28/11/2021 Dominical. Iniciamos un nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, la preparación para la venida y manifestación de Jesús.

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO (ciclo C) (28 de Noviembre)
(Jr 33, 14 - 16; Sal 25, 4 – 5. 8 – 10. 14; 1 Ts 3, 12 – 4, 2; Lc 21, 25 – 28. 34 - 36)

Iniciamos un nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, la preparación para la venida y manifestación de Jesús.
Es el tiempo de la esperanza, del deseo, algo que se celebra y algo que se vive.
Algo que prepara también reuniones familiares que debemos revestir de ternura y darles la tónica de esa esperanza, en un mundo en el que muchas familias sufren el paro, la separación y la necesidad.
Es también tiempo de ayuda a los necesitados, para que puedan celebrar la venida del Señor con alegría.
Ya sabemos: tenemos que ser LUZ. La vela nos invita a despertar, a iniciar el camino por el lugar correcto, a abandonar lo que nos impide prepararnos para la venida de Jesús.
El inicio litúrgico se inclina por el género apocalíptico porque el Adviento conjuga los planos del «vendrá» y el «ya vino» para ayudarnos a encontrar en el presente, en el Niño que «viene», a aquel que, aunque trascendente y escondido, ha querido permanecer para siempre Dios-con-nosotros.
¿Significa algo para nosotros el tiempo de Adviento? ¿O pensamos solamente en el calendario que nos acerca a los compromisos navideños? ¿Somos capaces de “esparcir” a nuestro alrededor el verdadero significado del tiempo que viene? ¿De lo que conmemoramos en ese tiempo?
En estos momentos de luces, de consumo, de esperas sin esperar porque todo es inmediato, de fiestas y regalos, la venida del Señor queda un poco ofuscada.
¿Qué luz quieres encender y qué quieres alumbrar con esa luz? Va a depender mucho de tu experiencia humana y, también, de la imagen de Dios que tengas.
¿Quieres seguir diciendo que el Niño Jesús va a nacer en Belén porque nos quiere traer la salvación?, o ¿Quieres mostrar que eres tú quien hace realidad esa transformación de la sociedad propuesta por Jesús, el Señor?, ¿Ponemos una luz de color en el Portal de Belén de nuestra casa, o nos acercamos a la otra persona para darle la mano? Está en ti, y en mí.
Es posible que en este momento de crisis y marcadas diferencias, el calor de un corazón compasivo pueda ser energía alternativa de una nueva luz. ¿No es, realmente, una alternativa, más cercana a la experiencia de los primeros cristianos?

¿Quién fue Jeremías? Un profeta que vivió antes del exilio a Babilonia, que anunció la destrucción de Israel, denunció las falsas seguridades: el Templo, la Ley, los falsos profetas; proclamó la fuerza de la Palabra de Dios y anunció la nueva Alianza escrita en los corazones.
A este último anuncio pertenece la primera lectura de hoy, que “da pistas” de la futura venida de Jesús. Después del destierro y antes de la reconstrucción de Jerusalén, el pueblo necesita ser alentado en sus esperanzas y, después del fracaso de la monarquía, el pueblo pondría su confianza en el rey que aún tenía que venir, en el rey ideal que le había sido prometido, en el Mesías que había de nacer de la estirpe de David. Un rey, que ya proclamamos el domingo anterior como garante de justicia y paz, no de estructura monárquica, no como una organización política, sino como el mensaje de Jesús, “nuestra justicia”
El Señor es nuestra justicia. Forma parte esta hermosa lectura de los oráculos de salvación del profeta, oráculos que presentan al pueblo la restauración, oráculos de esperanza. Todos estos epígrafes encuentran su equivalencia en esos oráculos que proponían la restauración del reino del Norte, Israel y también para Judá. Quizá no responden a una etapa demasiado concreta de su vida de profeta “quemado” por la palabra de Dios. Pero un profeta no sería verdadero si además de anunciar el “juicio” no se atreviera también con la salvación y la restauración. Jeremías, asimismo, tenía alma y sensibilidad para ello. Un profeta perseguido como él siempre se atreve a ver más allá de lo que los demás ven o experimentan. Es un oráculo que se repite en su obra como podemos cotejar en Jr 23,5-6. El profeta juega con el nombre nuevo que ha de llevar el descendiente de David: “Señor, justicia nuestra”, de la misma manera que Isaías 7,14 le pondrá, simbólicamente, al descendente de Acaz, “Dios con nosotros”, y ya sabemos la trascendencia que ese nombre ha tenido para la teología mesiánica cristiana. Los nombres significan mucho en la Biblia y si son simbólicos con más razón.
El exhorto del profeta Jeremías reza así: el Señor es nuestra justicia. No es un título, sino el proyecto y el compromiso del Dios de la Alianza, con Israel y con todos los pueblos. Ese es el Dios que se encarna, el que hace justicia. Que es más que dar a cada uno lo que le pertenece. Esa idea de justicia (sdq) es algo pobre para el Dios de Jesucristo. Significa mucho más: Dios levanta al oprimido; hace valer al que no vale, porque a Él todos los seres humanos le importan como hijos; hace abajarse al que se ha levantado hasta las nubes sin valer, apoyándose en un poder que no le pertenece. Ese proyecto y ese compromiso divino, sin embargo, no se impone por la fuerza, como hacen los poderosos de este mundo con sus estrategias, sino que se nos llama en el Adviento a considerarlo como una espera y esperanza para convertirnos a El. Así podemos precisar el primer paso del Adviento: la conversión al Dios de una justicia prodigiosa. Y la conversión es mucho más que hacer penitencia; es un cambio de mentalidad, un cambio de rumbo en nuestra existencia, un cambio de valores. Porque cuando se cambian los valores de nuestra vida, transformamos nuestra forma de ser, de vivir y de actuar
Primera lectura Jr 33, 14 – 16
La nueva Alianza empieza a asomar
Suscitaré a David un vástago legítimo.
Mirad que llegan días – dice el Señor -, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: «Señor -nuestra- justicia».
1. En este capítulo Jeremías nos habla de las PROMESAS DE RESTAURACIÓN, de la restauración de la ciudad de Jerusalén al regreso del exilio babilónico.
2 Dios quiere contraponer la situación trágica y desesperada actual y el futuro esplendoroso que espera a la ciudad derruida. Ahora las casas y los palacios están destruidos. Pero estas ruinas no son definitivas, ya que después llegará la hora de la reconstrucción
3. Suspiramos actualmente por la justicia y el derecho en nuestro mundo. ¿Es que no hemos recibido a Jesús y su Evangelio? Pues el Padre ya “ha suscitado un vástago legítimo”.
4. Pero ya sabemos aquello de que “vino a su casa y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11).
5. Esperemos saber prepararnos en este Adviento para recibir a Jesús en la verdad de nuestro corazón, con incidencia en nuestra conducta cristiana.
¿Qué hay de esta profecía? ¿Se puede saber si la justicia y el derecho han florecido alguna vez en la tierra? ¿En qué tiempo? ¿En qué ciudad? ¿Los ejercemos nosotros con los que nos rodean? ¿Es que aún no ha venido el Mesías?

Hay dos caminos por los cuales el hombre se puede dirigir en el día de hoy: el camino de Dios, o su propio camino. Dios nos da la opción de elegir. Todos nosotros podemos transitar por el camino que hayamos elegido. Pero en el libro de Proverbios, capítulo 14, versículo 12, leemos: "Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte". ¡Qué gran experiencia es poder recurrir a Dios y pedirle que nos muestre el camino por el que deberíamos ir!... y si queremos más claridad podemos leer el Salmo 1.
Salmo 25, 4 – 5. 8 – 10. 14
Los que confiemos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación
A ti, Señor, levanto mi alma.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
El Señor es bueno y recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad,
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
Alabemos al Señor y roguémosle que nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. ¿Nos da nuestra conciencia buena nota en ese seguir el camino del Señor? ¿Somos conscientes de cuál es? ¿Podemos citar alguna de sus claves?
Quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. ¿Confiamos de verdad en el Señor? Entonces, ¿por qué escondemos muchas veces nuestra alegría?
Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. ¡Ah, claro, el amor es una clave importante... pero, ¿se lo tenemos a los que nos rodean? ¿Y a otros que lo necesitan? ... y no por miedo al infierno...
Dios, por medio de Jesús, su Hijo, nos ha manifestado el Camino de Salvación. Quienes nos dirigimos a la posesión definitiva de Dios, a la perfección en Él, no tenemos más camino que el mismo Cristo. Así de claro, pero ¡ojo!, que no tiene flechas amarillas como el Camino de Santiago.
Abrir ante Él no sólo nuestros oídos, sino nuestro corazón, nos ha de llevar a tener la misma actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica. ¿Mantenemos “conversación” con María? ¿Le llegan alguna de nuestras oraciones? O bien, ¿solamente le pedimos?
Sólo entonces la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios. ¡Ah, dices el Espíritu! ¿Le damos el debido alojamiento en nuestro corazón, manteniéndonos atentos a sus impulsos de alegría, caridad, paz, generosidad, fidelidad...?
Quien en verdad acepta en su interior la Salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo, debe manifestarse como una persona renovada en el bien. Sólo así tendrá sentido creer en Cristo. ¡Persona renovada en el bien! ¿Te apetece meditar estas palabras y su significado en ti?
¡Gracias, Señor, por esta Palabra que me enseña los valores que debo de practicar para acoger a tu Hijo, y para dar testimonio a los más humildes! ¿Leo con frecuencia la Palabra del Señor? ¿Considero su aplicación a mi vida diaria?
Gracias, también Señor, por esa Alianza que me ofreces; te ruego que me des fuerzas para proclamarla a todos los que me rodean. ¿Trato de ir “de tu brazo, Señor” en esa Alianza que tan generosa y constantemente me ofreces?

El amor mutuo es requerido a todos los cristianos. El amor es de Dios y cumple el evangelio y la ley. Necesitamos la influencia del Espíritu para nuestro crecimiento en gracia y la forma de obtenerla es la oración. No basta con permanecer en la fe del evangelio, pero hemos de abundar en la obra de fe. La regla por la cual debemos caminar y actuar todos es la de los mandamientos dados por el Señor Jesucristo. La santificación, que es la conversión bajo la influencia del Espíritu Santo y la atención a los deberes asignados, constituye la voluntad de Dios.
La dedicación a lo divino. Esta es una invocación de Pablo, urgido y urgiendo a la comunidad para preparase a la pronta “venida del Señor”. Hoy día no cabe duda que Pablo pensó ver este momento con sus ojos. Como la mayoría de los primeros cristianos pensaba que la “parusía”, la presencia efectiva del Señor resucitado estaba a punto de llegar. Después fue cambiando poco a poco esa mentalidad influida por un perfil apocalíptico por una visión histórica más concorde con la realidad de “transformar” el mundo y “transformarse” personalmente a imagen de Cristo, por medio del amor y de la muerte. Eso es lo que se infiere del final de esta invocación que habla de la “manifestación (parousía) de nuestro Señor Jesucristo”. Después Pablo llegaría a la conclusión personal de que esa experiencia de la manifestación había que vivirla personalmente en el momento de la muerte (cf 2Cor 4,7-15; Flp 3,7-11).
En todo caso ¿qué expone como punto práctico?: pues una disposición que hay que tener para el día del encuentro del Señor (también expresado en lenguaje apocalíptico): un amor más grande a todos los hombres, porque esa es la forma de progresar en la santidad. Muchas veces nos preguntamos qué es ser santo. Pues aquí encontramos una buena respuesta: es vivir amando siempre, cada vez más, sin excepción, como Dios mismo hace. Por eso se le define a Él como el Santo: porque no excluye a nadie de su amor. Sin duda que el Apóstol nos habla de algo inconmensurable, utópico: ¡cuando amemos a todos los hombres! Así es la respuesta, la conversión, al Dios de la justicia, al Dios de la encarnación, al Dios de la Navidad, para lo que nos prepara el Adviento. ¿Cómo podemos, pues, vivir dedicados a Dios? Amando a todos los hombres. Esa es la dedicación del cristiano a lo divino.
Segunda lectura 1 Ts 3, 12 – 4, 2
El amor lleva consigo la justicia, y ésta la paz
Que el Señor os fortalezca internamente, para cuando Jesús vuelva.
Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.
En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.
1 La primera carta de San Pablo a la comunidad de Tesalónica tiene el interés de ser probablemente el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, a lo largo del cual van saliendo los puntos fundamentales de la fe cristiana.
2 Así en el trozo de hoy el apóstol resalta el amor que se manifiesta en primer lugar dentro de la comunidad y luego se extiende a los demás.
3 Expone dos ideas, la de esperanza del retorno glorioso de Cristo y la de santidad fortalecida por la fe, que “justifican” la inclusión de esta lectura en el inicio del tiempo de Adviento que, además de prepararnos para la conmemoración de la primera venida del Señor, tiene un aspecto penitencial de preparación para la segunda venida del Señor.
4 Así, el final del capítulo 3 cierra una primera parte de esta carta, con esa preciosa oración de canto al amor en la intercesión del Padre, pidiendo al mismo tiempo el fortalecimiento para una comunidad recién fundada.
5 Es una oración que nos debe de llegar al corazón, evitando leer rutinariamente lo que vemos, sin una profundización cristiana que nos lleve al Señor; es, indudablemente “de aplicación directa”
6 Buenos consejos nos trae esta Palabra que Pablo dirige a los habitantes de Tesalónica. Esa fortaleza que les desea es también buena para nosotros, para recibir con corazón sano y lleno de amor al Jesús que llega, y aprender a agradar a Dios y ser capaces de enseñar el camino a otros.
¿Cómo mostramos nuestro amor a los demás? ¿Es un amor excesivamente
“selectivo”? ¿Aceptamos esa continua acción del Señor colmándonos de amor y permitiendo que ese amor fluya hacia los que tenemos o deberíamos de tener a nuestro “alcance”?

Se acerca nuestra liberación. Todos los años comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es presencia y es llegada. Es una presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. En el Primer Domingo de Adviento, "Ciclo C" del año litúrgico, que estará apoyado fundamentalmente en el evangelio de Lucas, se ofrece un mensaje lleno de fuerza, una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación. Esa es la clave de la lectura evangélica del día. No son los signos apocalípticos los que deben impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos, en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo.
Lucas también nos ha trasmitido el discurso apocalíptico en boca de Jesús a semejanza de lo que hace Mc 13. En Lucas comienza con una enseñanza que contrasta con la actitud de algunos que están mirando y contemplando la grandeza del templo (21,5ss). Los vv. 25-28 se centran en la famosa venida (parousía) del Hijo del hombre que ha de arrancar de los cristianos, ¡no pánico!, sino una actitud contraria: ¡levantar la cabeza, porque ese es el momento de la liberación! Digamos que esta última expresión es lo propia de Lucas ante las palabras que le ha suministrado la tradición apocalíptica sobre la llegada misteriosa del Hijo del hombre. Lucas es muy conciso sobre los signos extraordinarios que acompañarán ese momento. Pero no puede sustraerse totalmente a esos signos. Y especialmente significativo es en Lucas la actitud que se ha de tener ante todo eso: vigilad con la oración (v.36). Es lo propio de Lucas: la vigilancia que pide es teológica, la que mantiene abiertos los ojos del alma y de la vida. En la obra de Lucas, el talante de oración es la clave de las grandes decisiones de Jesús y de la comunidad. Y este momento que describe es clave en cada historia personal y de toda la humanidad. En definitiva, la llamada a la “vigilancia en la oración” responde muy bien a la visión cristológica del tercer evangelista: eso quiere decir que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor. No en vano Lucas se ha cuidado mucho de presentar a Jesús, en este caso sería el mismo Hijo del hombre, más como salvador de todos que como juez de todos.
A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los "agujeros negros" de nuestro universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos, porque eso se vive en la mismidad de ser humano. Lo apocalíptico, mensaje a veces deprimente, tiene la identidad de la profunda conmoción, pero no es más que la expresión de la situación desamparada del ser humano. Y sólo hay un camino para no caer en ese desamparo inhumano: vigilar, creer y esperar que del evangelio, del mensaje de Jesús, de su Dios y nuestro, nos viene la salvación, la redención, la liberación. Por eso, en la liturgia del Primer Domingo de Adviento se pide y se invoca a la libertad divina para que salga al encuentro del impulso desvalido de nuestra impotencia.
Con los sucesos que están teniendo lugar, puede parecer que estas señales apocalípticas que Lucas pone en labios de Jesús están ya sucediendo. Debemos, sin embargo, acogernos a las saludables recomendaciones que Jesús nos indica, apoyándonos siempre en nuestra fe para ser cabales en nuestro juicio de la situación y apoyar acciones que estén siempre amparadas en la justicia y la generosidad.
Evangelio Lc 21, 25 – 28. 34 – 36
Un mundo mejor siempre presente en nuestra esperanza... y en nuestro modo de actuar
Se acerca vuestra liberación.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»
1 Con el primer Domingo de Adviento, comenzamos el nuevo año litúrgico que es una puesta en escena de los acontecimientos que dieron lugar al cristianismo.
2 No tiene mayor importancia que Jesús haya nacido el 25 de diciembre o en cualquier otro día del año. Como tampoco la tiene que haya nacido en el año 1 ó en el año 5 antes de Cristo. Lo importante es descubrir que la esencia de nuestra religión tuvo su origen en la experiencia humana del hombre Jesús.
3 Empezamos con los cuatro domingos de Adviento, como preparación para celebrar el momento más importante de ese proceso que terminó en la religión cristiana, esa nueva manera de afrontar la vida siguiendo a Jesús, el Cristo.
4 La confianza, la esperanza, la paz, la ilusión es algo que este tiempo de Adviento nos anuncia y las tenemos que mantener aquí y ahora, a pesar de todas las apariencias. No debemos esperar que el mundo cambie para alcanzar la verdadera salvación.
5 Confiar, creer, es ya cambiar el mundo. Dios está viniendo siempre. Si el encuentro no se produce es porque estamos dormidos o, lo que es peor, con la atención puesta en otra parte.
6 La falta de salvación se debe a que nuestras expectativas van en una dirección equivocada. Esperamos actuaciones espectaculares por parte de Dios. Esperamos una salvación que se nos conceda como un salvoconducto, y eso no puede funcionar.
7 Pero siempre que hablo de esa salvación que empieza YA y culmina cuando pasamos al lado del Señor en nuestro nuevo cuerpo espiritual, alguien me pregunta: “Pero, ¿en qué notamos que estamos salvados?”. Siempre remito a San Pablo, su carta a los Gálatas (Ga 5, 22); allí encontramos las siguientes pistas: “el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley”.
8 El lenguaje apocalíptico de Jesús señala el final de un mundo como el que hacemos, unido al anuncio de un futuro mejor, es decir, en este estilo literario no se debe de atender a la literalidad de las palabras, sino a lo que significan.
9 La descripción de la venida del hijo del hombre, escueta pero grandiosa, está tomada de la parte también de estilo apocalíptico del libro de Daniel. Con Él nos llega la liberación, y en su venida debemos poner nuestra esperanza, sin dejarnos caer en las tentaciones que el mundo actual nos brinda en forma de atracción por el poder, el dinero o el prestigio.
10 La palabra y, con ella, la oración serán siempre el apoyo de nuestra vida cristiana, viviendo así YA la liberación anunciada.
11 En nosotros existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el sol, la luna y las estrellas”. Nuestras angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas, por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que solo podrán ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en el corazón del ser humano.
12 El mensaje de Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo afrontarlos. El discípulo de Jesús tiene las mismas causas de angustia que el no creyente; pero ser cristiano consiste en una actitud y en una reacción diferente: lo propio de la esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios liberador y que nos permite descubrir el paso de ese Dios en el drama de la historia. La actitud de vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo que viene” en las situaciones actuales, y a afrontarlas como proceso necesario de una liberación total que pasa por la cruz.
13 Por eso el Evangelio nos llama a “estar alerta”, a tener el corazón libre de los vicios y de los ídolos de la vida (la conversión), para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita las situaciones que vivimos en nuestro entorno. Nos llama a “estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre con una Esperanza viva, punto de encuentro entre las promesas de la fe y los signos precarios que hoy envuelven esas promesas. La esperanza es una memoria que tiende a olvidarse, se nutre con la oración, nos adhiere a las promesas de la fe y nos inspira, cada día, la búsqueda de sus huellas en las señales del tiempo. La Esperanza cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las promesas se verifiquen en nuestras vidas.
¿Leemos de vez en cuando Ga 5, 22, con el afán de reafirmarnos en los carismas que reflejan la vida del cristiano? ¿Tenemos un rato de oración diaria?

LA ORACIÓN: Muéstranos, Señor, tu misericordia y haz que durante este día caminemos en santidad, y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa. Te lo pedimos, Señor

La tentación de incluir la bendición irlandesa es más fuerte que el deseo de brevedad:
Bendición irlandesa
Que los caminos se abran a tu encuentro,
que el sol brille sobre tu rostro,
que la lluvia caiga suave sobre tus campos,
que el viento sople siempre a tu espalda.

Que guardes en tu corazón con gratitud
el recuerdo precioso
de las cosas buenas de la vida.

Que todo don de Dios crezca en ti
y te ayude a llevar la alegría
a los corazones de cuantos amas.

Que tus ojos reflejen un brillo de amistad,
gracioso y generoso como el sol,
que sale entre las nubes
y calienta la mar tranquila.

Que la fuerza de Dios te mantenga firme,
que los ojos de Dios te miren,
que los oídos de Dios te oigan,
que la Palabra de Dios te hable,
que la mano de Dios te proteja,
y que, hasta que volvamos a encontrarnos,
otro te tenga, y nos tenga a todos,
en la palma de su mano.



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