24/11/2022 Ante el fin la actitud del cristiano es de esperanza y no de temor.

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 24 NOVIEMBRE 2022
Ante el fin la actitud del cristiano es de esperanza y no de temor.
El Papa Francisco en Evangelii Gaudium 86 nos habla de una “desertización” espiritual, fruto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas, y nos dice que en esos desiertos es donde se necesitan personas de fe que indiquen el camino a la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. Nos llama a ser personas cántaros que den de beber a los demás. Y acaba el número citado diciendo: “¡No nos dejemos robar la esperanza!” (EG 86) ¡No, seamos capaces de hacer todo el bien que podamos teniendo la mirada puesta en el que ya ha vencido y nos invita a su banquete de bodas! ¡Contagiemos esperanza!

En esta época nuestra, donde cada día al leer la prensa, al oír la radio, al ver los telediarios... la inmensa mayoría de las noticias que nos brindan son malas noticias, de corrupciones, de enfrentamientos políticos, de millones de seres humanaos que pasan hambre diariamente, de guerras, de emigrantes obligados a salir de su país con el futuro incierto de encontrar un país de acogida, de millones que sufren el paro y el descarte... escuchar las dos lecturas de hoy tiene que reconfortar nuestros oídos y nuestro corazón.
Ciertamente al hablar del final de los tiempos su lenguaje es apocalíptico y tremendista. Pero el contenido de sus palabras es capaz de llenar de esperanza fundada el corazón de toda persona humana. Pues proclama la destrucción de Babilonia, la gran ciudad, la gran prostituta, la que se ha alejado y lucha contra Dios... El mal, símbolo de esa ciudad, y el que nos hace sufrir tanto en sus diversas manifestaciones va a ser aniquilado para siempre. El Hijo del hombre, que también es Hijo de Dios, vendrá “con gran poder y gloria” y vencerá al mal, a todo lo que hace mal y daño al hombre. “Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
La vida humana no se agota en esta tierra. Tiene un segundo tiempo donde todo lo que nos hace sufrir va a desaparecer. Se acabarán las guerras donde los seres humanos se matan entre sí, ya no habrá relaciones humanas en las familias, en las comunidades, en los lugares de trabajo, que sean un infierno, entre las naciones reinará la paz, ya no habrá ni cáncer, ni sida, ni metralletas, ni engaños, ni terrorismos, ni holocaustos, ni corrupciones, ni injusticias... todo eso pertenece al primer mundo, ese mundo que las lecturas de hoy anuncian su completa desaparición. Nos espera un segundo tiempo, un segundo mundo, donde Dios y solo Dios, que es Amor va a reinar. “Venid, benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.
Primera lectura Ap 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9 a
¿Está nuestra percepción cristiana del futuro basada en la esperanza y la confianza en el Señor?
¡Cayó la gran Babilonia!
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo; venía con gran autoridad y su resplandor iluminó la tierra. Gritó a pleno pulmón: Ha caído, ha caído Babilonia la grande. Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu impuro, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable. Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la tiró al mar diciendo: Así, de golpe, precipitarán a Babilonia, la gran metrópoli, y desaparecerá. El son de arpistas y músicos, de flautas y trompetas, no se oirá más en ti. Artífices de ningún arte habrá más en ti, ni murmullo de molino se oirá más en ti; ni luz de lámpara brillará más en ti, ni voz de novio y novia se oirá más en ti, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones. Oí después en el cielo algo que recordaba el vocerío de una gran muchedumbre; cantaban: Aleluya. La victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios, porque sus sentencias son rectas y justas. El ha condenado a la gran prostituta que corrompía a la tierra con sus fornicaciones, y le ha pedido cuenta de la sangre de sus siervos. Y repitieron: «Aleluya.» El humo de su incendio sube por los siglos de los siglos. Y me dijo: Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
1 Es la gran celebración de la conquista del rey persa Ciro y su autorización para que los israelitas retenidos en Babilonia pudiesen volver a su tierra, Judá. Son “el resto de Israel” que vuelve del destierro.
2 Es, quizá, la respuesta de Juan a la gran inquietud de los cristianos que se veían perseguidos y sacrificados y que se interrogaban e interrogaban a sus ancianos: ¿no ha triunfado Jesús de todas las potencias del mal? ¿Por qué nos persiguen? Pregunta, como ya anticipábamos al principio de estas semanas con el Apocalipsis, muy actual.
3 ¿Cómo permite el Señor tanto sufrimiento? Juan nos anuncia el final de ese sufrimiento, “el fin de la bestia”, Babilonia en su tiempo, el imperio romano en el tiempo de Juan, el mundo liberal, despiadado, ambicioso de riquezas, vinculado con el reinado del dinero, que acumulan los recursos del planeta sin ver las necesidades de los centenares de millones de necesitados oprimidos por su rapiña.
4 Juan anuncia el final de ese mundo de ambición. ¿Para cuando? Nuestro grito y nuestras manos tienen que estar al servicio de esos necesitados, reclamando justicia y paz poniéndonos, con nuestro esfuerzo presente, en manos del Señor.
5 Cada una de las Eucaristías que celebramos es un banquete de bodas al que el Señor nos invita; y nuestro canto de alabanza al Padre debería de oírse con fuerza en estas celebraciones evitando la monotonía y tibieza, que, a la postre, no alimentan debidamente nuestra fe.

¡Qué toda la tierra cante al Señor!
Salmo 100, 2 – 5
Aclamemos y sirvamos al Señor con alegría
Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos dándole gracias
y bendiciendo su nombre.
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».
Alabamos y bendecimos al Señor; con nuestra alegría damos testimonio de su presencia entre nosotros, de su constante guía, siempre misericordiosa y fiel.
El nos ha creado, somos su pueblo, Cuerpo de Cristo, su Hijo, y, por ello, nuestra acción de gracias debe de ser constante, mostrada en nuestra atención a los hermanos más necesitados.
¡Con qué frecuencia cantan los Salmos la misericordia y la fidelidad del Señor! Son motivo de nuestra fe, Señor, motivo de acercarnos a Ti y sentir todavía más cercanas, más íntimas esa misericordia y esa fidelidad, que practicas desde que nos creaste por amor, y nos salvas por amor.
Te rogamos, Señor, que seamos capaces de permanecer en tu Reino, que realicemos las obras buenas en el camino que tu Hijo vino a enseñarnos.
Gracias te damos, Señor, por tu fidelidad, y tratamos de servirte con alegría, aunque a veces reclamemos algo de felicidad para los más necesitados, esa felicidad que con frecuencia nos parece que no sabemos darles, aunque nos esforcemos en ello.
Cuestión también, lo comprendemos Señor, de nuestra poca fe. Haznos, Señor, profundos convencidos de que “el Señor es Dios: que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”, y seguros así de poder llevar alegría y felicidad donde se necesite.

En el evangelio de hoy sigue el Discurso Apocalíptico con más señales, la 7ª y la 8a, que debían de acontecer antes de la llegada del fin de los tiempos o mejor antes de la llegada del fin de este mundo para dar lugar al nuevo mundo, al “cielo nuevo y a la tierra nueva” (Is 65,17). La séptima señal es la destrucción de Jerusalén y la octava es los cambios en la antigua creación.
La séptima señal: la destrucción de Jerusalén. Jerusalén era para ellos la Ciudad Eterna. Y ahora ¡estaba destruida! ¿Cómo explicar este hecho? ¿Dios no tiene en cuenta el mensaje? Es difícil para nosotros imaginarnos el trauma y la crisis de fe que la destrucción de Jerusalén causó en las comunidades de tantos judíos y cristianos.
La octava señal: mudanzas en el sol y en la luna. ¿Cuándo será el fin? Al final después de haber oído hablar de todas estas señales que ya habían acontecido, quedaba en pie la pregunta: “El proyecto de Dios avanza mucho y las etapas previstas por Jesús se realizaron ya. Ahora estamos en la sexta y en la séptima etapa. ¿Cuántas etapas o señales faltan hasta que llegue el fin? ¿Falta mucho?” La respuesta viene ahora en la 8ª señal. La 8ª señal es diferente de las otras señales. Las señales en el cielo y en la tierra son una muestra de lo que está llegando, al mismo tiempo, el fin del viejo mundo, de la antigua creación y el comienzo de la llegada del cielo nueva y de la tierra nueva. Cuando la cáscara del huevo empieza a rasgarse es señal de que lo nuevo está apareciendo. Es la llegada del Mundo Nuevo que está provocando la desintegración del mundo antiguo. Conclusión: ¡falta muy poco! El Reino de Dios está llegando.
La llegada del Reino de Dios y la aparición del Hijo del Hombre. En este anuncio, Jesús describe la llegada del Reino con imágenes sacadas de la profecía de Daniel (Dan 7,1-14). Daniel dice que, después de las desgracias causadas por los reinos de este mundo, vendrá el Reino de Dios. Los reinos de este mundo, todos ellos, tienen figura de animal: león, oso, pantera y bestias salvajes (Dn 7,3-7). Son reinos animales, deshumanizan la vida, como acontece con ¡el reino neoliberal hasta hoy! El Reino de Dios, pues, aparece como un aspecto del Hijo del Hombre, esto es, con un aspecto humano de gente (Dn 7,13). Es un reino humano. Construir este reino que humaniza, es tarea de la gente de las comunidades. Es la nueva historia que debemos realizar y que debe reunir a la gente de los cuatro lados del mundo. El título Hijo del Hombre es el nombre que a Jesús le gustaba usar. Solamente en los cuatro evangelios, este nombre aparece más de 80 (ochenta) veces. Todo dolor que soportamos desde ahora, toda la lucha a favor de la vida, toda la persecución por causa de la justicia, todo el dolor de parto, es semilla del Reino que va a llegar en la 8ª señal.
Evangelio Lc 21,20-28
Nosotros, los creyentes iremos con la cabeza erguida, rebosantes de gozo el corazón, al encuentro de nuestro Señor, manifestado en Jesús
Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo de la mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
1 Los cambios acelerados y profundos de nuestro mundo actual están llevando al desmoronamiento de la cristiandad, que se ve reflejado, por ejemplo en la gran disminución del número de sacerdotes, de religiosos y de religiosas.
2 Estábamos acostumbrados a una fe recibida por herencia, y ahora eso ya no está vigente. Se requiere un esfuerzo personal y una profunda renovación eclesial.
3 Sitiados, sí estamos, como Jerusalén; tenemos que saber enfrentarnos al peligro, ser valientes en la proclamación de la Palabra de Dios y no quedarnos en eso: dar testimonio personal de lo que decimos. ¿Cómo? Estando siempre al lado del prójimo necesitado, tratando de que nuestros Párrocos se den cuenta de que son servidores de una comunidad, no sus jefes, intentando que las parroquias se conviertan en comunidades vivas capaces de atajar, o, al menos, disminuir las perentorias necesidades de muchos de sus componentes, cristianos o no.
4 Así llegaremos a la liberación que Jesús nos anuncia es este trozo de su Evangelio.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : El anuncio, que se hace en la primera lectura y en el Evangelio, de la caída de las grandes ciudades corrompidas por el ansia de poder de sus habitantes, va seguido de una llamada a la esperanza de liberación del pueblo oprimido. Estas cosas no suceden por sí solas; los cristianos tenemos la responsabilidad, siempre con la ayuda del Espíritu de Dios, de contribuir a su evolución y de, en el entretanto, de mejorar la vida de los más oprimidos, “pueblo y ovejas del rebaño de Dios”, confiando en la fidelidad del Señor “que nos hizo y somos suyos”. El tiene conciencia de ello y no nos abandonará nunca.

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Nos sentimos invitados al banquete de bodas del Cordero? ¿a la mesa del Señor? ¿O somos ritualistas que participamos “por obligación”? ¿Servimos al Señor con alegría? ¿Somos conscientes de en qué consiste nuestra liberación?

LA ORACIÓN : Renueva, Señor, nuestra alegría y nuestro optimismo, en la fe que profesamos, teniendo segura la esperanza en tu fidelidad y en el amor con que nos has creado y velas por nosotros, dándonos voluntad y fuerza para atender a los que más necesitan de nuestro cariño y presencia. Te lo pedimos, Señor

ENCÍCLICA REDEMPTORIS MISSIO DEL PAPA SAN JUAN PABLO II
Existen otros muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio.



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