02/10/2024 Disponibilidad total, radicalidad de entrega y coherencia, son importantes atributos cristianos

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 02 OCTUBRE 2024
Disponibilidad total, radicalidad de entrega y coherencia, son importantes atributos cristianos

¿Quién soy yo ante Dios?
A Job le conocemos como “el Santo de la paciencia” pero en este texto se nos muestra como un hombre sensato, respetuoso y temeroso de Dios. Nos muestra nuestra pequeñez frente a su poder.
Job experimentará en sus propias carnes la manera de actuar de Dios, incluso en sus peores momentos, cuando cae en desgracia y sus amigos se ríen de él, no perderá la confianza. Esos mismos amigos a los que en este pasaje les habla y les instruye en cómo es ese Dios en el que él confía plenamente, ese que “si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome y no lo siento”. Así nosotros podemos no notar su presencia pero tenemos la certeza de que está con nosotros, porque somos importantes para Él a pesar de nuestra pequeñez y de nuestras debilidades.
Esa fe ciega, esa absoluta entrega de Job la quiero para mí. Quiero aprender a ponerme en sus manos como el niño se echa en el regazo de su madre, sin pensar, con la seguridad de que ahí nada malo puede pasarle. No debemos olvidar la condición de Padre de nuestro Creador, su infinita misericordia para con nosotros aunque “pleiteemos con Él”. Aparentemente no somos nada, una insignificancia ante el que es capaz de mover montañas y derribar cumbres, pero somos sus hijos, motivo más que suficiente para tener la certeza de que siempre tendremos su mano tendida en todo momento.
Primera lectura Jb 9,1-12.14-16
El Señor siempre camina a nuestro lado
El hombre no es justo frente a Dios.
Respondió Job a sus amigos: Sé muy bien que es así: que el hombre no es justo frente a Dios. Si Dios se digna pleitear con él, él no podrá rebatirle de mil razones una. ¿Quién, fuerte o sabio, le resiste y queda ileso? El desplaza las montañas sin que se advierta y las vuelca con su cólera; estremece la tierra en sus cimientos, y sus columnas retiemblan; manda al sol que no brille y guarda bajo sello las estrellas; él solo despliega los cielos y camina sobre la espalda del mar; creó la Osa y Orión, las Pléyades y las Cámaras del Sur; hace prodigios insondables, maravillas sin cuento. Si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome y no lo siento; si coge una presa, ¿quién se la quitará? ¿quién le reclamará: «qué estás haciendo»? Cuánto menos podré yo replicarle o escoger argumentos contra él. Aunque tuviera razón, no recibiría respuesta, tendría que suplicar a mi adversario; aunque lo citara y me respondiera, no creo que me hiciera caso.
1 Job está en pleno diálogo con sus amigos, cuando ya Satán le ha infringido grandes desgracias.
2 Job no “ve” al Señor: “Si pasa junto a mí yo no le veo...”.
3 Job no “oye” al Señor: “aunque lo citara y me respondiera...”.
4 Lo siente creador, pero no Padre. Es uno de los poemas de Job, “quejumbrosos” ante sus circunstancias.
5 Ver al Señor y escuchar su Palabra es nuestra fe, es nuestra esperanza y es la base del amor. Sabemos que es nuestro creador, el creador del universo; pero sabemos que todo lo que hace es para bien de los que ama. Siempre el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo

Es la oración del enfermo que se acerca a la muerte. Parece que los que conocemos a Cristo nunca deberíamos hundirnos en la desesperación. Sin embargo, hay días en que para nosotros el cielo está tapado, como lo estuvo para Cristo en su agonía
Salmo 88,10bc-11.12-13.14-15
El Señor siempre responderá a nuestra oración
Llegue hasta tí mi súplica, Señor.
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti.
¿Harás tú maravillas por los muertos?
¿Se alzarán las sombras para darte gracias?
¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia,
o tu fidelidad en el reino de la muerte?
¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla,
o tu justicia en el país del olvido?
Pero yo te pido auxilio,
por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.
¿Por qué, Señor, me rechazas
y me escondes tu rostro?
Te alabo y te bendigo, Señor, por la resurrección que con tu Hijo nos has comunicado y realizado.
Esa es nuestra esperanza cristiana, y por ella te damos gracias, y con ella encontraremos tu auxilio sabiendo que en tu fidelidad y tu misericordia nunca nos rechazas.
Más bien, nos acoges ahora en esta vida terrena, y tienes tus brazos abiertos para recibirnos resucitados bajo tus alas.

¡Al horizonte, siempre mirando al horizonte!
Precioso pasaje el que hoy nos propone la liturgia. San Lucas nos da en cuatro pinceladas “las instrucciones” que nos propone Cristo si queremos ser sus seguidores. Nada, ni nadie, debe interponerse entre Él y nosotros a la hora de seguir nuestra vocación.
Cuantas veces nos hemos sentido llamados por Jesús, hemos querido ir un poco más allá en nuestro compromiso con Él y al instante hemos puesto mil impedimentos de todo tipo, nos hemos autoconvencido a nosotros mismos de que no puedo: es que mi trabajo... Es que mi familia... Es que no tengo tiempo... Es que... es que... Hay una frase clave en este pasaje que a mí me ha hecho meditar muchas veces: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios” Si queremos ser “vivos”, si queremos que el Espíritu actúe en nosotros, si queremos ser cooperadores de la misión evangelizadora, tenemos que pensar y actuar como hombres nuevos, ser verdaderos bautizados, resucitados por el Espíritu Santo y abandonar los viejos pensamientos que solo conducen a la muerte del alma.
En este empeño en seguir a Cristo aparecerán dificultades, incomodidades, renuncias ¡hasta las zorras viven mejor, tienen madrigueras! Pero Dios no abandona nunca, aunque, como dice Job, no notemos su presencia. Nuestro Padre Santo Domingo supo vivir esa entrega total, ese seguir al Maestro casi sin pensárselo. Cuantas veces se puso en camino sin la certeza de lo que le esperaba, pero nunca miró hacia atrás, empuñó el arado con la vista puesta en el horizonte y aquí estamos 800 años después sus hijos, el fruto de su empeño por difundir la Palabra en todo el mundo, por hacer partícipe a la humanidad del tesoro que él había descubierto.

Evangelio 18, 1-5.10
En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?» Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.
La expresión, los pequeños, no se refiere sólo a los niños, sino a las personas sin importancia en la sociedad, inclusive a los niños. Jesús pide que los pequeños, estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues «el Padre quiere que ni uno sólo de estos pequeños se pierda»
La pregunta de los discípulos que provoca la enseñanza de Jesús. Los discípulos quieren saber quién es el mayor en el Reino. El mero hecho de preguntar indica que no han entendido bien el mensaje de Jesús. La respuesta de Jesús, es decir, todo el Sermón de la Comunidad, es para que se entienda que entre los seguidores y las seguidoras de Jesús tiene que primar el espíritu de servicio, de entrega, de perdón, de reconciliación y de amor gratuito, sin buscar el propio interés.

ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse
en la verdad, la justicia, el amor y la libertad
2. El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio.



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