27/09/2020 Dominical El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria.

 

 

Dominical: El punto de vista de un laico
(escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO VIGÉSIMO SEXTO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo A) (27 Septiembre)
(Ez 18, 25 - 28; Sal 25, 4 – 9; Flp 2, 1 – 11; Mt 21, 28 – 32)

El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria.

Esta lectura se enmarca en un conjunto de profeta Ezequiel, que expresa uno de los puntos álgidos de su teología después de la catástrofe del destierro de Babilonia (587 a. C.). Se ha dicho, con razón, que en el pensamiento de este profeta hay un antes y un después de esa fecha fatídica para Israel.
En lo que respecta al después, cuando el pueblo estaba destruido y todos pensaban que esa situación era la consecuencia de cómo el pueblo había actuado frente a Dios, el profeta entiende que en el futuro no se podrá hablar exclusivamente de responsabilidad colectiva donde casi nadie se siente culpable. Por ello, aquí estamos ante la teología de la responsabilidad personal, donde cada uno da cuenta a Dios de sus obras.
Todo el capítulo 18 está en esa línea, que es un progreso con respecto a la moral anterior, según aquello de que no pueden "pagar justos por pecadores". Es verdad que siempre existe una responsabilidad colectiva y solidaria, y también hay que contar con una «situación» social de injusticia y maldad que a unos afecta más que a otros.
Pero la responsabilidad personal muestra que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. Es verdad que la situación de la catástrofe del destierro de Babilonia fue responsabilidad de los antepasados, de los que no quisieron escuchar la palabra de Dios por medio de los profetas. Hay que asumir esa historia pasada con todas sus consecuencias de solidaridad.
Pero mirando al presente, también cada uno de los que escuchan a Ezequiel tiene que meterse la mano en el corazón: ahora se agudiza la responsabilidad personal. El futuro se construye desde esa opción personal para abrirse a Dios.
Primera lectura Ez 18,25-28
¿No es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.
Así dice el Señor: «Comentáis: "No es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»
1 ¿Somos tan orgullosos como para pensar que nuestro proceder es el bueno? ¿Dudamos de la fidelidad del Señor?
2 El profeta quiere resaltar aquí ante los exilados en Babilonia el grado de responsabilidad de cada individuo ante Dios. Lo que interesa es la voluntad de arrepentimiento del hombre en sus relaciones actuales con Dios.
3 Este capítulo de Ezequiel afirma la responsabilidad individual, en contraste con la sempiterna creencia judía de la responsabilidad “heredada”: ¿Quién ha pecado éste o sus padres?, ¿nos acordamos?
4 Tiene el profeta una excelente manera de describir la felicidad que se encuentra en la justicia, y la alegría que se encuentra en la conversión. Todo para la vida corriente, para ya, no para una salvación futura que poco tiene que ver con la vida del día a día mundano
5 ¿Qué pasa entonces con el llamado pecado original? Creo que el egoísmo de la persona humana nos hace usar la libertad de forma siempre “aprovechada”, para beneficio propio: de esto es de lo que Jesús nos vino a salvar, enseñándonos como desarrollar nuestra vida a base de AMOR.
6 La conversión que Ezequiel describe aquí es la solución, y sus consecuencias, la vida, que es lo que Jesús nos ofrece.
¿Sabemos en qué consiste la conversión? ¿Creemos que merece la pena pensar en aplicarla a nuestra trayectoria humana? ¿Nos hace pensar la última frase de Ezequiel en qué consiste esa vida o esa muerte que menciona? ¿Tendrá relación con nuestra salvación, con nuestra felicidad eterna que empieza en esta vida terrena?

El Camino es el primer nombre que se le dio al cristianismo (Hch 9,2), y no se veía como una nueva religión, sino como una nueva manera de vivir iluminada por la esperanza.
Sal 25,4bc-5.6-7.8-9
Guiados por la Palabra del Señor encontraremos su Camino
Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Y para esa vida, regida por el amor, el salmo pide al Señor que nos enseñe sus senderos, sus caminos, su fidelidad
Pidiéndole que nos ayude a la conversión, una conversión en la que la humildad acompañada al amor, y el necesitado es el mejor receptor de nuestra compasión y de nuestro amor
Haznos, Señor, obedientes a tus preceptos, pero inculcando en nosotros la sabrosa experiencia de saberte presente en los acontecimientos de nuestra vida
Y danos humildad; humildad para saber estar a la altura de aquellos que más nos necesitan, para ser tus manos en la atención a los más oprimidos.
¿Cuáles son los caminos del Señor? ¿Nos sentimos iluminados por una esperanza que se nos hace presente, o por un temor que incide en nuestra libertad? ¿Nos sentimos acompañados por el Señor en nuestro caminar por la vida? ¿En nuestros problemas? ¿En nuestras alegrías?

Después de una exhortación a la intimidad, Pablo, propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del Señor, de Cristo, quien ha renunciado a su categoría para hacerse como uno de nosotros, llegando hasta la misma muerte. Con toda probabilidad, este «himno» a los Filipenses (vv. 5-11), Pablo lo ha tomado de una liturgia primitiva que podría cantarse en Éfeso, desde donde escribe la carta. Ésta es la impresión que produce, entre otras cosas, por su estructura, por su ritmo, aunque él mismo le ha puesto un sello personal con el que se evoca la muerte en la cruz de Cristo, ya que en la cruz es donde se revela de verdad el Señor de los cristianos: porque sabe dar su vida por nosotros. Eso no lo hace ningún señor, ningún dios de este mundo. En ese Señor es donde debe mirarse la comunidad como en un espejo.
Haría falta todo el espacio del que se dispone y mucho más para poder entrar de lleno en el "himno" de Filipenses. Porque esta lectura de hoy es una de las joyas del Nuevo Testamento. Solamente podemos asomarnos brevemente al contraste que quieren trazar estas dos estrofas fundamentales de que se compone esta pieza literaria y teológica: abajamiento y exaltación. La primera nos muestra cómo el Señor inicia un itinerario que muchos viven en su humanidad, en su indignidad, en su nada. Él ha emprendido ese destino también, como una opción irrenunciable, ¿por qué? Nunca se explicará suficientemente por el texto mismo, aunque usemos la palabra más adecuada: su solidaridad con la humanidad sufriente; por eso se despojada de sus derechos.
El camino contrario, el que muchos quieren recorrer sin haber vivido y experimentado el primero, es en el himno un misterio de gratuidad y de donación. Dios no puede querer la indignidad y la nada de su suyos. Y hablando en términos de alta cristología, no puede querer que su Hijo (y sus hijos) sea presa de lo más inhumano que existe en la historia. "Por eso" se le dio un nombre, una dignidad que está por encima de toda dignidad terrena. No como la de los "hombres divinizados", que sin solidaridad y sin padecer ni sufrir quieren ser adorados como dioses. Esos están llenos de una auto estima patológica que los aleja de los hombres. Son insolidarios y no tienen corazón.
El himno, pues, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La Pasión de Mateo debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.
El himno propiamente dicho (vv.6-11), tiene dos partes. La primera subraya la auto humillación de Cristo que, siendo de condición divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte de Dios a la categoría de Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y exaltación: «Precisamente por eso» (Flp 2, 9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía mayor: el anuncio del Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).
Segunda lectura Flp 2,1-11
Una exhortación a mantenerse en la unidad, en la vida sencilla y fraterna
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme es¬ta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor, un mismo corazón y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la hu¬mildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
1 El inicio de las comunidades es difícil; Pablo hace aquí una profunda llamada a la unidad en la humildad, quiere provocar una línea de generosidad en la hermandad
2 Y dirige estas acciones hacia la comunidad, acciones que nos lleven, también a nosotros a permanecer unidos con alegría, unidos “con un mismo amor, un mismo corazón y un mismo sentir”.
3 ¡Extraordinaria descripción! Como leemos, tenemos que evitar “buscar el propio interés”, el egoísmo que ya comentábamos antes. Siempre basados en la fe: “Jesucristo es el Señor”.
4 Y en esa humildad, pone el ejemplo supremo de Jesús, que siendo Dios y, consiguientemente, teniendo derecho a los honores de Dios, que habría podido exigir incluso en su existencia humana después de la encarnación, renunció a ellos, tomando una naturaleza con las mismas debilidades y miserias que la de los demás hombres, sometiéndose, además, a una muerte sumamente ignominiosa, como era la muerte de cruz.
5 Y, por último, expresa el premio de esa humildad, la resurrección en la que todos viviremos con el Señor
¿Tratamos de realizar esa vida sencilla, sin grandes aspavientos, con austeridad y generosidad? ¿Fomentamos la unidad entre los que nos rodean? ¿Y en la comunidad parroquial? ¿Procuramos darle vida? ¿Nos comprometemos o promovemos alguna actividad?

El evangelio de Mateo con la parábola del padre y los dos hijos, es provocativo, pero sigue en la misma tónica de los últimos domingos. Se quiere poner de manifiesto que el Reino de Dios acontece en el ámbito de la misericordia, por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la salvación. Una parábola nos pone en la pista de esta afirmación tan determinada, la de los dos hijos: uno dice que sí y después no va a trabajar a la viña; el otro dice que no, pero después recapacita sobre las palabras de su padre y va a trabajar.
Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso, recordando aquello de no basta decir ¡Señor, Señor! El acento, pues, se pone sobre el arrepentimiento, e incluso si la parábola se hubiera contado de otra manera, en la que el primero hubiera dicho que sí y hubiera ido a lo que el padre le pedía, no cambiarían mucho las cosas, ya que lo importante para Jesús es llevar a cabo lo que se nos ha pedido. Sabemos, no obstante, que los dos hijos corresponden a dos categorías de personas: las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe y en el fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no auténtica fe. Por eso, por ley de contrastes, la parábola está contada con toda intencionalidad y va dirigida, muy especialmente, contra los primeros.
El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado a la fe primeramente, se dejan llenar al final por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice que sí y después hace su propia voluntad, no la del padre. Los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia. El evangelio ha escogido dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas); pero no olvidemos que el marco de los oyentes también es explícito: los sacerdotes y ancianos, que dirigían al pueblo. Pero para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de convertirse.
Evangelio Mt 21,28-32
Recapacitar es convertirse
Recapacitó y fue.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." El le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.» Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
1 ¿Rito confrontado con conversión? Parece seguir la primera lectura de Ezequiel.
2 Los publícanos, gente odiada en Israel, hasta considerarse contaminados con su trato, y las prostitutas, la hez de la sociedad, se contraponen aquí a los fariseos, los puros, los que conocen la Ley, los que la "cumplen."
3 El hijo primero, que dice que "sí" y luego no cumple la voluntad de su padre, son los fariseos. Como conocedores de la Ley, eran los primeros que debían haber ingresado en el Reino. Teóricamente decían que "sí" para aceptar al Mesías cuando viniese, pero de hecho, ante Cristo-Mesías, dijeron que "no." Vieron las "señales" que Cristo hacía como garantía de su misión, pero no "supieron," culpablemente, discernirlas. Y de ellos dijo el mismo Jesucristo, caracterizando esta hipocresía religiosa: "Dicen y no hacen" (Mt 23:3).
4 El hijo segundo son otros hijos de Israel, los despreciados, los publícanos y las prostitutas, que, no ingresando en un principio en el reino, después, al saber la obra de Cristo, se convirtieron y creyeron.
5 Tenemos que examinar nuestra conciencia para ver si nos basta con “cumplir” (decir sí, voy), pero no poner en ello nuestro corazón, o, por el contrario, aunque digamos no, corregimos nuestro camino y nos metemos en el sendero que muestra el Señor, como dice el Salmo.
6 Una actitud meramente religiosa, puede no responder a lo que el Señor nos pide. ¡No sólo cumplas, implícate! Métete en la viña a trabajar
¿Sabemos hacer compatibles la piedad religiosa con el seguimiento del Evangelio? ¿Comprendemos la pregunta y la meditamos? ¿La comprende la jerarquía religiosa en su responsabilidad de evangelización?

LA ORACIÓN: Alabo, Señor, tu fidelidad y tu enseñanza del camino que debo seguir; te ruego que en ese camino sepa comprometer mi amor, mi corazón y mi pensamiento, convertido a la compasión que tu Hijo muestra con los necesitados. Te lo pedimos, Señor

Información relacionada.-
La solidaridad. Frases de Santa Teresa de Calcuta
La preocupación por los demás es el comienzo de la gran santidad. Si aprenden a pensar en los demás se parecerán siempre más a Cristo. Su corazón siempre pensó en las necesidades de los demás. Nuestra vocación, para que sea auténtica, debe estar llena de esta preocupación por los demás. Por eso Jesús pasó haciendo el bien. En Caná, María no hizo otra cosa que pensar en las necesidades de los demás y hacérselas conocer a Jesús. La sensibilidad de María y José fue tan grande que hizo de Nazaret la morada del Altísimo.
Debemos llegar al corazón de los demás. Para llegar al corazón, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, ya que el amor se demuestra en las obras. La gente se siente atraída más por lo que ve que por lo que escucha. Por lo tanto, no pierdan el tiempo en encuentros y reuniones. Si las personas nos quieren ayudar, entonces déjenlos que vengan y vean. La realidad es más atractiva que una idea abstracta. Traten de poner en los corazones de sus hijos el amor por el hogar. Inspírenles el deseo de estar con sus familias.
Sean fieles en las pequeñas cosas, porque en ellas radica nuestra fuerza. Para el buen Dios, nada es pequeño. Él es tan grande y nosotros tan pequeños, pero se rebaja y nos envía esas pequeñas ocasiones para darnos la posibilidad de demostrarle nuestro amor. Por el solo hecho de que provienen de Él, no son pequeñas sino muy grandes, infinitas. Por eso, sean fieles a los pequeños gestos de amor, para que en sus corazones crezca la santidad y se asemejen cada vez más a Cristo.
Rezo para que comprendan las palabras de Jesús: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Pregúntense a ustedes mismos: ¿Cómo me ha amado Jesús? ¿Amo a los demás con la misma intensidad? Si ese amor no está en nosotros, podemos matarnos trabajando, que ese trabajo será sólo eso: trabajo; pero no será amor. El trabajo sin amor es esclavitud.
(Texto tomado del libro Los Cinco Minutos de la Madre Teresa, Editorial Claretiana)

Otras consideraciones. –

Las conductas y respuestas humanas no han cambiado mucho a lo largo de la historia... de tal manera que en la carta que escribe Pablo a los cristianos de Filipo les manifiesta que están divididos en su comunidad y les pide que vivan unánimes “concordes en un mismo amor y en un mismo sentir”. ¿No nos ocurre a nosotros igual a pesar de los años pasados?
Le siguen otras consideraciones como consecuencia de la desunión en que viven y termina con el bello himno a Cristo, que debe ser su modelo de vida, que “no hizo alarde de su categoría de Dios... sino que pasó por uno de tantos”.
¿Sería esa actitud de los hermanos de la parábola la que tenían esas comunidades cristianas de filipenses, donde cada uno hacía y deshacía, guiados más por sus gustos que por su compromiso y coherencia cristiana?
Esta parábola se enmarca dentro de los acontecimientos que tuvieron lugar después de la entrada de Jesús en Jerusalén, de la expulsión de los vendedores del Templo y de la discusión sobre la autoridad de Jesús... por ello no dudan las autoridades de Israel en someterlo a las más diversas pruebas para cogerlo en alguna situación contradictoria.
“¿Con qué autoridad haces esas cosas? ¿Quién te dio esa potestad?” (Mt 21,23) le habían dicho a Jesús. Y Él salía airoso de sus preguntas haciéndoles a su vez otras preguntas, dejándoles en evidencia y proponiendo el ejemplo de unas parábolas sobre el sentido de su misión y predicación... entre ellas, ésta de los dos hijos y otras que escucharemos los próximos domingos.
Cuando Jesús les propuso esta parábola, tenía en mente la acritud del pueblo judío y la de todos aquellos que se tenían por buenos... pero sin olvidar a los que eran considerados oficialmente malos y pecadores.
Los judíos, bien sabemos, fueron los primeros en ser llamados por Dios, pero por su conducta infiel, por su resistencia a admitir al Mesías fueron rechazados a pesar de las promesas hechas por sus líderes. Y los gentiles se negaron desde el principio a admitir la invitación del Padre, que los llamaba cariñosamente... Reconocieron luego su culpa con arrepentimiento, mereciendo ser dignos de alcanzar la salvación.
Los sumos sacerdotes y ancianos respondieron claramente a la pregunta del Maestro en la parábola: “¿quién de los dos hijos, hizo lo que quería el padre?”: pues aquel que fue a trabajar a la viña a pesar de la negativa inicial.
Y para condenar la conducta de los judíos, Jesús no tuvo más que sacar las consecuencias que de esa contestación se seguía... pero con unas palabras que ellos no se esperaban: “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios...”
En definitiva el Maestro nos está advirtiendo que lo verdaderamente importante son las obras y no las buenas palabras. Ya lo había dicho en otras ocasiones: “No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21).
Y qué decir de este hermoso texto que nos advierte sobre el juicio final, en el que se nos dice que no se nos juzgará por nuestras buenas palabras sino por nuestras obras: “venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber...” y a otros los rechazará por no haber cumplido las obras de misericordia (Mt 25,31ss).
Es un consuelo saber que nuestra salvación depende de nosotros mismos. Es a nosotros a quien Cristo nos invita a que vayamos a trabajar a su viña, a que nos esforcemos por conquistar el Reino. Hay palabras y expresiones que pueden llenarnos la boca, pero ¿se reflejan en nuestro modo de vivir? Porque se trata de armonizar la vida con la fe.
Nuestra respuesta puede ser muy diversa, como las de los dos hijos de la parábola, pero debemos esforzarnos por responder con una conducta de hechos y no solo de buenas palabras. Es Jesús quien nos dice que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,9).


dominical anterioresDominical anterior