11/07/2021 Dominical. Jesús requería que los discípulos se fijaran en su misión y no en su comodidad personal. La cuestión sigue vigente, no lo olvidemos

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO DÉCIMO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO (11 Julio)
(Am 7, 12 – 15; Sal 85, 9 – 14; Ef 1, 3 - 14; Mc 6, 7 - 13)

Jesús requería que los discípulos se fijaran en su misión y no en su comodidad personal. La cuestión sigue vigente, no lo olvidemos

La misión como vocación de ser discípulo. La palabra de Dios es el pan del profeta. La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de un texto biográfico que marca las diferencias en un libro que están muy preñado de visiones y revelaciones (7,10-17). La llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre de pueblo de Tecua en el reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino de norte, en el momento de mayor esplendor de Samaría, su capital, pero precisamente cuando más injusticias y tropelías podían constatarse. Porque la historia nos demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y dinero de unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados para decir y agorar lo que él quería.
Amós, sin embargo, no es un profeta de ese estilo; él ha sido llamado por Dios, le ha hecho abandonar sus campos y su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel (7,10-17), este campesino, bien cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no trabaja por ganar de comer, porque quien así lo hiciera revelaría un interés de falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra de Dios”. Incluso Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y anunciar allí ese pan de la palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan, con tal de anunciar la palabra de Dios.
Primera lectura Am 7, 12 – 15
El Señor nos ha encomendado la evangelización de nuestro entorno
Ve y profetiza a mi pueblo.
En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios, a Amós: «Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país.» Respondió Amós: «No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: 'Ve y profetiza a mi pueblo de Israel."»
1 Amós es un pastor de Judá al que Dios saca del cuidado de su rebaño y lo envía al reino del Norte, a Israel, donde denuncia las injusticias sociales, una religión que se contenta con los ritos externos y la idolatría.
2 El cisma político y la división en dos reinos habían llevado consigo también el cisma religioso y se había construido el santuario de Betel, con sus sacerdotes y su culto. Un culto cuya solemnidad quiere legitimar una situación social profundamente injusta.
3 Y, claro, Amós tiene “lío” con la jerarquía religiosa oficial que pretende expulsarlo de Israel y mandarlo a “su casa” en Judá. Amós tiene clara su misión encomendada por el Señor.
¿Tenemos nosotros clara nuestra misión de evangelización? ¿La ejercemos con independencia y valentía?

Abre con el compromiso del pueblo. Este compromiso está basado en la promesa de escuchar a Dios. Y esto también tiene una razón, pues no se escucha cualquier cosa. Ya se sabe, Dios habla de paz para su pueblo y para sus amigos. Al reconocerse temedor de Dios la Gloria habitará en la “tierra”. Se trata de una Gloria en el horizonte de la “verdad”, el “amor”, la “justicia” y la “paz”. Y más todavía, “y nuestra tierra su cosecha dará”.
Sal 85, 9 – 14
La Palabra del Señor nos habla en este Salmo de valores
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.
Te rogamos, Señor, que abras nuestros oídos a tu Palabra, y nuestra mente al seguimiento de tu voluntad, ya que, solamente así, seremos capaces de proclamar tu Reino en el que se cumplirá lo que con tanta belleza expone el salmo.
Tu Palabra acercará la salvación a todos los que estén dispuestos a escucharla, y en la misión de darla a conocer te rogamos que nos ayudes, que pongas tu Espíritu dentro de nosotros, de forma que nuestras palabras sean acertadas y lleguen al corazón de otras personas.
Justicia y paz será el resultado de la escucha. Consciencia de misericordia y fidelidad serán prueba de Tu presencia.
La salvación se hará presente de inmediato y nos acompañará hasta la culminación en tu presencia divina. Gracias, Señor, te alabamos por tu generosidad.
¿Estamos ciertos de que a la gloria divina le acompañan la justicia, la misericordia, la fidelidad, la paz? ¿Oramos con frecuencia para que el Señor nos conceda incluir en nuestra vida estas virtudes

Dios nos "mira" desde su Hijo. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad, lo que hoy nos toca leer de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o alabanza a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.
Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad, son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la mismo gloria de Dios en los tiempos finales.
¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.
Segunda lectura Ef 1, 3 – 14
Alegre respuesta a las bendiciones y la gracia que Dios nos prodiga
Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.
1 Difícil comentar esta pieza magistral de Pablo, por su profundidad y, al mismo tiempo, su claridad. Destaca el amor como base y fundamento de nuestra creación por Dios, y nuestra inseparable unión a Cristo, su Hijo.
2 Y nos crea también como hijos suyos, por todo lo cual no tenemos más alternativa que bendecir al Señor, alabarle y darle gracias, por su generosidad y su misericordia. Y Cristo, nuestro hermano, es el cumplimiento del plan de Dios, por el que fuimos rescatados, y a través de Él llegaremos al Padre.
3 La escucha de la Palabra, del “Evangelio que nos salva”, nos hace acreedores al Espíritu de Dios, “anticipo de nuestra herencia”, es decir, inicio de la salvación, que está completamente ligada a la creación.
4 La consciencia de la unión de salvación y creación nos permitirá unir lo religioso (idea de salvación eterna), en lo que parece a veces que a Dios sólo le interesa los que se relaciona con Él, con lo profano (idea de nuestra creación), que nos permite darnos cuenta de que lo que le interesa somos nosotros.
5 Por eso es tan apreciable la afirmación de Pablo de nuestra creación por amor.
¿Somos conscientes de la elección con la que el Señor nos distingue? ¿Seguimos “dejando” esa salvación para una vida eterna que empieza con la muerte?

El evangelismo itinerante. El evangelio de Marcos es una de esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Se ha dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los discípulos itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del judaísmo. Incluso se ha pensado que para entender estas condiciones se han tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II d. C. las enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo cuando todavía existía. La diferencia es que Jesús propone que se lleve bastón y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo de Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es que los discípulos cristianos no van a un lugar santo, sino que deben llevar un bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas sandalias para que no se destrocen los pies.
La peregrinación cristiana, pues, es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el mensaje de salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los elementos más negativos, probablemente, se han podido añadir después en el mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran rechazados por los círculos y comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido genuino de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y universal. Es verdad que nos encontramos ante lo que parece un programa de crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una especie de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y simpatizantes locales. No debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas palabras encontraron su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el reino de Dios que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y escatológicas de algunos grupos del cristianismo primitivo. ¿Siguen teniendo valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les dio: que el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de las cosas del mundo que no eran necesarias.
El mundo de los pobres, de los desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de vista en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no entender el reino de Dios a la manera en que los hombres entienden el poder del dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la lectura de un texto como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los “cínicos” en el mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la comparación. Los itinerantes del reino tienen otra identidad, sin duda. El radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de que el evangelio solamente puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible “desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar? Desde luego que sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar que hay personas que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de conciencia personal y de libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.
Construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre. El reino al que Jesús dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá de lo que las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que el “movimiento del reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo que Jesús predicó-, es algo semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en Séforis, la capital antes de su destrucción, más aún los que se consideraron de este “movimiento del reino”. Lo que sucede es que la historia social y antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender este evangelio de la “radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin duda, distintas corrientes y algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a rajatabla. Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie de la letra o de forma fundamentalista, todas las expresiones.
¿Enseña nuestro texto eso de “la felicidad por la libertad”? Desde luego que sí. Entonces algunos dirán que eso mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el cristianismo verdadero no se resuelve solamente desde esta ética radical del desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor, incluso a los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo que esto significa en el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos. Debemos ser libres de verdad de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a burlarse de las costumbres y los convencionalismos de los otros (como hacían los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y comunitaria, pero mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus debilidades.
Evangelio Mc 6, 7 – 13
Los discípulos pasan a una nueva etapa en su formación misionera
Los fue enviando.
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
1 Y, creados en su amor, el Señor nos envía a nosotros también a evangelizar, a proclamar su Reino, a llevar su alegría por doquier, convencidos de que la sobriedad será parte de nuestro testimonio, en la seguridad de que también seremos capaces de echar demonios y curar enfermos, sin espectacularidad, sin grandes aspavientos, sino con humildad y siempre llenos del Espíritu de Dios.
2 Claro que somos personas de poca fe y nuestra inseguridad será un lastre muy pesado. Pero recurramos al Señor, escuchemos su Palabra y practiquemos la oración: aparecerá la experiencia de fe, resplandecerá la esperanza y sabremos llevar la caridad, el amor, el ágape a los más necesitados.
3 Se trata de elegir un camino nuevo. Sin emprender ese nuevo camino, de nada servirán los arrepentimientos y los propósitos. Esto no lo entendemos bien hoy. El echar demonios y curar son los signos de la preocupación por los demás. El signo más claro de que ha llegado el Reino, es la ayuda a los demás.
4 La confianza de toda misión evangélica debe centrarse en Dios, no en los medios desplegados para conseguir la adhesión. Para ello no hay más remedio que prescindir de lo superfluo, y ni siquiera querer asegurar lo necesario.
¿Damos nosotros testimonio de austeridad, de sencillez, de inserción en la realidad, de respeto a la cultura y de atención a las necesidades del pueblo, o bien, nos quedamos criticando el célebre y reciente “casoplón”? ¿Tratamos, al mismo tiempo, de anunciar el reino de Dios? ¿Somos conscientes que ni la Palabra sin ejemplo, ni el ejemplo sin Palabra son suficientes?

LA ORACIÓN: Ilumina, Señor, a tu pueblo. Tú que eres luz para todos los hombres, acuérdate de los que viven aún en las tinieblas y abre los ojos de su mente para que te reconozcan a ti, único Dios verdadero. Te lo pedimos, Señor

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CUENTO DE ANTHONY DE MELLO: SEMBRADOR DE NOGALES
Un día caminaba por el campo, cuando vi a un hombre bastante anciano, que estaba cavando un pozo. Intrigado, me acerqué a él para preguntarle qué estaba haciendo. "A mí siempre me gustaron las nueces", me contestó. "Hoy llegaron a mis manos las nueces más exquisitas que probé en mi vida, así que decidí plantar una de ellas".
Me entristecí al pensar que ese pobre hombre, a tan avanzada edad, jamás llegaría a probar una de esas nueces. "Disculpe, amigo", le dije. "Para que un nogal dé frutos deben pasar muchísimos años, y dada su edad, es muy probable que cuando este arbolito de sus primeras nueces, usted ya haya muerto hace mucho. ¿No ha pensado que tal vez sería más provechoso para usted sembrar tomates, o melones o sandías, que le darán frutos que usted sí podrá saborear?".
El hombre me miró un instante en silencio, durante el cual, no supe si sentirme muy sagaz por mi observación o muy estúpido. Tras unos segundos que me parecieron horas, finalmente me contestó: "Toda mi vida me deleité saboreando nueces, cosechadas de árboles cuyos sembradores probablemente jamás llegaron a probar. Cuando de nueces se trata, no le corresponde a quien siembra el ver los frutos. Por eso, como yo pude comer nueces gracias a personas generosas que pensaron en mí al plantarlas, yo también planto hoy mi nogal, sin preocuparme de si veré o no sus frutos. Sé que estas nueces no serán para mí, pero tal vez tus hijos o mis nietos las saborearán algún día."
Y entonces me sentí muy pequeñito y egoísta por pensar sólo en mí. Desde ese día, me dediqué a plantar nogales.
Así es la labor del misionero. Nosotros sembramos, pero no nos corresponde ver los frutos. Claro, si sembramos sandías o tomates, obviamente pronto veremos los frutos, pero si nuestra siembra es profunda y sincera, estaremos sembrando nueces. No esperemos ver los resultados de nuestra labor misionera, porque si así lo hacemos, es probable que nos frustremos al no verlos. Si nuestro accionar es verdadero y está fundado en Cristo, quedará dentro de los corazones de la gente, y cuando Dios quiera, lo hará brotar y convertirse en frutos abundantes.
No hay que desanimarse si en algún momento parece que es inútil lo que estamos haciendo porque parece que alguien no nos escucha, o no le importa lo que hacemos, o no acuden a las celebraciones la cantidad de gente que esperaríamos. Que sea suficiente el saber que estamos dando lo mejor de nosotros, haciendo nuestro mejor esfuerzo. No nos corresponde a nosotros ver los frutos de la misión. Nosotros tan solo sembramos. Otros regarán, y será Dios, a su tiempo, quien cosechará.



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