12/06/2022 Dominical Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu".

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (ciclo C) (12 Junio 2022)

Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu".

Los judíos esperaban del futuro mesiánico que colmara su ansia de eternidad. El sabio corrige esta esperanza: las realidades presentes tienen ese peso de eternidad, ya que son habitadas por la Sabiduría de Dios. Cuando venga el “Hijo del hombre”, nosotros sabremos lo que significa para la Sabiduría de Dios habitar las realidades del hombre y aprenderemos por qué caminos alcanza en ellos por la eternidad.
El sabio va a revelar el último secreto de la grandeza de la sabiduría, explicándonos su origen y la parte que tuvo en la creación de las cosas: fue engendrada por Dios en la eternidad, antes de la creación de las cosas, y tomó parte en la creación de las mismas como arquitecto que dirigió al Creador en su obra.
El sentido sería que la sabiduría constituye “como primicia”, la obra primera y singular de la actividad divina. Son los escondidos designios de Dios, que el hombre difícilmente puede penetrar, o las obras todopoderosas de Dios. El sabio presentaría la generación de la sabiduría allá en la eternidad algo así como un muy lejano y misteriosísimo preludio de la creación de las cosas. El “desde siempre”, desde entonces, mucho antes de la creación, “desde la eternidad”, como indica el paralelismo con el verso siguiente.
Primera lectura Pr 8, 22 – 31
Valorada como ser preexistente, la sabiduría se declara un don ofrecido al resto de las criaturas.
Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada.
Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar: y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.
Es un gozo observar en un hombre su sabiduría y conocimientos. Cuánto mayor es, entonces, encontrar en Dios sabiduría y conocimientos insuperables e infinitos.
La belleza del carácter de Dios es que cada uno de sus atributos se complementan entre sí: El infinito poder de Dios, su bondad, que motiva cada una de sus acciones, su gracia, común tanto para aquellos que no creen, como para los que creen, y su sabiduría infinita.
Cuando consideramos estos atributos juntos —la bondad de Dios, su sabiduría y su poder— sentimos un gran consuelo y fuerza, nos sentimos acompañados y protegidos, agraciados y fortalecidos.
La Biblia nos enseña que Dios es sabio, infinitamente sabio. Esta lectura de hoy trata a la Sabiduría como una persona, un hijo “que juega en la presencia del Padre”.
A lo largo de la Escritura, la Sabiduría va “encontrándose” en actividad salvadora en el mundo entero (Sab 7, 21) hasta llegar a Jesús al que Lucas llama “Sabiduría” (Lc 11, 49) o le aplica la misión propia de la Sabiduría (Lc 13, 34).
Nuestra confianza en ese Dios que “sabe cómo” hacer todo, es completa; nuestra experiencia de fe así lo atestigua.
Demos gracias al Señor por esa Sabiduría que pone a nuestro alcance, pidiéndole que nos enseñe a utilizarla adecuadamente como fuente de felicidad para los que nos rodean
¿Asociamos la sabiduría a la formación de nuestra conciencia cristiana? ¿Aceptamos y seguimos esta Sabiduría de Dios? ¿Aplicamos nuestra sabiduría a nuestra actividad espiritual?

El salmista contempla las maravillas de la creación: el cielo estrellado, el reflejo plateado de la luna, los animales al servicio del hombre, y las bocas de los tiernos infantes, que, pendientes de los pechos de sus madres, proclaman la grandeza y providencia del Creador. Es como un comentario poético a la obra de la creación narrada en Génesis. El ser humano es el representante de Dios en la obra de la creación. Todo ha sido creado al servicio del hombre, y éste al servicio de Dios, por estar hecho a “imagen y semejanza suya”.
El salmista, lejos de reconocer como divinidades a los astros y a la misteriosa transmisión de la vida, lo presenta todo como obra del único Dios del universo, que gobierna todas las cosas con “número, peso y medida.” El poeta, extasiado ante tanta grandeza cósmica, se admira de que el Creador omnipotente se preocupe de un ser tan insignificante como el ser humano. Sin embargo, éste es el rey de la creación por llevar el sello de lo divino en su alma.
Salmo 8, 4 – 9 (sección Salmos de biblialdia.com amplía meditación sobre este salmo)
El hombre es el representante de Dios en la obra de la creación.
Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
Te damos gracias, Señor, por esa Sabiduría que no te has guardado sólo para Ti, sino que la has extendido a un maravilloso universo, y en medio de ese universo has creado al hombre, con gloria y dignidad.
Te rogamos que sepamos usar de esos atributos y no los desperdiciemos, con angustias, discusiones y enfados vanos, falta de atención al hermano necesitado,...sino que sepamos usarlos con generosidad y eficacia para hacer más felices a todos los que nos rodean.
¿Encaminamos los descubrimientos de la ciencia a destacar aún más la grandeza y la generosidad de Dios? ¿No sería mejor sentir en nosotros el amor de la Creación? ¿Por qué tanta diferencia entre los seres humanos? ¿Hacemos algo para amortiguar esas tremendas diferencias, o solamente “las referimos” a las grandes fortunas?

El misterio de la Trinidad no es un objeto de curiosidad intelectual. Cuando Pablo habla de él, lo hace para comprender mejor la salvación del hombre. El Padre tiene la iniciativa de la salvación: invita a todos los hombres a compartir su vida y su amistad. Esta iniciativa toma cuerpo definitivo en la intervención histórica del Hijo, que siendo hombre nos asocia a su propia filiación y nos introduce en la familia del Padre. Y el Espíritu cumple su misión de derramar en los corazones el amor que procede del Padre y el amor con que al suyo responde el Hijo.
Segunda lectura Rm 5, 1 – 5
Excelente razonamiento para nuestra vida diaria: de la tribulación a la constancia, de ésta a la esperanza que no defrauda en el amor de Dios
A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu.
Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, la paciencia, nos hace madurar, y que la madurez aviva la esperanza la cual no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Inmejorable descripción de lo que es la experiencia de fe y de sus “consecuencias”.
Es la diferencia que Pablo establece siempre entre la Ley y el amor, entre un Dios que pide prácticas y señala normas para después premiar o castigar, y Aquél que “nos da un corazón nuevo y pone en nosotros un espíritu nuevo. Que quita de nuestra carne ese corazón de piedra y nos da un corazón de carne”. (Ez 36, 26).
Es nuestra verdadera conversión que renueva mentalidad y actitudes. Es la profunda experiencia del Espíritu en toda nuestra manera de ser y actuar.
Escucha y oración son básicas en este proceso.
Te rogamos, Señor, que seamos capaces de escuchar, meditar y proclamar tu Palabra, respondiendo así al amor que Tú nos has entregado.
¿Vemos la formulación trinitaria de Pablo: El amor de Dios - por medio de nuestro Señor Jesucristo - porque se nos ha dado el Espíritu? ¿Nos damos cuenta de la “definición secuencial de vida cristiana” que hace Pablo: Prueba – paciencia – maduración – esperanza – encuentro con el amor de Dios?

Juan está convencido de que la fe en Cristo no ha adquirido sus verdaderos perfiles, sino después de su ascensión al cielo. Pero en este momento, la fe nos permite alcanzar en el Maestro la misma persona del Hijo y, al mismo tiempo, nos abre a la acción del Espíritu, del que Juan gusta repetir que tiene como misión la de “llevarnos a la verdad plena”.
Evangelio Jn 16, 12 - 15
El Espíritu confirma y fortalece la fe de los discípulos a pesar de las circunstancias de crisis y persecución
Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»
El Señor nos pone a la escucha de su Espíritu que es el que nos guiará en nuestra vida cristiana, pondrá en nosotros sus dones, nos inspirará nuestras palabras cuando nuestro testimonio sea necesario para comunicar sus dones a otras personas, y nos llevará a la oración individual y comunitaria, de forma que la comunicación sea recíproca y nuestras acciones lleguen al Padre.
Dice el sacerdote José A. Pagola: “A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.” (Fe adulta)
Gracias, Señor, por tu Espíritu que mantiene e incrementa nuestra fe en tu Reino
¿Confiamos en ese Espíritu que Jesús nos anuncia que confirma y fortalece nuestra fe en cualquier circunstancia de nuestra vida?

LA ORACIÓN: Padre santo, a nosotros, que no sabemos pedir lo que nos conviene, dígnate darnos el Espíritu Santo, para que venga en ayuda de nuestra debilidad e interceda por nosotros según tú. Y Tú, Hijo de Dios, que pediste al Padre que diera a tu Iglesia el Defensor, haz que el Espíritu de la verdad esté siempre con nosotros. Te lo pedimos, Señor.

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Tertuliano y la Trinidad
Para hablar de lo inefable, para poder explicar de algún modo lo que no se puede explicar de ningún modo, los griegos han empleado la expresión: “una esencia, tres sustancias”
En la filosofía aristotélica, la sustancia es entendida como el sujeto del ser en sí mismo, la propia individualidad única e irrepetible. Una mesa, una silla, tú, yo, todos somos únicos y esa individualidad, concreta y singular, genuina, es la sustancia. No se basa en definiciones ni en datos objetivos – como la cantidad, el tiempo... a los que Aristóteles llama accidentes – sino que es el ser en su expresión más pura y simple. El ser.
Esa sustancia está compuesta de dos factores: la materia y la forma. Y es en lo segundo en lo que encontramos la esencia, que es lo que termina por definir a un ser u objeto; es así porque la materia, entendida bajo el prisma aristotélico, es incognoscible – esa materia como sustrato último de la realidad, después de infinitas divisiones, está vetado por los humanos, limitados en su percepción – y el factor que realmente que los define a todos bajo ninguna excepción – objetos y seres – es la esencia, esa forma que nos permite distinguir y clasificar.
En cambio San Agustín prefiere “una esencia, tres personas”. El término persona había sido acuñado por Tertuliano con este propósito.
Tertuliano, a principios del siglo III es el que responde creando toda una terminología en la que aparecen palabras que se convertirán en claves para la teología: Trinidad, sustancia y persona. Afirma que las tres personas divinas subsisten en la misma substancia pero que tienen tareas distintas: al Padre le corresponde la creación, al Hijo la Encarnación y al Espíritu la santificación. Unidad de Dios y Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu.
Quinto Septimio Florente Tertuliano a (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Es el primero en usar la palabra latina "trinitas". Con respecto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo nos dice: “La unidad en la trinidad dispone a los tres, dirigiéndose al padre y al hijo y al espíritu, pero los tres no tienen diferencia de estado ni de grado, ni de substancia ni de forma, ni de potestad ni de especie, pues son de una misma sustancia, y de un grado y de una potestad”
Para comprender a Dios, la teología ha puesto sus ojos en el hombre, y para comprender al hombre, la filosofía ha puesto sus ojos en Dios. En este camino de comprensiones, la tradición cristiana propuso el término “persona”, para acercarse al misterio trinitario y éste mismo fue retomado posteriormente por la filosofía para acercarse al misterio humano. Conociendo, por tanto, el origen del concepto, se podrá hacer una comprensión más global de la expresión.
El nacimiento del concepto “persona” en la época patrística (ISSN 0120-131X | Vol. 41 | No. 96 | Julio-Diciembre • 2014 | pp. 467-493 Cuestiones Teológicas | Medellín-Colombia)
Si se hace una arqueología del concepto, se descubre en la teología el uso del término persona. Siguiendo la reflexión de J. Ratzinger, podríamos hablar de dos estadios en la utilización del término:
❖ Desde la exégesis bíblica: En la antigüedad ya se había empleado una forma particular de interpretar los textos poéticos. Esta técnica se conoce como exégesis “prosopográfica”, en la cual se trataba de descubrir los roles, con formas de personas, creados por el autor de un poema o un escrito antiguo, como artificio literario para darle fuerza a la narración.
En la antigua dramaturgia griega el concepto había sido utilizado. El “prosopón” era la máscara que “escondía el rostro del actor y hacía resonar la voz fuertemente”. El término está compuesto por la raíz “pro” que significa “delante de” y “opos” que significa “faz, cara”.
En el griego clásico la palabra designaba a las máscaras que usaban en el teatro los actores; luego, por extensión, pasó a significar al actor mismo que la portaba y la apariencia física. En latín dio origen al término “personare”. Tanto en latín como en griego, el término pasó al ámbito filosófico por influencia del estoicismo, y luego al lenguaje jurídico para designar al ser humano en oposición a las cosas y los animales. Es el origen de las palabras “persona” y “personalidad” en español.
Los padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos utilizan la misma técnica de interpretación y descubren, en varios pasajes dela Biblia, la aparición de este fenómeno. Es así como Justino (100/114 – 164/168 aprox.), leyendo los relatos de la creación y algunos salmos, descubre el uso de roles o “prosopas”, en algunos pasajes, en los cuales Dios habla en plural, pero, como lo analiza Ratzinger (1976), propone que éstos son más que artificios literarios y manifiesta allí una existencia real del rol: “El recurso literario de hacer aparecer roles que con su diálogo vivifiquen la acción, descubre al teólogo aquél que juega aquí un verdadero rol, el logos, el prosopón, la persona de la palabra, que es algo más que rol, que es persona.”
❖ Desde las disputas trinitarias:
Para los primeros teólogos, la reflexión giraba en torno a Dios, su preocupación fundamental es defender la fe y edificar sus bases desde el discurso imperante e el medio en el que vivían. El lenguaje filosófico es un lenguaje necesario para los padres de la Iglesia y su urgencia consistía en la necesidad de justificar la fe en el Dios de Jesucristo con las categorías que tenían a mano. Si la fe cristiana hubiera seguido anclada al mundo judío, seguramente usaría la Torá como instrumento único de justificación y explicación, pero, por salir de las fronteras del judaísmo, los primeros cristianos se enfrentaron a un mundo hostil y diverso, no sólo por las costumbres sino en términos de pensamiento. Era necesario, por tanto, realizar una especie de purgación de dicho método para explicar la fe: la Torá ya no es suficiente para hablar de esta perspectiva, había que llevarla a estadios distintos, como el del discurso filosófico, eso sí, haciendo las debidas salvedades. En realidad, no fue un ejercicio novedoso para los cristianos porque ya en el siglo I, Filón de Alejandría trató de hacer una síntesis con la versión de los LXX. El mismo Tertuliano (Cartago, 155-220 aprox.) supo hacer del latín una lengua teológica, acuñando fórmulas cuyo valor es permanente (cfr. Ratzinger, 1976, p. 166). Pues bien, “de la teología, que es estudio sobre Dios, brota la antropología, estudio sobre la persona” (Díaz, 2001, p. 19)
Por su parte, Agustín (Hipona, 354-430) considera el término persona como un simple vocablo usado para decir qué es la Trinidad. Aun así, recoge en De Trinitate, su reflexión sobre el sentido teológico de persona., básicamente como relación, capacidad de apertura y diálogo. Lo propio entonces de la persona para Agustín es lo relacional y lo relativo que une al Padre con el Hijo y con el Espíritu Santo (cfr. Morgan, 2007). El diálogo es otro componente de la noción de persona en Agustín, tanto con el tú individual como con el Tú trascendente (Dios)
Así pues, en el contexto de los escritos patrísticos, el concepto entonces fue adquiriendo un nuevo sentido después de surgir como una respuesta a la necesidad del cristianismo de comprender y comprenderse dentro del contexto del pensamiento antiguo, descubriendo en la filosofía griega, con su terminología y esquemas, un camino acertado para expresar su fe. Es necesario también tener en cuenta otros términos que ayudaron a entender el alcance del concepto “persona”, pues en el transcurso de las disputas teológicas, su sentido más antiguo (prosopón= máscara) perdió valor y se identificó con el término griego hypostsis el cual fue traducido al latín directamente con el término substantia (cfr. Lucas, 1999, pag. 265) cuyo significado es “fundamento”, es decir, lo que es, lo que está directamente en oposición a las apariencias, y que se encuentra detrás de.o
“Cuando el dogma cristiano nos dice, por ejemplo, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen un solo Dios en tres personas distintas, tal vez se piense estar ante un lenguaje altamente científico, pero se olvida que los tres términos principales de la expresión – Padre, Hijo y Espíritu Santo – son tres figuras de lenguaje que apelan a la imaginación y al afecto” (“El dogma que libera”, Juan Luis Segundo, Sal Terrae)

Durante siete siglos los israelitas daban por supuesto que había muchos dioses, aunque para ellos solo contaba el que les sacó de Egipto. Por fin, entre los años 550 y 538 a. C., comprendieron que existe un único dios (Is 43, 19; 44, 6; 45, 5-6. 22), y el monoteísmo fue la gran aportación del judaísmo a la humanidad; de él la recibió primero el cristianismo y más tarde el Islam.

La Trinidad es la mejor comunidad
La revelación de Dios se completó en el Nuevo Testamento al mostrar que en el seno de ese único Dios existen “tres realidades”: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los concilios antiguos decían “tres personas”, pero es palabra hoy puede confundirnos, porque ha cambiado de sentido y, a diferencia de lo que ocurría entonces, hoy incluye la dimensión de subjetividad independiente (Luis Glez-Carvajal, “El camino hacia una vida lograda”)
Quien aplique a las tres “personas” divinas el concepto actual de persona estará afirmando tres dioses sin querer hacerlo. La fe cristiana explica que no son tres dioses, porque en Dios no existen tres voluntades, ni siquiera tres voluntades coincidentes, sino una sola voluntad
Pues bien, san Ignacio de Loyola nos invita a imaginar que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, conscientes de las ansias de infinitud de los seres humanos, y viéndoles enredados en el pecado y la muerte, se dijeron: “hagamos redempción del género humano”. Y pusieron manos a la obra.
El Padre actúa en el mundo con dos “manos”: El Espíritu Santo y el Hijo. El Espíritu Santo ya estaba presente desde el principio en el interior de cada ser humano (Rm 5,5; 8,9.11;1 Co 3, 16; 6, 19) y al llegar “la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4), el Hijo tomó carne humana en la persona de Jesús de Nazaret. No es posible mayor manifestación de Dios en el mundo: cuando Jesús habla, perdona o alienta es Dios quien habla, perdona o alienta. Sin embargo, el cuerpo humano de Jesús vela a Dios a la vez que lo revela, porque Dios no tiene cuerpo. ¡Sin dejar de ser Dios ha empezado a ser algo distinto de Dios!
Ireneo de Lyon (180): “El Padre lo ha creado todo gracias a sus dos manos que son el Hijo y el Espíritu. Dios lo puede todo: habiendo sido visto en otro tiempo por mediación del Espíritu según el modo profético (Antiguo Testamento), será visto de nuevo en el reino de los cielos según la paternidad, el Espíritu prepara de antemano al hombre para el Hijo de Dios, el Hijo la conduce al Padre y el Padre le da la incorruptibilidad y la vida eterna (Ireneo, Contra los herejes, IV, 20,5)
Así, en el Antiguo Testamento, el Espíritu hace hablar a los profetas que anuncian; en el Nuevo, Jesús mismo revela al Padre y hace de nosotros sus hijos adoptivos; en la vida bienaventurada, en fin, el hombre verá al Padre tal cual es.
Tertuliano es el primero que emplea la palabra “persona” a propósito de los tres nombres divinos, término que significaba, en origen, un personaje de teatro con su máscara.
Estas consideraciones nos permiten definir la identidad de los tres nombres divinos a partir de su papel en la historia y entender la naturaleza de la relación que estamos llamados a entablar con cada uno de ellos. Porque lo que se nos pide es que acojamos en nosotros el Espíritu Santo como huésped interior que viene a santificarnos; que nos abramos al Hijo, como humanos con un hermano mayor; que consideremos al Padre como quien nos ha adoptado como hijos: Supone a la vez la interioridad más profunda, la relación fraterna y la relación filial

Referencias bíblicas
Ga 4,6: Vosotros ahora sois hijos, y como sois hijos, Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre, ¡Abba!, o sea ¡Padre!
Jn 14, 26; 1 Co 2, 10; 2 Co 3, 17.



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