29/01/2023 Dominical Podemos ver las Bienaventuranzas como síntesis del mensaje cristiano, como proyecto de vida para vivir la santidad de Dios

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo A) (29 Enero 2023)
(So 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1 Co 1, 26-31; M 5, 1-12)
Podemos ver las Bienaventuranzas como síntesis del mensaje cristiano, como proyecto de vida para vivir la santidad de Dios

La primera lectura del día está tomada, en textos cortados, del profeta Sofonías, quien actúa en tiempos del rey Josías (640-609) y nos habla de un tema bien conocido: el “resto de Israel”, de una nueva comunidad. Precisamente la reforma que comienza este rey famoso de Judá, se cree que fue promovida, entre otros, por este profeta que percibe la necesidad de insistir en la justicia, atacando el sincretismo religioso o la idolatría cultual, así como los abusos de las autoridades. Pero él prevé que tras la crisis, incluso del castigo que adivina, el pueblo debe esperar la salvación. Y esta salvación debe llegar en un pequeño “resto”, el grupo que siempre se ha mantenido fiel a Dios.
Describe este nuevo pueblo, este resto, como pobre y humilde, que no debemos entender en sentido espiritual exclusivamente, porque no podía ser esa la mente del profeta. Desde luego, el nuevo pueblo, como núcleo, no podía salir de los poderosos, de los ricos e influyentes, porque estos habían dejado a Judá en el mayor de los desastres hasta que el profeta anima al rey Josías para la reforma. Es verdad que a este pueblo pobre y humilde pueden pertenecer todos los que, con nuevos criterios, renuncien al poder y a la injusticia. Así, pues, el texto de Sofonías viene a preparar el mensaje de las bienaventuranzas, que es la clave de la Liturgia de la Palabra de este día.
Primera lectura So 2,3; 3,12-13
Es muy duro ser pobre y humilde en nuestro mundo; los soberbios, arrogantes y mentirosos están mejor vistos.
Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde
Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor. "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos."
De entrada se aconseja la práctica de la humildad.
Se abre así una puerta a la esperanza que recuerda otros pasajes de la Biblia: «¿Quién sabe si Dios se dolerá y se retraerá, y retornará del ardor de su ira, y no pereceremos nosotros?» (Jn 3,9).
La humildad enciende la esperanza: «Se llaman humildes de la tierra a los que con humildad de corazón buscan al Señor con la sumisión de una reverencia filial, los mismos que cumplen sus mandatos confesando sus pecados y buscando no cometerlos más, que buscan la justicia y la humildad rechazando a los soberbios y acogiendo a los que hacen penitencia» (S. Buenaventura, Sermones dominicales 5,6).
Describe este nuevo pueblo, este resto, como pobre y humilde, que no debemos entender en sentido espiritual exclusivamente, porque no podía ser esa la mente del profeta.
Desde luego, el nuevo pueblo, como núcleo, no podía salir de los poderosos, de los ricos e influyentes, porque estos habían dejado a Judá en el mayor de los desastres hasta que el profeta anima al rey Josías para la reforma.
Es verdad que a este pueblo pobre y humilde pueden pertenecer todos los que, con nuevos criterios, renuncien al poder y a la injusticia. Así, pues, el texto de Sofonías viene a preparar el mensaje de las bienaventuranzas, que es la clave de la Liturgia de la Palabra de este día.
¿Somos ejemplo y ayuda para los pobres y humildes que nos necesitan?

Dios, que demuestra su poder con doce acciones dirigidas a los más oprimidos de la humanidad, suscita la auténtica confianza. No podemos desvirtuar con nuestra conducta el mensaje que proclamamos: nuestra inserción en el mundo de los necesitados no es una moda del momento, sino una exigencia que brota de nuestro origen vocacional
Salmo 146, 7. 8-9a. 9bc-10
Llévame de tu mano a tu Reino, Señor, y haz que mi mano sea también capaz de llevar a otros, a beber de esa agua viva que Tú tienes.
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
él hace justicia a los oprimidos,
él da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Como música celestial vemos este salmo, Señor, verdadera y hermosa oración con la que podríamos empezar el día en tus manos, alabándote y bendiciéndote de todo corazón.
Desterremos para siempre ese concepto que corre por la creencia católica de un Dios vengativo y duro; y entronicemos también para siempre esa realidad de que Tú Señor, eres bueno y cariñoso.
Y es que es una realidad, la verdad de un Dios al que podemos recurrir siempre en la seguridad de que nos escucha nos atiende y nos llena de alegría
Juan apoya plenamente lo que el Salmo afirma: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Pero dice más, y lo debemos de tener en cuenta; dice que el Señor es clemente y misericordioso, paciente y lleno de amor. Tenemos que grabarnos esto en nuestra mente, y hacer que nos sirva de patrón de comportamiento.
Y cuando sintamos que nuestra vida “se dobla” que nuestra angustia crece, que alguna desgracia nos acosa, sabremos que el Señor está ahí para “enderezarnos”, consolar nuestro corazón y compadecerse de nosotros, es decir, sufrir con nosotros para sacarnos de nuestro sufrimiento y devolvernos su alegría
Por todo ello, pocas son las gracias que le damos; tenemos que incrementar nuestra oración de acción de gracias, de bendición, de alabanza
¿Nos vemos retratados en este salmo como “manos” de la acción del Señor?

Se trata de palabras que debemos escuchar como dirigidas a nosotros hoy, que nos invitan a reflexionar sobre una dimensión fundamental de nuestra existencia: nuestra vida forma parte del designio amoroso de Dios.
San Pablo es explícito a este respecto. Por tres veces, en la lectura de hoy, afirma que "Dios ha elegido" a cada uno de nosotros, de manera que "somos en Cristo Jesús", el cual "se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención".
Segunda lectura 1Co 1,26-31
Cristo Jesús es nuestra sabiduría, justicia, santidad y redención.
Dios ha escogido lo débil del mundo
Fijaos en vuestra asamblea, hermanos, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así -como dice la Escritura- "el que se gloríe, que se gloríe en el Señor".
La lectura plasma la situación social y humana de la comunidad de Corinto. Para poder entender adecuadamente el texto debemos suponer lo que precede, todo aquello que dice relación a la sabiduría de la cruz, a la locura con la que Dios quiere salvar el mundo, que se leerá en otro momento: no con poder, sino con lo que no cuenta, con el escándalo de la cruz.
Pablo, pues, pretende refrendar esta teología suya con lo que él sabe de la comunidad de Corinto: no se han hecho cristianos los grandes filósofos y maestros, ni la mayoría de las familias pudientes; al contrario, se han hecho cristianos los trabajadores de los puertos, los de oficios bajos. Ese es el signo del camino con el que Dios lleva adelante su proyecto.
La diatriba (1,20-25) con la que Pablo quiere enganchar a la comunidad le lleva de la mano a que esa comunidad sea capaz de enfrentarse a su propia realidad: ¿de dónde vienen? ¿quiénes son? ¿qué esperan? Y podrán constatar que no hay muchos sabios, ni entendidos, ni influyentes ciudadanos de la polis griega.
En realidad la comunidad puede leer la realidad viva de su pequeñez, de lo que no cuenta en este mundo tan cruel. Por lo mismo, que no piensen desde las grandezas de este mundo.
Su vocación, su llamada es lo que es y así lo ha querido el Señor. Y es eso lo que les debe enseñar que la “palabra de la cruz” es “poder de Dios” en la misma entraña de esta comunidad de origen sencillo y humilde.
No se trata solamente de un planteamiento retórico, sino de una realidad pura y dura. La “teología de la cruz” es lo propio del cristianismo y no puede pretender ser como otros grupos sociales en el mundo. Eso sería desvirtuar su identidad.
¿Por qué esa gente elegida por el Señor ha quedado “relegada” de nuestras asambleas cristianas?

Estamos ante un texto grandioso por muchas razones. Hoy quiero apuntar sólo una. La actividad docente de un Maestro de la categoría de Jesús no se inaugura dando doctrina, sino teniendo una palabra de ánimo para todos aquellos que tienen el coraje y la altura de hacer algo por los demás y por cambiar el orden existente. Todos ellos están en la línea de lo que significa ser discípulo de Jesús. Discípulo de Jesús sólo se es en la medida en que se haga algo por los demás y por cambiar el orden existente.
Evangelio Mt 5,1-12a
Las bienaventuranzas no son propiamente una enseñanza sino una declaración
Dichosos los pobres en el espíritu
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo."
El primer gran discurso del evangelio de Mateo es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la Montaña. Hay una intencionalidad en presentar en esta “escuela judeo-cristiana” la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10; 13; 18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía).
Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo más relevante es el comienzo de este primer discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir que el reinado de Dios se asienta, pues, sobre las bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas clásicas de la tradición oriental y bíblica, como anuncio profético de cómo debe ser el futuro.
Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad soberana, entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.
El texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto, dialéctico, radical. No tienen ese carácter interiorista, casi de virtud a conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos.
En el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc 6,20-23).
En definitiva, el evangelio de Mateo, concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son una utopía que propone Jesús, sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil. No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se proponen para soñar sino para vivir con ellas y desde ellas.
La ética de las bienaventuranzas, pues, requiere nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia personal y desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había comprometido.
Lo importante es su mensaje, que no puede ser distinto de algo así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder, de la ignominia.
El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los cristianos? En el mundo del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.
Y esto es lo que los cristianos deben “elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque las bienaventuranzas de Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las bienaventuranzas donde Dios se siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos “elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la fuerza liberadora del evangelio cambie ese mundo
¿Qué ofrecemos hoy los cristianos a la sociedad?, ¿en qué nos distinguimos de los demás hombres?, ¿ofrecemos una alternativa de vida?, ¿no nos hemos difuminado en el anonimato y en la falta de compromiso con la justicia y la libertad para todos?

LA ORACIÓN.- Gracias, Señor. por tener hambre de justicia y paz, por sentir sed de nuestro amor; por saciar a los hambrientos de pan y felicidad.

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¿Qué son las Bienaventuranzas? Las Bienaventuranzas no son una moral, ni una filosofía, nada de eso. Las Bienaventuranzas expresan sencillamente la experiencia de Jesús. Y la experiencia de Jesús como hombre hay que situarla en Nazaret. El pueblo donde nació fue lo decisivo en la vida de Jesús, -la vida pública es un apéndice-allí vivió la mayor parte de su vida, y la vivió con los ojos muy abiertos, captando al milímetro lo que era el ser humano, lo que era la vida. En Nazaret, como uno de tantos, en la monotonía de un pueblo, en el aburrimiento, en la cotidianeidad. Sólo desde esa situación podía extraer una experiencia válida para toda persona. De haber vivido en unas circunstancias privilegiadas, no nos servirían sus “experiencias”.
Las Bienaventuranzas no son una experiencia cotidiana más, sino una experiencia vivida desde la perspectiva en la que toda persona ha coincidido, coincide y coincidirá: el ser feliz, la plenitud, la realización personal. Todos coincidimos en esto: en buscar la felicidad. Otra cosa es que nos equivoquemos, metamos la pata... Pero en este intento todos coincidimos.
Pero, curiosamente, en algo en lo que todos estamos de acuerdo es en lo que menos logros tenemos. Más aún, como dice Pascal Bruckner en “La euforia perpetua”: “hemos convertido la felicidad en una “obligación”, una obligación frustrante porque es un contrasentido el convertir en logro programable lo que experimentamos como sorpresa y don”. Pues bien, este dato ya lo tenemos. La felicidad no la tenemos asegurada, porque las condiciones que consideramos “imprescindibles” para que se dé, nunca podemos controlarlas totalmente. Esto es algo que debemos interrogarnos seriamente en estos días.
Es decir, si las Bienaventuranzas son la apuesta de Jesús por la felicidad del ser humano, podemos decir que cada uno de nosotros también tiene sus “Bienaventuranzas” privadas que no coinciden en absoluto con la apuesta de Jesús. Pero nuestra “apuesta” parece que está tan amenazada, que nunca llega a realizarse. Por otro lado la apuesta de Jesús nos resulta un disparate. Es normal que lo digamos, tenemos todo el derecho para decirlo. Pero no podemos olvidar el dato previo de que nuestra apuesta no acaba de ser del todo válida, mientras que la apuesta de Jesús ni la hemos probado, está sin estrenar. ¿Y si el Evangelio fuese verdad?
Ahora bien, una cosa sí conviene decirlo ya: a lo mejor todo lo que Jesús dijo es un disparate y sencillamente estaba loco, pero lo que nunca podremos echarle en cara es que su apuesta por la felicidad sea “Evasiva”, porque clava dicha apuesta en aquello que consideramos que la harían imposible: la pobreza, el dolor, el hambre... Y en efecto, la pobreza, el sufrimiento, el llanto, el hambre... todas esas cosas están a nuestro alrededor, que, a veces, nos amenazan y, lo que es peor, son realidad para millones de personas. Y la manía de todos y de cada uno es creernos que cuando se consiga eliminar todo eso de la vida, se conseguirá la felicidad. Pero parece ser que esa eliminación no acaba de lograrse, y, lo que es peor, de darse nunca la podremos asegurar. Esto es un dato importante que no conviene olvidar. El Evangelio, al parecer, no deja de lado a esa realidad que a veces no sabemos qué hacer con ella, pero que se nos impone.
Cada una de ellas va a tocar un problema que afecta a toda persona y va a avisarnos de las tentaciones que dicho problema lleva consigo, para posibilitar objetivamente la fraternidad. Es decir, va a desenmascarar mecanismos, a veces inconscientes (ya sean trampas, miedos,...) que imposibilitan el que podamos realmente ser hermanos. Porque la fraternidad en el Evangelio es un problema real, no subjetivo.
El problema de mi fraternidad, de si realmente soy hermano de todos los hombres, no es lo que yo sienta en mi corazón, sino que el problema real es que los demás se puedan sentir hermanos míos cuando se crucen conmigo. Aquí es donde me juego la fraternidad: ¿qué le importa al otro que yo en mi “corazoncito” lo sienta como hermano, si él me ve como un erizo? Esto es un problema de objetividad: ¿Hemos ido a la viña?
Bienaventuranzas de Chércoles



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