Salmo 077

INTRODUCCIÓN. – Con facilidad vemos el pasado más maravilloso de lo que fue, con el correr del tiempo, veremos mejor que Dios estuvo presente y activo en el momento actual. El salmista medita los prodigios de Dios Enel pasado, y lo compara con el tiempo en que vive: Dios, aparentemente, deja a su pueblo en medio de problemas y dificultades insolubles
El Sal 76 nos propone desde el comienzo una ejemplar y valiente determinación en la búsqueda exclusiva de Dios, emprendida a toda costa, sin compromisos, distracciones, indisponible a medidas a medias. Una búsqueda solitaria, total y urgente, como muestran las repeticiones («mi voz... Mi voz...») y las manos elevadas incansablemente al cielo, señales de un impulso impetuoso y apremiante. La voz y las manos mantienen el alma, el espíritu, el corazón, tenazmente dirigidos al Señor, hasta que dé señales de respuesta. Esta es la auténtica disposición para buscar a Dios.
Este salmo consta de dos partes. La primera, es un terrible lamento de aquel que se siente abandonado por el Señor. El poeta describe su penoso estado emocional, físico y espiritual y la aparente indiferencia de Dios y su tardanza en responder. Es el canto de un desesperado.
La segunda, refleja todo lo contrario, un canto de victoria basado en el recuerdo de la pasada intervención del Señor, de forma específica, habla acerca de la liberación del pueblo del yugo de Egipto. Aunque no está explicitado, ha sido el recuerdo de los tiempos antiguos lo que ha provocado en el salmista semejante cambio de actitud.

1 Del maestro de coro. Al estilo de Iedutún. De Asaf. Salmo.
La aflicción presente
2 Invocaré al Señor con toda mi voz,
gritaré al Señor, y él me escuchará.
3 Busco al Señor en el momento de mi angustia;
de noche, tiendo mi mano sin descanso,
y mi alma rechaza todo consuelo.
4 Yo me acuerdo del Señor, y me lamento;
medito, y mi espíritu desfallece: Pausa
El salmo 76 es la oración angustiada, desesperada casi, ante una grave catástrofe nacional, probablemente ante la prolongada prueba del destierro de Babilonia. El salmista, en su angustia, quiere buscar su respuesta en Dios, pero Dios no la da y por ello el recuerdo del Señor no sirve sino para acrecentar el dolor: Cuando me acuerdo de Dios, gimo. Si se intenta buscar la solución en la antigua historia del pueblo, tampoco aquí se encuentra. En los tiempos remotos de la esclavitud de Egipto, Dios se mostró preocupado por la suerte de Israel: Tú, haciendo maravillas, rescataste a tu pueblo. Pero, ahora, ¿es que el Señor nos rechaza para siempre?; qué pena la mía, se ha cambiado la diestra del Altísimo. Pero, a pesar de tanta noche y por grandes que sean las dificultades, Dios mío, tus caminos son santos, tú no abandonarás para siempre a tu pueblo.
Cuando las situaciones se vuelven incomprensibles y ya no conseguimos captar el designio divino en los acontecimientos, se vuelve más aguda la tentación de la desesperación. Es el crisol de la prueba en el que se templa la fe; es la larga «noche» insomne de la que puede surgir una aurora de esperanza. Sin embargo, el punto de giro, el paso estrecho más allá del cual se empieza a entrever la luz en el túnel de la angustia, no es el cambiar de las circunstancias: es el corazón el que cambia a través de la oración.
Esta oración, que comienza con un tono dramático, en medio de la angustia, y luego, poco a poco, se abre a la serenidad y a la esperanza. Encontramos, ante todo, la lamentación sobre el presente triste y sobre el silencio de Dios. Un grito pidiendo ayuda se eleva a un cielo aparentemente mudo; las manos se alzan en señal de súplica; el corazón desfallece por la desolación.
En el silencio de la noche se alza la voz del salmista, y con ella también las manos en gesto suplicante, sin cansarse de tenerlas levantadas. La noche se vuelve símbolo de la angustia interna, sin luz, de la búsqueda inútil de Dios.
El lamento del salmista no es fruto de una desgracia personal (persecución, injusticia, enfermedad), sino de la situación del pueblo. No importa mucho la circunstancia histórica concreta. Lo decisivo es que Dios, que prometió estar y actuar con Moisés (como estuvo y actuó con Abraham, Isaac y Jacob), ha cambiado. Algo irreparable ha sucedido. Un terremoto convulsiona el alma del pueblo y del salmista: «¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!» No es posible silenciar las preguntas que se aglomeran. El salmista las asume con fe varonil, y pregunta, y ora, mientras su espíritu se refugia en el credo de su pueblo. ¿No obrará Dios hoy como ayer? Tras la tempestad puede venir la bonanza.
Los días de angustia deben de ser días de oración, en los días de problemas internos, especialmente cuando Dios parece haberse retirado de nosotros, debemos de buscarlo, y buscarlo hasta encontrarlo. En el día de su angustia él no buscó las diversiones o recreación, para sacudir sus problemas del camino, sino que buscó a Dios, y su gracia y su favor. Aquellos que están afligidos en la mente no deben de pensar en pasarlo de largo, o reír de ello, sino orar al instante.
“En el día de la angustia busco al Señor. ¿Eres uno de los que se comporta así? Presta atención a lo que buscas en el día de la tribulación. Busca a Dios en el día de tu tribulación. Escuchemos con la máxima atención los sufrimientos que ha soportado nuestro salmista. El tedio se lo ha engullido; la tristeza le ha sumergido por completo y de una manera irreparable; rechaza el consuelo. ¿Qué le queda? ¿Adónde se dirigirá? «He pensado en los días antiguos».
El salmista había estado, por así decirlo, acosado desde afuera y ahora obra en el secreto de su espíritu. Y esto es bueno para él. Le deseamos que, con la ayuda de Dios, esté verdaderamente bien dentro de sí mismo. ¡Cuántas riquezas tiene el hombre en su interior, pero no excava! El salmista escrutaba en su espíritu; se interrogaba a sí mismo, se examinaba a sí mismo. Sin embargo, también aquí hay que temer que se quede en su espíritu y no sea capaz de ir más allá... «Me he acordado de las obras del Señor». Vedle ahora extenderse en la admiración de las obras del Señor. Escrutando el espíritu se ha acordado de los años eternos, se ha acordado de la misericordia del Señor, se ha acordado de que Dios no le rechazará para siempre, y ha empezado a alegrarse. Escuchamos hablar de estas obras y exultamos también nosotros. También nosotros tenemos, en efecto, nuestro domicilio interior. Alegrarte en las obras de Dios significa olvidarte de ti mismo, a fin de que puedas encontrar alegría en él. ¿Qué hay, en efecto, mejor que él? Dirijamos, por tanto, a él la mirada: ¡miremos a Cristo! (Agustín de Hipona, Comentarios a los Salmos, 76)”.
¿Sabemos acudir al Señor en los momentos de angustia? ¿Sabemos recurrir a la escucha de su Palabra?

5 tú no me dejas conciliar el sueño,
estoy turbado, y no puedo hablar.
6 Pienso en los tiempos antiguos,
me acuerdo de los días pasados;
7 reflexiono de noche en mi interior,
medito, y mi espíritu se pregunta:
8 ¿Puede el Señor rechazar para siempre?
¿Ya no volverá a mostrarse favorable?
9 ¿Se habrá agotado para siempre su amor,
y habrá caducado eternamente su promesa?
10 ¿Se habrá olvidado Dios de su clemencia
o, en su enojo, habrá contenido su compasión? Pausa
Con cuatro preguntas rápidas el salmista habló su temor, que la temporada de sequía y frustración pudiera dudar para siempre. Él temía que nunca más él vería el favor de Dios, la misericordia de Dios, y el cumplimiento de la promesa de Dios.
El recuerdo de Dios, que debería ser fuente de consuelo, acrecienta el dolor por la situación presente. Precisamente este recuerdo de Dios lo mantiene desvelado.
El salmista se identifica con su pueblo: al dolor de verlo sufrir se suma una angustia más profunda, el no comprender el sentido de los hechos. ¿Qué revela la situación actual, comparada con la historia de salvación? Este es el enigma.
El salmista se pregunta por qué el Señor lo rechaza, por qué ha cambiado su rostro y su modo de actuar, olvidando su amor, la promesa de salvación y la ternura misericordiosa. «La diestra del Altísimo», que había realizado los prodigios salvíficos del Éxodo, parece ya paralizada. Y se trata de un auténtico «tormento», que pone a dura prueba la fe del orante.
Si así fuese, Dios sería irreconocible, actuaría como un ser cruel, o sería una presencia como la de los ídolos, que no saben salvar porque son incapaces, indiferentes e impotentes. En estos versículos de la primera parte del salmo 76 se percibe todo el drama de la fe en el tiempo de la prueba y del silencio de Dios.
Muchas de las preguntas que hacemos o nos hacemos tienen escasa importancia. Hay otras que sí nos importan. Acertamos a formularlas cuando las raíces vitales quedan a la intemperie. Dios escogió a su pueblo, ¿habrá finalizado la historia del amor de Dios de modo que nunca más seremos «pueblo de Dios»? La misericordia de Dios es eterna, ¿se ha puesto límite a la eternidad? Dios ha prometido su asistencia al pueblo, ¿ha fallado la promesa? El pasado es un memorial de gratos recuerdos, ¿el olvido suplanta a la memoria?... Son las grandes preguntas que agitan el alma del salmista, que se recopilan en el tremendo interrogante de la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Antes de que Dios responda se impone un compás de espera y de esperanza, parecida a la esperanza de los creyentes veterotestamentarios: Dios ha dispuesto que nosotros lleguemos a la perfección, pero no sin ellos. La perfección que nos ofrece en Cristo pasa por la pregunta alimentada en el dolor.
¿Confiamos en la fidelidad del Señor?

Las maravillas del pasado
11 Entonces dije –¡y este es mi dolor! –:
“¡Cómo ha cambiado la derecha del Altísimo!”.
12 Yo recuerdo las proezas del Señor,
sí, recuerdo sus prodigios de otro tiempo;
13 evoco todas sus acciones,
medito en todas sus hazañas.
14 Tus caminos son santos, Señor.
¿Hay otro dios grande como nuestro Dios?
15 Tú eres el Dios que hace maravillas,
y revelaste tu poder entre las naciones.
16 Con tu brazo redimiste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José. Pausa
El salmista estaba determinado a recordar las mejores temporadas cuando el poder de Dios parecía no tener estorbo, cuando Su mano simbólica de poder y habilidad (los años de la diestra) era evidente, En tiempos de desaliento el decidió el traer a la memoria mejores tiempos y en tomar una firme esperanza para el futuro.
Si no era de bien en el presente, la memoria saqueaba el pasado para encontrar consuelo. Ella tomaría prestada una luz de los altares de los ayeres para encender el día abatido de hoy. Es nuestro deber el buscar consuelo, y no dejar que una triste indolencia ceda hacia la desesperación.
Presentó un proceso de tres pasos para animar. Comienza con recordar las grandes obras de Dios, sus maravillas antiguas. Luego debemos de meditar en esas obras, y en lo que deben de enseñarnos el día de hoy. El tercer paso es el hablar de estas grandes obras a los demás.
De las preguntas atormentadas pasa el salmista al recuerdo del pasado: el protagonista ha sido Dios, la historia ha sido una serie de acciones magníficas. En su obrar Dios ha mostrado su santidad, que el hombre ha de reconocer sin discusiones; aunque las obras de Dios parezcan a veces enigmáticas. Entre todas las obras del pasado merece especial mención la redención del pueblo.
Las atormentadas preguntas del salmista tienen una respuesta desde la fe. Superficialmente, la fe es un recuerdo del pasado, que motiva esta pregunta: «¿Qué dios es tan grande como nuestro Dios?». Sobre todo el recuerdo de la gran proeza liberadora de Egipto está en el horizonte de la fe. La presencia de Dios es misteriosa; no ha dejado rastro de sus huellas. Pero ahí está su pueblo, que, aunque derrotado, lleva consigo el recuerdo de su Dios. El recuerdo del pasado puede apuntalar la confianza del presente. En la confianza se inicia el camino que conduce a Dios. Lleva al total abandono en sus manos. La fe nos capacita para depositar la vida en el Padre. Dios es el mismo ayer, hoy y lo será siempre. Es la canción que ha mecido la vida y la muerte de muchos hombres. Considerando el final de su vida imitemos su fe, que ahora celebramos, aunque sea de noche.
El recuerdo de las obras de Dios será un remedio poderoso contra la desconfianza en su promesa y bondad, porque Él es Dios y no cambia. El camino de Dios está en el santuario. Estamos seguros que Dios es santo en todas sus obras. Los caminos de Dios son como las aguas profundas que no pueden sondearse; como el camino del barco que no puede ser detectado. Dios sacó a Israel de Egipto. Esto fue tipo de la gran redención que se obraría en el cumplimiento del tiempo, por precio y poder. Si hemos abrigado pensamientos dudosos, debemos sin demora volver nuestra mente a meditar en el Dios que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, para que, con Él, pudiera darnos gratuitamente todas las cosas.
¿Ponemos nuestra esperanza en el Señor?

17 Cuando te vieron las aguas, Señor,
cuando te vieron las aguas, temblaron,
¡se agitaron hasta los abismos del mar!
18 Las nubes derramaron aguaceros,
retumbaron los densos nubarrones
y zigzaguearon tus rayos.
19 El trueno resonó en la bóveda del cielo,
tus relámpagos iluminaron el mundo,
tembló y se tambaleó la tierra.
20 Te abriste un camino entre las aguas,
un sendero entre las aguas caudalosas,
y no quedó ningún rastro de tus huellas.
21 Tú guiaste a tu pueblo como a un rebaño,
por medio de Moisés y de Aarón.
El paso del Mar Rojo condensa poéticamente toda la obra de redención: Dios mostró su poder en la tormenta, las criaturas lo reconocieron. Su presencia era patente, aunque misteriosa, «sin dejar rastro de tus huellas». Con esta visión grandiosa concluye el salmo: el recuerdo ha dominado totalmente la angustia presente. El salmista comienza a experimentar de nuevo la salvación que Dios realiza.
Pero hay motivos de esperanza. Es lo que se puede comprobar en la segunda parte de la súplica, que se asemeja a un himno destinado a volver a proponer la confirmación valiente de la propia fe incluso en el día tenebroso del dolor. Se canta el pasado de salvación, que tuvo su epifanía de luz en la creación y en la liberación de la esclavitud de Egipto. El presente amargo es iluminado por la experiencia salvífica pasada, que constituye una semilla sembrada en la historia: no está muerta, sino sólo sepultada, para brotar más tarde (cf. Jn 12,24).
Todos sabemos que Dios puede reproducir las maravillas de otros tiempos: un nuevo Éxodo, un nuevo Pentecostés. «¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?» La meditación serena del pasado nos abre a la esperanza. Volverán nuestros ojos a contemplar la tierra prometida; la fe renacerá con renovado vigor en los hombres, la vocación religiosa asumirá nuevos estilos carismáticos, los hombres seguirán a Cristo como su única solución. Y el Espíritu de Dios no nos abandonará
¿Andamos en el camino que nos marca el Señor en nuestra oración?
¿Cuál ha sido la lección del salmo para mi vida personal? En ocasiones siento que Dios está lejano, indiferente a mi vida y las situaciones que vivo. Hay momentos en que siento que en esta vida uno tiene que espabilarse, que Dios está muy bien para la próxima vida, la eterna, pero que en esta hay que ponerse manos a la obra y si no te ayudas tú, nadie te va a ayudar.