Salmo 005

 


2 Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos;
3 escucha mi clamor, mi Rey y mi Dios, porque te estoy suplicando.
4 Señor, de madrugada ya escuchas mi voz: por la mañana te expongo mi causa y espero tu respuesta.
5 Tú no eres un Dios que ama la maldad; ningún impío será tu huésped,
6 ni los orgullosos podrán resistir delante de tu mirada.

7 Tú detestas a los que hacen el mal
y destruyes a los mentirosos. ¡Al hombre sanguinario y traicionero lo abomina el Señor!
8 Pero yo, por tu inmensa bondad, llego hasta tu Casa, y me postro ante tu santo Templo con profundo temor.
9 Guíame, Señor, por tu justicia, porque tengo muchos enemigos: ábreme un camino llano.
10 En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto, aunque adulan con la lengua.
11 Castígalos, Señor, como culpables, que fracasen sus intrigas;

expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti.
12 Así se alegrarán los que en ti se refugian y siempre cantarán jubilosos;
tú proteges a los que aman tu Nombre, y ellos se llenarán de gozo.
13 Porque tú, Señor, bendices al justo, como un escudo lo cubre tu favor.

 

Introducción.- Se trata de un salmo de súplica individual. Los verbos en imperativo («escucha», «atiende», «haz caso», etc.) muestran cómo alguien está atravesando una experiencia difícil, tensa, de conflicto. Y dirige su súplica a Dios.

 

2 Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos

Hay veces que por causa del dolor, las reveses, aflicciones o las cargas, no podemos expresar a Dios realmente como estamos; parece que exigimos al Señor que nos escuche, pero realmente es esa situación en la que el salmista se dirige al Padre, lo cual puede pasarnos a nosotros en alguna ocasión; entonces, en el apuro, surge el exceso de confianza que puede parecer exigencia

El mismo Espíritu Santo intercede por nosotros, cuando estamos abrumados y no tenemos palabras

No sólo pedirle al Señor que nos escuche. Escuchar, es, al mismo tiempo, recibir la Palabra como don. Las características de esta escucha son las de María, que, después de haber escuchado, obedece y dice: "Que me suceda según dices" (Lc 1, 38). Una escucha, por tanto, hecha en actitud de adoración y sumisión. Debemos dejar que Dios nos hable.

¿Tenemos un tiempo diario dedicado a hablar con el Señor? ¿En un lugar adecuado? ¿Nos sentimos relajados, capaces de hablar sin tensiones? ¿Estamos pendientes del reloj? ¿Pesamos que no “nos sale nada”?

 

3 escucha mi clamor, mi Rey y mi Dios, porque te estoy suplicando.

La voz de clamor, que es clamar: gemir ,afligirse suplicar. Dios le dijo a Jeremías, clama a mi; aflígete ante mi gime ante mi, y yo te responderé, y no solo te voy a responder; sino que también te enseñare cosas grandes, y cosas que te son ocultas, y que tu, ni siquiera imaginas conocer.

El Señor reina, y se hace su voluntad en los cielos, esto dijo Jesús en la oración del Padre Nuestro, por tanto nosotros no somos extraños para el Señor y él responderá; debía responder porque era el Dios de los pactos, y si Dios tenía un pacto con su pueblo, para él no eran extraños; en el Nuevo Testamento hay un nuevo pacto, basado en la vida de Jesucristo, por tanto para que Dios responda han de hacerse las peticiones de oración en el nombre del Señor Jesús. “… te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones” (Is 42, 6). “Según nuestra fe, la gracia del Señor Jesús es la que nos salva” (Hch 15, 11).

¿Qué tipo de voz debemos usar que le agrade a Dios.? ¿Cual es la actitud espiritual o modalidad de nuestro ser, con la que debemos presentarnos ante Dios, en oración diaria y permanente.?

 

4 Señor, de madrugada ya escuchas mi voz: por la mañana te expongo mi causa y espero tu respuesta.

Es Dios quien habla, es Cristo quien está atento, es el Espíritu el que nos responde. Nos habla la Palabra que nos ha creado, que tiene el secreto de nuestra vida, la clave de nuestras situaciones presentes, de esa causa que le exponemos, quien tiene el secreto del camino de la Iglesia, la clave de las situaciones históricas presentes. Nos habla el Espíritu que penetra toda realidad económica, social, política, y cultural del mundo. Así, nos ponemos a la escucha de la Palabra que ha hecho el mundo, que lo sostiene, lo guía y lo gobierna, seguros de que atenderá nuestra demanda.

La escucha es , como ahora se dice, interactiva; debemos de cultivar la habilidad de escuchar profundamente, de oír “con el oído de nuestro corazón,” como San Benito nos exhorta en el Prólogo de su Regla.  Al leer las Escrituras debemos tratar de imitar al profeta Elías.  Debemos permitirnos ser hombres y mujeres con capacidad para escuchar la voz apacible de Dios (1 Re 19,12), “el suave murmullo” que es la Palabra de Dios para nosotros, la voz de Dios tocando nuestros corazones.  Esta escucha tranquila es sensibilizarse a la presencia de Dios en ese lugar especial de la Creación que es la Sagrada Escritura

La voz de Acción de Gracias es una de las voces que Dios se goza en escuchar después del clamor que Jeremías hizo por la ciudad. “Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados, mientras esta proclamación de la gracia de Dios salía de los labios de Jesús” (Lc 4, 22). “Y del mismo modo que el pecado estableció su reino de muerte, así también debe de reinar la gracia que al hacernos `justos´, nos lleva ala vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 5, 21)

¿Encomendamos de mañana nuestro día al Señor?

¿Le alabamos y bendecimos, le damos gracias por el nuevo día, y después, sólo después le hacemos nuestras peticiones?

¿O bien entramos directamente a exponerle los problemas que esperamos y le pedimos su ayuda?

¿Estamos seguros de que el Señor nos escucha? ¿Le damos tiempo a responder o pasamos al aseo “sin más”?

 

5 Tú no eres un Dios que ama la maldad; ningún impío será tu huésped,

El salmista muestra quién es Dios para él. Dicho brevemente, el Señor no pacta con la injusticia. Por eso el justo inocente puede recurrir a él.

Hay, con demasiada frecuencia, un secreto resentimiento de la conciencia vulgar: Dios que, aunque dice que ama y que es Padre, ni hace todo el bien que “puede”, ni evita las desgracias, cuando no las manda él mismo.

Pero es necesario darse cuenta de la presencia de una creación por y desde el amor; si el mal está ahí es porque resulta inevitable en la criatura finita en la que el conflicto con la naturaleza, consigo mismo y con los demás acaba presentándose.

Pero Él lo soporta con nosotros y contra el mal, animándonos, apoyándonos, envolviéndonos en sentido y esperanza. “Quiso daros a conocer la riqueza tan grande que su plan misterioso reservaba a las naciones paganas: Cristo en vosotros y la esperanza de la Gloria” (Col 1, 27)

Educar para el gozo, para descubrir a Dios en lo positivo de la vida, constituye una urgencia de la pedagogía cristiana, cuando el dinamismo de su creación sufre en nosotros el fracaso , Él se pone de nuestro lado en busca de la alegría posible, y, en cualquier caso, de la alegría eterna.

¿Por qué triunfan los injustos, los opresores, los sanguinarios, los mentirosos?... ¿Por qué consiente Dios estos desórdenes?... ¿Nos parece que es así?

 

6 ni los orgullosos podrán resistir delante de tu mirada.

La mirada de Jesús, cargada siempre de amor y de misericordia, acompaña y alienta los procesos personales de los discípulos, su vocación, sus titubeos, sus temores, sus logros. Reclama a su vez ser correspondida libremente con una entrega confiada y consecuente. Esto será harto difícil para los orgullosos, para aquellos con exceso de estimación propia,

Pero no solamente se trata de ver como Dios, sino de VERNOS a nosotros mismos como Dios nos ve. Se trata de acoger la mirada de Dios, “que escruta los riñones y el corazón” (Jer 11,20).

Ante Él no cabe el disimulo ni la ficción, siempre posible ante los demás e incluso ante uno mismo. Él conoce lo más hondo de nuestros movimientos y pensamientos: “Sabes cuando me siento y cuando me levanto, mi pensamiento calas desde lejos” (Sal 139,2).

Hay que convertir nuestra mirada para hacerla semejante a la de Jesús. Mirar como él, ver a los que El ama y prefiere, mirar a todos desde los pequeños, asumir el punto de vista de los pobres y de aquellos que están heridos, es ya percibir la presencia del Reino de Dios. “Jesús recorría todas las ciudades y pueblos; enseñaba en sus sinagogas, proclamaba la buena nueva del Reino y curaba todas las dolencias y enfermedades” (Mt 9, 35)

Nuestro ser cristiano debe de tener como objetivo primario anunciar al Dios que nos mira bondadosamente y nos ama. Pero también tiene como objetivo ayudar a experimentar esa mirada bondadosa y ese amor salvífico de Dios a toda persona, a toda la humanidad, a toda la creación.

Y, para ello, es absolutamente necesario haber experimentado en propia carne esa mirada bondadosa y ese amor salvífico; haber experimentado a un Dios que nos tiene de su mano, dirige nuestras vidas, les tiene asignado un sentido y un destino salvador Es absolutamente necesario personalizar el mensaje antes de anunciarlo y mientras se anuncia.

¿Somos humildes, no sólo ante Dios, sino también ante nuestros hermanos?

¿Somos valientes manifestando nuestra convicción cristiana y su mensaje, sin acomodarlo al gusto del que nos escucha… aunque sea nuestro Jefe?

¿Ayudamos al mundo, con nuestra palabra y nuestro ejemplo, a mirar al Señor como el Señor lo mira?

¿Sabemos anunciar al Dios que nos mira bondadosamente y nos ama?

 

7 Tú detestas a los que hacen el mal y destruyes a los mentirosos. ¡Al hombre sanguinario y traicionero lo abomina el Señor!

Ciertamente que Dios distingue entre el inocente y el culpable, ¡y esto es justicia! El salmista espera sobre todo que Dios le muestre su rostro propicio y le conceda su presencia.

La solidaridad, la fraternidad, personal entre el salmista y «su Dios» le obliga a fiarse y confiarse plenamente en Dios, el único fiel a su palabra. La justicia de Dios es fidelidad, lealtad, misericordia, gracia..., que motivan la confianza.

En los tiempos presentes, en los que Dios ha manifestado su justicia (Rm 3,25) y su fidelidad está marcada por el sí rotundo de Cristo (2 Co 1,20), los cristianos podemos -con mayor razón que el salmista- acogernos a Él con júbilo eterno porque su favor nos rodea como un escudo.

Los que comenten injusticias y maldad sin límites. ¡Qué terrible debe ser, para una persona, ser aborrecido por Dios! ¡¿Dónde podrá esconderse tal persona? El deber de la iglesia de Cristo, nuestro deber, es tratar que estas personas no caigan en manos de un Dios enojado y, sí, en las manos de un Dios de amor. ¿Cómo? Anunciándole las buenas nuevas de salvación.

Es un extraordinario retrato de Dios: no ama la injusticia, no acepta como huésped al malvado, en su presencia no se mantienen los arrogantes, detesta a los malhechores, destruye a los mentirosos, aborrece a cuantos derraman sangre y obran traición. En una palabra, el Dios de este salmo no se compromete con la injusticia ni con los que la cometen.

¿Solamente se hace el mal “por acción”, o es igual de importante en este aspecto “la omisión”?

¿ Actuamos en ocasiones en actitud engañosa, aparente, fingida o falsa?

¿Tratamos que evitar ser vengativos?

¿Quebrantamos la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener con los demás?

¿Creemos que el Dios que contemplamos por medio de su Hijo en el Nuevo Testamento, puede actuar con condena y maldición, y no con amor?

 

8 Pero yo, por tu inmensa bondad, llego hasta tu Casa, y me postro ante tu santo Templo con profundo temor.

Las diversas referencias a la mentira, a la falsedad, etc. sugieren un camino: el arma que los injustos emplean contra el justo es la calumnia. Injustamente acusado, el justo se siente como si le fallara el suelo bajo los pies. La única salida es huir para salvar la vida buscando asilo en el templo, que funcionaba como lugar de refugio.

Casa y Templo, ¿son sinónimos? ¿implican ambos términos un lugar de acogida, de compartir, de comunidad? El término temor que acompaña no parece indicarlo así. Indudablemente para el judío el Templo era uno de sus símbolos mayores, pero el temor a Dios que tanto aparece en el Antiguo Testamento (y que en gran parte parece que hemos heredado los cristianos), no se compadece con la acogida de una casa.

Además, el pueblo solamente podía llegar al patio exterior, e, incluso, al Santa Santorum, donde estaba el arca de la alianza,  únicamente podía acceder el sumo sacerdote.

“En el amor no hay temor. Sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn 4, 18).

Así pues, fijémonos más en la bondad del Señor, su inmensa bondad, que nos acoge a todos, y demos a nuestros templos, a nuestras iglesias el mejor  mayor carácter de lugar de acogida, de reunión, y, por supuesto, de oración individual, pero también comunitaria.

¿La bondad de Dios nos da seguridad y ánimo? ¿Nos acerca a Él? ¿Creemos que es el corazón de nuestra fe cristiana?

¿Sabemos que la  grandiosa noticia es que el Amor de Dios, reflejado a través de Jesucristo en el Nuevo Testamento, tiene el poder de desterrar el temor y de hacernos libres?

 

9 Guíame, Señor, por tu justicia, porque tengo muchos enemigos: ábreme un camino llano.

Dice Pablo: “El Evangelio manifiesta cómo Dios nos hace justos por medio de la fe y para la vida de fe” (Rom 1, 8). Así pues, nuestra experiencia de fe, nuestra unión con el Señor, hará que obremos con justicia, con esa disposición firme y constante de dar a cada uno lo que tiene derecho y se le debe.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. No tiene que reparar ningún desequilibrio porque para Dios el injusto es el que se daña a sí mismo en primer lugar. Pero, además, el que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia.

La justicia humana se impone por el poder judicial. Cuando pedimos a Dios que imponga "justicia" le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores. Esta es la clave para entender al Dios de Jesús.

Para gozar de una existencia en plenitud, el hombre necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente, y no por medio de la ley que aplica la justicia: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. (Del mensaje el papa Benedicto XVI para la Cuaresma de 2010)

Esa es la justicia con la que el salmista, y todos nosotros claro, quiere se conducido en la vida, siempre en la búsqueda de protección, ya que no de revancha o venganza. Amistarse con enemigos es tarea importante para un cristiano.

¿Esperamos de Dios una justicia que se acomode a nuestros deseos?

¿Procuramos limar asperezas con aquellas personas que no se muestran, o con los que no nos hemos mostrado, amistosos?

¿Tratamos de ser justos con los que nos rodean? En esa justicia, ¿nos dejamos guiar por el Señor, teniéndolo presente en nuestra vida por medio de la oración?

¿Somos conscientes – y tratamos de evitarlo – que es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen las intenciones malas? ¿Es nuestro corazón productor de injusticias?


10 En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto, aunque adulan con la lengua.

El malvado está totalmente absorbido por la mentira que engendra muerte. Su boca, su corazón, su garganta, su lengua, todo está penetrado por la mentira, de modo que se les puede comparar con un sepulcro abierto.

Es incapaz de expresarse con sencillez, veracidad, libre de fingimiento, porque su corazón está maquinando el mal, está constantemente pensando cómo aprovecharse de la situación en que se encuentra, cómo inclinar la balanza de la situación en beneficio propio.

Y, con gran frecuencia, el resultado de su postura ante la vida es la corrupción de las costumbres y del orden y estado habitual de las cosas. Es el enemigo, no sólo de una persona en concreto sino de la sociedad, a la que pretende engañar y de la que quiere aprovecharse.

Y, al mismo tiempo y para lograr sus propósitos, sabe hacer o decir con intención, a veces inmoderadamente, lo que cree que puede agradar a otro, del que necesita para sus maquinaciones.

Merece la pena fijarse en los distintos «nombres» que reciben los injustos: son
«malvados, impíos» (5); «orgullosos» y «malhechores» (6), «mentirosos», «sanguinarios» y «traicioneros» (7); enemigos que «acechan» al justo (9); tienen el corazón «perverso», son como un «sepulcro abierto» y «adulan con su lengua» (10); son intrigantes; cometen numerosos crímenes (contra los que luchan por la justicia) y se rebelan contra Dios (11). Son «nombres» que revelan quiénes y cómo son, cómo actúan y contra quién. Se trata de un grupo organizado que no tolera la presencia de quien lucha por la justicia. “Pues Cristo murió una vez por el pecado y para llevarnos a Dios, siendo ésta la muerte del justo por los injustos” (1 P 3, 18).

¿ Estamos atentos a reaccionar ante este enemigo con la moral cristiana que no es más que el proceso de conversión al reino de Dios?

¿Consideramos la posibilidad de conversión del que actúa con frecuencia en beneficio propio sin tener en cuenta las necesidades de los demás?

¿Reaccionamos con humildad, pero con reciedumbre, ante ese tipo de actitudes?

¿Cuál es el resultado de una lengua mentirosa, y una mente que piensa maldad?

 

11 Castígalos, Señor, como culpables, que fracasen sus intrigas;

expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti.
Nos ayuda a orar con estas peticiones que el orante no pide tanto su destrucción o su sufrimiento, sino “que fracasen sus planes, sus intrigas” (esos planes falsos que cierran el camino de Dios para el salmista).

No son los enemigos personales del salmista, son, ante todo, los enemigos de Dios (“se han rebelado contra ti”). No es que metamos a Dios a resolver nuestros conflictos, sino que nos vemos envueltos en los conflictos de Dios y, por eso, le pedimos ayuda a él.

La acción de Dios a favor de la justicia desencadenará la reacción de los justos; alegría, júbilo y gozo exultante por el hecho de que Dios bendice al justo y lo protege como un
escudo
La acción de Dios a favor de la justicia desencadenará la reacción de los justos; alegría, júbilo y gozo exultante por el hecho de que Dios bendice al justo y lo protege como un
escudo
El Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso pide «una postura clara y valiente por parte de los responsables religiosos, sobre todo musulmanes, de las personas comprometidas en el diálogo interreligioso y de todas las personas de “buena voluntad”» sobre la violencia que los yihadistas del autoproclamado Califato están ejerciendo en Irak en contra de los cristianos, yazidis y otras minorías religiosas.

«Los responsables religiosos también han sido llamados a ejercer su influencia frente a los gobiernos para que cesen estos crímenes, para castigar a los que los cometen y para restablecer un estado de derecho en todo el territorio, garantizando al mismo tiempo el regreso de las personas expulsadas de sus casas. Recordando la necesidad de una ética en la gestión de las sociedades humanas, los mismos líderes religiosos no dejarán de subrayar que el apoyo, el financiamiento y el armamento de los terroristas es moralmente condenable.

Hijo, no desprecies las advertencias de Yahvé, no te rebeles contra su reprimenda; porque el Señor corrige al que ama, así como el padre reprende al hijo que quiere” (Pr 3, 11-12). “… pues el Señor corrige al que ama y castiga al que recibe como hijo” (Hb 12, 6).

¿Dios castiga o reprende? ¿o no? ¿Cómo vemos las guerras? ¿Somos capaces de separar el castigo del odio - Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea-? ¿Podemos concebir el castigo eterno? ¿Creemos a Dios capaz de éste?¿Qué pensamos del Purgatorio? ¿Ya en esta vida? ¿Y de las indulgencias… plenaria, un año…?

 

12 Así se alegrarán los que en ti se refugian y siempre cantarán jubilosos;
tú proteges a los que aman tu Nombre, y ellos se llenarán de gozo.

Como una especie de coro expectante, los que están del lado de Dios esperan el resultado del juicio de Dios, la acción salvadora del Señor. No sólo les preocupa la salvación del que pertenece a su mismo círculo, les preocupa también porque ellos están envueltos en la misma lucha: ellos pueden esperar las mismas dificultades y podrán esperar que Dios intervenga del mismo modo.

Por eso, si Dios salva al salmista, ellos, que se refugian en Él, verán reforzada su confianza y se llenarán de gozo por la suerte del salmista y por poder esperar la misma reacción de Dios, porque ellos también aman su nombre y también podrán presentarse ante Dios (no como los enemigos).

Es una invitación a la confianza y a la alegría hecha a los que se refugian en Dios. La alegría debe ser una característica de los que confían en el Señor. Y una alegría que dure para siempre.

La alegría es fruto del Espíritu (Ga 5, 22), Si queremos gozar del fruto del Espíritu y hacerlo crecer en nuestro entorno, no podemos dejar de plantearnos en la oración y la reflexión cómo estamos viviendo la fe. No hay alegría si falta el amor; como el amor y la fe, la alegría es don que ha de ser pedido, recibido y cultivado con esmero.

¿Estamos convencidos de que la alegría es el don en el que todos los demás dones están reunidos?

¿Nos damos cuenta de que equivocan su camino los que buscan la alegría en el poder, el prestigio o el dinero?

¿Cómo Iglesia, deberíamos compartir más las alegrías, y no sólo las penas?

¿Llevamos el don de la alegría con nosotros, y somos capaces de contagiarla?

 

13 Porque tú, Señor, bendices al justo, como un escudo lo cubre tu favor.

Este versículo 13 es como un resumen de la acción de Dios, una formulación general de la respuesta de Dios: «Bendices al justo». Es una forma sapiencial de resumir el contenido del salmo. La acción de Dios a favor de la justicia desencadenará la reacción de los justos; alegría, júbilo y gozo exultante por el hecho de que Dios bendice al justo y lo protege como un escudo

La bendición de Dios no se reduce a unas palabras, la bendición de Dios es una forma de expresar la salvación, el compendio de los dones de Dios, en definitiva, la comunión misma con Dios que produce una vida plena. Dios se define entonces como «escudo», uno de los apelativos de Dios favoritos de los salmos.

El «favor» de Dios es su gracia ‑ su amor gratuito a nosotros ‑ y eso constituye nuestro escudo frente a toda adversidad. El orante, que se sabe entre los justos, manifiesta así su confianza en recibir la protección y la bendición de Dios.

“Tened siempre en la mano el escudo de la fe, y así podréis atajar las flechas incendiarias del maligno” (Ef 6, 16). El escudo guarda la armadura y el cuerpo, y nuestra fe en Cristo Jesús, sobre nuestra armadura de Dios y nuestro cuerpo

En la oración pidiendo al Señor perdón y arrepentidos por nuestra parte, fuimos cambiados por el poder de Dios. Desde ese momento, Dios es nuestro escudo y el Señor Jesucristo, nuestro Salvador.

¿Tratamos de obrar con justicia en nuestra vida? ¿Le pedimos al Señor una conciencia recta y justa? ¿Notamos su protección? ¿Imploramos su bendición? ¿Forma la oración parte importante de nuestra vida?