21/11/2021 Dominical Pensemos en el Reino de Dios, no como una organización política (con un rey), sino como el contenido del mensaje de Jesús.

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO TRIGÉSIMO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO (21 de Noviembre)
(Dn 7, 13 - 14; Sal 93, 1 – 2. 5; Ap 1, 5 - 8; Jn 18, 33b – 37)

Es el último domingo del Tiempo ordinario. El domingo que viene empieza el Adviento
La Iglesia celebra la festividad de Jesucristo Rey del Universo

Pensemos en el Reino de Dios, no como una organización política (con un rey), sino como el contenido del mensaje de Jesús.

La verdad del Reinado de Dios. La festividad de Cristo Rey cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra historia a Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios, que no es un estado, sino una situación en la que los hombres deben aprender a vivir en solidaridad.
El reino eterno no es de los hombres. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se le confía el destino del mundo. La visión es muy particular: por una parte, se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega a Dios a una figura misteriosa, como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio que permanezca eternamente, porque los imperios de la tierra no son humanos, aunque pretendan ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de injusticia. El sueño, la visión no es otra cosa de lo que deseamos todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión), pues de lo contrario no será eterno.
Sabemos que la tradición cristiana, después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a Jesucristo. Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras, que representaban los imperios de este mundo. Ya sabemos que esos imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante es saber que un día el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre, ha ganado para siempre un reino de justicia y de hermandad. No usará el poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino para liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.
Primera lectura Dn 7, 13-14
El hijo del hombre tiene autoridad sobre la tierra, dirá Jesús.
Su dominio es eterno y no pasa.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, nacio¬nes y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Preciosa profecía y descripción divina de Daniel, usada en algunos textos del Nuevo Testamento, incluso por Jesús en su comparecencia ante el sumo sacerdote cuando era juzgado (Mt 26, 64).
Sacerdote, profeta y rey, títulos que hemos heredado y que tenemos que ejercer responsablemente, embarcados en ese Reino de Dios que “no tendrá fin”. Pero, rey como transmisor de un mensaje divino; reyes como mensajeros de la Palabra del Señor
Para los judíos ese hijo del hombre representa al pueblo de Israel. Jesús transforma el concepto para indicar que Él es el Hombre nacido de Dios en la eternidad, Dios de Dios, como dice el credo Niceno-Constantinopolitano: “Creo en un solo Señor, Jesucristo Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”
¿Comprendemos que Daniel se refiere aquí al pueblo de Israel? (Ver Dn 7, 27).
¿Podemos asimilar la interpretación que Jesús (Mt 26, 64) le otorga para señalar su origen divino?

El tema central de este himno se vuelve a encontrar en un grupo de salmos cultuales, denominados habitualmente “Himnos a la realeza del Señor”. Todos estos poemas proclaman al Señor como Rey universal, destacando los diversos motivos en que se funda su realeza.
Salmo 93, 1-2.5
Más potente que el oleaje de la mar, más potente en el cielo es el Señor: su Palabra está firme y no vacila
El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad, el Señor,
vestido y ceñido de poder.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.
Acepto Señor de corazón tu reinado sobre la tierra y los cielos, porque sé que es un reinado de justicia y de paz, de verdad y de igualdad, que nos llena de alegría y felicidad y que nos acompañará aquí en la tierra y para toda la desconocida eternidad en tu presencia divina. ¿Qué más puedo pedir? ¡Gracias, Señor!
1ab El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder.
Nadie puede aceptar a Cristo vestido de majestad, si previamente no lo ha reconocido vestido de humildad, de humillación y de sufrimiento. No un sufrimiento diferente al tuyo, sino en tu propio sufrimiento.
El salmista celebra la realeza activa de Dios, es decir, su acción eficaz y salvífica, creadora del mundo y redentora del hombre. El Señor no es un emperador impasible, relegado en su cielo lejano, sino que está presente en medio de su pueblo como Salvador poderoso y grande en el amor.
Quizá nos preguntemos por qué usó esta palabra: ceñido. Ceñirse significa las obras: uno se ciñe cuando va a trabajar. ¿Por qué el Señor quiso ceñirse tales cosas? Cuando uno se ciñe se pone algo delante con lo que se ciñe. Por eso leemos en el Evangelio que Jesús se ciñó una toalla y lavó los pies de sus discípulos. Ciñéndose con un paño, lavó los pies de sus discípulos. Toda su fortaleza se mostró en la humildad, puesto que la soberbia es algo frágil. Al hablar de la fortaleza, añadió “se ciñó”, para que recuerdes que Dios estaba ceñido de humildad cuando lavó los pies a sus discípulos.
Pedro se llenó de espanto, se estremeció al ver a su Señor, a su Maestro inclinado de rodillas a sus pies para lavárselos. Por eso, espantado le dijo: Señor, no me lavarás a mí los pies. Y Jesús le contestó: Lo que yo hago tú no lo comprendes ahora; lo comprenderás más tarde. Y pedro le replicó: ¡Tú no me lavarás los pies jamás! Y Jesús: Si no te dejas lavarlos, no tienes nada que ver conmigo. Pedro, tras aquel aspaviento, al ver al Señor lavarle sus pies, se asustó más todavía, al oír: No tendrás nada que ver conmigo, y creyó que lo realizaba por alguna razón; que no lo habría hecho si no se encubriese en ello algún misterio, y, entonces le respondió: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Y Jesús le contesta: El que se ha lavado una vez, no necesita lavarse de nuevo, pues está ya limpio del todo. No se refería Jesús al sacramento de la purificación, por haberles lavado los pies, sino como a un ejemplo de humildad. Ya le había dicho: Lo que estoy haciendo, no lo entiendes ahora; lo entenderás después. Veamos si lo entendieron después; veamos si él les aclaró lo que les hizo y así veremos al Señor ceñido de fortaleza, porque en la humildad se encuentra toda la fortaleza.
Después de lavarles los pies, se volvió a sentar, y les dijo: Me llamáis Señor y Maestro, y decís bien, pues lo soy. Si, pues, yo soy vuestro Señor y Maestro, y os he lavado los pies, ¿cómo os deberéis portar entre vosotros? Si, pues, en la humildad está la fortaleza, no tengáis miedo a los soberbios. Los humildes son como la piedra: la piedra está por debajo, pero es sólida. Y los soberbios ¿qué? Son como el humo: están por arriba, pero se esfuman. Debemos, pues, fijarnos en la humildad del Señor, que se ciñó, como nos recuerda el Evangelio. Se ciñó para lavar los pies a sus discípulos.
Hay algo más que en esta palabra podemos entender. Dijimos que el que se ciñe se pone algo delante para adaptárselo ciñéndolo. A veces, los que nos critican, lo hacen en nuestra ausencia, a nuestras espaldas, y otras veces nos lo hacen a la cara, como lo hicieron con el Señor pendiente de la cruz: Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz.
“Cuando alguien te injuria estando ausente, no necesitas fortaleza, porque no le oyes ni lo sientes; pero si se te injuria a la cara, necesitas ser fuerte. ¿Qué significa que seas fuerte? Que debes soportar la ofensa. No creas ser fuerte, cuando oyes un ultraje, y le respondes con un puñetazo al ultrajador, como vencedor de la ofensa. No está la fortaleza en herir al ultrajador, porque entonces eres tú el vencido por la ira. Y el colmo de la idiotez es llamar fuerte al vencido, siendo así que dice la Escritura: Mejor es el que vence la ira, que el que conquista una ciudad. Dijo que era mejor el vencedor de la ira, que el conquistador de una ciudad. Tienes, pues, un gran adversario dentro de ti mismo. Cuando al oír un ultraje comience a despertase en ti la ira, para devolver mal por mal, recuerda las palabras del Apóstol: No devolváis mal por mal, ni injuria por injuria. Recordando estas palabras, quebrantarás la ira y tendrás la fortaleza. Y si alguien te ofendió a la cara, no a tus espaldas, te has ceñido de fortaleza”. (Papa Francisco)
¿Dónde está el poder y dónde la autoridad? El ejercicio del poder aplasta al otro; el ejercicio de la autoridad lo hace crecer. ¿Nos ceñimos de poder o de autoridad? ¿Nos ceñimos de soberbia o de humildad? ¿Es difícil la humildad? ¿Es difícil la reacción moderada ante un problema de entidad? ¿Y ante un problema pequeño?

1c Pues ha afianzado el orbe de la tierra, y no se moverá.
El Señor reina, vestido de majestad; el Señor vestido y ceñido de poder. Vemos que se ha vestido de dos formas: de majestad y de fortaleza. ¿Para qué? Para fundar la tierra. Así continúa el salmo: Pues ha afianzado el orbe de la tierra, y no se moverá. ¿Cómo la afianzó? Vistiéndose de majestad. No la habría afianzado si sólo se hubiera vestido de majestad, y no también de fortaleza.
Sabéis, hermanos, que al venir nuestro Señor Jesucristo en la carne, y predicar el Evangelio del reino, a unos les agradaba y a otros les disgustaba. Se dividió el parecer de los judíos. Unos decían: Es un hombre de bien; y otros decían: No, porque embauca a las multitudes. Unos hablaban bien de él, otros, en cambio le difamaban, le criticaban, le injuriaban. Por tanto se vistió de majestad para aquellos a quienes agradaba; y para sus detractores, se vistió de fortaleza y poder.
Imita tú también a tu Señor, para que puedas ser su túnica; ponte bien vestido para quienes les agraden tus buenas obras; y sé fuerte frente a tus detractores. Cuando lo posee todo, es hermoso; cuando nada tiene, es fuerte. No es, pues, de extrañar que prosiga: Porque afianzó el orbe de la tierra, que no se conmoverá. ¿De qué modo el orbe de la tierra no se conmoverá? Creyendo todos los fieles en Cristo, y hallándose preparados para ambas situaciones: a alegrarse con los que alaban, y a ser fuertes frente a los criticones; no languidecer por las alabanzas, ni abatirse con los reproches.
¿Qué es la fortaleza? Una de la virtudes cardinales; esta palabra viene del latín “cardo” que significa “quicio”; con la prudencia, la templanza y la justicia forman las virtudes cardinales en torno a las cuales gira toda la vida moral de la persona.
La virtud de la fortaleza nos hace capaces de vencer el temor a los males, reales o imaginarios, que nos amenazan, incluso el de la muerte, y nos da ánimos para arrostrar las pruebas de la vida y las persecuciones por seguir el camino del bien o por fidelidad a Dios

2 Tu trono está firme desde siempre, pues tú eres Señor eterno.
¿Y qué es desde siempre? Es como si dijera: ¿Cuál es el trono de Dios; dónde se asienta Dios? En sus santos. ¿Quieres ser trono de Dios? Prepara en tu corazón un lugar donde se asiente. ¿Cuál es el trono de Dios, sino el lugar donde Dios habita? ¿Y dónde habita Dios, sino en su templo? ¿Cuál es el templo de Dios? ¿Está construido con paredes? De ninguna manera. ¿Es acaso este mundo, ya que es lo bastante grande y digno para contener en él a Dios? No; no cabe en él quien lo ha hecho. ¿Y en dónde cabe Dios? En el alma que está en paz, en el alma del justo; en ella está. ¡Qué cosa admirable, hermanos! No hay duda de que Dios es grande: para los fuertes es de gran peso, pero es leve para los débiles. ¿A quiénes me refiero cuando digo fuertes? A los soberbios, que se apoyan en sus propias fuerzas. Porque la debilidad, ésa que reside en la humildad, es la mayor fortaleza. Fíjate en lo que dice el Apóstol: Cuando soy débil, entonces soy fuerte Esto es lo que recordé al hablaros de que el Señor se ciñó de fortaleza para enseñar la humildad. Luego ella es el trono de Dios, que lo expresa claramente un Profeta: ¿Sobre quién descansa mi Espíritu? Es decir: ¿Dónde descansa el Espíritu de Dios, sino en el trono de Dios? Mira cómo describe este trono. Quizá esperabas oír hablar de una casa de mármol, de amplios atrios y de gran magnitud, con luminosos artesonados, y situada en una alta cumbre. Escucha lo que Dios se ha preparado para él: Sobre quién reposará mi Espíritu? Sobre el humilde y el pacífico que teme mis palabras. ¿Eres humilde y pacífico? En ti habita Dios. Dios es excelso, pero no habitará en ti, si pretendes ser excelso. ¿Quieres ser elevado, para que habite en ti? Sé humilde y teme sus palabras, y entonces habitará. No teme la casa que se estremece, porque él la afianza.
¡Oh Dios!, tu trono está preparado desde siempre. Es decir, desde aquel tiempo. Pero ¿Cómo sigue? Para que no pensaras que comenzó a existir Cristo desde el momento en que nació, como comenzó Adán, como Abrahán, como David, dice: Antes del lucero matutino, yo te he engendrado. Antes de todo lo que se ilumina. Por el lucero matutino se encienden todas las estrellas, y por las estrellas las edades del mundo; y así descubres que Cristo existía antes de los tiempos; y, sin lugar a duda, el que nació antes de los tiempos, no puede ser que haya nacido en el tiempo, puesto que los tiempos son también criaturas de Dios.
Y efectivamente, si todas las cosas fueron hechas por él, también los tiempos fueron hechos por medio de él. Y así, aunque aquí haya dicho: Desde aquel tiempo, es decir, desde un cierto tiempo, desde la víspera del sábado, desde la edad sexta del mundo, cuando vino el Señor Jesucristo, y nació con un cuerpo humano, ya que se dignó hacerse hombre por nosotros; como Dios que era, no sólo existía antes de Abrahán, sino antes del cielo y de la tierra; él mismo dijo: Antes de que Abrahán existiera, yo soy; pero no sólo antes de Abrahán, sino antes de Adán, incluso antes de los ángeles, del cielo y de la tierra, porque todo fue creado por él; y para que tú no creyeras que existía desde el día de la natividad del Señor, cuando nació, añadió el salmista: Tu trono, ¡Oh Dios! está preparado. Pero ¿de qué dios se trata? Y tú eres eterno, existes desde la eternidad. No se piense en su nacimiento humano, sino en la eternidad divina. Comenzó como hombre en su nacimiento, y fue creciendo: lo habéis oído en el Evangelio. Eligió a sus discípulos, los colmó del Espíritu Santo; y comenzaron a predicar como discípulos.
¿Somos conscientes de la eternidad de Dios? ¿Nos da miedo su trono? ¿Quizá pensamos en una actitud de Dios dominante e inspectora, siempre “apuntando nuestras faltas”? Y Cristo, ¿creemos que está con el Padre también desde siempre?

5 a Nada hay más seguro que tu Palabra;
No se pertenece a este reino por la fuerza vencedora de las armas, sino por la aceptación libre de la Alianza y sus compromisos. El Rey de los judíos no se apoya en la fuerza de sus ejércitos porque Él pertenece a lo de arriba, no a lo de abajo. Su reino consiste en dar testimonio de la verdad: el amor que Dios tiene al hombre y la libertad a que le llama. Jesús testifica ese gran amor en el trono de la cruz. El Rey de los judíos, el germen, el vástago de David, pastor modelo, se ocupa de las ovejas maltratadas. Estas pueden adquirir la libertad, saber el amor de Dios si escuchan la voz de su Rey, si aceptan el nuevo orden de fraternidad y de amor testificado por Jesús.
≤≤La Palabra de Dios, es la roca sobre la que construir la vida
La Palabra de Dios es firme. La Palabra de Dios, en efecto, está firme en los cielos, sobre ella –que siempre persiste- el Señor fijó la tierra. Cielo y tierra pasarán, pero la Palabra de Dios no pasará.
La Palabra de Dios es la verdadera realidad
La Palabra de Dios es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. “Esto quiere decir que toda la creación está pensada para crear el lugar del encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor al amor divino, un lugar donde se desarrolle la historia de amor entre Dios y su criatura”.
La Palabra de Dios es el hallazgo definitivo. Por todo ello, la actitud de la criatura, la actitud del hombre es buscar la Palabra de Dios, que no es solamente un fenómeno literario, no es solo la lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras humanas.
La Palabra de Dios es perenne, es universal. No conoce confines. Entrando en la Palabra de Dios, entramos realmente en el universo divino, en el universo de la Verdad, de la Belleza, de la Vida, del Amor.
La Palabra de Dios es el anuncio de Evangelio
La Palabra de Dios es la Palabra de la Vida para siempre y para todos. “Tu Palabra, Señor, me da vida. Confío en Ti, Señor. Tu Palabra es eterna. En ella esperaré”.≥≥ (Benedicto XVI)

5bc tu casa es el lugar de la santidad, Señor, día tras día y para siempre.
“Para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispos, sacerdotes o religiosos, no. ¡Todos estamos llamados a volvernos santos! Tantas veces estamos tentados en pensar que la santidad está reservada solamente a aquellos que tienen la posibilidad de separarse de los quehaceres ordinarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar los ojos y hacer cara de estampita. ¡No, no es aquella la santidad! La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.
Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a volvernos santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el cual se encuentra.
¿Pero tú eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio.
¿Eres casado? Sé santo amando y cuidando de tu marido o de tu esposa, como ha hecho Cristo con la Iglesia.
¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo y ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos. “Pero, padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contador, siempre con los números...ahí no se puede ser santo”. “¡Sí, se puede! Allí, donde tú trabajas, tú puedes convertirte en santo. Dios te da la gracia de convertirte en santo, Dios se comunica contigo”.
Siempre y en todo lugar se puede ser santo, es decir, abrirse a esta gracia que trabaja dentro de nosotros y nos lleva a la santidad.
¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos o nietos a conocer y seguir a Jesús. Y se necesita tanta paciencia para esto, para ser un buen padre, un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, se necesita tanta paciencia, y en esta paciencia llega la santidad: ejercitando la paciencia.
¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros.
He aquí: cada estado de vida conduce a la santidad, ¡siempre! En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento y con el estado de vida que tú tienes, ha sido abierto el camino hacia la santidad. No os desaniméis de ir por este camino. Es justamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que nos pide el Señor es que estemos comunión con Él y al servicio de los hermanos.
En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco de examen de conciencia – ahora podemos hacerlo, cada uno responde en silencio a sí mismo, dentro de sí mismo, en silencio: ¿cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad? ¿Tengo ganas de ser un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Éste es el camino hacia la santidad. Cuando el Señor nos invita a convertirnos en santos, no nos llama a algo pesado, triste...¡Todo lo contrario! Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor para las personas que nos rodean.
Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado bello, a partir de las pequeñas cosas de cada día.
Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra una vecina, comienzan a hablar y luego...llegan las habladurías. Y esta señora dice: “no, yo no hablaré mal de nadie”. ¡Éste es un paso hacia la santidad! ¡Esto te ayuda a ser más santo!
Luego, en tu casa, tu hijo te pide hablar contigo de sus cosas fantasiosas: “Oh, estoy tan cansado hoy, he trabajado mucho”. Pero tú: ¡acomódate y escucha a tu hijo, que tiene necesidad! Te acomodas, lo escuchas con paciencia y... ¡éste es un paso hacia la santidad! Luego, termina el día, estamos todos cansados, pero ¿y la oración? ¡Hagamos la oración! ¡ése es un paso hacia la santidad!
Tantos pasos hacia la santidad, pequeñitos. Voy por la calle, veo un pobre, un necesitado, me detengo, le pregunto, le doy algo...Es un paso hacia la santidad.
¡Pequeñas cosas! Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso hacia la santidad nos hará mejores personas, libres del egoísmo y de la cerrazón en sí mismas, y abiertos a los hermanos y sus necesidades.” (Papa Francisco)

Jesucristo nos convoca al cielo. La segunda lectura, el Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del Señor, en la eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que aparece Jesucristo, el testigo fiel. Este es un texto litúrgico lleno de matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser alabado en un himno que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de Asia, y las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha abierto un camino nuevo en este mundo en el que el mal parece “reinar” con una cierta soberanía. Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y termina el alfabeto griego), porque en Jesús ha comenzado una historia nueva y en El se consumará nuestra historia.
No deberíamos olvidar, a pesar de lo que se cree comúnmente, que las descripciones de Ap descubren algo que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha escrito para hablar de Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo de aquél que ha puesto el amor por encima del poder y la política de la época. Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí mismo y de las cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo esperanza en su vuelta, en el triunfo definitivo de Dios. ¿Con que garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús. En este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se presenta al vidente y el vidente a sus lectores: los cristianos que sufren en este mundo y en esta historia. Estas con las claves de la lectura del Apocalipsis y de este hermoso texto de la liturgia de hoy. Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos cristológicos como rosario de cuentas de zafiro es para afirmar el triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra vida y nuestra muerte.
Segunda lectura Ap 1, 5-8
“Alfa y Omega”; el Señor abre y cierra la vida del cristiano: es “su” todo en su Palabra
El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»
La escritura apocalíptica domina estas dos últimas semanas anteriores al Adviento, preparando ya nuestro espíritu para la llegada del Señor.
Hay que desterrar la asimilación de Apocalipsis a catástrofe. El libro del Apocalipsis en la Revelación de Dios, y en él Juan trata de dar respuesta a la constante pregunta: ¿Cómo es posible que el Salvador no haya dado al mundo la justicia y la paz y que veamos tanto mal y sufrimiento? “Echémosle” alegría y esperanza.
El saludo inicial de Juan “a lo Pablo” se dirige a lo que el libro llama “las siete iglesias”, a las que posteriormente mandará mensajes particulares. Los atributos de Jesús son muy descriptivos y, si los meditamos, pueden engrandecer nuestro corazón y animar nuestro espíritu tratando de imitar, humildemente, su grandeza.
Testimonio y fidelidad son indispensables para ejercer de cristiano por el mundo. La resurrección con Cristo está, también aquí, asegurada. Nuestro destino de sacerdotes y reyes ya lo adelantamos en la primera lectura. “Yo soy el que soy”, le decía Yahvé a Moisés desde la zarza ardiente (Ex 3, 14).
Ver a Cristo, ver al Padre, el cristiano ha de verlos, siempre que esté atento a sus señales. Así pues, no tenemos excusa posible para no dar a Dios “la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.
¿Ponemos nuestra vida en secuencia de la Palabra del Señor?
¿Encamina Él nuestras acciones?
¿Lo vemos en nuestra vida, o “lo dejamos en las nubes?

La verdad del reinado de Jesús. El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.
El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo anecdótico. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta. En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e inhumanas.
Al final de toda esta escena, el verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios. Esto ha sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería ser o lo que fue históricamente (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.
Jesús aparece como dueño y señor de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la muerte. La acusación contra Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado. Este no es como los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre. Sólo cuando los hombres no quieren escuchar la verdad se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es la verdad sale raudo de su presencia para que poder justificar su condena posterior. Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.
Evangelio Jn 18, 33b - 37
Jesús es rey, pero no como lo retratan los judíos
Tú lo dices: soy rey.
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: « ¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: « ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» Pilato replicó: « ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: «Mi realeza no es de este mundo. Si yo fuera rey como los de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de aquí.» Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
Este pasaje es parte de un texto más amplio, y relata el proceso de Jesús ante el Gobernador. Después de una noche de interrogatorios, de golpes, desprecios y traiciones, Jesús es entregado al poder romano y condenado a muerte, pero precisamente en esta muerte, Él se revela Rey y Señor.
Hay traducciones en las que Jesús dice “mi reino no es de este mundo”. Entiendo mejor esta traducción de la Biblia latino-americana que nos habla de la realeza de Jesús, porque siempre hemos (bueno, yo al menos) creído en ese Reino que Jesús nos trae: “Convertíos porque el Reino de los Cielos está ahora cerca” (Mt 4, 17).
En ese Reino pretendo estar ahora, Reino que, por supuesto, culminará en la muerte y resurrección con Cristo, pero en una eternidad que empieza aquí y ahora.
¿Comprendemos que estamos en un reino no competitivo, sin afán territorial, pero sí con necesidad vital de extender justicia, amor, igualdad...? ¿Un reino que tenemos que extender a los más pobres? ¿Nos damos cuenta de que la comunidad o familia de Dios es como la levadura que actúa ya en el mundo? ¿Tratamos de ser “trabajadores” de ese reino?

ORACIÓN: Dios, Padre nuestro, que quieres que en nuestra vida nos veamos libres de toda esclavitud y que luchemos para liberar a los oprimidos, haciendo así presente tu Reino entre nosotros, te pedimos que guíes nuestros pasos para que construyamos un mundo en el que todos vivamos como hermanos, como auténticos hijos tuyos, en paz, en justicia y en libertad. Por Jesucristo nuestro Señor (Servicio Koinonia)

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"YO SOY" Y "SOY REY" QUIEREN DECIR LO MISMO Fray Marcos

Jn 18, 33-37
Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el por qué motivo se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia y sin tener en cuenta su poder y sus directrices.
Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata sólo de un cambio de lenguaje. Se trata de una superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante demasiados siglos. El cambio es radical y debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos, desde los monaguillos a los cardenales.
El contexto del evangelio que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad.
¿Qué significa un Reino, que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano no es fácil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos.
Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero sólo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.
No se trata de morir por defender una doctrina teórica. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la última referencia para todo el que quiera llegar a manifestar en su vida la verdadera calidad humana.
Poco después del párrafo que hemos leído, Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no sólo es el modelo de hombre, sino que exige a sus seguidores que demuestren con su vida, que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: “soy rey”, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes porque todos están al servicio de todos.
Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas como una traición (el único rey de Israel es Dios); pero al final tienen que ceder. El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Tenía la responsabilidad de que hubiera orden en las relaciones sociales. Les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia, etc. A lo largo del AT, se va espiritualizando esa idea del rey, llegándose a identificar con la del Mesías.
Sólo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él le da, es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios muy distinto; un Reino del que nadie va a quedar excluido, y del que forman parte las prostitu­tas, los pecadores, los marginados. También los gentiles están llamados, pero muchos judíos se quedarán fuera. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos.
Hay otros datos que pueden darnos luz. Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de “el Reino de Dios”. Jesús nunca se propuso él mismo como objeto de su predicación. Es un error confundir el “reino de Dios” con el reino de Jesús. La encíclica dice: “a Cristo le compete en sentido propio y estricto, como hombre, el título de Rey”.
La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está dentro de vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita y le ayudo a superar su situación de angustia, hago presente a Dios y su Reino.
¿Es éste el sentido que le damos a la fiesta? Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos de Jesús, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña que le pusieron los soldados. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Dios y sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio. El Dios de Jesús es el “Abba”, padre y madre que cuida de nosotros entregándonos todo lo que Él es en cada instante. Ni se impone ni nos gobierna ni nos domina. Es esta realidad la que tenemos que descubrir y hacer presente en nuestra vida.
Hace unos domingos nos decía Jesús que el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria, ¿no será una manera de justificar nuestro afán de poder y de estar por encima de los demás? Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa y nos quedamos tan anchos.

Meditación-contemplación
Dijo Jesús: yo he venido para ser testigo de la verdad.
Está hablando de la verdad ontológica.
No se refiere a verdades doctrinales o científicas.
Está hablando de la autenticidad de su ser,
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Ser verdadero es lo contrario de ser falso.
Falso es todo aquello que aparenta ser una cosa
y en realidad es lo opuesto.
Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo.
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Lo que los demás ven en mí,
¿es lo que soy en lo hondo del mi ser?
El objetivo de tu vida, es descubrir tu verdadero ser
y manifestarlo en todo momento.
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Fray Marcos



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