 12 – 14; Sal 130, 1 - 8; Rm 8, 8 – 11; Jn 11, 1 – 45)

El domingo de la vida: En el contexto litúrgico cuaresmal la resurrección de Lázaro, además de ser un anuncio y signo de la Pascua del Señor, presenta también una dimensión bautismal. La catequesis catecumenal llega a su culmen en este domingo. A los signos del agua y de la luz, hoy se añade el de la vida. Ezequiel, con la imagen de la reanimación, anuncia la reconstrucción de Israel y proclama una vida nueva para el pueblo. El exilio fue para Israel como una tumba y era preciso que saliera de ella para regresar a su patria como un pueblo nuevo. Jesús restituye a Lázaro a la vida. La resurrección de Lázaro es anticipo de la resurrección de Cristo y de todos aquéllos en los que habita el Espíritu.
Recordamos el itinerario que hemos seguido en estos cinco domingos de Cuaresma.
· Primer Domingo: somos pecadores, ciegos y esclavos: Jesús vencedor de la tentación.
· Segundo Domingo: la Transfiguración, fiarnos del crucificado.
· Tercer Domingo: Dios es Agua en el desierto.
· Cuarto Domingo: Dios es Luz en la oscuridad.
· Quinto Domingo: Dios es La Vida.

La carne es la vida sin Dios, el Espíritu es lo que da verdadera vida al ser humano, que, sin él, no es más que carne.

Este oráculo de Ezequiel forma parte del famoso relato del valle de los huesos, en el que el profeta del destierro tiene una visión de cómo esos huesos van recobrando vida poco a poco. Es uno de los textos más famosos del profeta del destierro en este caso, que con una parábola explica lo que significa esa visión del valle de los huesos. Debemos saber que esa visión la experimenta el profeta para hablar a los desterrados en Babilonia que se sienten muertos, en un valle de huesos donde han caído los peregrinos. La mano del Señor, y el Espíritu le llevo a contemplar... y después le impulsó a explicar lo que Dios, por el Espíritu, debería hacer: dar vida a esos huesos que representan a un pueblo “muerto”, desterrado, en el sepulcro.
En realidad no es un texto preanunciando la “resurrección” escatológica. Aunque algunos así lo hayan interpretado y se use muy frecuentemente como uno de los textos veterotestamentarios de carácter escatológico. Es un anuncio de la vuelta a la patria, a la tierra prometida. Pero bien es verdad que tenemos derecho a ir más allá de las palabras y del momento puntual del relato. El tema de la muerte siempre ha estado rondando en todas las situaciones humanas y en todas las religiones. Y de estas palabras de Ezequiel podemos colegir... algo importante; la vida está en el Espíritu. Es verdad que la nueva vida no será como se describe en Ez 37; los huesos no se recubrirán de carne, no tendría sentido, porque sería para volver a morir; el misterio de la muerte, de nuestra muerte, solamente puede tener solución desde la experiencia de una nueva vida por el Espíritu de Dios que trasmite a los que han muerto.
Primera lectura Ez 37,12-14
Conversión es descubrir al Dios de Jesucristo y creer en El; es el camino de regreso a la vida que señala el profeta
Os infundiré mi espíritu y viviréis.
Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.»
El profeta trata de animar a un pueblo que está en el exilio babilónico; habla de la salvación de Israel y le anuncia su resurrección.
De una situación de muerte y sin sentido, en la que nos sumergimos muchas veces, nos lleva el amor de Jesucristo a una experiencia desbordante de vida. No ha venido a condenar sin o a salvar, a dar vida en abundancia.
Pero también podemos aplicar esta esperanza a las familias y comunidades cristianas, que con su testimonio, su generosidad y, muchas veces, su sacrificio, volverán a dar vida a un mundo muy encerrado en su egoísmo y ambición.
¿Sabemos nosotros que el Señor es el que nos infunde su Espíritu? ¿Somos conscientes de que Él espera nuestro esfuerzo para mejorar la vida en esta Tierra nuestra? ¿Reconocemos nuestra resurrección en las palabras del profeta?

La auténtica reconciliación no sólo lleva a perdonar las faltas de quienes nos hayan ofendido, sino que debe llevarnos a dar al olvido todo aquello con lo que fuimos dañados por los demás. Cuando Dios nos perdona en verdad olvida nuestras culpas; no nos echa en cara que malgastamos su fortuna en maldades y vicios, sino que sólo se alegra porque hemos vuelto a Él y nos recibe como a hijos suyos, sentándonos nuevamente a su mesa y calzando nuestros pies con sandalias nuevas para convertirnos nuevamente en testigos suyos en los caminos del mundo. Confiemos siempre en el amor del Señor y en su misericordia. Pero, al mismo tiempo, aceptemos el compromiso de dar a conocer a los demás lo misericordioso que Dios ha sido para con nosotros para que también ellos vuelvan al Señor y experimenten su amor.
Salmo 130,1 - 8
Presentemos a Dios todos los recovecos de nuestra realidad, para que él los mire con ojos de misericordia
Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuentas de los delitos,
Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
La misericordia del Señor siempre se pone de manifiesto. Y el salmo, un tanto a diferencia de la tónica general del Antiguo Testamento, habla del respeto y no del temor, que Dios infunde en todos nosotros
Un respeto que cualquier persona merece, pero muy especialmente lo merece un padre y, yendo al Nuevo Testamento, más en especial aún, el Padre que Jesús nos presenta, pleno de amor para con sus hijos.
Así establecido, el hombre se pone en el camino de la esperanza, en el camino de la Palabra, de la redención y del perdón por las faltas que el ser humano comete. Se pone en el camino de la vida cristiana.
Sé que el grito no será necesario, Señor, que tú escuchas en toda ocasión mi tímido susurro; haz humilde mi súplica y sincera mi palabra
Ampara, Señor, mi debilidad ante los envites de este mundo ambicioso y ansioso de poder
El perdón, Señor, siempre está de tu lado. Inserta en mí el mismo sentimiento, para que sea capaz de llegar a Tí con esa oración primordial que tu Hijo nos ha regalado.
Mantén, Señor, mi corazón abierto a la Palabra que de Ti me llega, esa Palabra que, al decir del profeta Isaías: “no volverá a Ti con las manos vacías, sino después de haber hecho, lo que Tú querías, y haber llevado a cabo lo que le encargaste” (Is 55, 11)
Hazme impaciente en la espera de tu llegada, como en aquellas guardias en la mar en la que el relevo se hacía tardar.
Y derrama sobre nosotros tu misericordia, esa bondad que nos llevará a abrazar a nuestro prójimo más necesitado.
Sabiendo que, al final, Tú siempre nos redimes de nuestras faltas y nos llenas de tu Espíritu que alegra y lleva al amor nuestra vida.
¿Confiamos en que el Señor escucha nuestra voz o nos desesperamos porque nos parece que no atiende nuestras súplicas?
¿Somos conscientes de la misericordia del Señor o nos angustiamos ante nuestras faltas de amor a nuestro prójimo?
¿O, en otro modo de ver al Señor, nos creemos que podemos “abusar” de esa misericordia que nos parece que le impide “ejercer” la justicia?

Este texto de Romanos forma parte del canto del Espíritu del c. 8, que es la respuesta teológica y espiritual a Rom 7, es decir, al “yo” que nos encierra en el pecado y en el egoísmo radical, por lo que nos acusa y nos acosa la Ley. Es la apología más hermosa que se haya escrito sobre el Espíritu y su papel en la vida cristiana. Pablo ha logrado algo que no es posible expresar en pocas líneas. El hombre está llamado a ser hijo de Dios y esta experiencia no se logra simplemente porque sí, sino por el Espíritu de Dios, que Cristo nos ha dado. Pero si el hombre se encierra en su “yo”, en su carne, entonces vivirá su experiencia de muerte.
Es el Espíritu, don de Dios y de Cristo quien gana para nosotros la batalla de la muerte y del pecado. Si nos abrimos, pues, a ese donde del Espíritu ni siquiera la muerte podrá asustarnos. Es más, adelantamos realmente la resurrección, la vida nueva, cuando poseemos el Espíritu de Dios. Por eso este es un canto de liberación para que por medio del Espíritu atravesemos el desierto de nuestra propia existencia. Por eso frente a la Ley, el Espíritu de Dios; frente a la muerte, la vida en el Espíritu; frente al egoísmo de uno mismo, la libertad en el Espíritu de Dios y de Cristo.
Segunda lectura Rm 8,8-11
Dios es el que da la vida, la vida material orgánica, pero, sobre ella, la Vida del Espíritu.
El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíri¬tu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espí¬ritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Nuestra vida como verdadero pueblo de Dios es vida en el Espíritu. Esa es la experiencia de fe que debe de embargarnos.
Otra cosa es vivir limitados a esta tierra y recortados por el egoísmo.
Y por supuesto que tenemos que vivir esta tierra en plenitud, para eso nos la ha dado generosamente el Señor, pero debemos de hacerlo motivados por el Espíritu de Jesús y radicados en su persona aceptando gozosamente sus horizontes, su talante y sus fines y, como consecuencia, su resurrección, que culminará nuestra existencia, inmersos en el amor al Padre y al prójimo en Él, y actuando en consecuencia
¿Comprendemos que la carne es la vida sin Dios, que el Espíritu es lo que da verdadera vida al ser humano, que, sin él, no es más que carne, y su fin es la corrupción?
¿Sabemos que Dios es el que da la vida, la vida material orgánica, pero, sobre ella, La Vida del Espíritu?
¿Está nuestra fe en el mismo espíritu de Dios que actuó en la resurrección de Cristo?
¿Sabemos que habita ya en nosotros, y así podemos esperar que actúe de nuevo en nuestra resurrección?

Esta resurrección de Lázaro, no obstante, no tiene sentido más que a la luz de la misma resurrección de Jesús. Así lo quiere presentar el evangelista. Se está preparando la muerte de Jesús por parte de los fariseos. A partir de los vv. 45-57 tenemos el juicio que los fariseos tienen sobre él. Muchos se han convertido. Y esto hace temblar a los responsables de la religión. Deciden darle muerte, cosa que se ha ido preparado en todo el evangelio. Por eso este relato es el simbolismo mismo de lo que va a suceder con el Jesús hombre; que Dios no lo abandonará a la muerte, sino que lo resucitará. Se hacía necesario que Jesús marchara a su propia muerte para hacernos comprender que tras la muerte se encuentra la definitiva vida de Dios. Y esta vida de Jesús que se comunicará a todos los que creen es la que se simboliza en todo el relato. Jesús está haciendo una donación del don de la vida que él anuncia: «yo soy la resurrección y la vida» (11,25). E
El milagro es un signo de la vida de Jesús, y no se trata propiamente de una anticipación de la resurrección corporal, ya que Lázaro debe morir de nuevo. Además, propiamente, no se trata de una resurrección, como en Jesús, sino de una reviviscencia. Y la reviviscencia solamente supone una vuelta de nuevo a este mundo, y en este mundo necesariamente se ha de morir.
Evangelio Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45
No se trata de creer que Jesús tiene poder para resucitar a un muerto. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él.
Yo soy la resurrección y la vida.
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Je¬sús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea. » Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. » Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
La resurrección de Lázaro, el séptimo signo del evangelio de Juan, abre el camino para la llegada de la Hora, de la glorificación, que viene a través de la muerte (Jn 12,23; 17,1). Una de las causas de la condena de Jesús será la resurrección de Lázaro (Jn 11,50; 12,10). Así, el séptimo signo será para manifestar la gloria de Dios (Jn 11,4). "Esta enfermedad no es de muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
El punto central es la confrontación entre el antiguo modo de creer en la resurrección que sólo tiene lugar al final de los tiempos y la nueva traída por Jesús, que, desde ahora, vence a la muerte. Marta, los fariseos y la mayoría del pueblo creían ya en la Resurrección, pero no la revelaban, porque era fe en una resurrección que sucedería sólo al final de los tiempos y no en la resurrección presente de la historia, que es ahora.
Aquella no renovaba la vida. Faltaba hacer un salto. La vida nueva de la resurrección aparecerá con Jesús. La profesión de fe en Jesús es profesión de fe en la vida: Jesús reta a Marta para que haga este salto.
No basta creer en la resurrección que tendrá lugar al final de los tiempos, sino que se debe creer que la Resurrección está ya presente hoy en la persona de Jesús y en los que creen en Él. Sobre éstos la muerte no tiene ningún poder, porque Jesús es la "resurrección y la vida".
A nosotros nos toca quitar la piedra para que Dios nos devuelva la vida: Jesús ordena quitar la piedra. Marta reacciona: "Señor, ya hiede...pues lleva cuatro días". Una vez más Jesús la desafía, llamándola de nuevo a la fe en la resurrección, que es ahora, como un signo de la gloria de Dios: "¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?" Quitaron la piedra.
Ante el sepulcro abierto y ante la incredulidad de las personas, Jesús se dirige al Padre. En su plegaria, ante todo, da las gracias al Padre: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas".
El Padre de Jesús es el mismo Dios que siempre escucha el grito del pobre (Ex 2,24; 3,7). Jesús conoce al Padre y confía en él. Pero ahora le pide un signo a causa de la muchedumbre que lo rodea, a fin de que pueda creer que Él, Jesús, es el enviado del Padre. Después grita en alta voz: "¡Lázaro, sal fuera!" Lázaro salió fuera.
Es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la fe sobre la incredulidad. Un agricultor del interior del Brasil hizo el siguiente comentario: "¡A nosotros toca remover la piedra! Y así Dios resucita la comunidad. ¡Hay gente que no quiere remover la piedra, y por esto en su comunidad no hay vida!"
¿Nos damos cuenta de la compasión de Jesús? ¿Vemos el sentido de liberación que le da Jesús al hecho en la orden de “desatadlo y dejadlo andar” frente a una legislación y unas instituciones que maniataban al pueblo? ¿Somos conscientes del mensaje que encierra este trozo de Evangelio: “la resurrección ya es ahora”? ¿Comprendemos y proclamamos que el Señor nos invita a vivir, el Señor ilumina y da sentido a todo?
LA ORACIÓN.- Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Te lo pedimos, Señor

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Una tabla de madera que salva una vida no tiene precio.

Cuenta Hebbel, con ironía, la historia de aquel hombre que, estando hundiéndose en el mar recibió la ayuda de un desconocido que le tiró una tabla a la que pudo agarrarse y salvar así su vida.
Y añade que el náufrago, que había salido de las aguas, se dirigió a su salvador y le preguntó cuánto costaba la madera de la tabla, porque quería pagársela y, así, darles las gracias. ¡Como si su salvador le hubiera regalado una madera y no la vida!
Tenía razón Bernanos al escribir que "las cosas pequeñas, que parecen de ningún valor, son las que dan la paz. La pequeña llave del detalle abre más corazones de lo que imaginamos".
Y lo grande de los detalles es que en ellos no cuenta el valor monetario de los mismos.
A veces basta una pequeña señal de amor para dar a una persona una 'tabla de salvación', un motivo para recuperar el sentido y el valor de la vida. Saber, por ejemplo, perder un poco de tiempo para conversar con una persona que necesita una indicación, una orientación y sobre todo una señal que le revele su valor, es muchas veces salvarla de la desesperación.
Son gestos que superan todo valor económico, que no se pueden pagar sino con un 'gracias'. Un día, no muy lejano, caeremos en la cuenta de que pagar a un obrero solamente con un sueldo, aunque justo, no es suficiente. Una retribución puramente económica, no puede recompensar la labor de una persona que trabajó con amor y dedicación. Lo mínimo que podemos hacer hoy es que además del salario, hace falta demostrar a los obreros y empleados el sentido de agradecimiento un sincero gracias un gracias por su labor.


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