Salmo 113

Introducción. –

Los Salmos 113-118 constituyen el “Hallel egipcio” que se cantaba más tarde en las tres grandes fiestas judías: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Se llama “egipcio” por su uso importante en la Pascua. Los judíos cantaban los Salmos 113 y 114 antes de la comida pascual y 115-118 al final: hubieran sido los últimos cantos de Jesús antes de la crucifixión (Mar 14:26). “Hallel” viene del mismo vocablo que aleluya (“alabad a Jehová”)
El salmo 112 es uno de los salmos que el pueblo judío usaba y usa aún hoy en la liturgia de la cena pascual; este texto es una alabanza a Dios que, al arrancar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, levantó del polvo al desvalido y alzó de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, haciendo de él una nación semejante a las otras.
Por esto precisamente este salmo es muy apropiado para empezar la celebración del domingo cristiano en el que, más aún que en la salida de Egipto, Dios levanta del polvo al desvalido, para sentarlo con los príncipes. Este pobre, este desvalido, exaltado por Dios, es sobre todo Cristo, arrancado del sepulcro; pero es también toda la humanidad que "ha resucitado con Cristo Jesús y ha sido sentada en el cielo con él" (Ef 2,6). Alabemos, pues, el nombre del Señor, porque ha realizado maravillas.

Alabado sea el nombre del Señor
1[¡Aleluya!]
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
2Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
3de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
La introducción es amplia, con triple invocación del "nombre del Señor". El horizonte de tiempo y espacio no tiene límites. Siervos del Señor son todos los miembros de la asamblea, y de modo especial los sacerdotes.
Es la introducción más común en estos cánticos: la invitación hecha a los siervos de Yahvé, o sea, a todos los israelitas, reunidos en asamblea litúrgica, que en seguida se hace universal en el tiempo y en el espacio, para alabar a Yahvé.
La alabanza es una ofrenda esencial en todas las fiestas solemnes del pueblo de Dios. La oración es la mirra y la alabanza es el incienso, y los dos deben ser ofrecidos al Señor. ¿Cómo podemos orar pidiendo misericordia para el futuro si no bendecimos a Dios por su amor en el pasado? Si los propios siervos de Dios, no le alaban, ¿quién lo hará? .
Es una maravilla de misericordia que el sol se levante sobre los hijos de los hombres rebeldes, y prepare para los que no lo merecen las estaciones fructíferas y los días placenteros; alabemos al Señor de todos por este prodigio de bondad. De hora en hora renovemos el canto, porque cada momento trae su misericordia.
¿Sabemos bendecir al Señor? ¿Lo hacemos en alguna ocasión?

4El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
5¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
6y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Primer motivo de la alabanza es la grandeza de Dios, que excede a los hombres y al universo. Fórmula típica del culto, proclamación enfática. En su forma abreviada es "¿Quién como Dios?", o sea, mi-ka-'el, nuestro "Miguel".
No hay, respuesta para esta pregunta incisiva. Nadie puede compararse con El un solo instante; el Dios de Israel no tiene paralelo; nuestro Dios en el pacto es único, y nadie puede comparársele. Aun aquellos a los cuales Él ha hecho a su semejanza en algunos aspectos no son como El en la Deidad, porque sus atributos divinos son, muchos de ellos, incomunicables e inimitables.
Pero aquellos que aman al Señor su Dios, aunque ardan en intenso amor por El y pregunten: «¿Quién es como el Señor nuestro Dios?», en este asunto no se equivocan, sino que tienen razón del todo. Porque no hay otro ser, en el cielo o en la tierra, que pueda, en modo alguno, ser comparado al Señor Dios. Incluso el mismo amor no puede concebir, pensar o hablar, con respecto a Dios a quien amamos, según realmente es.
¿Reconocemos al Señor como nuestro único Dios? O bien, ¿lo cambiamos con frecuencia por “otras cosas”?

7Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
8para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
9a la estéril le da un puesto en la casa, como madre feliz de hijos.
[¡Aleluya!]
Motivo superior de la alabanza: Dios excelso es capaz de abajarse para elevar a los humildes y consolar a los afligidos. El segundo motivo de alabanza es la condescendencia de Dios, abajándose a las criaturas para ensalzarlas y consolarlas. Dos manifestaciones externas revelan esa bondad misericordiosa de Dios: el levantar del polvo o basura al pobre, como a Job (8,2) del estiércol, para hacer de él un príncipe del pueblo. Tal fue el caso de José, de Moisés, de David (1 Sam 2,8). Y el otorgar la bendición de la fecundidad a la estéril, como hizo con Sara (Gn 16,1; 21,1) y con Ana (1 Sam 1,2).
El intenso deseo de los orientales de tener hijos hacía que el nacimiento de un hijo o hija fuera saludado como el mayor de los favores, en tanto que la esterilidad era considerada como una maldición; por ello, este versículo está colocado al final como una corona del resto y para servir como un punto culminante de la historia de la misericordia de Dios.
¿Reconocemos la ayuda del Señor en nuestras vidas?