25/08/2024 Dominical Convencidos, como Pedro, que la Palabra del Señor es fuente de vida
Dominical: El punto de vista de un laico Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r
DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO DEL TIEMPO ORDINARIO (25 de Agosto)
(Jos 24, 1 – 2 a. 15 – 18; Sal 34, 2 – 3. 16 - 23; Ef 5, 21 - 32; Jn 6, 60 - 69)
Convencidos, como Pedro, que la Palabra del Señor es fuente de vida
Israel en las manos de Dios. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué?
Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.
Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento de sociología religiosa. La forma en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.
El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común.
No está claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá.
El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza en Dios es decisivo.
Primera lectura Jos 24, 1 – 2 a. 15 – 18
La afirmación debe permanecer siempre en nuestro corazón y en nuestra mente: Dios es nuestro Padre y Señor
Nosotros serviremos al Señor: ¡Es nuestro Dios!
En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.» El pueblo respondió: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»
1 Josué fue el que sucedió a Moisés al frente del pueblo israelita y con él entró en Palestina llegando a Jericó tras cruzar el río Jordán en precioso episodio en el que el Señor detiene el curso del río (al igual que en el paso del mar Rojo) para que pase su pueblo.
2 El de hoy es el último capítulo del libro de Josué en el que tiene lugar una gran celebración litúrgica y el pueblo se compromete de nuevo a seguir a su Dios. El dilema de servir a Dios o a los ídolos lo vemos constantemente en el pueblo de Israel.
3 Realmente, si nos fijamos en nosotros mismos y en el pueblo en el que estamos insertos, esta elección es una constante de la vida y es bueno ser consciente de ello. Los nuevos dioses son muy atractivos: poder, dinero, amor... ¿Qué solemos escoger? Los brotes de entusiasmo están muy bien, pero son insuficientes.
4 Por eso nuestra historia también está plagada de tristes recuerdos. Y que nadie se crea intachable. Es muy fácil creerse bueno y anatematizar y excomulgar a los demás, pero el que esté libre... que tire la primera piedra.
5 La actitud del intolerante es la más pobre, la más insoportable, la más llena de defecciones, la más farisaica... y la menos bíblica. Todos somos humanos y fallamos, por eso los autores bíblicos nos recuerdan que la Alianza se renueva muchas veces. El hombre bíblico siempre es comprensivo, nunca dogmático.
¿Proclamamos nosotros con palabras y acciones que el Señor es nuestro único Dios?
¿Somos capaces de “vencer” las tentaciones que otros muchos “dioses” del mundo actual nos ponen a nuestro alcance?
Insiste el Salmo en que debemos de recurrir al Señor, con mayor o menor intensidad; Él nos escuchará, nos atenderá y, es nuestra fe, nos cuidará. Si nosotros oramos al Señor y en Él ponemos nuestra fidelidad, entonces los oprimidos y los necesitados nos mirarán como su refugio y nosotros seremos capaces de atenderlos. Dice el profeta Sofonías: “Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes” (So 3, 9)
Sal 34, 2 – 3. 16 - 23
Debemos unirnos al Señor en esa escucha y ayuda a los orpimidos
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará.
La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
Te bendecimos y te alabamos, Señor, porque Tú siempre nos muestras tu misericordia, nos hace participes de tu bondad, y nos enseñas el camino de la vida
Tu gloria y tu grandeza son intangibles, pero nos cubren con su manto de fidelidad y, en nuestra humildad, nos llenan de alegría y deseos de vivir y proclamar ese reinado tuyo que trata siempre de llevar justicia y paz a todo el universo
Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos;
Dios es el primero en escuchar, en abrirse al diálogo y así podemos verlo en la Escritura. En el Evangelio de Juan, el ciego al que Jesús da la vista, dice a los fariseos: “Es sabido que Dios no escucha a los pecadores, pero al que honra a Dios y cumple su voluntad, Dios lo escucha” (Jn 9, 31). Pero ya el Antiguo Testamento menciona este tema; dice el código de la Alianza “No explotarás a viudas y huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí, yo les escucharé” (Ex 22, 21-22). Esos gritos pueden ser los de los pobres que piden algo para comer, o un techo para alojarse.
¿Los vemos, los miramos, los oímos, los escuchamos, los acompañamos?
Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.
La maldad conduce al malvado a la perdición; el mal sólo puede crear mal y violencia, y no pueden tener otra recompensa.”el que cava un hoyo, se puede caer en él; el que derriba un muro puede que le muerda la serpiente” (Ec 10, 8). Es posible que la maldad encuentre una felicidad transitoria en el dinero, en la venganza, en la adulación; pero temprano o tarde tendrá que confrontar su conciencia, que, aunque no sea evidente, siempre se presenta: es el Señor que pedirá cuentas. Dice Dios en el Levítico:”Si despreciáis mis normas y rechazáis mis leyes... mandaré sobre vosotros el terror, la peste y la fiebre...”.(Lev 26, 15).
¿Compartimos y defendemos la bondad y la compasión como pautas de vida? ¿Tratamos de hacer ver su falta de conciencia a aquellos que sólo miran la vida y al prójimo desde la ambición?
Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias;
Insiste el Salmo en que debemos de recurrir al Señor, con mayor o menor intensidad; Él nos escuchará, nos atenderá y, es nuestra fe, nos cuidará. Si nosotros oramos al Señor y en Él ponemos nuestra fidelidad, entonces los oprimidos y los necesitados nos mirarán como su refugio y nosotros seremos capaces de atenderlos. Dice el profeta Sofonías: “Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes” (So 3, 9)
¿Qué otra cosa podremos hacer que volver nuestros rostros, que han vislumbrado la bondad y misericordia de Dios, hacia los que nos necesitan?
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.
Dios está atento a nuestras necesidades, aún las que nosotros mismos no sabemos que necesitamos. Tener fe en que nuestras oraciones son escuchadas siempre, es la clave para seguir orando sin desfallecer. No se necesitan muchas palabras.
¿Confiamos en que el Señor sabe nuestras necesidades?
¿Nos sentimos en las manos del Señor, atendidos por su misericordia?
¿Dejamos con frecuencia que nos invada la congoja, la pena o la aflicción oral?
Te ruego, Señor, que me guíes en mi camino siempre hacia Ti, que mi alabanza y mi acción de gracias sean constantes y que sepa llevarla a los más humildes que siempre están más cerca de Ti.
Sé que me escuchas, Señor, y te ruego que yo también sepa escuchar tu Palabra y recurrir a Ti cuando mi humanidad se dirija por senderos de ídolos y me encuentre atribulado.
Sé también, Señor, que me cuidas; hazme siempre consciente de ello para que, tranquilo, sepa llevar tu Palabra adonde más se necesite.
La familia cristiana vive en el amor de entrega. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.
Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.
Segunda lectura Ef 5, 21 - 32
El mensaje de Pablo trata de destruir poco a poco toda desigualdad y sometimiento
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Hermanos: Expresad vuestro respeto a Cristo siendo sumisos los unos a los otros. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
1 Llama la atención la afirmación de que el hombre es cabeza (o jefe) de la mujer aparece (tal y como nos llega) en ésta y en otras varias cartas paulinas (1 Co 11,3; Ef 5,23; Tt 2,5) y en la primera carta de Pedro (1 Pe 3,1), pero no aparece en los evangelios, que son la plenitud de la ley y los profetas.
2 ¿Qué significa esto? ¿Esa afirmación es palabra de Dios o sólo refleja la situación social de la mujer, de inferioridad, dependencia y sumisión, tal y como se da en el mundo antiguo?
3 Salvo casos aislados, la mujer no desempeña un papel en la vida pública. Su formación se limita a sus labores. Según el filosofo griego Aristóteles (384 - 322 a.C.), que tanto influye en la tradición cristiana medieval, la mujer es “como un hombre mutilado”.
4 En el mundo judío, hasta los doce años y medio, el padre tiene sobre la hija la patria potestad: “Ella permanecerá siempre bajo la autoridad paterna hasta que no pase, con las nupcias, a la dependencia del marido”, se dice en La Misná, que recoge la tradición oral judía hasta el siglo II d.C. “La mujer, dice la ley, está sometida al marido en todo”.
5 Lo mismo aparece en el trozo de la carta a los Efesios que hoy aparece en la liturgia: “Las mujeres deben someterse a sus maridos en todo”.
6 Afortunadamente, en nuestro tiempo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) establece la igualdad entre marido y mujer: “el hombre y la mujer tienen los mismos derechos antes, durante y después del matrimonio” (artículo 16).
7 En la carta a los Gálatas, la carta de la libertad cristiana, Pablo dice: Ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Ga 3,28).
8 El Evangelio pone en cuestión la circuncisión y la ley judía, la esclavitud y la sumisión. El concilio de Jerusalén supone para los gentiles convertidos al cristianismo la liberación de la ley judía (Hch 15,18). Esta es la lucha de Pablo: Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley, os habéis apartado de la gracia (Ga 5,4).
9 En el capítulo 4 de esta carta a los Efesios, Pablo ha presentado “la vida nueva en Jesús”, dando las grandes orientaciones de nuestra vida. En este capítulo 5 y en el 6, Pablo presenta la vida moral en las diversas condiciones de la vida. Pablo piensa en el matrimonio en el “amor de Cristo” y los esposos que se aman son portadores del amor de Cristo.
10 No pensemos en el marido como “jefe” del matrimonio. La expresión de Pablo es un tanto producto de la situación social de la época, pero podemos ver el pensamiento de Pablo en otros textos en los que expresa como cada uno se” pone a disposición del otro” (Rm 12, 10).
11 Aquí compara las relaciones matrimoniales con la relación de Cristo, cabeza de un cuerpo que es la Iglesia, con esa Iglesia. Lo que tiene que repetirse en el amor conyugal es el amor que circula entre Cristo y la Iglesia.
12 Con la conciencia del actual equilibrio del hombre y la mujer en el matrimonio, la introducción del concepto del amor de Cristo a la humanidad reflejado en el amor de los esposos en el matrimonio tiene toda validez y la consideración de esto evitaría muchas separaciones matrimoniales
¡Caramba! ¡Cómo se ha prolongado esto esta vez!
¿Sabemos considerar el conjunto de los escritos de Pablo relativos al tema que hoy nos trae la liturgia? ¿Comprendemos la situación en la que Pablo se movía en su tiempo? Y, sobre todo, ¿procuramos la armonía en el matrimonio sin “jefe” y con cada uno de los componentes viviendo para el conjunto familiar?
Eucaristía y vida. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.
Ahora, el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.
Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna.
Evangelio Jn 6, 60 – 69
La Palabra del Señor tiene que ser nuestro diario alimento
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: « ¿Os desconcierta lo que he dicho?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos?» Simon Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
1 El evangelio de hoy constituye el final del discurso de Jesús sobre el pan de vida que hemos leído los dos domingos anteriores.
2 Aquí aparece, en palabras de Jesús, el concepto de carne y espíritu. Dos domingos antes, decíamos que “su carne es el cuerpo espiritual que comemos...” Aquí Jesús lo dice claramente; la materia queda en la tierra y nuestro cuerpo resucitado se une al de Cristo.
3 Y esa comunión es la que nos alimenta aquí en la tierra, y nos lleva al amor y, si es necesario, al sacrificio por el amor al prójimo, acción que el cristiano siempre llevará a cabo con alegría.
4 Pero hoy son los mismos discípulos los que cuestionan el discurso de Jesús... “y muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”.
5 Puede pasar, y de hecho pasa constantemente, por ejemplo con el dolor de la pérdida de una persona querida; a veces, no compensamos la dureza de la pérdida con la fe en su unión con el Señor, pedimos “la cuenta” y lo abandonamos, abandonamos nuestra fe cristiana.
6 La escucha de la Palabra del Señor que “tiene palabras de vida eterna”, tiene que ser siempre nuestra “agarradera”, realmente, nuestra fe incrementada.
¿Dudamos con frecuencia de la validez de la Palabra de Dios? ¿Comprendemos la diferencie entre el cuerpo material y el espiritual, sabiendo que ambos son igual de “válidos”, cada uno en su momento?
LA ORACIÓN: Te ruego, Señor, por tantos matrimonios que sufren la angustia de la separación por la muerte de uno de ellos. Que, en su nueva vida, te encuentren a Ti, que sean capaces de verte en su naufragio como el salvavidas oportuno que lleva de nuevo a la vida.
Y te ruego también, Señor, por todos los matrimonios; que en su amor vean a tu Hijo Jesús, el Cristo, y que en los momentos de desencuentro sepan también coger Tu salvavidas y reconocer que tu amor está en ellos y los une en comunión. Te lo pedimos, Señor
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PREGUNTA DECISIVA José Antonio Pagola Fe Adulta
Jn 06, 60-69
El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos suyos se echaron atrás". Ya no caminaban con él.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen". Sus palabras parecen duras pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También vosotros queréis marcharos?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
"Señor, ¿a quién vamos a acudir?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: "Tú tienes palabras de vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos". Seguirán junto a Jesús.