Salmo 011

1 Yo tengo mi refugio en el Señor,
¿cómo pueden decirme entonces:
"Escapa a la montaña como un pájaro,
2 porque los malvados tienden su arco
y ajustan sus flechas a la cuerda,
para disparar desde la penumbra
contra los rectos de corazón?
3 Cuando ceden los cimientos,
¿qué puede hacer el justo?"
4 Pero el Señor está en su santo Templo,
el Señor tiene su trono en el cielo.
Sus ojos observan el mundo,
sus pupilas examinan a los hombres:
5 el Señor examina al justo y al culpable,
y odia al que ama la violencia.
6 Que él haga llover brasas y azufre
sobre los impíos, y les toque en suerte un viento abrasador.
7 Porque el Señor es justo y ama la justicia,
y los que son rectos verán su rostro.

MEDITACIÓN

La espiritualidad del salmo queda muy bien reflejada en el último versículo, que expresa la justicia en la que se mueve el Señor, raíz de toda confianza y fuente de esperanza en los días de angustia.

1 Yo tengo mi refugio en el Señor,
¿cómo pueden decirme entonces:
"Escapa a la montaña como un pájaro,
2 porque los malvados tienden su arco
y ajustan sus flechas a la cuerda,
para disparar desde la penumbra
contra los rectos de corazón?
La confianza en el Señor se extiende a lo largo de toda la Escritura. En esta magnífica oda se canta la fe ciega en el Dios providente. El salmista, invitado a emprender la fuga por consejo de algunos amigos, que miraban la situación sólo desde el punto de vista humano, responde que tiene toda su confianza en el poder del que habita en lo alto, desde donde contempla las acciones de los hombres. Por eso hará justicia a los rectos de corazón, mientras que perderá a los impíos, que viven fuera de su ley santa.
Así encontramos en el profeta Jeremías: “Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto.” (Jr 17, 7 - 8)
O bien la belleza de Isaías: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.” (Is 43, 2).
Es lógica, pues, la pregunta que hace el Salmo, ¿Por qué huir? Porque como dice el Libro de los Proverbios: “Temer a los hombres resulta una trampa, pero el que confía en el Señor sale bien librado.” (Pr 29, 25).
Tengamos entonces nuestro corazón puesto en el Señor, nuestra fe en Él siempre a punto, nuestra esperanza abierta a su Palabra y nuestro amor abierto a las necesidades de nuestro prójimo, y las tormentas de la vida no podrán con nosotros. Porque hay momentos o periodos de la vida en los que los nubarrones se cuelan, se interponen en nuestra relación con el Señor y nos dificultan nuestro sentimiento de la presencia de Dios, como si no lo viéramos ni lo sintiéramos. Es el momento de la oración, de reforzar nuestra seguridad en que “tenemos nuestro refugio en el Señor”.
¿Somos capaces de recapacitar si tenemos realmente nuestra confianza puesta en el Señor?
¿Somos capaces en nuestros días “grises”, en nuestras angustias, en nuestras tentaciones, cuando nos sentimos maltratados… de recapacitar con el Norte en el Señor, en su Palabra?
¿O bien, timoratos, nos “retiramos a la montaña”?

3 “Cuando ceden los cimientos,
¿qué puede hacer el justo?"
“No os dejéis engañar: las doctrinas malas corrompen las buenas costumbres” (1 Co 15, 33), dice San Pablo.
A los fieles, que se sienten solos e impotentes ante la irrupción del mal, les asalta la tentación del desaliento. Les parece que han quedado alterados los cimientos del orden social justo y minadas las bases mismas de la convivencia humana.
Esas buenas costumbres son nuestros cimientos cristianos que hacen que amemos la justicia y que tratemos de que se cumpla en el mundo, cuidando muy especialmente de su aplicación al más necesitado que es el que puede sufrir más abusos, es el que tiene unos cimientos más endebles y puede claudicar al chantaje, ser corrompido con las malas conversaciones en sus buenas costumbres, tan pronto hayan advertido los más “avispados” que no pueden ser acusados al haberse oscurecido la luz de la Iglesia por la abundancia de cristianos ignorantes y poco comprometidos. Pero contra todas estas formas de terror hay que decir: Yo confío en el Señor
A los fieles, que se sienten solos e impotentes ante la irrupción del mal, les asalta la tentación del desaliento. Les parece que han quedado alterados los cimientos del orden social justo y minadas las bases mismas de la convivencia humana.
¿Cómo andan nuestros valores? ¿Somos conscientes que los valores (cimientos) son todo aquello que tiene un efecto enriquecedor para la persona? ¿Nos damos cuenta que la jerarquía de valores inspiró la conducta de Jesús en la construcción de su reinado?

4 a Pero el Señor está en su santo Templo,
el Señor tiene su trono en el cielo.
Y, en verdad, a veces nos parece muy lejano, como si ese cielo estuviera allá lejos donde vemos el azul cuya distancia no sabemos medir.
Otras veces lo notamos cercano, pero para ello tenemos que irnos a la Iglesia, al edificio, centro parroquial que, con frecuencia, convertimos en la justificación y razón de nuestro ser cristiano.
Andar por la vida viendo en nuestro prójimo más necesitado la personificación del Señor es, realmente, lo que debe de aproximarnos al Padre, y la ayuda a esas personas lo que constituya nuestra pauta de vida.
Realmente es a lo que Jesús, según confesión propia, vino a realizar: “… llevar buenas noticias a los pobres, anunciar la libertad a los cautivos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”
Bien es cierto, en todo caso, que el Señor, sentado en su trono celeste, abarca con su mirada penetrante todo el horizonte humano. Desde ese mirador trascendente, signo de la omnisciencia y la omnipotencia divina, Dios puede observar y examinar a toda persona, distinguiendo el bien del mal y condenando con vigor la injusticia.
Es muy sugestiva y consoladora la imagen del ojo divino cuya pupila está fija y atenta a nuestras acciones.
Porque, realmente, el Señor no es un soberano lejano, encerrado en su mundo dorado, sino una Presencia vigilante que está a favor del bien y de la justicia. Ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción.
¿Tenemos un “sitito” para ese Señor que siempre quiere estar en nosotros?
¿Contemplamos el Templo como el lugar de reunión de la comunidad cristiana?
¿Inclinamos esa comunidad a la atención del más débil?

4 b Sus ojos observan el mundo,
sus pupilas examinan a los hombres:
5 el Señor examina al justo y al culpable,
y odia al que ama la violencia.
Desde su atalaya, lejana y próxima como solo él puede realizarla, el Señor observa nuestras acciones en una presencia vigilante que está a favor del bien y de la justicia; ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción
“¿A qué viene, pues, tanto miedo a los obstáculos que en cierta medida pueden ponernos los impíos en el caso de su falta de sinceridad, cuando tal vez participan con nosotros de los sagrados misterios, si de hecho es él quien examina al justo y al impío? Y el que ama la maldad odia a su propia alma. Es decir, el que ama la maldad no causa perjuicio alguno a quien confía en Dios y no pone su esperanza en el hombre. Únicamente perjudica a su alma.” (San Agustín)
¿Creemos realmente en la acción del Señor? ¿Evitamos la violencia, o la ejercemos en nuestra defensa? ¿Estamos temerosos de las acciones de los que nos rodean?

6 Que él haga llover brasas y azufre sobre los impíos,
y les toque en suerte un viento abrasador.
El justo prevé que, como aconteció con Sodoma (Gn 19, 24), el Señor "hará llover sobre los malvados ascuas y azufre", símbolos del juicio de Dios que purifica la historia, condenando el mal.
Pero la venida del Hijo de Dios, Jesús, el Cristo, ha regado de misericordia la humanidad, de tal manera que el justo lo que hace es tratar de que su testimonio llegue al corazón del impío, de tal forma que lo purifique y lo dirija hacia el bien, haciendo innecesarias brasas, azufre y el viento abrasador, que no se desea para nadie.
¿No erigimos en jueces de los demás? ¿Somos vengativos? ¿O, más bien, nos inclinamos por la misericordia?

7 Porque el Señor es justo y ama la justicia,
y los que son rectos verán su rostro.
El salmo, sin embargo, no concluye con el cuadro trágico de castigo y condena, que presenta el versículo anterior.
El último versículo abre el horizonte a la luz y a la paz destinadas a los justos, que contemplarán a su Señor, juez justo, pero sobre todo liberador misericordioso: “Los buenos verán su rostro".
Se trata de una experiencia de comunión gozosa y de confianza serena en Dios, que libra del mal. Innumerables justos, a lo largo de la historia, han hecho una experiencia semejante. Muchas narraciones describen la confianza de los mártires cristianos ante los tormentos y su firmeza, que les daba fuerzas para resistir la prueba.
Porque la justicia del Señor es la raíz de toda confianza y la fuente de toda esperanza en el día de la oscuridad, de la angustia
¿Tratamos de evitar la mala costumbre de criticar a otras personas?
¿Esperamos en el Señor? ¿Tratamos de ser justos en nuestra actividad, en nuestra vida, acercándonos a los más necesitados?