03/11/2024 Dominical El amor constituye el ser del cristiano
Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r
DOMINGO TRIGÉSIMO PRIMERO DEL TIEMPO ORDINARIO (03 Noviembre 2024)
(Dt 6, 2-6; Sal 18, 2-4. 47.51; Hb 7, 23-28; Mc 12, 28b – 34)
El amor constituye el ser del cristiano
Israel se identifica con su Dios. La primera lectura forma parte de lo que se conoce como los mandamientos deuteronómicos, que son una especie de catequesis de una escuela, que encierra el famoso Shema (¡escucha Israel!), de la religión deuteronómica, que los israelitas piadosos recitan todos los días, que está en los pequeños rollitos de las puertas de las casas, en las cajitas de las filacterias (tefillim) que se ponen para rezar en el muro del templo. La afirmación rotunda de monoteísmo es propia de la teología de esta escuela que inspiró la reforma del rey Josías, cuando el libro ¿se encontró? (cf. 2Re 22,10ss) en unas obras del templo. Se invita a Israel a pensar en su Dios, a guardarle fidelidad en cada instante, a amarlo sobre todas las cosas y sobre todos los dioses, porque este texto combate claramente el politeísmo.
Los israelitas deben llevar esto en su corazón, y por ello copiaron la costumbre oriental de hacer como amuletos y símbolos en las manos y en los brazos. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas, como veremos en el evangelio, es dedicarle nuestro ser. ¿Es el monoteísmo de Israel un verdadero valor? No nos quedemos en la palabra, ni en el concepto. Israel es monoteísta por muchas razones socio-religiosas. No obstante, no comenzó así su historia. Los patriarcas, los padres del pueblo era politeístas o al menos tenían sus dioses familiares con respecto a otros. Los valores de un Dios creador y hacedor del mundo se introducen después en la religión de Israel. Para Israel, independientemente de la teología de la revelación, el llegar a ser monoteísta se explica por sus vidas, sus sufrimientos en la esclavitud de Egipto y por la fuerza que encontraron en el Dios Yahvé, que los llevó a la libertad.
Primera lectura Dt 6,2-6
Tengamos el oído siempre atento a la recomendación que hoy nos da la lectura
Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo el corazón
En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: "Es una tierra que mana leche y miel." Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria.»
1 Se anuncia la Shema, el mandamiento que engloba y lleva al cumplimiento de todos los demás mandamientos enunciados en versículos anteriores.
2 Nos invita a llevar al Señor en nuestro corazón, de forma que nuestra manera de vivir está siempre presidida por ese amor, que, como sabemos, siempre es fielmente correspondido.
3 Los judíos repetían la Shema dos veces al día, en la oración de la mañana y de la tarde; no cabe duda de que es una buena costumbre que, de imitarla, haría que tuviéramos más presente al Señor en nuestras vidas.
4 Enseñar y transmitir a los hijos nuestra herencia espiritual y religiosa es tarea de los padres cristianos. Difícil, hoy en día, claro.
¿Le decimos al Señor en alguna ocasión que le amamos? ¿Tratamos en lo posible de imbuir en nuestros hijos y nietos este amor al Señor?
La primera parte del salmo tiene una construcción muy clara. Después de una invocación, describe el peligro mortal en que se encontraba, la teofanía del Señor y la liberación; después reflexiona sobre el motivo de esa liberación y enuncia un principio general sobre la conducta de Dios. En la segunda parte se repiten los mismos temas de modo irregular. Es posible descubrir un par de veces el siguiente esquema: acción de Dios en segunda persona, efecto en los enemigos, acción del salmista. El final empalma con el comienzo en la invocación, a la vez que repite el tema dominante.
Sal 18,2-3a.3bc-4.47.51ab
Señor, dame una fe fuerte, segura, que pueda dar frutos de bondad, así estaré construyendo mi vida sobre la Roca firme de Tu Amor.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido.
Estamos viviendo en una época en la que se está diciendo mucho acerca del amor, pero, a veces, con conceptos equivocados, con una dirección meramente sexual y no de expresión de entrega de vida. Vemos aquí una declaración de amor, nada menos que en el Antiguo Testamento que muchos piensan que únicamente tiene expresiones bélicas y crueles. Pero observemos como comienza este Salmo: "Yo te amo, Señor, mi fortaleza".
¿Cuándo fue la última vez que le dijimos a Dios que le amamos? Creemos que una de las cosas más maravillosas que podemos hacer es decirle que le amamos. La alabanza a Dios comienza porque Él nos ama y nos ha provisto la salvación. Él nos protege, y hoy por Su providencia, nos está cuidando. Observemos que Él es llamado "fortaleza mía".
El salmista llama al Señor roca, defensa, libertador. En todos estos aspectos Él era su Salvador. Después dijo nuevamente que Él era su fortaleza y añadió que era su escudo, la fuerza de su salvación y su alto refugio.
La protección de Dios hacia su pueblo es ilimitada y puede tomar diversas formas. David caracterizó el cuidado de Dios con cinco símbolos militares. Dios es:
(1) Fortaleza o lugar seguro donde el enemigo no nos puede seguir.
(2) Roca que no podrá ser movida por nadie que quiera dañarnos.
(3) Escudo que se interpone entre nosotros y el peligro.
(4) Fuerza -cuerno en algunas versiones- de salvación, símbolo de poder y fuerza
(5) Alto refugio, por encima de mis enemigos. Si necesita protección, busque a Dios.
¿Podemos decir que el Señor es nuestro Pastor? ¿Qué es nuestra fuerza salvadora? ¿Invocamos al Señor en nuestros “apuros”? ¿Hacemos alguna oración de alabanza?
Un sacrificio vivo. La segunda lectura vuelve sobre la carta a los Hebreos. Es, probablemente, el capítulo 7 de Hebreos una de las cumbres de esta carta. En el texto de hoy compara a los sacerdotes de la antigua Alianza y a Jesús. En el texto es muy importante la permanencia del sacerdocio de Cristo “para siempre”. El autor, que es un gran exegeta apoya casi todo el c. 7 en el Sal 110 como oráculo del sacerdocio de Cristo, superior y más perfecto que el sacerdocio levítico. Este “para siempre” determina, incluso, la perfección del ministerio sacerdotal de Jesús: su sacrificio no es de cosas, de víctimas, sino de entrega absoluta de sí mismo.
La lectura nos ofrece los tonos polémicos que el autor quiere poner sobre la mesa: es una polémica contra el sacerdocio levítico y ritual. Aquellos morían y eran sucedidos por sus hijos y familiares, lo cual denota la precariedad de ese sacerdocio. Pero con Jesucristo no puede suceder así, porque su sacrificio de amor, llevado a cabo en la cruz, es un sacrificio eterno, que abarca toda la historia. Ya no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, porque Jesucristo los ha hecho ineficaces. Los sacerdotes antiguos debían purificarse personalmente antes de ofrecer un sacrificio por el pueblo, pero Jesús, el Hijo de Dios, ha puesto fin a una religión que no salva. Solamente salva, y para siempre, el sacrificio de su amor por todos nosotros, ofrecido a Dios.
Segunda lectura Hb 7,23-28
Un sacerdote al servicio de los fieles debe de estar impulsado por el servicio recíproco de esos fieles.
Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa
Hermanos: Ha habido multitud de sacerdotes del antiguo Testamento, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la Ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la Ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.
1 Como eterno que es, el sacerdocio de Cristo está siempre en acción, interpelando continuamente por nosotros.
2 Porque Cristo intercede siempre ante el Padre en favor de aquellos que se acercan por medio de él
3 “Los destinatarios de la carta a los hebreos sentían la nostalgia del culto judío: multitud de sacerdotes en el Templo, acumulación de sacrificios diarios. Todo esto constituía una seguridad: al menos, se hacía algo para Dios. De hecho, el culto y la moral pueden constituir una coartada peligrosa. La buena conciencia del deber cumplido nos puede hacer olvidar que la salvación, el éxito de nuestra vida, derivan ante todo de los desvelos y fatigas de Dios. ¿Por qué empeñarse en abrirse camino hacia Dios con la ayuda de ritos cuando es Dios mismo quien ha abierto el camino de manera definitiva, una vez por todas? Jesús es este camino.” DABAR 1982
4 Digno de meditación, muy actual, es este último párrafo de comentario de la segunda lectura de hoy
¿Comprendemos que Jesús es nuestra vía más adecuada para ESTAR en el Señor? ¿Somos capaces de tratar de llevar una vida basada en ese ejemplar sacerdocio de Jesús?
Dios quiere ser amado en los hermanos. El evangelio nos presenta al escriba que quiere profundizar de lleno en la Torah, la ley del judaísmo, ¿con qué intención? ¿sabiendo que Jesús sería capaz de ofrecerle una interpretación profética? Ya hemos visto la importancia que tenía y tiene en el judaísmo el primer mandamiento expresado con el Shema Israel, que es parte de nuestra primera lectura. La cuestión no quedará en una simple disputa escolástica, como alguno ha sugerido. El alcance de esta discusión y la pregunta del escriba (¡insólita!) ponen en evidencia muchas cosas del judaísmo que también nos afecta a nosotros. Lo primero que salta a la vista es que el segundo mandamiento no le va a la zaga al primero, que pone el acento en el amor de Dios. La versión de Marcos no está calcada ni del texto hebreo, ni de la versión griega de los Setenta... con algunas variantes de tipo helenista quiere llegar a una propuesta decisiva.
En realidad, el texto de Mateo 22,39s (que habría usado a Marcos como fuente) lo ha dejado mucho más claro: “de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas”. El escriba, en verdad, no pretendía poner una trampa a Jesús como querían los saduceos, un momento antes, a propósito de la resurrección. Pero en su búsqueda de aclaración se ha quedado una cosa clara: el amor a Dios y el amor al prójimo no tiene “esencias” distintas. El amor, en el NT es de un “peso” extraordinario que no queda ni en “eros”, ni en “amistad”. Es un amor de calidad el ágape que tiene que ser el mismo para Dios y para los hombres, aunque los mandamientos se enumeren en primero y segundo. Esta sería la ruptura que Jesús quiere hacer con la discusión de los letrados sobre el primero o el segundo, sobre si el prójimo son los de “mi pueblo” o no.
Porque no sería una novedad que Jesús simplemente subrayara una cosa que se repetía hasta la saciedad. El que se añada el segundo mandamiento, de amor el prójimo, viene a ser lo original; porque con ello se ha revelado que el amor a Dios y el amor el prójimo es lo más importante de la vida, son un solo mandamiento, en realidad, y así podríamos entender el final del v.31 : ”No hay otro mandamiento más importante que éstos”, pues el ?ντολ? (mandamiento) está en singular y nos permitiría entender que el mandamiento más importante por el que preguntaba el escriba son los dos primeros que vienen a ser uno sólo. Porque no hay dos tipos de amor, uno para Dios y otro para el prójimo, sino que con el mismo amor amamos a Dios y a los hombres. Diríamos que son inseparables, porque el Dios de Jesús, el Padre, no quiere ser amado El, como si fuera un ser absoluto y solitario. Así resuelve Jesús la gran pregunta del escriba, de una manera profética e inaudita.
Lo que el evangelio de hoy quiere poner de manifiesto es que el amor a Dios debe también ser amor a los hombres. Muchos se contentan con decir que aman a Dios, pero muchas veces se encuentran razones para no amar al prójimo. Aquí es donde el evangelio se hace novedad maravillosa para todos los seguidores de Jesús y para todos los hombres. Se pueden sacar las consecuencias, al hilo de la carta a los Hebreos, que si Jesús ha ofrecido un sacrificio eterno, si no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, es porque Jesús ha hecho posible la religión del amor, pero no solamente a Dios, sino a todos los hombres. Eso es lo que identifica al Dios verdadero de los dioses falsos: quiere ser amado en los hermanos. Es eso lo que el autor de la 1Jn pone de manifiesto en su teología de que Dios es amor y no podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al hermano a quien vemos. Pero esta teología la puso en marcha el profeta de Galilea, Jesús de Nazaret... y por ello dio la vida.
Evangelio Mc 12,28b-34
El amor es lo único que salva
No estás lejos del reino de Dios
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
La Ley judía incluye 613 mandamientos (365 prohibiciones y 248 mandamientos positivos). Los escribas los clasifican entre mandamientos “ligeros” y “pesados,” siendo los ligeros menos importantes que los pesados. Examinan cada ley en minucioso detalle, y diseñan reglas complejas para ayudar a la gente a comprender como se debe obedecer cada ley en toda situación posible.
Éste es el primero de los mandamientos, resumen y culminación de todos los demás. Pero, ¿en qué consiste este amor? El Cardenal Luciani —que más tarde sería Juan Pablo I—, comentando a San Francisco de Sales, escribía que «quien ama a Dios debe embarcarse en su nave, resuelto a seguir la ruta señalada por sus mandamientos, por las directrices de quien lo representa y por las situaciones y circunstancias de la vida que El permite»
Como vemos, Jesús inicia su respuesta mencionando la Shema (citada en la primera lectura). Hemos de amar a Dios con amor ágape. Ágape es una palabra que trata más de ‘hacer’ que de ‘sentir,’ aunque sí incluye ambos. Ágape requiere acción – requiere que demostremos nuestro amor de alguna manera práctica. La persona que ama a Dios participará en alabanza – obedecerá a Dios – buscará oportunidades para servirle.
El mandamiento de amar al prójimo es de Lv 19, 18 y concuerda con ley y profetas, ambos de los cuales enfatizan una relación correcta con personas tanto como con Dios. La Ley judía detalla cuidadosamente nuestro comportamiento en relación a otras personas. Los profetas lo llevan un paso más allá, clamando por compasión y justicia aún en las situaciones en que la ley no aplica.
Cristo nos pide equilibrar estos dos grandes mandamientos. La persona que ama a Dios pero no ama a su prójimo no está en la línea cristiana. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano al cual ha visto, ¿cómo puede amar á Dios á quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: Que el que ama á Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21).
Este lenguaje es duro por la dificultad que la mayoría de nosotros experimenta en amar a ciertos colegas, vecinos, familiares, o miembros de la iglesia.
¿Comprendemos que el amor a Dios lleva consigo nuestra acción cristiana? ¿Nos damos cuenta de que esta acción cristiana debe reflejar el amor a nuestro prójimo? ¿Sabemos dónde está ese prójimo más necesitado? ¿Nos lo preguntamos alguna vez?
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El Salmo 18 es como un Te Deum dirigido a Yahvé para darle gracias por las muchas ayudas que recibimos a lo largo de la vida. Podemos siempre encontrar en nuestro Señor apoyo y ayuda. De ahí su reconocimiento y su amor: Yo te amo, Señor, fortaleza mía.
Él es siempre nuestro aliado: peña, refugio, roca segura, escudo protector... Cada uno de nosotros puede repetir estas mismas palabras. Lo determinante de nuestra vida, lo que aparta todas las tinieblas y tristezas es el hecho de que Dios nos ama. Esta realidad llena el corazón de esperanza y de consuelo. Y en esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito para que vivamos por Él. En eso está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
La Encarnación es la revelación suprema del amor de Dios por cada uno de sus hijos. Pero este amor preexistía a toda manifestación desde la eternidad. Es anterior a cualquier propósito creador, ya que representa lo más íntimo de la esencia divina. Santo Tomás enseña que este amor es la fuente de todas las gracias que recibimos.
¿Cómo no vamos a corresponder a un amor tan grande? El Señor nos pide que le amemos con obras y con el afecto de nuestro corazón, que cada día conoce más y mejor ese camino hacia la Trinidad que es la Humanidad Santísima de Jesús. El Padre ama al Hijo y nos ama a nosotros: Tú les has amado como me has amado a Mí. Tanto nos ama cuanto nosotros amamos al Hijo: El que me ama será amado por mi Padre 16.
El amor pide obras: confianza de hijos, cuando no acabamos. de entender los acontecimientos; acudir a El siempre, todos los días, y especialmente cuando nos sintamos más necesitados; agradecimiento alegre por tanto don como recibimos; fidelidad de hijos, allí donde nos encontremos...
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