04/12/2022 Dominical La esperanza cristiana no es espera pasiva del futuro

 

Dominical: El punto de vista de un laico
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V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO (ciclo A) (04 de Diciembre 2022)
(Is 11, 1 – 10; Sal 72, 2 - 17; Rm 15, 4 – 9; Mt 3, 1 - 12)

Iniciado ya el tiempo de Adviento, dos personajes importantes nos salen al encuentro en la liturgia de este segundo domingo. De un lado Isaías y de otro Juan el Bautista. Cada uno nos ofrece un mensaje diferente pero complementario. En el primero descubrimos una llamada a la esperanza, en el segundo una invitación a la conversión. En un mundo desgarrado por la guerra, el odio y la violencia, hoy más que nunca es necesario volver el corazón a Dios. Un Dios que a pesar de todo sigue creyendo en el ser humano, aunque nosotros demos continuamente muestras de nos olvidamos de Él.

La esperanza cristiana no es espera pasiva del futuro

“Este poema forma parte de los que se citan a menudo para expresar la esperanza, o las ilusiones, de una paz universal. Se sabe que Jesús puso en tela de juicio las promesas de paz al mundo, ya se trate de la unidad de las familias o de la suerte que les espera a los testigos de la fe (Mt 10, 34). Eso no quita para que la paz sea el fruto normal de la obediencia a la Palabra de Dios; al estar el hombre ligado a la naturaleza y al universo por miles de lazos muchos de los cuales están todavía por descubrirse, la paz que resulta del conocimiento de Dios irradia sobre toda la naturaleza. La verdadera ecología sólo puede realizarse a ese precio” (Biblia Latinoamericana de formadores)
Primera lectura Isaías 11,1-10
Este espíritu de los profetas, con paz y justicia, es el que invadirá al futuro Mesías
Juzgará a los pobres con justicia
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y discernimiento, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Dios y para temerlo. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastoreará. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
En la preciosa lectura de Isaías, el profeta nos abre a la paz y a la justicia esa esperanza del Adviento; ¿cómo?, pues anunciándonos nada menos que la venida del Salvador, alguien con el mismísimo Espíritu de Dios “espíritu de sabiduría y discernimiento, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Dios y para temerlo”.
No debemos temer con este temor, porque, como dice el Salmo 147, “se complace el Señor en los que le temen, en los que esperan en su amor”, es decir, que el temor de Dios es la esperanza en su amor, es, en definitiva, tomarlo en cuenta en todo lo que hacemos. En la implantación de esa paz y esa justicia nos dice que ese brote del tronco de Jesé, “no juzgará por las apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los humildes”
Parece escrito hoy, ¿verdad? Y la paz y la justicia harán que enemigos irreconciliables convivan felices. ¡Qué falta nos hace esto a todos! Y el final de la lectura nos marca la tarea: “como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Yahvé”. ¡Nuestra misión: proclamarlo!
El contexto anterior nos habla de un bosque destruido en el que han caído los árboles, el bosque de Judá; subsiste todavía un tocón, el de Jesé, el padre de David. De ahí, Dios hará retoñar la vida nueva para el pueblo, para Jerusalén. Hace falta verdadera iluminación profética para saber ver y prever lo que los hombres normales no sabemos contemplar o esperar. Los profetas sí, por ello los necesitamos siempre, y eso que para nuestra instalación en la cosas de siempre no pueden resultar complacientes.
Pero esa vida nueva, precisamente por ser nueva, estará fundamentada en los valores que no hemos sabido trasmitir hasta ahora. Se describe un país que está lejos de una cosa muy importante: "el conocimiento de Dios". No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de "gnosis" o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer. Por eso "conocer a Dios" es reconocerlo, reconocerlo, intimar con él de verdad, buscarlo y anhelarlo.
Porque lo que el profeta quiere refrendar es que no hay justicia, ni paz, ni felicidad para los pobres y parias, porque al mundo le falta la "experiencia de Dios", la sabiduría para saber depender de Dios sin necesidad de entenderlo como esclavitud y esa es la situación que desde entonces arrastra la humanidad: Dios es el futuro del hombre, de los reyes, de los pueblos, de la pareja, de la familia, del hombre y de la mujer.
Con el conocimiento de Dios (un conocimiento de amor), se nos quiere decir, buscamos sabiduría, fortaleza, valor; y trae la justicia para los más pobres. Se habla, pues, de un rey, que no necesita poder para destruir y valor para restaurar la armonía y la paz. Esa paz mesiánica que se convierte en santo y seña de los profetas y de este tiempo de Adviento.
¿Creo yo en el poder de Dios, capaz de hacer surgir la vida desde lo profundo de las situaciones más desesperadas? ¿Cómo es mi esperanza?
Los pobres, los débiles son sus preferidos. ¿Y yo? ¿Ayudo, defiendo a los pobres?

Esta súplica en favor del rey fue compuesta probablemente para el día de su entronización. En ella se describe, con imágenes muy expresivas, la función vital del rey en el seno de la comunidad: la nación no podía gozar de bienestar y prosperidad, si el rey no aseguraba el orden social mediante un gobierno justo. Su “justicia” debía beneficiar, sobre todo, a los miembros más indigentes de la comunidad
Salmo 72, 1.2.7.8.12.13.17
Que acojamos y practiquemos tu justicia, Señor, que atendamos a los más humildes y que, con ello, promovamos la paz a nuestro alrededor
Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.
Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol:
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
¡Qué falta nos hacen gobernantes que sean capaces de regir los destinos del pueblo sin ambiciones de mero ejercicio de poder o afán de enriquecimiento, con sentido de justicia en la legislación laboral!
¡Qué falta nos hacen sindicatos que sean capaces de luchar con sinceridad por la justicia en las empresas dejando lejos un afán de protagonismo y realce político!
¡Qué falta nos hacen unos trabajadores, funcionarios o no, que pongan todo su interés en el trabajo que realizan, con afán de mejora en contacto con los jefes o empresarios!
¡Qué falta nos hacen cristianos que lleven ese nombre porque siguen a Cristo y se dedican a hacer de la justicia y la paz su meta más preciada!
¿Actualizamos este salmo dándole una tonalidad muy moderna orando precisamente por aquellos que tienen cargos de responsabilidad. "Que gobiernen con justicia... Que respeten los derechos de los desgraciados... Que cuiden de los débiles y los pobres... Que luchen contra la opresión y la violencia... Que promuevan la prosperidad y la paz?

En esta carta, Pablo se dirige a los cristianos de Roma, comunidad nacida de la colonia judía residente en Roma, a la que se van incorporando gentiles, es decir, paganos. Y hace un anuncio revolucionario. La Biblia no se escribió para los judíos, sino para todos los hombres. La Palabra de Dios no está encadenada al pueblo de Israel: es para la salvación del mundo. Es el primer sentimiento que nace de Jesús: aceptaos unos a otros como Dios acepta a todos
Segunda lectura Rm 15,4-9
No se trata simplemente de un consejo moral de convivencia.
Cristo salva a todos los hombres
Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas; y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: "Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre."
Pablo nos vuelve a la esperanza, muy basada en la Palabra del Señor; pero también la paz es proclamada; ese espíritu tan bien expresado en la primera lectura.
El Apóstol está viendo el «Evangelio de la salvación universal», revelado por Cristo, hecho ya «realidad y anuncio» en esa acogida mutua de amor fraterno de la comunidad de Roma.
Acogida y servicio, nos dice Pablo, poniéndonos como ejemplo a Cristo y su fidelidad y misericordia
Es directriz para nuestra comunidad parroquial
Perseverancia y consuelo. Son dones que proceden de Dios.
Perseverancia, porque hay que tener en cuenta que Dios no falta a su alianza y a sus promesas; ha prometido un mundo mejor, nuevo, justo, (sería en este caso la promesa de la primera lectura de Isaías) y si perseveramos en fiarnos de esa promesa, la verán nuestros ojos.
Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado ideal, la actitud cristiana no puede ser la desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de parte de Dios.
Y el Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo, servidor de judíos y paganos. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en cualquier parte del mundo.
¿Cuántos cristianos piensan en la Escritura como fuente de consuelo y esperanza?
¿Sabemos acogernos unos a otros?

“La conversión es una gracia que hay que pedir con fuerza a Dios. Nos convertimos verdaderamente en la medida en que nos abrimos a la belleza, a la bondad y a la ternura de Dios. Entonces dejemos lo que es falso y efímero por lo que es verdadero, bello y dura para siempre.” (Papa Francisco)
Evangelio Mt 3,1-12
La conversión es descubrir al Dios de Jesucristo y creer en El. Adherirse a su proyecto de salvación.
Convertíos, porque está acerca el reino de los cielos
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." Éste es el que anunció el profeta Isaías diciendo: "Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: "¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga."
La conversión afecta a la persona entera y transforma los criterios de juicio, los valores determinantes, los centros de interés, las líneas de pensamiento, las estructuras sociales, descubriendo el Dios de Jesucristo y creyendo en El.
No es que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos) y con ello cambiamos este mundo.
Con Jesús la conversión es, como ya indicamos, transformación completa, función de la Buena Noticia, del Evangelio, del Reino de Dios que está cerca “él os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”; al final, siempre llegamos a la experiencia de fe y el Reino de Dios. Realmente el capítulo al que pertenece el relato de hoy marca la frontera entre en Antiguo y el Nuevo Testamentos, entre la Ley y el Espíritu, entre la obediencia ciega a la Ley y la obediencia complementada por el amor de Dios.
En Juan la conversión se limita al perdón de los pecados. Pero el Espíritu lleva hacia la conversión sincera: “Mostrad los frutos de una sincera conversión en vez de decir: Abraham es nuestro padre” O lo que es igual: Mostrad los frutos de una sincera conversión y no os quedéis en los ritos. Ahí debemos de estar
Es necesaria una conversión radical para que lo santo tenga sentido. Juan no tenía, así lo confiesa, las soluciones a mano; pero él sabe que Dios sí las tiene, y así las propone por medio de Jesús. La conversión, en este caso, es lo mismo que Isaías manifestaba en torno al "conocimiento de Dios".
Con Juan se cierra el Antiguo Testamento, desde la visión cristiana; con Juan acaba la historia de privilegios que el judaísmo oficial había montado en torno a lo santo y lo profano. El solamente diseña la última posibilidad de subsistir: un cambio, una nueva mentalidad, un nuevo rumbo, porque a partir de ahora Dios no va a dejarse manejar de cualquier manera.

LA ORACIÓN.- Nuestra oración hoy va hacia ese Reino de Dios que el profeta indica, el salmo canta, Pablo proclama y Juan nos anuncia en el Evangelio: “Señor, te bendecimos y alabamos porque Tú eres la justicia y la paz, nuestra real esperanza y nuestro modelo de conversión; Tú nos has abierto tu Reino, aunque muchas veces pasemos por delante de la puerta y nos entretengamos en ritos sin convencimiento. Te rogamos que nos hagas conscientes de la realidad de tu Reino impulsándonos a la conversión que nos lleve a proclamar tu Buena Nueva y a vivirla de corazón y obras.”

Información relacionada.-
Hablando de la esperanza, podemos ver el versículo 20 del Salmo 33, y su exégesis
Sal 33, 20 Nosotros esperamos en el Señor: él es nuestro auxilio y escudo.
Auxilio, escudo y misericordia nos son imprescindibles para vivir una vida feliz y poder culminarla en nueva presencia ante Ti, que nos libras de la muerte.
Mientras, Señor, nosotros aguardamos seguros de tu constante atención, seguros porque sabemos que tu protección siempre nos alcanza.
Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos! Es la certeza de que el dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha.
Amparo, defensa, protección, ayuda, socorro, todos estos conceptos implican el auxilio y escudo que es para nosotros el Señor.
Y nuevamente con la esperanza “en ristre”. Torres Queiruga dice: “El que vive la esperanza cristiana no espera algo sólo para él, sino también para los demás. Esperar la plenitud de Cristo sólo para uno mismo sería 'una falsificación irrisoria de la esperanza cristiana ´. Hemos de superar una idea mezquina y estrecha de la esperanza que lo reduce todo a asegurarme yo mi propia salvación: 'Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad ´ (1 Tim 2, 4). Por esto, la esperanza cristiana se vive desde la comunidad eclesial. Todos formamos 'un solo cuerpo y un solo Espíritu como una es la esperanza a la que hemos sido llamados ´ (Ef 4, 4). Más aún, la esperanza cristiana se vive, precisamente en solidaridad con los humillados y los crucificados, aquellos a los que la sociedad les arrebata toda esperanza”.
¿Nos amparamos en el Señor, pero al mismo tiempo tratamos de superar nuestras desesperanzas?
¿Somos capaces de llevar esa esperanza cristiana llena de ayuda a los que nos rodean?
¿Tratamos de evitar, enfundándonos en la oración y el grupo, los altibajos de nuestro espíritu?
¿Tenemos la certeza interior, la convicción de que Dios actúa siempre, aún en los aparentes fracasos o decepciones familiares?



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