19/01/2025 Dominical Debemos estar abiertos a percibir las "señales" dispersas que nos remiten más allá de nosotros mismos, hacia una Presencia mayor, misteriosa pero real

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo C) (19 Enero 2025)
(Is 62, 1 -5; Sal 96, 1 – 3. 7 - 10; 1 Co 12, 4 - 11; Jn 2, 1 - 12)

Después de Navidad y Epifanía, y antes de llegar a la Cuaresma, se intercala un tiempo intermedio, en la liturgia de los domingos, que se toma del tiempo común en el que se siguen las lecturas del Ciclo C. Pero en realidad este “segundo domingo” siempre ha sido un domingo de transición que ha tenido como marco los capítulos primeros del evangelio de Juan, que es leído, normalmente, en los tres ciclos, durante el tiempo de Cuaresma y Pascua.

El autor de la primera lectura nos habla de su deseo de ver la ciudad de Jerusalén reconstruida, convertida en digna «esposa de Dios», una ciudad que llena de alegría a su Esposo.
El salmista nos anima a alabar a Dios, pues es un Señor victorioso, glorioso, que reúne a los pueblos en torno a Él, y los gobierna con justicia.
San Pablo, en su primera carta a la comunidad de Corinto, nos hace ver los dones que el Espíritu de Dios ha infundido en nosotros. Siendo un mismo Espíritu, nos ha dado a cada uno de nosotros, sabiamente, diferentes dones, según le ha parecido mejor.
Y al escuchar el Evangelio nos encontramos ante el conocido pasaje de las bodas de Caná, en el que Jesús salva la celebración convirtiendo el agua en vino.

Debemos estar abiertos a percibir las "señales" dispersas que nos remiten más allá de nosotros mismos, hacia una Presencia mayor, misteriosa pero real

El enamoramiento de Dios desde la justicia. La lectura profética está tomada de la tercera parte del libro de Isaías (se le llama el Tritoisaías); y el profeta discípulo, o de la escuela de Isaías en sentido amplio, anuncia una nueva Jerusalén, la ciudad de Sión, bajo el lenguaje poético del enamoramiento y el amor divinos. La gran pasión del profeta Isaías fue Jerusalén, donde estaba el templo de Dios o, lo que es lo mismo, su presencia más determinada según la teología de los especialistas. Pero ni siquiera la presencia de Dios se garantiza eternamente en un lugar o en una ciudad, si allí, sus habitantes y todos los que deseen venir a ella, no se percatan de la necesidad de la justicia como signo de salvación. La estrecha unión, en los profetas, entre la presencia de Dios y la justicia es algo digno de resaltar. Es evidente que Dios no puede comprometerse con un pueblo que no cuida a los pequeños, a los desgraciados y a los que no tienen casi nada. Si la religión es “religarse” a Dios.
Conceptos y palabras fuertes son las que podemos oír en este bello poema profético (que debemos leer desde 61,10): amor, justicia, salvación. Es como la descripción de la boda de un rey victorioso con su esposa, que en este caso es Sión, Jerusalén. La boda, en realidad, es una victoria, la victoria de la justicia (sdqh). Esa es su corona y su triunfo: desposar a la amada Jerusalén. Por lo mismo, hablar de una Jerusalén nueva es anunciar una religión nueva, revivida por el amor eterno de Dios. Jerusalén es la esposa, pero ¿qué hace una esposa desposada si en sus bodas falta el vino nuevo del amor? Eso es lo que sucedió en las bodas de Caná, en Jerusalén, en la religión judía, hasta que interviene Jesús ofreciendo el vino nuevo del amor divino. Una religión sin amor es como unas bodas sin amor. Y muchas veces nos acostumbramos a practicar ese tipo de religión: vacía, sin sentido, sin enamoramiento.
Primera lectura: Is 62, 1 -5
Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. San Agustín (354-430)
El marido se alegrará con su esposa.
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Estamos en la tercera parte del Libro de Isaías y varios de sus capítulos quieren expresar el gran sueño de la nueva Jerusalén.
Es el regreso de los exilados en Babilonia que cogen ánimos en medio de un templo derruido y una población indiferente al Dios de Israel.
Es como proclamar que el mundo irá a mejor, que la Palabra llegará a todos con su justicia, desapareciendo las desgracias en la suprema compañía del Señor.
Lo esencial del futuro de la ciudad, al igual que lo esencial de nuestra vida es la presencia del Señor en el corazón de la ciudad, en nuestro corazón
Dice el Papa Francisco: "El amor es una realización, una realidad que crece y podemos decir, como ejemplo, que es como construir una casa. Y la casa se construye juntos, ¡no solos!
Para vivir juntos para siempre es necesario que los cimientos del matrimonio estén asentados sobre roca firme.”
¿Nos paramos alguna vez a pensar cómo es nuestro amor al Señor? ¿Y cómo “anda” nuestro matrimonio? ¿Somos capaces de expresar nuestro convencimiento de la necesidad de un verdadero noviazgo para profundo conocimiento mutuo y el asentamiento de unos buenos cimientos para un fructífero matrimonio?

Invitación con triple invocación del nombre "Señor". La victoria del Señor es una acción salvadora de Dios en la historia: el salmo no precisa cual. Israel tiene por oficio alabar a Dios, y con esta alabanza darlo a conocer a todos los pueblos. Su elección es misionera, su alabanza es testimonio.
Dios ama recibir el regocijo y la adoración de su pueblo expresado a través del cántico, especialmente el cántico nuevo. El cántico nuevo puede venir de un santo antiguo conforme van ganando más conocimiento de la gracia y del amor de Dios.
Una nueva canción, siempre nueva; mantén fresca tu adoración. No caigas en la aburrida rutina. Los aburridos clérigos en las viejas y gastadas iglesias siempre solían decir, ‘Cantemos para la alabanza y gloria de Dios este y aquel salmo,’ hasta que pensé que las viejas y pobres versiones de Tate y Brady estaban ya bastante desgastadas. Tenemos muchas misericordias nuevas que celebrar, y por lo tanto debemos de tener una nueva canción.
Sal 96, 1 – 3. 7 - 10
Cuando la comunidad canta en una celebración, en un universo limitado pero hermoso, el espíritu se levanta de una manera más eficaz de lo material a lo inmaterial.
Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente».
Esa Tu llegada de consolación, de bendición, realmente, nos lleva a aclamarte, Señor, a reafirmar tu reinado sobre este universo que has creado. Nuestra alegría será siempre la muestra del testimonio cristiano. ¿Damos ese testimonio de alegría?
Hace unos meses leíamos lo que el Papa Francisco decía: “El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios en persona, es el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Es en el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: «Venga a nosotros tu reino».” ¿Damos lugar a ese Reino en nuestro corazón, teniendo al Señor presente en nuestra vida?
Y nos preguntábamos: ¿Comprendemos que el rey esperado era alguien que iba a implantar en la tierra el ideal de la verdadera justicia? ¿La defensa eficaz del que no podía defenderse, la protección de los desvalidos, débiles, pobres, viudas, huérfanos...? ¿Colaboramos a que ese Reino venga? ¿Atendemos a la gente que nos “llega”?
Podemos volver a preguntarnos si “le hemos dicho algo a los pueblos”, bien de palabra, bien de obra, bien, mejor, de ambas maneras. ¿Ven en nosotros algo que les haga pensar que la fe en Cristo merece la pena?
Te rogamos, Señor, que nos des ese Espíritu tuyo que nos haga capaces de bendecirte y alabarte mediante el canto de proclamación de todas tus bondades y de las maravillas que has hecho y continuas haciendo con el ser humano.

Los carismas y el bien común de la comunidad. En el pasaje de la carta a los Corintios de San Pablo que leemos hoy encontramos la teología de los carismas en la comunidad. Este texto está elaborado por dos conceptos que se atraen: unidad y diversidad. Hay diversidad de carismas, de ministerios y de funciones, pero en un mismo Espíritu, en un mismo Señor, en un mismo Dios (he aquí la unidad). Pero sobresale el papel del Espíritu como fuente inmediata de los carismas, servicios y actuaciones. No es ahora el momento de fijarnos en la diversidad o en la misma enumeración y orden que Pablo establece. Podría ser curioso el orden y el sentido de los mismos, pero no es el momento de hacer una lectura exegética que, además, debería tener en cuenta todo el conjunto de 1Cor 12-14 para mayor alcance. Quizás los dos últimos, el de hablar en lenguas (glosolalia) y el de interpretarlas estarían en el fondo de un problema que se ha suscitado en la comunidad y sobra lo que han consultado al apóstol. El criterio, no obstante, es que los dones especiales que cada uno tiene, por el Espíritu, deben estar al servicio de la comunidad cristiana.
El fenómeno de la glosolalia es extático y tiene que ver con algunos elementos de este tipo en el mundo helenista, como en Delfos o las Sibilas. Quizás habría de tomar en consideración las palabras de K. Barth, quien decía que este tipo de oración podría llamarse «expresión de lo inexpresable». El apóstol san Pablo en 1Cor 14,18 apunta, incluso, que él mismo es capaz de «hablar en lenguas» y no parece que haya ironía en sus palabras. Algunos corintios estaban deslumbrados con este carisma que consideraban de los más brillantes y celestes, casi como un meterse en lo divino. Pero ¿quién lo puede entender? Tiene que haber alguien que lo interprete. Pablo no habla con ironía sobre este caso, repetimos, pero su criterio es decisivo: el bien de la comunidad.
Estamos ante una teología que pone de manifiesto la vitalidad de una comunidad cristiana donde el Espíritu (como el vino nuevo de la vida) concede a cada uno su papel en el servicio en beneficio de los otros: unos predican, otros alaban, otros consuelan, otros profetizan, otros se dedican a los pobres y desheredados; todo bajo el impulso del Espíritu de Jesús. Pablo les habla de esta manera a una comunidad que no era precisamente un prodigio de unidad, sino que había algunos que pretendían imponerse sobre los otros en razón de roles que podían resultar extraños y donde se buscaba más el prestigio personal que el servicio a la comunidad. Estos dones, pues, si no saben ponerse al servicio de todos no vienen del Espíritu.
Segunda lectura: 1 Co 12, 4 - 11
Tener un carisma no es “ser bueno en algo”, es mucho más; es una gracia que nos entrega el Dios Padre por medio del Espíritu Santo, y que debemos poner al servicio de la comunidad.
El mismo y único espíritu reparte a cada uno, como a él le parece.
Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano; a otro, el don de interpretarlo. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.
Pablo muestra, de manera elocuente y al mismo tiempo sencilla y fácilmente comprensible, diferentes aspectos de los dones del Espíritu, también llamados carismas. Son dones pero también ministerios, es decir, servicios, que el Espíritu multiplica entre los fieles más sencillos y renueva la Iglesia, sin tener demasiado en cuenta los proyectos de la Jerarquía. La misión de los ministros consiste tanto en dirigir cuanto en discernir la acción del Espíritu en las personas y en los fieles, y promover su viabilidad. (De la Biblia Latinoamericana para formadores)
A cada uno de nosotros el Señor nos ha dado nuestros carismas, nuestros talentos, y siempre “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”, es decir, para el servicio a la comunidad, para nuestra atención especial a los más necesitados.
Y tenemos una gran responsabilidad en el desarrollo y puesta en común de esos carismas de forma que los creyentes “formemos equipo”, que llevará consigo la justicia y la paz, presentes en la armonía de “una buena táctica”.
En estas pocas líneas de la carta de Pablo a los Corintios podemos tratar de encontrar nuestro carisma, hacernos conscientes de lo que somos especialmente capaces, y desarrollarlo, siempre con el pensamiento puesto “en el bien común”.
¿Somos conscientes de que la presencia de Jesús en nuestras vidas se realiza en la aceptación y puesta en práctica de los dones que generosamente recibimos por medio del Espíritu Santo? ¿Ponemos a disposición del bien común aquellos servicios que sabemos más sobresalientes en nosotros? ¿Tratamos de desarrollar las funciones para las que el Señor nos ha especialmente capacitado? Dones... servicios... funciones ¿Escuchamos y seguimos lo que nos dice la Palabra de Dios nos dice?

Jesús inaugura una religión de vida. Llenar la religión de alegría y vida. El evangelio de hoy nos propone el relato de las bodas de Caná como el primer signo que Jesús hace en este evangelio y que preanuncia todo aquello que Jesús realizará en su existencia. Podríamos comenzar por una descripción casi bucólica de una fiesta de bodas, en un pueblo, en el ámbito de la cultura hebrea oriental. Así lo harán muchos predicadores y tienen todo el derecho a ello. Pero el evangelio de Juan no se presta a las descripciones bucólicas o barrocas. Este es un relato extraño que habla de unas bodas y no se ocupa, a penas, de los novios. La novia ni se menciona. El novio solamente al final para reprocharle el maestresala que haya guardado el vino bueno. La “madre y su hijo” son los verdaderos protagonistas. Ellos parecen, en verdad, “los novios” de este acontecimiento. Pero la madre no tiene nombre. Quizás la discusión exegética se ha centrado mucho en las palabras de Jesús a su madre. “¿qué entre tú y yo”? o, más comúnmente. “¿qué nos va ti y a mi”? Y el famoso “aún no ha llegado mi hora”. Cobra mucha importancia el “vino” que se menciona hasta cinco veces, ya que el vino tiene un significa mesiánico. Y, además, esto no se entiende como un milagro, sino como un “signo” (semeion), el primero de los seis que se han de narrar en el evangelio de Juan.
La fuerza del mensaje del evangelio de este domingo es: Jesús, la palabra de vida en el evangelio joánico, cambia el agua que debía servir para la purificación de los judíos -y esto es muy significativo en el episodio-, según los ritos de su religión ancestral, en un vino de una calidad proverbial. El relato tiene unas connotaciones muy particulares, en el lenguaje de los símbolos, de la narratología y de la teología que debemos inferir con decisión. El “tercer día” da que pensar, pues consideramos que es una expresión más teológica que narrativa. El tercer día es el de la pascua cristiana, la resurrección después de la muerte. No es, pues, un dato estético sino muy significativo. También hay una expresión al tercer día en el Sinaí (Ex 19,11) cuando se anuncia que descendería Yahvé, la gloria de Dios.
La teología del evangelio de Juan quiere poner de manifiesto, a la vez, varias cosas que solamente pueden ser comprendidas bajo el lenguaje no explícito de los signos. Jesús y su madre llegan por caminos distintos a estas bodas; falta vino en unas bodas, lo que es inaudito en una celebración de este tipo, porque desprestigia al novio; la madre (no se nos dice su nombre en todo en relato, ni en todo el evangelio) y Jesús mantienen un diálogo decisivo, cuando solamente son unos invitados; incluso las tinajas para la purificación (eran seis y no siete) estaban vacías. Son muchos vacíos, muchas carencias y sin sentidos los de esta celebración de bodas. El “milagro” se hace presente de una forma sencilla: primero por un diálogo entre la madre y Jesús; después por la “palabra” de Jesús que ordena “llenar” las tinajas de unos cuarenta litros cada una.
María actúa, más que como madre, como persona atenta a una boda que representa la religión judía, en la que ella se había educado y había educado a Jesús. No es insignificante que sea la madre quien sepa que les falta vino. No es una boda real, ni un milagro “fehaciente” lo que aquí se nos propone considerar primeramente: es una llamada al vacío de una religión que ha perdido el vino de la vida. Cuando una religión solamente sirve como rito repetitivo y no como creadora de vida, pierde su gloria y su ser. Jesús, pues, ante el ruego de las personas fieles, como su madre, que se percatan del vacío existente, adelanta su hora, su momento decisivo, para tratar de ofrecer vida a quien la busca de verdad. Su gloria no radica en un milagro exótico, sino en salvar y ofrecer vida donde puede reinar el vacío y la muerte. Esa será su causa, su hora y la razón de su muerte al final de su existencia, tal como interpreta el evangelio de Juan la vida de Jesús de Nazaret. De una religión nueva surgirá una comunidad nueva.
Podríamos tratar de hacer una lectura mariológica de este relato, como muchos lo han hecho y lo seguirán haciendo. El hecho mismo de que este relato se haya puesto como el segundo de los “misterios de luz” del Rosario de Juan Pablo II es un indicio que impulsa a ello. Pero no debemos exagerar estos aspectos mariológicos que en el evangelio de San Juan no se prodigan, aunque contemos con la escena a los pies de la cruz (Jn 19,26-27) que se ha interpretado en la clave de la maternidad espiritual de María sobre la Iglesia. Nuestro relato es cristológico, porque nos muestra que los “discípulos creyeron en él”. Eso quiere decir que la mariología del relato (el papel de María en las bodas de Caná) debe estar muy bien integrada en la cristología. María en el evangelio de Juan puede muy bien representar a una nueva comunidad que sigue a Jesús (como el discípulos amado) y que ve la bodas de esos novios que se quedan sin vino como una lectura crítica de un “judaísmo” al que combaten “los autores” del evangelio de Juan. De ahí que la respuesta de Jesús a su madre en el relato, si lo hacemos con la traducción más común: “¿qué nos va a ti y a mí?”, puede tener todo su sentido si el evangelista quiere marcar diferencias con un judaísmo que se está agotando como religión, porque ha perdido su horizonte mesiánico. Y unas preguntas finales: ¿y a nuestra religión qué le está sucediendo? ¿es profética; trasmite vida y alegría?
Evangelio: Jn 2, 1 – 12
"El matrimonio es un trabajo de todos los días” (Papa Francisco)
En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Primera de las señales del Evangelio: Jesús convierte el agua en vino.
La fiesta de las bodas era en el pueblo judío un símbolo del amor de Dios hacia su pueblo, escenificado o personalizado en la puesta en común del amor de los novios que unían sus vidas para siempre, muestra de la unión de Dios con su pueblo.
Hoy en día la celebración comunitaria del sacramento del matrimonio parece un tanto “desprestigiada”. Bien que se hace valer el consentimiento o aceptación mutua como símbolo y muestra del matrimonio, (lo cual en personas poco formadas espiritualmente puede facilitar cambios de pareja “periódicos”), bien que se realiza únicamente por la parafernalia de la boda, el vestido de la novia...
Creo que esta narración del evangelista, en la cual Jesús realiza el primer signo expresivo de su Evangelio, debería de ser suficiente como para revitalizar el matrimonio cristiano realizado en comunidad y explícitamente, con celebración lúdica incluida, reflejando el amor de Dios a su pueblo.
Conviene que los hombres y mujeres que se casan celebren su unión con conocimiento del Obispo, para que el matrimonio sea conforme al Señor y no conforme al deseo. (Ignacio de Antioquía (35 – 100), A Policarpo 5)
Como dice la catequesis de la Comunidad de Ayala (Matrimonio. Serán los dos una sola carne) “El matrimonio común es elevado por Cristo a sacramento. Cristo sale al encuentro de los esposos cristianos y permanece con ellos para que se amen con fidelidad y sean fortalecidos en su misión como esposos o como padres (GS 48). El Señor viene a sanar su amor y a perfeccionarlo "con el don especial de la gracia y la caridad" (GS 49). Tal amor supera la dimensión puramente erótica. El eros no es capaz de sustentar por largo tiempo ninguna relación humana, a no ser que apoyen otras fuerzas, cuando él calla: las fuerzas de la fidelidad, del amor, de la confianza”.
La celebración en comunidad es, para mí, imprescindible, incluso desde el punto de vista psicológico de refuerzo del compromiso. Y esa celebración en comunidad incluye, por supuesto, la presencia del Señor, realizando ese “encuentro” antes aludido.
A este primer signo o señal de Jesús seguirán otros signos. Juan no usa la palabra milagro, sino la palabra signo.
La palabra signo indica que las acciones de Jesús en favor de las personas tienen un valor profundo, que sólo se descubre por la fe. La pequeña comunidad que se ha formado en torno a Jesús aquella semana, viendo el signo, estaba ya en situación de percibir el significado más profundo y “creyó en Él”.
“Convertíos, porque el Reino de Dios está ahora cerca”, dice Mateo (Mt 4, 17).

ORACIÓN: Misioneros de la alegría, de la esperanza y del amor, mensajeros del Evangelio, somos testigos del Señor, y le rogamos que con nuestros carismas seamos capaces de llevar a cabo esa misión del creyente de dar alegría y esperanza a todos los que nos rodean.
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El domingo segundo del Tiempo Ordinario se refiere aún a la manifestación del Señor, celebrada en la Solemnidad de la Epifanía, por la lectura tradicional de las bodas de Caná y otras dos, tomadas asimismo del Evangelio de san Juan.
A partir del domingo tercero empieza la lectura semi continua de los tres Evangelios sinópticos; esta lectura se ordena de manera que presente la doctrina propia de cada Evangelio a medida que se va desarrollando la vida y predicación del Señor. Además, gracias a esta distribución se consigue una cierta armonía entre el sentido de cada Evangelio y la evolución del año litúrgico. En efecto, después de la Epifanía se leen los comienzos de la predicación del Señor, que guardan una estrecha relación con el Bautismo y las primeras manifestaciones de Cristo. Al final del año litúrgico se llega espontáneamente al tema escatológico, propio de los últimos domingos, ya que los capítulos del Evangelio que preceden al relato de la Pasión tratan este tema, con más o menos amplitud.
Las lecturas del Antiguo Testamento se seleccionan en relación con las evangélicas, con el fin de evitar una excesiva diversidad entre las lecturas de cada Misa y sobre todo para poner de manifiesto la unidad de ambos Testamentos; las lecturas del Apóstol se incluyen en una lectura semi continua de las cartas de san Pablo y de Santiago (las cartas de san Pedro y de san Juan se leen en el Tiempo Pascual y en el Tiempo de Navidad). La primera carta a los Corintios, como es muy larga y trata de temas diversos, se ha distribuido en los tres años del ciclo, al principio de este Tiempo Ordinario. También ha parecido oportuno dividir la carta a los Hebreos en dos partes, la primera de las cuales se lee en el año de ciclo B, y la otra en el presente año de ciclo C.



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