Salmo 002

 

 

¿Solamente dos reinos? ¿No hay muchos más en la tierra?

Según el diccionario de la RAE, “REINO es el territorio con sus habitantes sujetos a un rey.”

El salmo nos habla de dos reinos vitales para el ser humano.

Algunos poderes y autoridades que dirigen este mundo, van por su lado con sus fuerzas oscuras. Es el reino del mundo regido por el “conocido” Satanás.

El Reino de Dios está al otro lado, el Señor reina, ¿también en nuestro corazón?

Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. (Rom 14, 17)

El Salmo 1 empezaba con la palabra “dichosos”; este salmo termina con esa misma palabra

 

1  ¿Para qué meten ruido las naciones y los pueblos meditan vanos planes?

2  Se sublevan los reyes de la tierra, y sus fuerzas unen los soberanos en contra del Señor y de su

Ungido.

3   «¡Vamos, dicen, rompamos sus cadenas y sacudamos su yugo!»

4   El que se sienta en los cielos se sonríe, el Señor se burla de ellos.

5   Luego les habla con enojo y su furor los amedrenta:

6   «Yo soy quien ha consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo.»

7   Voy a comunicar el decreto del Señor: El me ha dicho: “Tú eres hijo mío, yo te he engendrado hoy”.

8   Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad, los confines de la tierra.

9   Las regirás con un cetro de hierro y quebrarás como vaso de alfarero.»

10 Pues bien, reyes, entiendan, recapaciten, jueces de la tierra.

11  Sirvan con temor al Señor, besen, temblando, sus pies;

12 no sea que se enoje y perezcan, pues su cólera estalla en un momento. ¡Dichosos los que en él se

refugian!

 

1  ¿Para qué meten ruido las naciones y los pueblos meditan vanos planes?

El ruido que “hace” (¿hacemos?) el mundo es verdaderamente estruendoso. Es un ruido no solo hacia el exterior, sino también en nuestros oídos, en nuestra vista… con todos esos medios audiovisuales-informáticos que tenemos a nuestra disposición. Eso por lo que respecta a las personas, pero las naciones como conjunto mantienen constantemente un alto ruido con las pretensiones de sus políticos. ¿En beneficio de su país? ¿Teniendo en cuenta a los más necesitados? ¿Cómo hacen las naciones sus planes?

¿Cómo pueden las naciones oponerse a la decisión de todo un Dios que ha decidido poner en la tierra a un representante suyo? El Ungido, el Mesías, ¿cómo podemos seguirnos oponiendo a su presencia en nosotros?

Casi todas partes a donde vamos encontramos sonidos compitiendo con nuestras mentes; escuchar la voz de Dios significa no escuchar el ruido del mundo a nuestro alrededor. La Palabra lo dice de forma muy bonita: “Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en Ti he confiado” (Sal 143, 8)

Pero también los planes de las naciones “pequeñitas”… las familias, debemos de tener en cuenta a los que tenemos cerca que necesitan de nosotros. Ah! Y no podemos decir que no sabemos que tenemos necesitados cerca. El ruido puede, claro ensordecer nuestra consciencia.

¿El ruido del mundo nos deja pensar? ¿Nos deja meditar? ¿Nos deja orar?

Porque el Señor es el verdadero Rey, su Reino es el de la justicia, la paz, la verdad, en el que podemos encontrar el amor a todos, el interés por el bienestar de todos, y en el que nuestra labor es necesaria porque  nosotros somos  las manos de Dios, sus consejeros delegados ¿Somos conscientes de ello?

 

 

2  Se sublevan los reyes de la tierra, y sus fuerzas unen los soberanos en contra del Señor y de su

Ungido.

Las naciones se rebelan unas contra otras, con intereses muchas veces poco claros, pocas veces en beneficio de sus habitantes. Se rebelan también contra el Señor, contra ese Dios que nos ha creado y que vela por nosotros, culpándole de nuestras desdichas, de nuestra infelicidad, sin tener en cuenta que normalmente es la infidelidad la que nos lleva a situaciones poco satisfactorias. Y culpamos a ese, nuestro Padre, cuya fidelidad, unida a la misericordia, no queremos ver, descartamos de nuestra razón y llegamos a la sin razón.

El Dios hecho hombre, el Ungido del Padre, fue mal recibido en esta tierra “los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11), y pelearon para que el Reino que proclamaba no se extendiera por toda la tierra, porque los intereses de los más acomodados se podían ver lastimados. Pero él, Jesús, el Cristo, supo con su vida y su Palabra, dejarnos esa inapreciable herencia constituida por el camino, la verdad y la vida.

¿Tratamos de sembrar la paz a nuestro alrededor? ¿Somos fieles a nuestra familia y a nuestros amigos? ¿Nos enfadamos con demasiada frecuencia? ¿Discutimos airadamente o dialogamos razonadamente?

 

3   «¡Vamos, dicen, rompamos sus cadenas y sacudamos su yugo!»

Y somos verdaderamente osados; nos creemos reyes y señores de la tierra y nos sublevamos contra nuestro Dios, nuestro Padre. Y somos tan optimistas que muchas veces nos creemos que nos hemos soltado (¿de qué cadenas? ¿de qué yugo?) y que entonces nos encontramos libres. ¿libres?... más bien ciertamente exageradamente optimistas, porque esa pretendida liberación nos encadena a otros “mojones” que nos llevan a la infelicidad.

Podemos pues, rogar al Señor que nos mantenga a su lado, conscientes de que Él no nos amarra, no limita nuestra libertad, sino que, muy al contrario, la promueve por el camino de la verdadera felicidad, de la alegría, del encuentro con nuestros hermanos, de la ayuda a los necesitados, de la austeridad creadora de riqueza, de la enriquecedora fraternidad

Conscientes, al mismo tiempo, de que si hemos sentido ataduras espirituales ya es momento de liberarnos de ellas, de salir al mundo con el sentido cristiano de la experiencia de fe, de la presencia del Señor sentida en nuestro corazón, ese corazón que Ezequiel, transmitiendo las palabras de Yahvé, hace nuevo, de carne, eliminando aquel corazón de piedra (Ez 36, 26) que nos pesaba y nos llevaba por otros caminos.

¿Nos sentimos “incómodamente” sujetos al Señor? ¿Nos parece que los Mandamientos conforman una especie de cárcel cerrada al bienestar? ¿O es que estamos encadenados a preceptos religiosos que conforman un falso camino cristiano, incómodo, triste, poco parecido al que Jesús proclamó como Reino de Dios? ¿Sabemos liberarnos compartiendo lo que Pablo dijo: “El amor no hace nada malo; el amor, pues, es la ley perfecta (Rm 13, 10)?

 

4   El que se sienta en los cielos se sonríe, el Señor se burla de ellos.

El Señor, ante el atrevimiento de las naciones que pretenden hacerle frente, se sonríe, yo creo que con tristeza, en una burla no incisiva, sino más bien penosa, viendo que las naciones tratan de derrotarle, desobedecerle, maquinar contra Él

Y es que así seguimos siendo; y no sólo se dirige a los grandes dirigentes, sino también a todos aquellos “pequeños caciques” que tienen influencia sobre los espíritus de algunos grupos, aquellos que se enriquecen a costa de otros, los mafiosos que insuflan droga en la juventud dejándola desguarnecida, desarmada.

Sí, el Señor se sonríe con pena, ante la infidelidad de las gentes que no reconocen que en la fidelidad podemos encontrar la felicidad, que en su misericordia desea acogernos

¿Tratamos nosotros de imponer nuestra opinión por encima de todo?

¿ Nos sentimos superiores a otros que maquinan con el dinero, manipulan a la gente, la explotan? O bien,

¿Hacemos constar nuestra desaprobación cuando hay ocasión, y pedimos al Señor que reconduzcan su conducta?

 

5   Luego les habla con enojo y su furor los amedrenta:

En el martirio de los siete hermanos por el rey Antioco, el quinto hermano le dice al rey: “Pero no pienses que vas a quedar impune, tú que te has atrevido a luchar contra Dios” (2 Mc 7, 19). El Señor muestra su enojo, normalmente en forma de la infelicidad de aquellos que no ven en Él el camino de la verdad y la vida, el camino que, andando en la felicidad, lleva a una mayor felicidad.

Sabemos, sin embargo, que “el Señor es lento para la ira y abundante en misericordia, y perdona la iniquidad y la transgresión” (Nm 14, 18). Margen hay, pues, para la conversión, y así nuestra acción, nuestro testimonio, pueden ser importantes para la rectificación de la conducta de aquellos que solamente saben mirar por su vida lujosa, caprichosa y totalmente ausente de solidaridad para con los que sufren.

¿Sentimos temor ante el Señor? ¿Nos escondemos de Dios como trataron de hacer Adán y Eva después de comer del árbol del bien y del mal? O bien, ¿sentimos el amor de Dios con el respeto que merece todo Padre, especialmente nuestro Señor rico en misericordia y fidelidad? Esa misericordia “que va a remediar las miserias de otra persona”. “Volveremos a decirle a nuestro Dios, `en ti sólo encuentra compasión el huérfano. ¿Tendremos que hacer un profundo examen de conciencia y un verdadero propósito de conversión?

 

6   «Yo soy quien ha consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo.»

Aquí se declara el propósito de Dios: consagra a su rey; Cristo reinará sobre Sión, el santo monte de Dios. El Ungido proclamará humilde, pero solemnemente el Reino de Dios, el Reino del Padre.

Se refiere al monte Moría, el cerro en Jerusalén sobre la cual se construyó el templo. Originalmente Sión se refiere al monte donde los jesubeos construyeron su fortaleza. David lo conquistó (2 Sam 5, 6-10) y construyó su palacio sobre este monte. Más tarde llegó a ser la manera de designar toda la ciudad de Jerusalén.

El Señor reina, pues, sobre su pueblo, reina sobre nosotros que, gracias a su Hijo, el Ungido, el Mesías, somos también pueblo suyo. Y el Reino tiene su norma suprema de funcionamiento, su Constitución, que tiene una sola palabra, una única regla: el amor (1 Jn 4, 7-8)

¿Nos vemos en la cumbre de ese monte, acompañados, sirviendo, recogidos en el amor de nuestro Padre? ¿Lo aceptamos a Él como nuestro Rey y Señor, o, nos sentimos, de vez en cuando un tanto “republicanos”? ¿Fundamos nuestro hogar en las faldas del monte de Sión viviendo bajo esa sencilla Constitución del amor?

 

7   Voy a comunicar el decreto del Señor: El me ha dicho: “Tú eres hijo mío, yo te he engendrado hoy”.

La palabra engendrar quiere decir: “procrear, formar, propagar la propia especie; dar existencia a una persona, producir o ser el origen de un nuevo ser”. Somos creación de Dios, tenemos sus genes, su sangre, su herencia, su Espíritu Santo, su presencia en nosotros. es muy diferente la relación de amigos, de compañeros, que de padres a hijos o de hijos a padres; tenemos el privilegio por el cual podemos clamar “abba, papá” Jesús le dijo a sus discípulos: “vosotros siendo malos les dais buenas cosas a vuestros hijos, cuanto mas su Padre que esta en los cielos, les dará el Espíritu Santo a vosotros si se lo piden”

Dios ya tenía planeado desde antes de la fundación del mundo el decreto. “En efecto, ¿a qué ángel le dijo Dios jamás: Tú eres mi Hijo, yo te he dado la vida hoy?. (Hb 1-5) o bien “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Hb 5, 5). Por la resurrección, dice Pablo, fue declarado, ser Hijo de Dios, el cual quiere que el hombre lo acepte como su Hijo eterno, y como tal, Señor nuestro.

¿Sabemos escuchar “los decretos” del Señor?

¿Creemos en ese Jesús, el Cristo, Hijo de Dios?

¿Nos manifestamos nosotros también hijos de ese Dios que Jesús nos ha mostrado como Padre fiel y misericordioso?

¿Está nuestra vida acorde con esas creencias?

 

8   Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad, los confines de la tierra.

Y cómo hijos suyos que somos, recibiremos todo lo que existe sobre la tierra; es el reino universal de Cristo, es, en fin, el Reino de Dios que somos responsables de proclamar en toda esa tierra heredada.

“Me ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra”, dice Jesús en su despedida de los Apóstoles (Mc 28, 18)

Porque el Dios Padre quiere que le creamos y aceptemos a su Hijo que es el Señor, para tener nosotros el derecho a ser hijos suyos y recibir la herencia anunciada.

En la oración encontraremos al Señor, debiendo, no sólo pedir, sino también alabar y bendecir, porque no hay nadie como Él, no hay nadie tan fiel y misericordioso como el Señor, que siempre se compadece con el que sufre, que siempre desea calmar sus angustias. Y hay surge también nuestra responsabilidad de padecer con el que sufre, e intentar llevarle hacia la felicidad que el Padre quiere para todos.

¿Nos reconocemos hijos de Dios? ¿Vivimos así nuestra fe? ¿Nos impulsa este hecho a vivir con alegría esa herencia que el Señor nos ha dejado y nos deja constantemente? ¿Tratamos de comunicar felicidad y alegría?

 

9   Las regirás con un cetro de hierro y quebrarás como vaso de alfarero.»

En el día de la toma de posesión del trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá?

Figura de la autoridad que el Señor da a sus hijos para regir la tierra; autoridad que los hijos tenemos que ejercer desde la fe. El ejercicio de la autoridad, necesario en cualquier organización que pretenda sobrevivir, debe adecuarse al significado de la palabra: autoridad implica hacer crecer, es decir, aumentar, promover, hacer progresar.

"No debemos jamás olvidar que el verdadero poder, a cualquier nivel, es el servicio. Si para el hombre a menudo la autoridad es sinónimo de poseer, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio, humildad, amor", nos dice el Papa Francisco.

En la herencia, en ese reinado, debemos seguir las huellas de “Él que es, el que era y el que ha de venir, el dueño del universo” (Ap 1, 8), que nos traspasa a nosotros esa autoridad: “Tened autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Gn 1, 28).

¿Somos conscientes de nuestra responsabilidad? ¿Nos hacemos acreedores a esa generosidad del Señor? ¿Valoramos la dignidad de todos los hermanos que nos rodean?  O bien, ¿Hacemos distinción entre las personas? ¿Ejercemos autoridad comunicando alegría y felicidad hasta donde podemos?... ¿… y podemos bastante?

 

10 Pues bien, reyes, entiendan, recapaciten, jueces de la tierra.

Es, pues, tiempo de que los gobernantes recapaciten, examinen el ejercicio de su autoridad, vean si los más humildes están atendidos, si tratan de gobernar esparciendo paz y buena convivencia.

Y los jueces, que vean si sus actuaciones son no sólo de acuerdo a la ley, que por supuesto, sino también justas y adecuadas en el cumplimiento de esa ley, sin venganzas, envidias ni influencias ajenas.

Claro que estas líneas de actuación no son solamente aplicables a gobernantes y jueces, sino también a nosotros mismos, en nuestra vida cotidiana, en nuestro trato con los que nos rodean; y, así mismo, recapacitar para ver si estamos ayudando a los más necesitados.

¿Tratamos de incidir con nuestra actitud, con nuestro voto, en los políticos para que su acción de gobierno vaya hacia la creación de bienestar en las capas más “bajas” de la sociedad? ¿Entendemos que nuestra vida comprende también a los necesitados que debemos “notar” tenemos cercanos?

 

11  Sirvan con temor al Señor, besen, temblando, sus pies;

El Antiguo Testamento nos habla mucho del temor, y, con frecuencia, ese temor se nos ha reflejado a los cristianos desde la jerarquía de la Iglesia. Sin embargo, el amor y el temor de Dios no son contrarios, mas bien se complementan. El temor de Dios nos dispone a poner nuestro corazón en lo bueno. Queremos llegar a hacer todo por amor pero, en el camino, nos ayuda recordar el peligro. Quien se cree ya perfecto en el amor y pretende no necesitar del temor cae con facilidad en el engaño o en la soberbia.

Por ejemplo, todo el Deuteronomio insiste en que la Ley sea interiorizada, cordial. La Ley es para el bien del hombre, es un don de Dios: Normalmente se corresponde a ella por amor y no por temor.

Es cierto que a Dios no le debemos tener "miedo" en el sentido en que hoy se usa la palabra, ese miedo que paraliza o que impulsa a huir de Dios y evitar pensar o acordarse de El.

Jesús lo que nos enseña en muchísimos pasajes, es el temor a las consecuencias del pecado y la negligencia. Es un aspecto necesario de su infinito amor porque no quiere que nadie se pierda.

¿Qué concepto tenemos del temor y el amor al Señor? ¿Contraste? ¿Nos inclinamos más a uno que a otros? ¿Somos capaces de interpretar el temor a Dios que aparece en el Antiguo Testamento? ¿Hemos abandonado totalmente el temor a Dios? ¿Lo confundimos con el “tener miedo” cotidiano? ¿Temblamos ante el Señor?

 

12 no sea que se enoje y perezcan, pues su cólera estalla en un momento. ¡Dichosos los que en él se

refugian!

El Señor quiere que honremos al Hijo para que no venga juicio sobre nosotros. Porque cuando sea su segunda venida ya no será como en la primera. En este tiempo nuestro Señor Jesucristo nos gobernará como corresponde a un Rey de reyes y Señor de señores.

Quiere decirnos que seremos bienaventurados todos los confiamos en El. El que no ha tenido el privilegio de aceptar a Cristo como su Señor, hoy es el momento que lo puede hacer, y poder así ser heredero junto con Él de la vida eterna, en su reino universal, que comienza en esta tierra que Él ha creado para nosotros.

El aviso a aquellos gobernantes que no legislen teniendo en cuenta a los menos favorecidos, es fuerte, es enérgico, pueden verse encerrados en la cólera del Señor; pero, por el contrario, todo el que se refugie en Él, todo el que camine con Él, será dichoso.

Estimular a hacer el bien, advertir sin descanso de las consecuencias del mal y, al mismo tiempo, invitar a poner en Dios toda nuestra confianza pone término al Salmo 2.

Contamos con Él y Él quiere contar con nuestra fidelidad.  Merece la pena, pues, estar a su lado, para que nuestras pequeñas acciones humanas sean enriquecidas con la eficacia divina y  puedan cambiar el mal en bien, el odio en amor.

Y así, refugiados en Él, confiados en su amor e irradiándolo a los que nos rodean, seremos dichosos, seremos felices

¿Creemos a Dios capaz de enojarse?¿Pensamos que el amor de Dios, que es lento a la ira y grande en misericordia, es muy superior a su posible enojo? ¿Somos capaces de buscar en Él nuestra felicidad?