27/01/2023 Se nos invita a nosotros a ser constantes, a ser valientemente cristianos en medio de un mundo hostil

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 27 ENERO 2023
Se nos invita a nosotros a ser constantes, a ser valientemente cristianos en medio de un mundo hostil

... mi justo vivirá de fe. Son los primeros días de los cristianos viviendo su fe en medio de dificultades, sufriendo o compartiendo el sufrimiento que las persecuciones acarrearon a los fieles, soportados con entereza por la esperanza en un mundo mejor.
Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos. Pablo espera como inminente la llegada “del que viene”. Hoy sabemos que el ritmo de los tiempos está fuera de nuestro alcance, que la esperanza en una venida de rescate inmediata no se va a producir, que deberemos seguir esperando viviendo en la fe. Es lo único que necesitamos: vivir sostenidos por la fe en el que ha de venir, sin impaciencia, fuertes en la esperanza y absolutamente firmes en la certeza de la nueva venida de Cristo. Él vendrá. Cuando los tiempos sean cumplidos y todo esté sometido bajo sus pies, llegará a cada uno de nosotros.
Todos estamos en las manos del Señor. Él es quien nos salva si nosotros queremos ser salvados, porque el Señor siempre camina a nuestro lado, atento a nuestros tropiezos para darnos la mano y sacarnos del apuro, librarnos de los malvados y asegurar nuestra salvación.
Primera lectura Hb 10,32-39
Hemos de hacer frente a la prueba del tiempo y de la mediocridad.
Soportasteis múltiples combates. No renunciéis, pues, a vuestra valentía.
Hermanos: Recordad aquellos días primeros, cuando, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: ya sea cuando os exponían públicamente a insultos y tormentos, ya cuando os hacíais solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes. No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; "mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor". Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
1 La ilusión y la fuerza iniciales parece que va decayendo y por eso el autor nos anima a recordar aquellos primeros días, que pueden perfectamente ser los de nuestra incorporación a la comunidad, que pueden volverse rutinarios y faltos de ilusión y de contribución a la causa común de seguimiento de Cristo.
2 Nos pide constancia para creer, que salvemos la mediocridad de una fe “parada”, de una fe falta de empuje, nos habla de una fe que lleve su semilla a todos los que nos rodean.
3 “Vivir de la fe”, es decir, actuando en vida que la Palabra de Dios me propone para alcanzar su presencia y unirme a su vida, participando de su fidelidad y de su misericordia.
4 Creer a pesar de todo, esperar a pesar de todo y amar a pesar de todo

Este poema “didáctico” es una respuesta a la “indignación” de los justos, que no pueden comprender por qué prosperan los impíos, mientras ellos son despreciados y viven en la aflicción. La única solución de este enigma es la confianza en los secretos designios de la sabiduría divina, que concede a los impíos una prosperidad efímera, pero que al fin pone las cosas en su lugar: la justicia de los buenos brillará como la luz, y los impíos recibirán su castigo.
El estilo del Salmo es sentencioso, y su estructura “alfabética” hace que las ideas se sucedan bastante libremente, no sin algunas repeticiones
Salmo 37,3 - 6.23-24.39-40
¿Cómo definiríamos nosotros la esperanza?
El Señor es quien salva a los justos.
3Confía en el Señor y haz el bien,
3bhabita tu tierra y come tranquilo;
4sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.
Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.
El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.
El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados
y los salva porque se acogen a él.
Se nos aconseja vivir una vida de confianza en Dios; esto nos preservará de impacientamos ante la prosperidad de los malhechores. Si buscamos el bien de nuestra alma, hallaremos pocos motivos para envidiar a quienes tanto mal procuran a su alma. Tenemos aquí tres excelentes preceptos y tres preciosas promesas:
(a). Hemos de poner en Dios nuestra esperanza en cuanto al camino del deber; así hallaremos en este mundo consuelos y ventajas que el pecado no puede dar (v. 3). Se nos pide confiar en el Señor y hacer el bien. No podemos confiar en Dios si estamos inclinados a vivir como nos plazca. Se nos promete que tendremos en este mundo todo lo necesario para subsistir (v. 3b).
¿Cómo definiríamos nosotros la esperanza? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la esperanza como el “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”, y también dice que: “en la doctrina cristiana, es la virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido”.
Para nosotros parece indudable que la virtud de la esperanza corresponde a ese anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
Resulta difícil vivir sin esa llamada del Creador que conocemos como esperanza.
¿Cómo la vivimos? Desde la época de los apóstoles la fe, la esperanza y la caridad van juntas como los tres aspectos de la actitud cristiana. Dirigiéndose a los Tesalonicenses (1 Ts 1, 3) San Pablo dice: “Recordamos ante Dios, nuestro Padre, vuestra fe que produce frutos, vuestro amor que sabe actuar, vuestra espera de Cristo Jesús, nuestro Señor, que no se desanima”.
La esperanza exige siempre la perseverancia en el esfuerzo, la firmeza frente a las decepciones, la paciencia
“Ser creyente no se reduce a tener fe. La nueva existencia que comporta incluye también, como una nueva dimensión de la vida que genera, el vivir con esperanza. La esperanza no es simplemente la convicción de que algo va a salir bien, sino la certeza de que ese algo, incluso si sale mal, tiene sentido” (Juan Martín Velasco).
(b) Hemos de hacer de Dios el deleite de nuestro corazón, y así tendremos lo que nuestro corazón desea (v. 4). Se nos mandaba (v. 3) hacer el bien, y a este mandamiento sigue el de poner nuestra delicia en el Señor, lo cual es un privilegio tanto como un deber. Y este delicioso deber lleva anexa una promesa: «Y El te concederá los deseos de tu corazón.» No nos promete satisfacer los apetitos del cuerpo, sino concedernos los deseos del corazón, todo aquello a lo que aspira lo más íntimo de nuestro ser.
(c) El Señor nos cuida; nuestros días y nuestros pasos están bajo sus alas (v. 18)
Confiamos en Ti, Señor, y sabemos de tu lealtad para con nosotros, por eso nuestra fe está firmemente asentada en tu Palabra que intentamos siempre que marque nuestro camino en la vida, sea nuestra mayor delicia y nuestra justicia, para así permanecer en tu Reino salvado de nuestras faltas, protegido y liberado de la mediocridad de este mundo.
Te rogamos, Señor, que seamos así capaz de seguir a tu Hijo, proclamar el Reino y llevar felicidad a los que nos rodean, empezando por los más necesitados y oprimidos.

... y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo. Ahí estamos: el Reino de Dios nos invita a repartir su semilla y nos pone en las manos una cantidad de ellas. Y empieza nuestra tarea: ser sembradores.
Pero también, si escuchamos a muchos co-sembradores, oiremos muchos lamentos y pocas alegrías. Es muy frecuente que catequistas, enseñantes y predicadores, nos lamentemos porque después de muchas semanas, puede que años, sembrando, no vemos brotar las semillas, no llegamos a ver las cosechas y el desánimo termina adueñándose de nosotros.
Nos falta fe en lo que hacemos. Somos ayudantes del Sembrador, labradores vicarios cuya misión no es recoger la cosecha, sino sembrar con la fe suficiente para saber que, si hemos plantado una buena semilla, ésta germinará en lo oculto y un día brotará y dará fruto. Dios cuida la semilla, pone el agua y el sol para hacerla fecunda. No nos corresponde forzar la germinación de la semilla, sino sembrarla y esperar, seguros, que un día, el dueño de la mies podrá recogerla, y el Reino de Dios comenzará a vivir entre nosotros.
Es posible que estemos pensando en el Reino de Dios como en un ente extraño, ajeno a nosotros y estamos equivocados. Nosotros, cada uno de nosotros, somos piedras vivas de ese Reino. El triunfo del Reino no vendrá dado desde fuera, porque no hay tal reino ajeno al hombre, sino que está construido, fundamentado en Dios, con cada uno de nosotros.
No debemos quejarnos porque no vemos germinar las semillas plantadas. Cada uno de nosotros somos el resultado de una semilla que germinó y de nosotros depende crecer como la mostaza hasta ser refugio y protección para que los frutos de otras semillas puedan crecer, fortalecerse y crecer a su vez hasta hacerse refugio y protección de una generación posterior, haciendo que día a día, uno a uno, todos unidos, hagamos presente en este mundo el Reino de Dios.
Evangelio Mc 4,26-34
El milagro de la naturaleza es signo evidente de Dios
Echa simiente, duerme y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Dijo también: « ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
1 La labor agrícola requiere paciencia; el “trabajo” que rogamos al Señor también necesita de esa paciencia, pero siempre en la confianza de que todo llegará a su tiempo y la obra del Señor tendrá sus resultados, si hemos permanecido en el camino que la Palabra nos indica; porque debemos cuidar nuestro corazón de las plagas que siempre existen y que pueden estropear la cosecha.
2 El Reino irá creciendo dentro de nosotros, y nosotros dentro de él, alcanzando la dicha que el Señor anuncia, y, al mismo tiempo, siendo capaces de anunciárselo a los demás.
3 La Palabra nos lleva al Reino y el Reino nos da la salvación, es decir, hace que nuestra vida, que los acontecimientos que nos van sucediendo estén amparados por el Señor, y así los veremos siempre en prisma de felicidad, hasta que lleguemos a gozar de la vista directa de Dios en esa eternidad en la que Él nos espera.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : El ánimo para permanecer en “el cobijo” del Reino, participando y colaborando con el Señor es la pauta que hoy nos ofrece la liturgia, de forma que nuestro pensamiento debe de ir hacia el examen de nuestra conciencia que nos deje al descubierto la posible falta de ilusión o la posible falta de entusiasmo en mi seguimiento de Jesús con todas las consecuencias.

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Cuáles son los deseos de una buena persona? ¿Conocer y amar a Dios, vivir para él, agradarle y agradarse en El? ... y, ¿cómo se hace eso?¿Recordamos nuestra fe y la alimentamos? ¿Nos sentimos seguros en la Palabra del Señor, y la consultamos y meditamos? ¿Llevamos el Reino a los que nos rodean, en especial a los que más necesitados están?

LA ORACIÓN: El hombre estrena claridad de corazón, cada mañana; se hace la gracia más cercana y es más sencilla la verdad. Guárdanos tú, Señor del alba, puros, austeros, entregados; hijos de luz resucitados en la Palabra que nos salva. Nuestros sentidos, nuestra vida, cuanto oscurece la conciencia vuelve a ser pura transparencia bajo la luz recién nacida. Amén.

ENCÍCLICA REDEMPTORIS MISSIO DEL PAPA SAN JUAN PABLO II
Todos los fieles y las comunidades cristianas están llamados a practicar el diálogo, aunque no al mismo nivel y de la misma forma. Para ello es indispensable la aportación de los laicos que «con el ejemplo de su vida y con la propia acción, pueden favorecer la mejora de las relaciones entre los seguidores de las diversas religiones», mientras algunos de ellos podrán también ofrecer una aportación de búsqueda y de estudio.
Sabiendo que no pocos misioneros y comunidades cristianas encuentran en ese camino difícil y a menudo incomprensible del diálogo la única manera de dar sincero testimonio de Cristo y un generoso servicio al hombre, deseo alentarlos a perseverar con fe y caridad, incluso allí donde sus esfuerzos no encuentran acogida y respuesta. El diálogo es un camino para el Reino y seguramente dará sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene fijados el Padre (cf. Act 1, 7).



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