INTRODUCCION
Este canto triunfal contiene una admirable profesión de confianza en el Señor, que está presente en medio de su Pueblo como una fortaleza inexpugnable). El lugar privilegiado de esa presencia divina es la “Ciudad de Dios” - Jerusalén, con su Templo de Sión - que el mismo Señor eligió como Morada. Desde allí él manifiesta su poder, para asegurar la prosperidad y la paz de su Pueblo, y para librarlo de todos los peligros. Este Salmo -junto con los Salmos 48; 76; 87- pertenece a un grupo de poemas cultuales, que celebran los privilegios de la Ciudad de Dios, y por eso se denominan “Cantos de Sión”.
La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Dios con nosotros. Cántico de Sión. La presencia divina en el Templo protege la Ciudad Santa, y aguas simbólicas la purifican y fecundan, convirtiéndola en un nuevo Edén. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Dios, protector de su pueblo. Canto de triunfo y de confianza en Dios por haber librado a su pueblo de poderosos enemigos. De aquí se eleva el salmista a la proclamación de Yahvé Rey universal, reconocido y acatado por todos los pueblos. Tiene, pues, un sentido ciertamente mesiánico: el reinado universal de Yahvé, realizado en el Mesías, Cristo Jesús.
Para comprender este salmo, un himno a Sión, hay que situarse en la perspectiva de Isaías 2,1-5 o de Isaías 60: un monte se yergue sobre toda la tierra; hacia él confluyen los pueblos por la soberana razón de ser la «Santa Morada del Altísimo». Es una peregrinación hacia la Ciudad Santa, un camino ascendente hacia el futuro, hacia arriba, hacia Dios. Desde esta meta que convoca a la humanidad (v. 9), dimana el bien supremo de la paz (v. 10). Se comprende que quienes son llamados hacia esos supremos ideales canten el poder de Dios y la confianza que tienen en su presencia protectora. Los motivos se entremezclan. Unos son míticos, otros proféticos, cultuales o escatológicos. Todos ellos al servicio de la sublime emoción que embarga a quienes aquí cantan el poder de Dios. El salmo puede ser una composición muy antigua, hecha quizá con ocasión de la derrota de Senaquerib el año 701 antes de Cristo.
1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Para oboes. Salmo sobre Alamot
2 El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
3 Por eso no tememos,
aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen
hasta el fondo del mar;
4 aunque bramen y se agiten sus olas,
y con su ímpetu sacudan las montañas.
El Señor del universo está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa
A este Salmo el pueblo de Dios ha recurrido una y otra vez en busca de ayuda. Está dirigido, como podemos notar en su encabezamiento: "Al músico principal; de los hijos de Coré. Salmo sobre Alamot". Este es un Salmo sobre Alamot; esta palabra "almah" se usa en Isaías, capítulo 7, versículo 14, donde dice: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Evidentemente esta palabra "alamot" significa "con vírgenes" y en esta ocasión, se está refiriendo a voces de jóvenes vírgenes.
Ese es otro gran canto de liberación y victoria que fue entonado por los hijos de Israel cuando cruzaron el Mar Rojo. Se nos dice que ellos cantaron una canción de Moisés. ¿Pero quién dirigió el canto? No creemos que haya sido Moisés. Más bien creemos que Miriam, la profetisa, hermana de Moisés y Aarón, tomó en su mano una pandereta y dirigió el canto. Y las mujeres la siguieron con panderetas y danzas.
En Ex 15, 21 dice que cuando Moisés y los israelitas cantaron, María repetía “Cantad al Señor, porque se ha cubierto de gloria; ha echado en el mar al caballo y al jinete”. Así es que en esa ocasión la persona que dirigió el canto fue María, la hermana de Moisés. Y aquella fue la celebración de una gran victoria.
Dios es nuestro refugio y fortaleza: en sentido defensivo o pasivo, tan fuerte, que no han podido asaltarla los enemigos. Alusión a la ciudad amurallada de Jerusalén dentro de la cual estaba el templo de Yahvé. Más que las murallas, el santuario ha sido la defensa de la ciudad. Poderoso defensor en el peligro: en esa tribulación que ha sido grandísima, lo mismo que de varias tribulaciones. Poderoso defensor: a la letra, «nuestro gran socorro», o «socorro en extremo». Así como refugio y fortaleza implican una idea de resistencia sostenida, como en los sitiados que están en un alcázar de refugio, así socorro puede incluir una idea de acción directa y de ataque; ambos extremos expresan una totalidad de potencia divina que actúa a favor de los suyos.
Por eso: animados por esa experiencia salvífica, los protegidos de Yahvé se confirman en la confianza en su Dios. Tan viva e intensa es esta confianza así engendrada, que no temerán aun en medio de los más graves peligros generales. Siguen unas frases hiperbólicas, más naturales e inteligibles para un oriental que entre nuestros clásicos occidentales. Los montes: no se trata de las columnas invisibles que, según la concepción semítica, sostienen la tierra en el fondo de los mares, sino de los visibles, emergidos sobre las aguas en la creación.
5 Las acequias del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
6 El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.
7 Tiemblan las naciones, se tambalean los reinos:
él hace oír su voz y se deshace la tierra.
8 El Señor del Universo está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa
Yahvé habita en Sión y la protege. El poder omnímodo de Dios llega hasta domar las fuerzas del mar alborotado, haciendo salir de él un río [las acequias] que, lejos de traer la desolación y la ruina, trae la bendición, alegrando la ciudad de Dios. Los autores que suponen que el salmo es de Isaías, creen que aquí río [las acequias] alude al canal de Ezequías. En Isaías 8,6 se habla de «las aguas de Siloé, que fluyen mansamente» -símbolo del gobierno paternal y suave de Dios, que habita en el templo, teniendo bajo su sombra protectora a la ciudad de Sión, en contraposición al río impetuoso de Asiria, el Éufrates, que todo lo anega, sembrando la desolación-, y en Isaías 33,21 se dice que Yahvé es para los israelitas como lugar de «ríos y anchos canales» que protegen y rodean a su ciudad santa. Podemos considerar la frase del salmo El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios como una explicación del texto de Isaías, si bien insistiendo, más que en la idea de protección, en la de fuente de fertilidad y alegría.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios: la ciudad de Dios es Jerusalén, llamada así por estar en ella su morada, como se dirá en seguida, o su templo. El tema de la ciudad de Dios y la misma expresión son muy bíblicos, desde Isaías y David, Tobit y Judit, a la compleción conceptual de la Jerusalén nueva, terrestre (Hb 12,22) y celeste (Ap 3,12). El correr de las acequias: puede entenderse como imagen paradisíaca de la gracia y los dones divinos, que brotan principalmente de la presencia de Dios en el templo y entre su pueblo (Is 30,25; Ez 47,1-12; Ap 22,1-2). Quizá mejor, sin metáfora, deba explicarse esta frase de un hecho histórico, que sería la gran obra hidráulica realizada por Ezequías cuando introdujo en Jerusalén las aguas de la fuente Guijón por medio de su famoso canal subterráneo. La impresión del cronista en el libro de los Reyes ante tan magna obra (2 Re 20,20) queda sublimada en el salmo, en que se atribuye la corriente, que da consuelo y alivio, a la protección de Yahvé.
La ciudad de Dios, Jerusalén, santificada con la presencia divina, lo que es una garantía de permanencia. Allí mora el Altísimo, expresión poética arcaizante para designar al Dios de Israel; por eso, aunque se conmueva toda la naturaleza, no vacila, no será movida. La derrota del ejército de Senaquerib era una prueba de la especial protección divina sobre ella. La liberación milagrosa es como la aurora o clarear de la mañana, que sucede a la noche tenebrosa de la opresión y el peligro.
El salmista juega con el doble símil del ataque de los ejércitos de las naciones, que hostigan al pueblo elegido, y la conmoción de la naturaleza. Todo parece trastocarse: los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan...; pero interviene Dios, y todo se calma, como, cuando se conmueven las fuerzas cósmicas, da su voz, lanza su trueno, y se derrite o tambalea la tierra por sus rayos fulgurantes y abrasadores. El pueblo israelita puede estar tranquilo en medio de esta conmoción de los pueblos y de la naturaleza, porque Yahvé, el Señor de los ejércitos -alusión a su señorío sobre las constelaciones celestes, que se mueven a su mando con precisión militar; a su dominio sobre todas las cosas y, sobre todo, a su intervención en favor de Israel en la historia contra sus enemigos-, está con él. Es el título característico de la literatura profética, especialmente en los escritos de Isaías.
9 Vengan a contemplar las obras del Señor,
él hace cosas admirables en la tierra:
10 elimina la guerra hasta los extremos del mundo;
rompe el arco, quiebra la lanza
y prende fuego a los escudos.
11 Ríndanse y reconozcan que yo soy Dios:
yo estoy por encima de las naciones,
por encima de toda la tierra.
12 El Señor del universo está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa
Yahvé es Dios de paz. Después de presentar a Yahvé dominando las fuerzas cósmicas y las grandes conmociones históricas en beneficio de su pueblo, el poeta hace una invitación a reflexionar sobre las proezas y gestas de Yahvé, obra de su omnipotencia. La invitación se dirige a todos, pero especialmente a las naciones gentílicas, que deben recibir una lección de los hechos ocurridos (v. 11). La intervención divina acabará por imponer la paz universal, haciendo cesar la guerra hasta los confines de la tierra. La perspectiva del salmista, como la de los profetas en general, se ensancha y proyecta hacia los tiempos mesiánicos, idealizando el futuro conforme a las ansias de paz que hay en el corazón del hombre. En Isaías 2,4 se habla de una época venturosa futura en la que «de las espadas forjarán arados, y de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra».
El salmista se sitúa en la misma panorámica deslumbradora: Él (Yahvé) rompe los arcos, quiebra las lanzas y prende fuego a los escudos (v. 10b). Es el mismo pensamiento de Isaías 9,4. Es la obra del Emmanuel («Dios con nosotros»). Justamente en el salmo se repite el estribillo de que el Señor de los ejércitos hará la liberación porque está con nosotros (Immanu 'El).
La dependencia del salmo de los escritos de Isaías es tan estrecha, que bien podemos ver en ello una relación con los grandes vaticinios liberadores del profeta. La perspectiva de la paz mesiánica futura era la estrella polar de los angustiados corazones israelitas, tantas veces probados por los sobresaltos bélicos. Así, el salmista, después de aludir a una portentosa liberación de Jerusalén de una invasión de pueblos enemigos, anuncia a sus contemporáneos que esto será el símbolo de otra liberación más amplia y definitiva, cuando desaparezcan todos los instrumentos de guerra. Zacarías se hace eco de esta ansia universal de paz: «Suprimirá los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar».
Finalmente, el salmista pone en boca de Yahvé una amonestación a las naciones para que entren en cordura y reconozcan su señorío como Dios, y, en consecuencia, desistan de atacar a su pueblo, pues, de lo contrario, tendrán que vérselas con su omnipotencia. Rendíos y reconoced que yo soy Dios... Tiene señorío sobre las gentes y naciones, y, por tanto, no se pueden librar de su manifestación punitiva, ya que Él domina toda la tierra (v. 11). Es una amonestación similar a la de Salmo 2,10-12: «Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra: servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando; no sea que se irrite, y vayáis a la ruina, porque se inflama de pronto su ira».
El estribillo final repite la confianza en la protección de Dios, que es el Señor de los ejércitos, y, al mismo tiempo, Dios de Jacob, vinculado a su descendencia por un pacto.
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II AL SALMO 46
1. Acabamos de escuchar el primero de los seis himnos a Sión que recoge el Salterio (cf. Sal 47, 75, 83, 86 y 121). El salmo 46, como las otras composiciones análogas, celebra la ciudad santa de Jerusalén, «la ciudad de Dios, la santa morada del Altísimo» (v. 5), pero sobre todo expresa una confianza inquebrantable en Dios, que «es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro» (v. 2; cf. vv. 8 y 12). Este salmo evoca los fenómenos más tremendos para afirmar con mayor fuerza la intervención victoriosa de Dios, que da plena seguridad. Jerusalén, a causa de la presencia de Dios en ella, «no vacila» (v. 6).
El pensamiento va al oráculo del profeta Sofonías, que se dirige a Jerusalén y le dice: «Alégrate, hija de Sión; regocíjate, Israel; alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén. (...) El Señor, tu Dios, está en medio de ti, como poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti; te renovará por su amor; se regocijará por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta» (Sof 3, 14. 17-18).
2. El salmo 46 se divide en dos grandes partes mediante una especie de antífona, que se repite en los versículos 8 y 12: «El Señor de los Ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob». El título «Señor de los ejércitos» es típico del culto judío en el templo de Sión y, a pesar de su connotación marcial, vinculada al arca de la alianza, remite al señorío de Dios sobre todo el cosmos y sobre la historia.
Por tanto, este título es fuente de confianza, porque el mundo entero y todas sus vicisitudes se encuentran bajo el gobierno supremo del Señor. Así pues, este Señor está «con nosotros», como lo confirma la antífona, con una referencia implícita al Emmanuel, el «Dios con nosotros» (cf. Is 7,14; Mt 1,23).
3. La primera parte del himno (cf. Sal 45,2-7) está centrada en el símbolo del agua, que presenta dos significados opuestos. En efecto, por una parte, braman las olas del mar, que en el lenguaje bíblico son símbolo de devastaciones, del caos y del mal. Esas olas hacen temblar las estructuras del ser y del universo, simbolizadas por los montes, que se desploman por la irrupción de una especie de diluvio destructor (cf. vv. 3-4). Pero, por otra parte, están las aguas saludables de Sión, una ciudad construida sobre áridos montes, pero a la que alegra «el correr de las acequias» (v. 5). El salmista, aludiendo a las fuentes de Jerusalén, como la de Siloé (cf. Is 8,6-7), ve en ellas un signo de la vida que prospera en la ciudad santa, de su fecundidad espiritual y de su fuerza regeneradora.
Por eso, a pesar de las convulsiones de la historia que hacen temblar a los pueblos y vacilar a los reinos (cf. Sal 46,7), el fiel encuentra en Sión la paz y la serenidad que brotan de la comunión con Dios.
4. La segunda parte del salmo 46 (cf. vv. 9-11) puede describir así un mundo transfigurado. El Señor mismo, desde su trono en Sión, interviene con gran vigor contra las guerras y establece la paz que todos anhelan. Cuando se lee el versículo 10 de nuestro himno: «Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos», el pensamiento va espontáneamente a Isaías.
También el profeta cantó el fin de la carrera de armamentos y la transformación de los instrumentos bélicos de muerte en medios para el desarrollo de los pueblos: «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2,4).
5. La tradición cristiana ha ensalzado con este salmo a Cristo «nuestra paz» (cf. Ef 2,14) y nuestro liberador del mal con su muerte y resurrección. Es sugestivo el comentario cristológico que hace san Ambrosio partiendo del versículo 6 del salmo 46, en el que se asegura que Dios «socorre» a la ciudad «al despuntar la aurora». El célebre Padre de la Iglesia ve en ello una alusión profética a la resurrección.
En efecto -explica-, «la resurrección matutina nos proporciona el apoyo del auxilio celestial; esa resurrección, que ha vencido a la noche, nos ha traído el día, como dice la Escritura: "Despiértate y levántate, resucita de entre los muertos. Y brillará para ti la luz de Cristo". Advierte el sentido místico. Al atardecer se realizó la pasión de Cristo. (...) Al despuntar la aurora, la resurrección. (...) Muere al atardecer del mundo, cuando ya desaparece la luz, porque este mundo yacía totalmente en tinieblas y estaría inmerso en el horror de tinieblas aún más negras si no hubiera venido del cielo Cristo, luz de eternidad, a restablecer la edad de la inocencia al género humano. Por tanto, el Señor Jesús sufrió y con su sangre perdonó nuestros pecados, ha resplandecido la luz de una conciencia más limpia y ha brillado el día de una gracia espiritual» (Commento a dodici Salmi, SAEMO, VIII, Milán-Roma, 1980, p. 213).
[Audiencia general del Miércoles 16 de junio de 2004]
A los cristianos de nuestro tiempo nos es necesaria la confianza plena expresada en este salmo. No todo va bien, ni en el mundo ni en la Iglesia. Algunos de los males de nuestros días, con frecuencia, nos atemorizan en exceso; las injusticias del mundo, las infidelidades de muchos en la Iglesia nos pueden parecer dificultades aptas para descorazonar incluso a los más fuertes. Pero no, aunque hiervan y bramen las olas, «más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor» (Sal 92,4). Por eso la Iglesia, sabiendo que Dios está en ella, no vacila y sabe esperar contra toda esperanza,
Si estamos mirando solamente para las circunstancias actuales seremos conmovidos, pero si estamos enraizados en la Palabra de Dios y en la promesa de la eternidad, vamos a seguir fuerte y nadie puede quitar eso de nosotros. Así “Estén alerta, permanezcan firmes en la fe, pórtense varonilmente, sean fuertes.” (1 Co 16,13)
Y recuerda lo que Is 26,3 dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.”