Salmo 029

1 Hijos de Dios, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor,
2 aclamen la gloria del Nombre del Señor,
adoren al Señor en el atrio sagrado.
3 La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
4 La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
5 la voz del Señor parte los cedros,
parte el Señor los cedros del Líbano;
6 hace brincar el Líbano como un novillo,
el Sarión como cría de búfalo.
7 La voz del Señor lanza llamas de fuego.
8 La voz del Señor hace temblar el desierto,
el Señor hace temblar el desierto de Cades;
9 La voz del Señor retuerce los robles,
abre claros en las selvas.
En su templo todo grita: ¡Gloria!
10 El Señor se sienta sobre las aguas diluviales,
el Señor está sentado como rey eterno.
11 El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz
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Introducción.-
Este salmo nos invita a dar gracias a Dios, que nos ha liberado del temor de la muerte. Pasada esta noche de oscuridad, despunta el alba del nuevo día, que la tradición cristiana ha interpretado como un canto pascual. El salmista se dirige al Señor para alabarlo por la libertad recibida y para invocar de nuevo su misericordia.
Las sensaciones personales oscilan entre el recuerdo del miedo sufrido y la alegría de la salvación, reflejada en la aurora del nuevo día, es decir, la muerte ha dado paso a la vida que permanece para siempre.

1 Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
2 aclamad la gloria del Nombre del Señor,
adorad al Señor en el atrio sagrado.
Si somos conscientes de la paternidad del Señor, enseguida veremos su grandeza y, al mismo tiempo su misericordia, que aún lo engrandece más.
Es natural que nos cueste trabajo darnos cuenta del poder de Dios. La verdadera esperanza está arraigada en la fe y, precisamente por eso, es capaz de ir más allá de toda esperanza, porque está construida sobre la fe en Dios y su promesa
Esta paradoja es, al mismo tiempo, bastante fuerte. Porque desde el punto de vista humano, esa promesa parece poco segura e imprevisible. Es necesario abrir el corazón al poder de Dios. Es el único precio por pagar: Abrir nuestros corazones. Si abrimos nuestros corazones el poder de Dios nos llevará adelante. Él hará cosas milagrosas y nos enseñará lo que es la esperanza.
Abramos nuestros corazones a la fe, y él hará el resto. Y nuestra aclamación y adoración al Señor surgirá con naturalidad y fortaleza.
¿Alguna vez aclamamos al Señor como dice el Diccionario de la Lengua: Dar voces en honor y aplauso de alguien? ¿Somos conscientes de la gloria y el poder del Señor, que SIEMPRE usa como Padre misericordioso? ¿Le rendimos el culto adecuado, orando en diálogo con Él?

3 La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
En la mar he sentido, Señor, tu poder, tu voz potente que se hace sentir, que incluso a veces atemoriza por su tremenda potencia, zarandeando el barco como una pluma liviana.
Haz, Señor, que en las tormentas mundanas sepamos oír tu voz, que tu Palabra sea nuestra guía en la vida, en esa vida que con frecuencia encuentra angustias y disgustos, temporales que zarandean la familia o la comunidad.
Que sepamos, Señor, que siempre allí estás Tú y tu Palabra, para conducirnos al camino de la alegría y la felicidad, al consuelo y el acompañamiento
¿Vemos al Señor caminando sobre las aguas? ¿Creemos en ese Jesús dedicado a los necesitados y oprimidos? ¿Escuchamos su voz reclamando nuestra fe?

4 La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
5 la voz del Señor parte los cedros,
parte el Señor los cedros del Líbano;
6 hace brincar el Líbano como un novillo,
el Sarión como cría de búfalo.
' El presidente Harold B. Lee dijo en una ocasión: “Tengo el corazón creyente debido a un simple testimonio que recibí cuando era niño; creo que tenía unos diez u once años de edad. Estaba con mi padre en una granja alejada de casa, tratando de distraerme un poco durante el día hasta que mi padre estuviese listo para volver a casa. Vi que al otro lado de la cerca había unos cobertizos destartalados, ideales para atraer la atención de un niño curioso y de espíritu aventurero como yo. Comencé a trepar por la cerca para pasar al otro lado cuando oí una voz, tan claramente como ustedes están oyendo la mía, que me llamaba por mi nombre y me decía: ‘¡No vayas!’. Me volví para ver si era mi padre el que me hablaba, pero él se hallaba lejos, en el otro extremo del campo. No había nadie a la vista. Entonces comprendí, siendo niño, que había personas a las que yo no veía y que ciertamente había oído una voz”.
Aunque el Señor no nos hable de forma audible, a medida que aprendemos a hablarle y a reconocer la forma en la que Él se comunica con nosotros, comenzamos a conocerle.
A veces oímos la voz del Señor que penetra nuestra mente, y cuando eso ocurre, el impacto de la sensación es tan potente como si Él estuviese haciendo sonar una trompeta a nuestro oído.
¿Somos conscientes de que la Palabra de Dios es, en efecto, está firme en los cielos, y que sobre ella –que siempre persiste- el Señor fijó la tierra? ¿Comprendemos que la Palabra de Dios es la verdadera realidad? ¿Nos damos cuenta de que la Palabra de Dios es creadora y regeneradora?

7 La voz del Señor lanza llamas de fuego.
8 La voz del Señor hace temblar el desierto,
el Señor hace temblar el desierto de Cades;
9 La voz del Señor retuerce los robles,
abre claros en las selvas.
En su templo todo grita: ¡Gloria!
Hay una gran diferencia entre el decir una oración y el hablar con Dios. No se trata de recitar oraciones, de leer oraciones, debemos de aprender a hablar con Dios.
Eso es una oración de fe... fe en Dios y en Su Hijo Jesucristo, sin la cual nadie puede hablar con Dios.
Una de las más preciadas de todas las posesiones que podamos tener o el más preciado conocimiento que podamos poseer es que el Señor oye y contesta nuestras oraciones, o, para expresarlo de otro modo, que aprendamos a hablar con Dios.
El orar no es tan sólo decir palabras, sino reconocer que Dios, nuestro Padre Celestial, y Su Hijo Jesucristo viven, que son personas reales y que mediante el ministerio del otro miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo o Santo Espíritu, podemos comunicarnos con Él, nuestro Padre Celestial, y recibir respuesta a nuestras preguntas y fortaleza para nuestros días
¿Glorificamos alguna vez al Señor? ¿Pensamos en su poder al que acompaña su gran misericordia? ¿Es nuestro comportamiento cristianos acorde con la línea de conducta del Señor?

10 El Señor se sienta sobre las aguas diluviales,
el Señor está sentado como rey eterno.
Ya lo dice el Génesis: “... Las tinieblas cubrían los abismos, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”
Y también: “... bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho”
De este modo la liturgia del Bautismo de Jesús y del Tiempo Pascual nos enseña a reconocer en esta estrofa el anuncio de la Realeza de Cristo, quien, saliendo victorioso de la lucha y tras sentarse sobre su trono de gloria, hace partícipe a su pueblo de la fuerza, de la potencia y de la bendición en su Reino de paz.
¿Pensamos en el Señor y le damos gracias cuando vemos la belleza de un gran río o catarata? ¿Alabamos la grandeza del Señor por la Naturaleza que ha creado? ¿Tratamos de colaborar en su adecuado mantenimiento?

11 El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz
Este salmo- que habla tanto de tempestad- termina con una apacible visión de paz, como si se tratara de un reflejo literario de aquella otra tempestad de Viernes Santo que concluye con la luz gozosa de la Resurrección: tras la lucha y las borrascas de la vida presente, si la voz del Señor encuentra acogida en nuestro interior, nos espera el sosiego de la vida eterna.
Dios, aquí, es el aliado que bendice a su pueblo con la paz. Su nombre glorioso es «el Señor-Yahvé », el Dios del éxodo y de la liberación. El pueblo, su socio y aliado, lo reconoce como Señor de la naturaleza y, en el templo, proclama su gloria, mientras que la naturaleza tan sólo se asusta y tiembla. Es el Señor de la tempestad, más fuerte que los elementos más poderosos de la naturaleza.
Podemos rezar este salmo en sintonía con la naturaleza, alabando a Dios por las criaturas que revelan algo de su belleza y bondad; alabarlo, también, por los seres humanos, hechos a su imagen y semejanza, los únicos capaces de proclamar su gloria. Cuanto más lo conocemos, más rechazamos los ídolos que tratan de apartar de nosotros la imagen de Dios.
¿Sentimos la fuerza del Señor en nosotros? ¿Se la pedimos? ¿Tratamos de caminar con el Espíritu Santo que nos dará paz y alegría en nuestro ser cristiano? ¿Tratamos de formar comunidad, pueblo de Dios?