01/09/2024 Dominical. Debemos evitar que tradiciones religiosas banales se conviertan en normas de “obligado” cumplimiento
Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r
DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO (01 de septiembre 2024)
(Dt 4, 1 – 2. 6 – 8; Sal 15, 2 – 5; St 1, 17 – 18. 21 b – 22. 27; Mc 7, 1 – 8. 14 – 15. 21 – 23)
La mejor guía para crecer en la fe y ser buenos cristianos siempre es la Palabra de Dios. Siendo éste un tiempo de proyectos podemos darle a la “Lectio Divina” un espacio permanente en nuestro horario cotidiano. Porque la Palabra de Dios no puede ser solamente escuchada, hemos de dejarla que anide en nuestro corazón, en nuestro interior, para que siendo viva, se haga vida en nuestras obras. Este es el núcleo de las lecturas de la liturgia de hoy. Vivir de este modo es vivir con sabiduría e inteligencia, nos dirá la primera lectura.
Debemos evitar que tradiciones religiosas banales se conviertan en normas de “obligado” cumplimiento
La grandeza de los mandamientos. El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes anti proféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas muy importantes.
La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.
Primera lectura Dt 4, 1 – 2. 6 – 8
Nuestro bautismo es el arranque de la Alianza de seguimiento con el Señor
No añadáis nada a lo que os mando..., así cumpliréis los preceptos del Señor.
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?»
1 Esta lectura forma parte de un discurso atribuido a Moisés y previo a una segunda formulación del Decálogo.
2 En el libro del Éxodo Yahvé había entregado a Moisés las tablas de la Ley, que contenían los mandamientos, como contrapartida a adoptar a Israel como su pueblo en la alianza.
3 Y es que el Deuteronomio (Segunda Ley) quiere ser un resumen de la experiencia adquirida por Israel, y se ponen en boca de Moisés advertencias y leyes que guíen al pueblo de Dios.
4 El sentimiento de tener “un Dios tan cercano como lo está el Señor de nosotros cuando le invocamos”, es algo que debe formar nuestro ser cristiano. El interrogante del texto está totalmente vigente; bueno, los dos interrogantes que allí se formulan. Debemos meditarlos por lo menos unos minutos.
¿Somos conscientes de la grandeza y la misericordia de nuestro Dios, que es Padre?
Este salmo, escuchado al fin de la jornada, viene a ser como una invitación a la reflexión sobre las acciones de nuestra jornada e incluso de toda la vida, al examen de conciencia sobre nuestro comportamiento y a la consideración del significado mismo de nuestra celebración y de nuestro culto. Que este texto nos ayude a la propia conversión, en esta hora tan oportuna para el examen de nuestro día.
Sal 15, 2 – 5
Los que habitarán en el monte santo de Dios
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.
El objeto de este excelente salmo es mostrarnos el camino del Reino y convencernos de que, si queremos ser felices de veras, hemos de ser santos y honestos.
Cristo es, Él mismo, el camino (Jn 14, 6) y en quien hemos de andar. Mediante una pregunta, se nos incita a buscar el camino y mediante la respuesta a dicha pregunta, se nos exhorta, en el resto del salmo a andar por él, en la seguridad que se nos concede al final, de que en esa senda caminaremos a salvo: “el que así obra nunca fallará”.
El sembrador de paz hallará siempre lugar al lado del Señor, en su Reino. Te rogamos, Señor, que nos permitas andar por este mundo con estos dones que cita el salmo para que así podamos siempre encontrar cobijo en tu tienda, donde estará el país que mana leche y miel, el que le prometiste a Abran, el lugar en el que la felicidad estará siempre presente, porque los seres humanos se tratarán como hermanos bien avenidos, capaces de ceder de sus cosas para alegrar la vida de otros menos favorecidos.
Te rogamos, Señor, que sepamos implantar ese Reino aquí y ahora, conscientes de que la salvación, la vida eterna, se inicia en esta tierra que, a veces, está tan llena de sinsabores porque no sabemos acercarnos a Ti.
Estando Tú tan cercano cuando te invoco, podré, Señor, seguir la senda de conducta que me señalas en este Salmo. Son unas normas sencillas, basadas en tu Ley, Señor, pero que me implican más que un mero cumplimiento ritualista.
Con tu Gracia, con tu Fuerza, espero no fallar, Señor, pero sé que si fallo Tú seguirás a mi lado para devolverme a Tu senda de justicia.
Quiero, Señor, habitar en tu morada santa. Te ruego, pues, que guíes mi camino para que obre con honradez en todos mis actos, busque la justicia y no calumnie a mis semejantes. Hazme fuerte, Señor, para que no te falle y permanezca en tu Reino, despierto y a la escucha de tu Palabra
¿Tratamos de ser justos con todos los que nos rodean? ¿Tratamos de corazón a los más humildes? ¿Cuidamos de no hacer daño a nuestro prójimo en manera alguna? ¿Evitamos los comentarios mordaces sobre nuestro prójimo?
Abrirse a los dones divinos. La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta, en la palabra de Dios.
Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
Segunda lectura St 1, 17 – 18. 21 b – 22. 27
La solidaridad y acompañamiento del oprimido es sello primordial del cristiano
Llevad a la práctica la palabra.
Mis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Pa¬dre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos en¬gendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es ca¬paz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escu¬charla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no man-charse las manos con este mundo.
1 Santiago no hace más que insistir en la senda marcada en las dos lecturas anteriores.
2 La escucha de la Palabra no es algo para quedarnos embelesados en su estilo o en su contenido; es algo que nos debe impulsar a llevar a cabo lo que nos dice, ayudando a los más necesitados que, en aquellos tiempos eran, entre otros, las viudas y huérfanos que quedaban desamparados.
3 Así lo vemos en numerosos versículos de la Biblia: “haced justicia al huérfano y defended a la viuda” (Is 1, 17). “Dejad de oprimir al extranjero, al huérfano y a la viuda” (Jer 7, 6), y otros muchos que muestran la preocupación de los judíos por esas personas.
4 La práctica del amor, la fidelidad y la misericordia deben, pues, de seguir a la escucha y meditación de la Palabra.
¿Va nuestra más allá de una mera limosna al salir de Misa? ¿Conocemos personas cercanas que pasan apuros, no sólo económicos? ¿Nos responsabilizamos de ayudarles?
La voluntad de Dios humaniza. El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de las tradiciones de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.
Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.
Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de guetos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los hermanos.
Evangelio Mc 7, 1 – 8. 14 – 15. 21 – 23
Fe en la esperanza y con el amor por delante deben de ser las bases de nuestra conciencia cristiana
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: « ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» El les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. "Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hom¬bre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homici¬dios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envi¬dia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
1 Razón y fe juegan aquí sus bazas. Rito y experiencia de fe entran en juego. El fariseo asume la “razón”, el modo de pensar de Dios y juzga todos los actos humanos con una autoridad que no le corresponde.
2 Es evidente que ningún grupo puede mantenerse sin sus costumbres y tradiciones, pero esas tradiciones, por buenas que sean, son cosas de hombres y han de ser cambiadas con el tiempo.
3 Es quizá éste un momento clave. Con el enorme cambio que se ha producido en nuestra cultura, parece necesario “volver a las fuentes”. “No se trata de ignorar la tradición, sino de verla como una «configuración» de la experiencia fundante en el marco de cada tiempo, legítima y necesaria entonces, pero pasada para nosotros. Por eso ya no basta la prolongación horizontal: aprovechando las riquezas descubiertas por ella e incluso tomándola como modelo, ahora necesitamos una «verificación vertical»; es decir, necesitamos buscar el contacto con la experiencia fundante, para configurarla en los moldes culturales de nuestro tiempo, igual que nuestros antepasados hicieron en el suyo. La pérdida de significado de las expresiones culturales de la fe constituye una oportunidad para romper la identificación de la experiencia cristiana con la cultura pasada.” (Torres Queiruga, Fin del cristianismo premoderno, Sal Terrae).
4 Cristo, fundamentaba la religión sobre la persona más que sobre la ley y atribuía más importancia a los gestos de fraternidad que a las prácticas del culto, rituales; tenía, pues, que chocar necesariamente con la intolerancia y el integrismo de los fariseos. Proclamó, en contra de ellos, un justo retorno al espíritu de la ley primitiva.
¿Somos capaces de distinguir entre normas inútiles del verdadero fondo cristiano?
¿Pensamos en conciencia en no convertir en dogma toda tradición que podría ser cuestión temporal?
LA ORACIÓN: Cristo, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo Que sepamos descubrir, Señor, cómo todas las criaturas están llenas de tus perfecciones, para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a Ti. Te lo pedimos, Señor.
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LAS CAMPANAS DEL TEMPLO
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.
Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala. (El canto del pájaro; Anthony de Mello; Sal Terrae)