19/06/2022 Dominical ¿Se puede participar en la Eucaristía, oír la palabra de Dios, comulgar el cuerpo y la sangre del Señor y después ignorar al pobre y al oprimido?

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO DEL SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO (ciclo C) (19 Junio 2022)

¿Se puede participar en la Eucaristía, oír la palabra de Dios, comulgar el cuerpo y la sangre del Señor y después ignorar al pobre y al oprimido?

El valor de este texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista.
Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión.
El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.
Melquisedec no había recibido como Abrahán la Palabra de Dios, pero conocía al Dios que había llamado a Abrahán y reconoció a Abrahán. Aquellos a los que Dios llama nunca quedan aislados, sino que encuentran a otros amigos de Dios.
Abrahán dio el diezmo, pero salió confortado por haber escuchado de este extranjero palabras que confirmaban la palabra que él mismo había recibido.
Primera lectura Gn 14, 18 – 20
El Nuevo Testamento ve en este extraño personaje, que ofrece pan y vino, un anticipo de la figura de Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva alianza (Hb 5,6-10; 6,20).
Sacó pan y vino.
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y Abrahán le dio el diezmo de todo.
La ciudad de Jerusalén, su templo en Sión, su rey y sus sacerdotes tienen remotas y nobles raíces. Melquisedec, rey-sacerdote de Jerusalén tiene poder de bendecir al padre del pueblo de Israel. En correspondencia, Abrahán le pagará tributo.
Por primera vez en la Escritura aparece el pan y el vino, y única vez que aparece en todo el Antiguo Testamento. Por otra parte, Melquisedec es visto (Hb 7) como el rey de Salem, rey de paz y figura de Cristo.
Parece pues una prefiguración de la Eucaristía, con un sacerdocio distinto al levítico, de los pertenecientes a la tribu de Leví, encargados del “servicio del altar”, es decir, muy limitados al templo.
Melquisedec presenta otro tipo de sacerdocio, “sacerdote del Dios altísimo”, “Juró el Señor y no ha de retractarse: 'Tú eres para siempre sacerdote a la manera de Melquisedec”, dice el salmo que hoy leemos.
Figura ideal del cristiano actual dedicado a servir al Señor a partir, eso sí, de su altar, de la oración y la escucha, pero con esa dedicación centrada en el hermano.
¿Compartimos con generosidad lo que tenemos? ¿Comprendemos que el término "bendición" es muy importante en la literatura bíblica: proviene de Dios y su fin es unir al hombre con Él? Yo, la verdad, nunca lo había visto de esta manera tan hermosa. ¿Lo sabremos “aprovechar de ahora en adelante?

La fuerza fundamental que rige el destino de la humanidad, del mundo y de la historia es la victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre, para reunirnos con Él y asociarnos a su gloria eterna
Salmo 110, 1 – 4
Cristo es rey y sacerdote, pero rey de «justicia, de amor y de paz»
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Palabra del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocio, antes de la aurora. »
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente
«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»
Jesús usa este salmo mesiánico para ver que decían los fariseos sobre la naturaleza del Mesías, a lo que ellos prefieren no responder. (Mt 22, 42 – 43)
Jesús, como Redentor nuestro, aparece aquí como sacerdote, profeta y rey.
Te alabamos y te bendecimos, Señor, porque entronizas a tu Hijo a tu derecha en sitio preferente, rocío balsámico para la humanidad, sacerdote impecable, eterno, que ha sometido al mayor enemigo del hombre, el pecado, consiguiendo renovar la alianza de la humanidad con el Padre.
Te rogamos, Señor, que nos hagas dignos de esa alianza, aplicando tu amor a todas las criaturas.
¿Somos conscientes los fieles de que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercemos en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que nos corresponde? (LG 31).

Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue una cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante, lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.
¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para qué no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad?
Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible.
Es “memoria” de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.
Segunda lectura 1 Co 11, 23 - 26
Pablo sitúa la celebración eucarística entre dos horizontes, ambos referidos a Jesús. Uno histórico: «la noche que era entregado». Otro, futuro: «hasta que vuelva»
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la Muerte del Señor.
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
La Eucaristía que aquí relata Pablo se parece muy poco a nuestras actuales “Misas”. Existía una comunidad viva y la cena eucarística era el lazo de esa comunidad. El paso a una celebración, de carácter obligatorio, institucionalizada y formalizada en extremo es, al menos aparentemente, una pérdida del significado real de la celebración.
La tradición recibida aquí parece bien clara. Celebrar “la cena del Señor” no es solamente respetar las especies sacramentales; es también prestar atención a los hermanos, y cuidar muy particularmente ese signo del «Cuerpo de Cristo» que da o no da nuestra «asamblea».
La otra gran diferencia es conceptual porque el nombre que se da a la celebración “arrastra” su concepto, su fin: “ir a Misa” es muy distinto de asistir a la “cena del Señor”, a la "fracción del pan", a la “eucaristía” (acción de gracias), con el sentido de “ágape”, de ese amor esencial en la novedad del cristianismo, esa experiencia de amor que ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, ocuparse del otro con disposición a sacrificarse por el bien del ser amado (ver la Encíclica “Deus Caritas est”). Y ese amor es el que hace comunidad viva, cristiana, a la postre, Cuerpo de Cristo.
¿Somos “un solo Cuerpo” en Cristo? ¿Y también en la vida corriente, fuera de la misa?

Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas.
Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación.
Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males. E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto, la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.
Evangelio Lc 9, 11 – 17
Toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones tienen como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra
Comieron todos y se saciaron.
Jesús se dirigió a Betsaida con sus discípulos, para estar a solas con ellos. Pero la gente lo supo y partieron tras él. Jesús los acogió y se puso a hablarles del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado. El les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.) Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos.
La multiplicación de panes y peces aparece en los cuatro evangelios, en dos de ellos (Mt y Mc) por duplicado. La razón podría estar en la fuerza catequizadora que tiene esta lectura. En primer lugar, Jesús quiere retirarse a algún lugar aislado para estar a solas con sus discípulos: análisis de la misión, oración comunitaria, disfrute de la amistad.
Pero el gentío lo sigue y Jesús acoge a ese pueblo humilde, pobre, con unos impuestos desmesurados por parte de los políticos, como Herodes, y unos romanos dominadores que se llevaban buena parte de los recursos.
ACOGIDA es concepto importante siempre testimonial en Jesús, ejemplo a imitar. Una acogida que implica que la gente hasta se ha olvidado de comer por estar con Jesús. Los discípulos (¿nosotros?) no saben hacer frente a la situación; su fe no es madura y lo único que se les ocurre proponer es despachar a la gente.
¡Ah, la experiencia de fe! ¿Dónde la tenemos? ¿Son algo parecido a las quejas de los judíos en su camino por el desierto? La solución viene de nuevo del Padre: Jesús, toma los escasos panes y peces, ELEVA LOS OJOS AL CIELO, LOS BENDICE, y el Padre “hace el resto”. Este modo de hablar a las comunidades de los años 80 (y de todos los tiempos) hace pensar en la Eucaristía. Porque estas mismas palabras serán usadas ( y lo son todavía) en la celebración de la Cena del Señor (22, 19).
Lucas sugiere que la Eucaristía debe llevar a la multiplicación de los panes, que quiere decir compartir. Debe ayudar a los cristianos a preocuparse de las necesidades concretas del prójimo.
Es pan de vida que da valor y lleva al cristiano a afrontar los problemas de la gente de modo diverso, no desde afuera, sino desde dentro de la gente. Compartir, acompañar, compadecer... ser cristiano.
¿Somos conscientes de que toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones tienen como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra? ¿Somos capaces de colaborar en esta acción? ¿Cómo? ¿Vemos el milagro que genera el desprendimiento y la actitud de compartir?

LA ORACIÓN: Alabamos y bendecimos, Señor, tu Cuerpo Santo que ha transformado nuestra vida encaminándola hacia tu Reino, conscientes de que tu sacrificio en la Cruz es senda de salvación. Te rogamos que seamos conscientes del hecho de formar parte de ese Cuerpo de Cristo consagrado por el Padre, y capaces de proclamarlo y vivirlo con intensidad, voluntad y eficacia. Te lo pedimos, Señor.

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EL CUERPO DE CRISTO
Amigas, amigos en el cuerpo de Jesús:
Hoy es la fiesta del cuerpo. Celebremos el cuerpo, honremos al cuerpo bello, al cuerpo santo. ¿De qué cuerpo hablo? Hablo del Corpus, del Corpus Christi, del Cuerpo de Cristo, del amado cuerpo de Jesús.
Sí, pero ¿dónde está el cuerpo de Cristo? ¿Qué es, quién es? El cuerpo de Cristo está en todas partes, es todo. Tú eres, todos somos, todo es cuerpo de Cristo. El cuerpo de Jesús estaba formado por nuestros mismos átomos y elementos, y nosotros estamos formados por los mismos átomos y elementos de Jesús. Todos vivimos en la tierra, de la tierra; la tierra es, también ella, un cuerpo grande y maravilloso. Desde las partículas atómicas más pequeñas hasta las galaxias más grandes, el cosmos es un cuerpo inmenso y asombroso, todo él formado de cuerpos.
¿Y por qué no podremos decir que todo cuanto es, absolutamente todo, es cuerpo vivo de Dios? Todo cuanto es vive en Dios, y Dios vive en todo cuanto es, y lo hace vivir, como el aliento vital que vivifica cada organismo.
¿No estaré yendo demasiado lejos? ¿La fiesta del Corpus no es algo mucho más humilde y concreto, tan humilde y concreto como ese trocito de pan eucarístico que dentro de poco se nos ofrecerá del altar?
Sí, ese trocito de pan es el cuerpo de Cristo, Jesús mismo está en ese panecillo. Pero ¿cómo puede estar presente Jesús en un panecillo? ¡Cuántos debates y quebraderos de cabeza se han dado al respecto en la historia de la Iglesia! ¡Cuántas disputas y condenas sobre el modo como Cristo está o no está presente en el pan eucarístico!
La propia fiesta Corpus nació ligada a esa discusión. Sucedió en el siglo XIII. Se cuenta que, en la ciudad de Orvieto (Italia), un sacerdote albergaba graves dudas sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía; no lograba creer en la transubstanciación. Y cuenta la leyenda que un día, en el momento de la consagración, mientras alzaba la hostia lleno de dudas, el sacerdote dubitativo vio, pasmado, cómo unas gotas de sangre caían de la hostia sobre el mantel del altar. De modo que el pobre sacerdote reconoció la culpa de sus dudas. Y, justamente en recuerdo de tal suceso, el papa instituyó la fiesta del Corpus para toda la Iglesia; en la catedral de Orvieto se enseña todavía el supuesto mantel de aquel altar, con manchas de sangre.
Sinceramente, me resulta mucho más fácil creer en la presencia de Jesús en el pan de la Eucaristía que creer que aquellas manchas del mantel sean de sangre de Jesús. En cuanto a la “transustanciación”, ese concepto y otros similares me resultan extraños y muy ajenos, pero no los necesito en absoluto para creer que Jesús está presente en el panecillo eucarístico.
Es muy sencillo. “Esto es mi cuerpo”, nos dice Jesús tomando el pan en sus manos. Y no tenemos más que mirar y ver. Ese trocito de pan resume la historia entera del mundo: un granito de trigo germinó en la tierra, y la savia de la tierra y el agua y el aire y los rayos del sol se transformaron en tallo verde, en espiga dorada, y el agua y el fuego y el sudor de la frente de muchos hombres y mujeres lo transformaron en pan. Y el pan se transforma en cuerpo nuestro. ¿Cómo no se habrá de transformar, pues, en cuerpo de Jesús, cuando su memoria nos reúne?
Es muy sencillo. “Ésta es mi sangre, mi vida”, nos dice Jesús, tomando la copa de vino en sus manos. La historia del vino representa y reproduce la agridulce historia de la vida: después de un largo invierno, en los retorcidos troncos de la cepa brotaron unos tiernos retoños, y cielo y tierra se convirtieron en uva y vino para celebrar el amor y aliviar las penas. ¿Este vino de la vida cómo no se habrá de convertir, pues, en Jesús mismo, cuando nos reunimos a celebrar la vida? ¿Qué es Jesús sino la vida?
No se trata de creer en la presencia de Jesús por medio de un hecho milagroso. Se trata de mirarlo todo como cuerpo de Jesús, de respirar el aliento de Jesús en todas las cosas, de vivir cada día la buena noticia de Jesús.
Todos los cuerpos –sean sanos o enfermos, sea que nos parezcan bellos o feos –, todos ellos son cuerpo santo de Dios. Y cuanto más enfermos y heridos sean, tanto más son cuerpo de Jesús.
Cuenta una historia judía que había una vez un niño muy inteligente. Queriendo poner a prueba la inteligencia del niño, un rabino fue donde él y le dijo: "Te daré un florín si me dices dónde está Dios". Y el niño le respondió: "Yo te daré dos, si me dices dónde no está".
¿Dónde está Dios? Sobre todo, ¿dónde no está Dios? O dicho de otra forma: ¿Qué es lo que no es cuerpo de Dios? Esta hermosa fiesta del Corpus nos invita hoy a mirar el mundo como cuerpo de Dios, a celebrar su presencia.
Y no sólo a celebrar la presencia de Dios en todos los seres, sino a hacerla realidad, a dar cuerpo a Dios en la vida. El Corpus nos invita no solamente a creer en la presencia real de Jesús en el pan y el vino de la eucaristía, sino a cuidar la presencia más real aún de Jesús en todos los cuerpos.
San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, decía a sus oyentes cristianos:
“¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? Pues bien, no toleres que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras fuera le dejáis que desnudo se muera frío. El que ha dicho: ‘Esto es mi cuerpo’..., ha dicho también: ‘Me habéis visto pasar hambre y no me disteis de comer’, y ‘Lo que no hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco lo hicisteis conmigo.’
El cuerpo de Cristo que está sobre el altar no necesita manteles, mientras que el que está fuera necesita mucho cuidado... ¿De qué le aprovecha a Cristo tener su mesa cubierta de vasos de oro, mientras él mismo muere de hambre en la persona de los pobres?".
No puede haber, pues, mejor día para celebrar el día de Cáritas que la fiesta del Corpus Christi, y así lo hacemos. ¡Enhorabuena a toda la Red de Cáritas, a las innumerables personas que a través de ella socorren a los pobres, a los incontables voluntarios que en ella trabajan por la más verdadera causa de Dios, de su cuerpo más verdadero! Dar de comer al hambriento es cuidar y honrar el cuerpo de Jesús, es celebrar la verdadera Eucaristía. A todos ellos, a todas ellas, ¡muchas gracias en nombre del cuerpo de Jesús!
José Arregi Fe adulta



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