11/04/2021 Dominical La medida de nuestra fe es la medida de nuestra cercanía a Dios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA (11 abril 2021)
(He 4, 32 – 35; Sal 118, 2 – 4. 13 – 15. 22 - 24; 1 Jn 5, 1 – 6; Jn 20, 19 – 31)

La medida de nuestra fe es la medida de nuestra cercanía a Dios

• La Resurrección crea comunión de vida. La primera lectura está tomada de Hechos 4,23-35 que es uno de los famosos sumarios, es decir, una síntesis muy intencionada de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración. ¿Qué pretende? Ofrecer un ideal de la vida de la comunidad primitiva para proponerlo a su comunidad (quizá en Corinto, quizá en Éfeso) como modelo de la verdadera Iglesia de Jesucristo que nace de la Resurrección y del Espíritu.
Tener una sola alma y un sólo corazón, compartir todas las cosas para que no hubiera pobres en la comunidad es, sin duda, el reto de la Iglesia. ¿Es el idealismo de la comunidad de bienes? Algunos así lo han visto. Pero debemos considerar que se trata, más bien, de un desafío impresionante y, posiblemente, una crítica para el mal uso y el abuso de la propiedad privada que tanto se defiende en nuestro mundo como signo de libertad. Es una lección que se debe sacar como praxis de lo que significa para nuestro mundo la resurrección de Jesús. Eso, además, es lo que libera a los apóstoles para dedicarse a proclamar la Palabra de Dios como anuncio de Jesucristo resucitado.
En este sumario, el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección está, justamente, en el centro del texto, como cortando la pequeña narración de la comunidad de bienes y de la comunión en el pensamiento y en el alma. Eso significa que la resurrección era lo que impulsaba esos valores fundamentales de la identidad de la comunidad cristiana primitiva.
Primera lectura He 4, 32 – 35
Solidaridad, generosidad y fraternidad; ¿es nuestro camino cristiano?
Todos pensaban y sentían lo mismo
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
1 Compartir “lo nuestro” con los que necesitan de algo es un principio cristiano elemental que debemos considerar con continuidad en nuestra vida.
2 Si bien no se trata de “quedarnos sin nada”, porque aquella política inicial parece que no dio buen resultado, sí es necesario que sigamos un principio de austeridad y solidaridad, o, más bien, fraternidad.
3 Y no sólo con los bienes materiales, sino también con otros bienes que poseemos como nuestro tiempo libre, nuestra preocupación por otros, nuestra “llamadita telefónica”...
4 Estamos viendo como la sola labor de Caritas, con toda su eficacia, no es suficiente. Las Parroquias deberían ser comunidades vivas, preocupadas por que todos sus habitantes, católicos y no católicos, pudieran llevar una vida digna.
5 Nos hemos acostumbrado a la palabra solidaridad y hemos aparcado la fraternidad. Someto a vuestra consideración la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española de ambas palabras, ¿Conceptos? ¿Virtudes?
Solidaridad: Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
Fraternidad: Amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales.
6 Queda inaugurado el diálogo entre ambas líneas de conducta cristiana; ¿cuál es la verdaderamente cristiana?
7 Compartir la vida implicándose, sintiendo como propia la situación que afecta directamente a los otros. No es lo mismo que sentir lástima, la cual podría experimentarse aún desde una cierta lejanía. “Compasión” es “padecerse-con”, “sentir-con”; expresa solidaridad profunda en el sufrimiento o en la alegría, y también participación responsable en la acción que esa determinada situación requiere. Ver y sentir compasión reclama disponibilidad para asumir responsabilidad y compromisos.
¿Conocemos los necesitados que tenemos “a nuestro alcance”? ¿Lo fiamos todo a Cáritas con una contribución que poco nos cuesta? ¿En nuestro diario rezar, orar al Señor, nos cuestionamos nuestra solidaridad? ¿Nuestro grado de fraternidad? ¿Nuestra generosidad comparada con nuestra comodidad?

Los cristianos, apoyándonos con fe en esta piedra inquebrantable, somos piedras vivas que se integran en la construcción de la morada de Dios. La ciudad definitiva, levantada sobre el cuerpo del Señor Resucitado, no será destruida jamás porque en ella habita la gloria de Dios.
Sal 118, 2 – 4. 13 – 15. 22 - 24
La misericordia pasa siempre por el esfuerzo de arrancar algo de mí, para que sirva al crecimiento humano del otro.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos.
La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir,
viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Todos: pueblo, sacerdotes y fieles debemos reconocer la bondad del Señor su gran amor a todos nosotros, a toda la humanidad que Él amorosamente creó.
En el edificio de nuestra vida el Señor será la piedra angular, la fuerza que nos sostiene; tenerlo presente siempre es una necesidad, pues su guía es sabia y llena de misericordia.
No nos dejará morir, sino que en el momento preciso nos llevará a su presencia para culminación de nuestra salvación
Todos cantamos alegres, Señor, tu misericordia, porque la sentimos en nuestros corazones, porque eres un Dios de ternura, de gracia, de abundante misericordia y fidelidad. ¿No necesitaremos todos los cristianos revestirnos de entrañas de misericordia para alcanzar misericordia y ser capaces de entregarla en el tiempo y persona oportunos?
Canta tu misericordia tu pueblo elegido, Señor, el pueblo del que salió tu Hijo ejemplo de misericordia que la derramó a todos; cantan tu misericordia las sacerdotes que entregan su vida para proclamar tu bondad; todos tus fieles debemos de cantar esa misericordia que tenemos la misión de extender por el mundo, tan violento, tan falto de tu ternura, Señor
A ti recurrimos, Señor, cuando la tentación nos ataca, cuando aquellos que no creen en Ti quieren impedir por la fuerza cualquier atisbo de manifestación de tu misericordia. Bajo el Dios salvador, fuerza y canción para quien a él recurre, vivimos la seguridad y ausencia del miedo.
Porque solo Tú, Señor, eres nuestra fuerza, solo en Ti encontramos la energía necesaria para seguir el camino recto, el camino que me lleva a tu amor en mi prójimo, en la seguridad de que esa es la senda de la salvación
Y entonces nuestras casas, nuestras familias, verán tu rostro y su alegría será inmensa, no tendrá límites, se extenderá a los vecinos, todos sabrán que Tú eres la felicidad sin término.
Y así, con tu Hijo, nos convertiremos en piedras angulares del edificio de un mundo misericordioso, lleno de tu ternura y fidelidad, lleno de amor entre todos los seres humanos, con la inefable ayuda de tu apóstol al que apodaste Pedro y al que hiciste cabeza de tu Iglesia, piedra que servirá de solidez en la perseverancia, en la firmeza de la fe.
Porque nosotros, Señor, también tenemos que aprender y esforzarnos en ser piedra, en nuestras acciones, en nuestro pensamiento, en la construcción de nuestra casa y familia.
Con Él a nuestro lado nada hemos de temer, El es nuestro creador, Él lo ha hecho todo y esa es nuestra fe y nuestra esperanza
Y el Señor, actúa constantemente en nuestra vida; estemos atentos a su presencia permanente
¿Somos conscientes de que la palabra misericordia significa tener el corazón (cor) en la miseria (miseri) de los otros? ¿Qué es muy distinta de la lástima que se limita a darse cuenta de la pobreza del otro?

El amor vence al mundo. En la segunda lectura se plantea el tema de la fe como fuerza para cumplir los mandamientos y como impulso para vencer al mundo, es decir, su ignominia. Creer que Jesús es el Cristo no es algo que se pueda «saber» por aprendizaje, de memoria o por inteligencia. El autor nos está hablando de la fe como experiencia, y por ello, el creer es dejarse guiar por Jesucristo, que ha resucitado; dejarse llevar hacia un modo nuevo de vida, distinta de la que ofrece el mundo. Por eso se subraya el cumplir los mandamientos de Jesús.
Pero se ha de tener muy en cuenta que no se trata de una propuesta simplemente moralizante que se resuelve en los mandamientos. ¿Por qué? Porque el mandamiento principal del Jesús joánico es el amor; el amor, como Él nos ha amado. Esta es la victoria de la resurrección y la forma de poner de manifiesto de una vez por todas que la muerte es transformada en vida verdadera. El amor, pues, no es solamente el mandamiento principal del cristianismo, sino el corazón mismo que mueve las relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí.
Segunda lectura 1 Jn 5, 1 – 6
Los que creen en Cristo han alcanzado la verdad que es Dios
Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo
Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad
1 Juan ya nos había dicho (1 Jn 4, 20) que “el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.
2 Aquí invierte el razonamiento; no cabe duda de que el amor de Dios hacia nosotros y el amor que Él nos da hacia los demás son, a la postre, un único amor que se funde en Dios y en nuestros hermanos, y por eso es tan excelso y respetable, y nos llena de felicidad.
3 Los mandamientos son signos de libertad que nos llevan a ese amor mutuo y compartido. Agua, sangre y espíritu, tres aspectos complementarios de la experiencia cristiana, limpieza y vida nueva, sacrificio y fuerza que nos animan a la creatividad en la ayuda a los necesitados, son símbolos que caracterizan nuestra cristiana salvación.
4 Apliquémonos pues en seguir estas líneas.
¿Comprendemos esa venida de Jesús con agua, sangre y espíritu? ¿Agua símbolo de limpieza en nuestra acción cristiana? ¿Sangre de los mártires, del compartir? ¿Espíritu que nos da iniciativa y creatividad en la fe? ¿Distinguimos correctamente que una cosa es la religiosidad y otra cosa es la fe?

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
La figura de Tomás es solamente una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.
Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una imagen, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Evangelio Jn 20, 19 – 31
La fe es ante todo una experiencia. Es el encuentro, no con “algo”, sino con alguien
Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así también os envió yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
1 Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía.
2 La incredulidad de Tomás merece el reproche de Jesús. ¿Es nuestra incredulidad? La realidad del Jesús vivo entre nosotros hay que descubrirla y comunicarla en la comunidad, cuya vida y conducta se manifiesta en expresión de alegría y amor; una comunidad como la que refleja la primera lectura con puesta en común de los bienes, y una comunidad de amor, como la que expresa la lectura de la primera cara de Juan.
3 La paz que comunica Jesús es parte importante de nuestra fe: en Él encontraremos la paz necesaria para la felicidad de nuestras vidas y la fuerza para llevar esa paz (shalom) y felicidad a otros, porque, la resurrección del Señor representa, como dice el salmo: “el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
4 Habiendo resucitado en Domingo, Jesús convierte ese día, el primero de la semana para los judíos, en el día de la conmemoración. Y así, también se aparece a los discípulos en ese día.
5 Destaca el envío del Espíritu, pero, para no caer siempre en lo mismo, me gustaría destacar la capacidad de perdón; porque el perdón es el único remedio para las grandes tensiones que vivimos.
6 Pensemos en los asesinatos de la ETA y sus víctimas. El perdón penetra difícilmente en nuestro corazón, pero es un don maravilloso y la Iglesia debe considerarlo siempre como un bien muy preciado.
7 En otro aspecto, no se pretende que creamos en que Jesús resucitó porque Pedro lo soñó, o porque Juan opina que es así, sino porque unos lo han visto y dan testimonio de ello: las pruebas están... pero no en nuestras manos.
8 Si no es verdad que ellos vieron al Señor, entonces no es verdad que resucitó. Naturalmente, eso no significa que las escenas evangélicas de apariciones del Resucitado narren fotográficamente los hechos: esas escenas están narradas para suscitar la fe e interpretarla; las narraciones son literatura sagrada, hablan en el lenguaje cuidadosamente simbólico de la literatura sagrada: pero lo que esas escenas narran, en esencia, corresponde que lo recibamos como completamente literal: «hemos visto al Señor»
9 Nuestra fe cristiana se apoya precisamente en que otros han visto lo que sería legítimo que deseáramos ver... pero no veremos, en esta vida. Su testimonio es una palabra: «lo hemos visto»; lo recibimos con una palabra: «creo»; y recibimos de regalo una palabra: «Bienaventurado porque crees sin haber visto»
¿Vivimos la alegría del encuentro con Jesús, como él mismo había anunciado? ¿Cuáles son los fundamentos de mi fe? ¿Por qué creo? ¿Es mi fe una fe que no se apoya en argumentos racionales?

LA ORACIÓN: Te ruego, Señor, que aquella primera comunidad surgida a partir de la resurrección del Señor, sirva de modelo para nuestras comunidades cristianas, en las que todos puedan encontrar un testimonio acogedor, atractivo y creíble, de forma que esas comunidades puedan irse multiplicando por el mundo para mayor gloria tuya y felicidad de tus fieles, repartiendo tu amor con brazos abiertos a todos, aliviando las penalidades de los más necesitados y dando a conocer tu inmensa misericordia y tu poder de salvación que no me dejará morir, sino únicamente transitar hacia la final acogida eterna. Te lo pedimos, Señor

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Ver y creer (De Servicio de Atención Espiritual –Centro San Camilo- Tres Cantos, Madrid Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.. Domingo a domingo)
El «ver» y el «creer» son dos acciones fundamentales respecto a Cristo resucitado. La exigencia de Tomás tiene en Juan la función de crear las premisas para la enseñanza que Jesús dirigirá a toda la Iglesia (20, 29). Pero nos recuerda también que, frente a los no fáciles signos de la presencia de Dios en la historia, hay que saber atender y ponerse al acecho de ella sin rechazarla. Jesús se revela siempre, más pronto o más tarde, y a cada uno según su propia manera de ser. Para todos cabe la posibilidad de acercarse al misterio y a Cristo revelador, con tal que se abran y se muestren dispuestos.
Después de que la comunidad de discípulos ha alcanzado su fe en Cristo glorificado, cabe preguntarse cuál es el sentido que tiene la aparición de Jesús a Tomás y cuál es el elemento de novedad que añade respecto a las escenas anteriores. [...]
Este tema ha sido reelaborado por Juan con una intención teológica muy concreta: la de mostrar cómo Jesucristo resucitado conduce a los discípulos y a los futuros creyentes después de ellos a la madurez en la fe: creer sin ver, basándose únicamente en el anuncio de los primeros testigos.
Las palabras de Jesús [a Tomás] son una clara invitación a crecer en la fe superando la etapa de lo sensible para entrar en la visión de la fe. Es menester despojarse de lo superfluo y de la pretensión de ver para realizar una verdadera experiencia de Cristo glorioso. [...] Juan no nos dice si el apóstol respondió a la invitación del Maestro de tocarlo y de poner las manos en sus cicatrices.
Basta el encuentro con Jesús y su presencia para hacer que Tomás llegue a la profesión de fe, después de haber hecho un cambio radical en su vida, con estas palabras: ¡Señor mío y Dios mío! Estamos frente a una confesión de fe explícita y directa en la divinidad de Jesucristo, la más elevada de todo el evangelio. Efectivamente, el evangelio se había abierto con este solemne reconocimiento de la divinidad de Jesús (Jn 1, 1); ahora se cierra de la misma manera. Jesucristo ha sido el verdadero pedagogo que ha ido conduciendo a sus discípulos en el camino de la fe. [...]



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