19/03/2023 Dominical. Jesús da la luz al mundo en un doble sentido, no sólo sanando su ceguera física, sino también dándole la luz para conocerle a Él como el Cristo

Dominical: El punto de vista de un laico
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V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA (ciclo A) (19 Marzo 2023)
(1S 16, 1b. 6 – 7. 10 – 13a; Sal 23, 1 - 6; Ef 8, 5 – 14; Jn 9, 1 - 41)

El domingo de la luz: Si el domingo pasado se centraba en el signo del agua, el presente se centra en la luz. El cristiano está llamado a la luz, a la luz de la fe. Dios ilumina al profeta para ungir al escogido. El profeta no puede dejarse llevar por las apariencias humanas sino por la inspiración de Dios. David descubre su misión. El que cree y confía en la palabra de Jesús llega a la luz. Es el caso del ciego. La luz pone al descubierto las cosas. La luz pide permanecer en un comportamiento de vida, obrando según las obras que agradan a Dios.

Jesús da la luz al mundo en un doble sentido, no sólo sanando su ceguera física, sino también dándole la luz para conocerle a Él como el Cristo

A pocos personajes se les dedica, en la Biblia tantas páginas como a David. El hilo narrativo del Primer Libro de Samuel se centra en esta figura a partir del capítulo 16 y ya no le deja hasta el final del Segundo Libro.
La primera lectura de este domingo nos relata la unción de David. Es un relato que quiere ofrecernos el fracaso de la monarquía de Saúl y el ascenso, desde lo más humilde, de David al trono. Sabemos que esta historia está idealizada hasta el máximo por los autores de la escuela que han querido ensalzar a David como rey justo, e incluso comprometer a Dios con un sistema de gobierno al que el profeta Samuel se oponía con todas sus fuerzas (1Sam 8-10). Lo que pueda haber de leyenda en todo esto tiene de positivo el origen humilde y sencillo que por la libre elección llega a servir a Dios en su proyecto sobre el pueblo.
La significación teológica del relato no deja lugar a dudas: Dios elige a David porque es el más pequeño, el que menos intereses tiene en todo esto, aunque la historia real de David y de su subida al trono en el libro de Samuel sea mucho menos limpia y clara. La “historia de Israel” es tan escabrosa como todas las historias de los pueblos circundantes... El profeta Samuel no quería ceder a la “monarquía” no solamente porque era un profeta tradicional, sino porque la monarquía copiaría los sistemas de los otros pueblos poderosos... No obstante, queda claro que lo que a Dios le interesa no es la “monarquía sagrada” en sí, sino que el rey sea justo y bueno con los que no tienen defensa. Por eso, nos recuerda el origen sencillo y humilde del pastor... que llegó a ser rey. Y eso no se debería olvidar nunca.
Primera lectura 1S 16,1b.6-7.10-13 a
El que dirige debe saber ejercer autoridad acrecentando al subordinado, y no poder dominando al pueblo.
David es ungido rey de Israel.
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.» Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.» Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.» Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.» Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?» Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.» Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.» Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.» Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.
En una lectura de toda su historia encontramos muchas contradicciones: no sabemos si David accede a la corte de Saúl en calidad de guerrero o de músico, nos resulta difícil coordinar sus oficios de guerrero y de pastor; pero estas contradicciones no han de preocuparnos demasiado.
El resultado final es un relato teológico mezclado de historia y de fantasías, de recuerdo auténtico y de leyenda. La leyenda (distinguir claramente entre leyenda y cuento) se ha apoderado de todas las figuras más señeras de la Historia, y David es una de ellas.
Cantor y músico, poeta o político insigne, valiente guerrero, personaje que suscita envidias en Saúl y admiración de hermano en Jonatán, mujeriego hasta llegar al adulterio con alevosía, pero enemigo acérrimo de toda venganza personal.
No es de extrañar, pues, que esta figura haya sido admirada por generaciones enteras de israelitas que, al contemplar su vida y obras lo han idealizado.
La tradición nos trae a Jesús incrustado en la genealogía de esta persona, así que nuestro aprecio debe de ir parejo a esta circunstancia
¿Nos damos cuenta de las alternativas que presenta la personalidad de David: guerrero con pillaje, pero incapaz de clavarle la lanza a Saúl; adultero con alevosía pero hombre íntegro que sabe reconocer su culpa? ¿Sabemos poner ilusión en nuestra labor cristiana, aunque a veces nos equivoquemos? ¿Tratamos de que nuestro corazón esté en línea con Jesús? ¿Comprendemos que, aunque no seamos “autoridad” nuestro comportamiento cristiano es muy importante, nuestro ejemplo es necesario?

Este salmo es un texto hermoso y poético, que nos habla de la ternura de Dios y de los sentimientos que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz, seguridad, confianza, plenitud de vida.
El Salmo desarrolla dos imágenes distintas: en la primera parte, la del pastor que cuida de sus ovejas (versículos 1-4) y en la segunda, la del señor de la casa que acoge a un huésped (versículos 5-6).
Sin embargo, nos solemos fijar principalmente en la primera y, normalmente, es conocido como el Salmo del Buen Pastor. La primera parte está escrita en tercera persona del singular (el Señor es mi Pastor, me hace reposar, me conduce, repara, me guía, hace honor), mientras que la segunda está escrita en segunda persona del singular (tú me preparas, perfumas, tu amor y tu bondad me acompañan). El último versículo está en primera persona del singular (yo habitaré).
El versículo central (Tú estás conmigo) es el punto de unión entre las dos partes, ya que pertenece al primer bloque, pero está en segunda persona, como el segundo.
Los símbolos que desarrolla son universales: el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el banquete, los perfumes... y pueden interpelar por igual a los hombres de antiguas culturas rurales como a los de las modernas civilizaciones urbanas.
Salmo 23,1 – 6
Gracias, Señor, por esa mesa que nos preparas, gracias por llevarnos hacia ella imbuidos en Tu misericordia
El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
La primera parte nos presenta al Señor como pastor, y nosotros somos sus ovejas. Los términos de estos versículos pertenecen al contexto del pastoreo.
Para entender esta imagen, tenemos que recordar brevemente cómo era la vida de los pastores en el país de Jesús. Normalmente tenían un puñado de ovejas y cuidaban de ellas con cariño, pues era todo lo que poseían.
Por la noche, solían dejarlas en el redil junto con las de otros pastores, bajo la protección y vigilancia de unos guardas. Por la mañana, cada pastor llamaba a las suyas por su nombre, ellas reconocían la voz de su pastor y salían para iniciar una nueva jornada. Es decir, cuidado, cariño e intimidad.
En la tierra de Jesús hay mucho desierto, de modo que los pastores habían de atravesarlo para llegar a los prados. En ocasiones, encontraban pastizales enseguida; otras veces tenían que caminar bastante para llegar hasta donde hubiera agua y verdes praderas.
En estas ocasiones, podía suceder que la oscuridad de la noche sorprendiera al pastor con sus ovejas. Es sabido que éstas, de noche, se desorientan totalmente y corren el riesgo de perderse. El pastor, entonces, caminaba al frente del rebaño y lo conducía de vuelta al redil.
En nuestras “oscuridades” y tentaciones, debemos tener la confianza puesta en Jesús, en la seguridad de que siempre estará atento a nosotros, pues caminaremos protegidas por la vara y el cayado del pastor, Jesús.
La imagen de la segunda parte nos sitúa en el desierto de Judá. Tenemos que imaginar a una persona que huye de sus enemigos a través del desierto.
Los opresores están a punto de darle alcance cuando, de repente, se encuentra delante de la tienda de un jefe de los habitantes del desierto.
La persona que huye es recibida con alegría y fiesta, convirtiéndose en huésped del jefe. En el país de Jesús la hospitalidad era algo sagrado.
El que se refugiaba en la casa o en la tienda de otra persona, estaba a salvo de cualquier peligro. Pasado un tiempo, el huésped tendrá que proseguir su viaje.
El jefe, entonces, le ofrece dos guardaespaldas, que, simbólicamente, reciben los nombres de «felicidad y misericordia», que lo acompañarán todos los días de su vida. Gracias, Señor, por esa vida que nos presentas, que es, indudablemente, el Reino de Dios que tu Hijo nos proclama
¿Hay gente sin pastor? ¿Tenemos pastores adecuados? ¿Nos sentimos nosotros pastores? ¿Creemos que teníamos que ser más pastores?
¿Atendemos a gente que lo necesita? ¿Tratamos de que tengan siempre el mínimo necesario, al menos? ¿Conocemos gente que necesita de nosotros?
¿Sabemos consolar y compadecer a gente que lo necesita? ¿tratamos de “elevar la moral” de las personas que sabemos en “horas bajas”?
Y nuestro sendero, ¿es el adecuado? ¿respetamos el nombre de Dios?
¿Tenemos verdadera confianza en el Señor? ¿Nos acogemos a su amor? ¿Nos encomendamos a Él en nuestros disgustos?
¿Somos conscientes de la bondad y la misericordia con las que el Señor nos trata?
¿Creemos firmemente en nuestra resurrección?

Ahora sois luz en el Señor”, nos recuerda la carta a los Efesios. Bien podemos orientar el mensaje de la liturgia de este domingo de cuaresma desde este dictamen, pues si se trata de orientar (o reorientar) – y acerca de eso trata toda la cuaresma – qué mejor que la simbología de la luz que se nos presenta hoy.
Se supone que el autor, un discípulo de Pablo, está hablando a una comunidad que en otro tiempo eran paganos, es decir, “nada” para los judíos. El recuerdo de los orígenes humildes implica un proceso pedagógico que siempre busca la terapia espiritual de revivir realidades profundas. Todo lo que no sea eso, es un “dormirse”, un olvidar el misterio de la gracia de Dios y de la salvación. Por eso el misterio de la luz es un misterio revelador, descubridor de las verdades de la vida que no se deben olvidar. Esta parte práctica de la carta a los Efesios se interesa por mostrar que las obras de las tinieblas son “estériles”, es decir, no engendran vida.
Podemos subrayar en el texto una concepción dualista bien marcada que puede prestarse a equívocos, como sucede en algunas expresiones de la comunidad de Qumrán, que también divide la vida moral y de la comunidad en dos categorías: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Pero si superamos ese dualismo, podemos entender bien que lo que se propone en este caso a la comunidad es que vivan en la fidelidad a Cristo que los ha llamado a una vida en la que los valores son: la bondad, la justicia y la verdad. Las obras de las tinieblas no se mencionan, sino que simplemente se suponen que son como el misterio de la muerte. Se está hablando en términos morales y éticos en lo que se puede coincidir, sin separaciones dualistas, con todos los hombres que viven de esos valores.
Segunda lectura Ef 5,8-14
Ahora estamos iluminados por la luz de Cristo. Antes estábamos dormidos, ahora hemos despertado a la luz.
Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
Pablo llama "tinieblas" al pecado y a la ignorancia que tiene el hombre acerca de Dios, y "luz" a la presencia de Dios en la que vive el justo y el verdaderamente sabio.
El hombre se define por sus obras, el que comete pecado es tinieblas y el que hace la justicia es luz.
El egoísmo y la ambición llevan a las tinieblas; el amor y la justicia llevan consigo la luz, y son el camino cristiano que debe de iluminar a cuantos permanecen todavía en tinieblas.
Si los cristianos no nos comportamos como luz, si no llevamos una vida que oriente a los hombres, de poco servirá que descubramos a la luz del evangelio las obras malas de los gentiles; la crítica por la crítica no será una conducta cristiana que debe, con valentía, proclamar la Palabra del Señor y, con ella, iluminar las conciencias.
¿Éramos tinieblas, nuestras obras eran obras de ciegos, éramos estériles y ahora somos luz? Miremos nuestra conciencia. ¿Nos dice que ahora estamos iluminados por la luz de Cristo? ¿”Tratamos” de sentirlo así? ¿Estábamos dormidos y nos ha despertado la luz de Cristo?
Simbólico pero real. ¿Podríamos incorporarlo a nuestra fe en Jesucristo?

El evangelio de hoy es uno de los episodios más densos de la obra de Juan. Un signo y un diálogo, en polémica con los judíos, nos presenta a Jesús como revelador del Dios que va destruyendo muchas cosas y concepciones que se tenían sobre Dios, sobre la vida, sobre la enfermedad, sobre el pecado y sobre la muerte. Juan enfrenta al hombre ciego de nacimiento con los fariseos, que son los que deciden sobre las cuestiones religiosas cuando se escribe esta obra. El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Los simbolismos con los que está compuesto el relato: el barro de la tierra, la saliva, el sábado, el envío a la piscina de Siloé... nos muestran a un Jesús que domina la situación, en nombre de Dios, para dar luz, en definitiva, para dar vida y para mostrarse como la luz del mundo.
Evangelio Jn 9,1–41
No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad.
Fue, se lavó y volvió con vista.
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mien¬tras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé, (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»Unos decían: «El mismo.» Otros decían: «No es él, pero se le parece.» Él respondía: «Soy yo.» Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?» Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. » Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contestó: «No sé.» Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.» Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta.» Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y le preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.» Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; por¬ que los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien re¬ conociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. » Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntan de nuevo: ¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?» Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué que¬réis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?» Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moi¬sés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabe¬mos de dónde viene.» Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.» Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lec¬ciones a nosotros?» Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» El contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos. » Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»
“Cristo será tu luz”, dice Pablo en la segunda lectura, y aquí tenemos a Jesús dando vista, dando luz a un ciego, todo un signo de iluminación que los judíos no quieren ver, que tratan por todos los medios de complicar y buscar explicaciones que no reconozcan la acción de Jesús, que vean un mal heredado del pecado, y que todo sea ajeno a ellos, que son los que poseen la “pureza” de la religión judía. Y además, para colmo, la curación había sido hecha en sábado.
Podemos colegir que para el cristiano, ese proceso de fe que lleva al hombre renacido por el bautismo a afirmar en el Espíritu, en la verdad, que Jesús es el Señor, se ha cumplido. El cristiano es el ciego que ha nacido a la luz; pero se nos recuerda que se ha vuelto, a su vez, “luz en el Señor”: luz para otros, luz que ilumina la mente de otros, porque ahora es luz en el Señor. Luz que revela la verdad escondida en la materialidad del mundo, la presencia de la Palabra encarnada en el mundo. Pero también puede ser todo lo contrario.
La acción del cristiano es en sí misma reveladora u ocultadora de Cristo. La acción del cristiano ante el mundo expresa y realiza la presencia de la Palabra en medio del mundo. De su acción, de su vida, depende que esa Palabra quede manifiesta o velada a los ojos de los hombres.
Señales de nuestro Padre se manifiestan con frecuencia a nuestro alrededor, pero, con frecuencia, nos es difícil darnos cuenta de ellas: hay mucho ruido, muchos intereses, a nuestro alrededor y en nuestra vida.
Ha sucedido algo maravilloso, porque lo que viene de Dios no es comprendido más que por la fe. Los hombres y el mundo tenemos unos criterios demasiado cosificados para entender su manera de actuar.
La escucha y la oración pueden hacernos ver la gloria de Dios en nuestras vidas... y no es cuestión de perdernos ese gozo.
¿Vemos como la iniciativa la toma Jesús, pero el interesado debe responder personalmente?
¿Nos damos cuenta de cómo al mezclar la tierra con su saliva Jesús está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu?
¿Entendemos a Dios como un añadido a la realidad? ¿Cómo si existieran las cosas, los sucesos, las ocupaciones normales de nuestra vida y... además, la religión, la fe, Dios?
¿Nos creemos entonces que con el rito obligado ya “estamos cumplidos”?

LA ORACIÓN.- Tú, Señor, que nos abres los ojos para que descubramos la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor, ayúdanos a colaborar contigo para que todas las personas puedan alegrarse en su vida al ver tu luz. Te lo pedimos, Señor

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LA PEQUEÑA VELA
Érase una vez una pequeña vela que vivió feliz su infancia, hasta que cierto día le entró curiosidad en saber para qué servía ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza. Una vela vieja le dijo que ese era su "cabo" y que servía para ser "encendida". Ser "encendida" ¿qué significaría eso?. La vela vieja también le dijo que era mejor que nunca lo supiese, porque era algo muy doloroso.
Nuestra pequeña vela, aunque no entendía de qué se trataba, y aún cuando le habían advertido que era algo doloroso, comenzó a soñar con ser encendida. Pronto, este sueño se convirtió en una obsesión. Hasta que por fin un día, "la Luz verdadera que ilumina a todo hombre", llegó con su presencia contagiosa y la iluminó, la encendió. Y nuestra vela se sintió feliz por haber recibido la luz que vence a las tinieblas y le da seguridad a los corazones.
Muy pronto se dio cuenta de que haber recibido la luz constituía no solo una alegría, sino también una fuerte exigencia... Sí. Tomó conciencia de que para que la luz perdurara en ella, tenía que alimentarla desde el interior, a través de un diario derretirse, de un permanente consumirse... Entonces su alegría cobró una dimensión más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación.
A veces pensaba que hubiera sido más cómodo no haber recibido la luz, pues en vez de un diario derretirse, su vida hubiera sido un "estar ahí", tranquilamente. Hasta tuvo la tentación de no alimentar más la llama, de dejar morir la luz para no sentirse tan molesta.
También se dio cuenta de que en el mundo existen muchas corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y a la exigencia que había aceptado de alimentar la luz desde el interior, se unió la llamada fuerte a defender la luz de ciertas corrientes de aire que circulan por el mundo.
Más aún: su luz le permitió mirar más fácilmente a su alrededor y alcanzó a darse cuenta de que existían muchas velas apagadas. Unas porque nunca habían tenido la oportunidad de recibir la luz. Otras, por miedo a derretirse. Las demás, porque no pudieron defenderse de algunas corrientes de aire. Y se preguntó muy preocupada: ¿Podré yo encender otras velas? Y, pensando, descubrió también su vocación de apóstol de la luz. Entonces se dedicó a encender velas, de todas las características, tamaños y edades, para que hubiera mucha luz en el mundo.
Cada día crecía su alegría y su esperanza, porque en su diario consumirse, encontraba velas por todas partes. Velas viejas, velas hombres, velas mujeres, velas jóvenes, velas recién nacidas.... Y todas bien encendidas.
Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había consumido totalmente al servicio de la luz, identificándose con ella, dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su rostro: ¡Cristo está vivo en mí!



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