2 Te alabaré, Señor, porque me has librado
y no has dado la victoria a mis enemigos.
3 Señor Dios mío, te pedí ayuda y me sanaste.
4 Señor, me libraste del Abismo,
me reanimaste cuando bajaba a la fosa.
5 Canten al Señor, fieles suyos,
den gracias a su Nombre santo:
6 Porque su enojo dura un instante,
su bondad toda la vida;
al atardecer se hospeda el llanto,
al amanecer, el júbilo.
7 Yo pensaba despreocupado:
¡No caeré jamás!
8 Con tu favor, Señor, me sostenías
más firme que sólidas montañas,
pero escondiste tu rostro
y quedé desconcertado.
9 A ti, Señor, llamé;
a mi dueño supliqué:
10 ¿Qué ganas con mi muerte,
con que baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo
o va a proclamar tu fidelidad?
11 Escucha, Señor, ten piedad,
¡Sé tú, Señor, mi protector!
12 Cambiaste mi luto en danza,
me quitaste el sayal
y me vestiste de fiesta.
13 Por eso mi corazón te canta sin cesar,
Señor Dios mío, te daré gracias siempre
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2 Te alabaré, Señor, porque me has librado
y no has dado la victoria a mis enemigos.
«Me has librado», leemos en la traducción. Con mayor fidelidad al texto Hebreo deberíamos decir: «has tirado de mí». En el preciso momento en el que los sepultureros, ayudados por las cuerdas, están dejando caer el ataúd en el sepulcro, interviene Dios liberando al difunto, ¡vivo...!.
La experiencia de la muerte y de la vida, articulada en la polaridad bajada/subida o silencio/cántico, genera un significativo número de expresiones polares: abismo/vida; fosa/vida; cólera/favor; instante/vida; atardecer/ amanecer; desatar/ceñir; llanto/júbilo; desconcierto/firmeza; ocultar el rostro/ favor; luto/danza; sayal/fiesta; callar/cantar.
Es decir, que aquí estamos “elevando” nuestra alabanza al Señor por haber sido “elevados”, sacados, de una situación desafortunada
Al mismo tiempo damos gracias al Señor, por no haber sido “derrotados”, vencidos por el pecado y no haber visto a éste burlándose de nuestra miseria
¿Tenemos presente la ayuda del Señor en nuestras tentaciones? ¿Le damos gracias y le alabamos por su ayuda y su grandeza?

3 Señor Dios mío, te pedí ayuda y me sanaste.
4 Señor, me libraste del Abismo,
me reanimaste cuando bajaba a la fosa.
El Señor sacará nuestro nuevo cuerpo espiritual del peligro de la fosa; nos resucitará en nuestro último día dándonos el cuerpo espiritual que le acompañará en esa eternidad de salvación.
Dios jamás olvidará, ni abandonará a sus hijos. Aún en medio de las grandes pruebas; aún en medio de las grandes persecuciones, Dios permanecerá siempre a nuestro lado, y jamás permitirá que nuestros enemigos se rían de nosotros.
Confiemos en el Señor y Él nos salvará. Y aún cuando en algún momento pareciera como que somos vencidos, Dios hará que incluso nuestra muerte tenga sentido de salvación, pues tanto en vida como en muerte somos del Señor.
Él hará que al final de nuestra existencia nos levantemos victoriosos, con la Victoria de Cristo, para gozar eternamente de su Glorificación. A Él sea dada toda alabanza, y todo honor y toda gloria ahora y por siempre.
¿Acudimos al Señor en nuestras necesidades? ¿Confiamos en nuestra resurrección? ¿Confiamos en el Señor? ¿Sabemos que su ayuda siempre será para nuestro bien... aunque a veces no lo parezca?

5 Canten al Señor, fieles suyos,
den gracias a su Nombre santo:
6 Porque su enojo dura un instante,
su bondad toda la vida;
al atardecer se hospeda el llanto,
al amanecer, el júbilo.
El pobre, que ha vuelto a saborear las alegrías y los bienes de la vida, siente la necesidad de comunicar su felicidad a otros e implicarlos en su acción de gracias al Señor: «Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo»
La oración del salmo, que reivindica la posibilidad de vida del hombre frente a Dios y cantar las alabanzas y la acción de gracias a la gloria del santo nombre del Señor, releída en clave cristiana, describe el acontecer humano de Jesús, con sus momentos de sufrimiento y de alegría.
La lectura cristiana del salmo se presta a aplicarlo tanto a la vida de Cristo como a la de cada cristiano. «La vida humana conoce alternancias extremas de sufrimientos y de alegrías que no son las manifestaciones incontroladas de un destino caprichoso, sino que forman parte del detalle de un designio concertado, coherente y positivo. Sin embargo, lo que la vida aporta de negativo manifiesta su valor y su sentido sólo una vez superadas las crisis» (R. Lack).
¿Somos capaces de dar gracias al Señor? ¿Nos damos cuenta de todos los bienes que tenemos? ¿Sabemos transmitirlos a los que nos rodean?

7 Yo pensaba despreocupado:
¡No caeré jamás!
Y no es que el Señor nos quiera preocupados; nos quiere ocupados en nuestra atención a los necesitados que requieren nuestra ayuda, nuestra solidaridad en órdenes diversos y no tan sólo el económico.
En tiempos de prosperidad personal o familiar puede parecernos que no necesitamos del Señor, que podemos gobernar nuestra vida por nuestra cuenta, sin que peligro alguno pueda constituir amenaza.
¿Somos tan orgullosos como el salmista, o pedimos sinceramente al Señor que “no nos deje caer en la tentación”? ¿Somos capaces de pedir la ayuda del Señor cuando caemos?

8 Con tu favor, Señor, me sostenías
más firme que sólidas montañas,
pero escondiste tu rostro
y quedé desconcertado.
9 A ti, Señor, llamé;
a mi dueño supliqué:
¿Cómo puedo dejar de ver el rostro del Señor? Una fe firme nunca pensará que el Señor nos abandona. Un examen de conciencia puede detectar dónde está el fallo, donde nuestro camino se ha desviado del afortunado camino que hacíamos en compañía del Señor
Entonces, ¿por qué el desconcierto? Rectifiquemos nuestra posición, llamemos y supliquemos la ayuda del Señor y sigamos adelante con Él.
¿Sabemos dar gracias al Señor por su apoyo? ¿Somos conscientes de que no esconde nunca su rostro, que somos nosotros los que a veces “no lo vemos”? En todo caso, ¿nos damos cuenta de cómo recurrir a Él? ¿Sabemos arrepentirnos cuando nos alejamos del Señor?

10 ¿Qué ganas con mi muerte,
con que baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo
o va a proclamar tu fidelidad?
11 Escucha, Señor, ten piedad,
¡Sé tú, Señor, mi protector!
Sabemos que tu resurrección ampara la nuestra, que nunca nos quedaremos inermes en nuestra tumba humana, que nuestro espíritu gozará contigo en compañía del Padre por toda la eternidad.
Dame fuerzas y sabiduría, Señor, para ser capaz de dialogar contigo en mi oración, para ser capaz de atender a los que me rodean.
Tu protección, Señor, necesito, para acrecentar mi fe, para acercarme a Ti, para verte en mi prójimo necesitado.
¿Creemos en la Resurrección de Cristo? ¿Creemos en nuestra resurrección?
¿Sabemos que nuestra presencia nueva está al lado del Señor?

12 Cambiaste mi luto en danza,
me quitaste el sayal
y me vestiste de fiesta.
13 Por eso mi corazón te canta sin cesar,
Señor Dios mío, te daré gracias siempre
Es un Salmo con el que pueden orar cuantos se saben acechados por la enfermedad y amenazados por la muerte, incluyendo la acción de gracias por sentir la mano del Señor en el sendero de la vida
Esa mano del Señor que nos permite gozar de la alegría en el convencimiento de la esperanza de nuestro encuentro con Él en esa nueva presencia que nuestro cuerpo adquiere al dejar el suelo terrenal
Y rogamos al Señor que seamos capaces de descubrir los estados de ánimo ante ti, Señor, y ante nosotros mismos, que bien lo necesitamos.
Queremos aprender cómo tratarnos a nosotros mismos cuando estamos de buen humor y cuando estamos de mal talante, cómo capear optimismo y pesimismo, cómo reaccionar ante la alegría espiritual y el desaliento humano; y, sobre todo, cómo dominar la marea de sentimientos, los cambios de humor, las tormentas repentinas y los gozos inesperados, la luz y las tinieblas, y, por encima de todo ello y a través de todo, la incertidumbre que nunca nos deja saber cuánto va a durar un estado de ánimo y cuándo se va a precipitar el sentimiento opuesto.
¿Creemos firmemente en nuestra resurrección? ¿Sabemos dar gracias la Señor por ello? ¿Es palpable nuestra alegría cristiana?