16/04/2024 Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo"

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 16 ABRIL 2024
Iniciamos hoy la trascripción de la Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, un texto subrayando lo imprescindible del concepto de dignidad de la persona humana en el seno de la antropología cristiana e ilustrando el alcance y las implicaciones beneficiosas a nivel social, político y económico, teniendo en cuenta los últimos desarrollos del tema en el ámbito académico y sus comprensiones ambivalentes en el contexto actual. La elaboración del texto, que duró cinco años, nos permite comprender que estamos ante un documento que, debido a la seriedad y centralidad de la cuestión de la dignidad en el pensamiento cristiano, necesitó un considerable proceso de maduración para llegar a la redacción final que hoy publicamos.
En las tres primeras partes, la Declaración recuerda los principios fundamentales y los supuestos teóricos para ofrecer importantes aclaraciones que puedan evitar las frecuentes confusiones que se producen en el uso del término “dignidad”. En la cuarta parte, presenta algunas situaciones problemáticas actuales en las que no se reconoce adecuadamente la inmensa e inalienable dignidad que corresponde a todo ser humano. La denuncia de estas graves y actuales violaciones de la dignidad humana es un gesto necesario, porque la Iglesia está profundamente convencida de que no se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos.

Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo"

A lo largo de la historia que mantiene Dios con los hombres, hay dos situaciones que siempre se repiten. La primera es el rechazo de algunos hombres a Dios y a sus indicaciones. Es lo que san Esteban deja claro en sus duras palabras “al pueblo, a los ancianos y a los escribas”: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?”. Aquí tocamos el misterio de la persona humana, que gracias a su libertad es capaz de rechazar a su Dios, pensando, de manera equivocada, que Dios no busca su bien, su felicidad. Igualmente, Jesús, en la misma línea, llegó a decir a un grupo de judíos: “no queréis venir a mí para tener vida”. Tragedia humana la de poder dar la espalda a Dios, a Jesús, los que nos sirven en bandeja lo que más anhela nuestro corazón: esperanza, luz, gozo, amor, sentido, orientación.
La segunda, muchos hombres de Dios, amigos de Dios, si se les pone en la disyuntiva de perder la vida o de perder a Dios, de no confesar a Jesús como su Maestro y Señor, prefieren perder la vida, antes que perder a Jesús, su auténtica vida, el que les resucitará después de su muerte, después de su particular viernes santo a una vida de total felicidad y para toda una eternidad. Muchos de esos cristianos, como San Esteban, siguiendo el ejemplo de Jesús, pedirán perdón para sus verdugos.
Primera lectura Hch 7,51- 8,1 a
Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace «ver» a Dios, por el Espíritu.
Señor Jesús, recibe mi espíritu.
En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.» Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo el hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.
1 Es el final de la historia de Esteban, el primer mártir cristiano, que ocupa casi todo el capítulo 7 del Libro de los Hechos. Recordemos que era uno de los primeros “diáconos” elegidos por el pueblo, y que su “falta” inicial ante el Sanedrín era haber afirmado que “Jesús el Nazareno destruirá este lugar santo y cambiará las costumbres que nos dejó Moisés”.
2 Su exposición delante del Sanedrín en pleno, consiste en un largo discurso, del que sólo escuchamos aquí el final. Es una pieza de catequesis muy estructurada de la Historia de la Salvación, a partir del Antiguo Testamento, con sus grandes personajes Abrahán, José, Moisés, David y Salomón, para llegar al Mesías esperado en la plenitud de la historia.
3 Aquí es donde empalma el pasaje de hoy, en que Esteban echa en cara a los judíos que se han resistido una vez más al Espíritu y no han sabido reconocer al Mesías: al contrario, le han traicionado y asesinado, y termina en las duras palabras que tenemos en la lectura, del estilo de algunas intervenciones de Jesús que hemos visto en los Evangelios.
4 Es claro que la jerarquía religiosa no podía admitir lo que Esteban les decía, y que remata con su creyente afirmación de la visión del Hijo del Hombre a la derecha de Dios. Su valentía, respaldada por el Espíritu Santo, le lleva a la muerte.
5 Dice el Papa Francisco: “Testimoniar a Cristo es la esencia de la Iglesia que, de otro modo, acabaría siendo sólo una estéril «universidad de la religión» impermeable a la acción del Espíritu Santo.
La meditación sobre la fuerza del testimonio surgió del pasaje de los Hechos de los Apóstoles (7, 51-8,1a) que relata el martirio de Esteban. A sus perseguidores, que no creían, Esteban dijo: «Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos. Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo». Y precisamente «estas palabras —comentó el Pontífice—, de una forma u otra, las había dicho Jesús, incluso literalmente: como eran vuestros padres así sois vosotros; ¿hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?».
Los perseguidores, destacó el Santo Padre, ciertamente no eran personas serenas, con el corazón en paz. No es que no estaban de acuerdo con lo que Esteban predicaba: ¡odiaban!». Y «este odio —explicó el Papa— había sido sembrado en su corazón por el diablo. Es el odio del demonio contra Cristo»
La cuestión central, argumentó el Pontífice, es que el cristianismo no es una religión «de sólo ideas, de pura teología, de estética, de mandamientos. Nosotros somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio, quiere dar testimonio de Jesucristo. Y este testimonio algunas veces llega a costar la vida»”
6 Creo que estas palabras del Papa están hoy muy vigentes con todo que están pasando muchos cristianos a manos de los fundamentalistas. Nuestra oración debe de acompañarlos.

Puestos en manos de Dios sabemos que Él vela por nosotros como lo hace un Padre amoroso sobre sus hijos. Ciertamente que esto no nos libra de las críticas, de las persecuciones, ni de la posible muerte a manos de los pecadores.
Sin embargo, a quienes creemos en Dios como Padre nuestro, Él nos libra de la mano de nuestros enemigos, sabiendo que el último enemigo en ser vencido será la muerte.
Salmo 31,3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab
Nuestro espíritu siempre tiende hacia su Creador
A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia
los escondes de las conjuras humanas.
En la alta roca queremos refugiarnos de las altas mareas de mediocridad que llenan este mundo en busca de un bienestar que no alcanza la felicidad, que solo en Ti encontraremos.
En el baluarte vigilas nuestra andadura por la vida, cuidando de acercarnos a nuestros prójimos más necesitados y extremando el cuidado de nuestra amistad comunitaria
¿Dónde nos encontraremos mejor que en tus manos, Señor? Tu misericordia y tu fidelidad están probadas, a tu lado la libertad está asegurada.
Por eso nos fiamos completamente de Ti; la experiencia de fe nos inclinará a una eterna confianza en tu bienaventurada paternidad
Y así gozaremos de alegría a tu lado, que no todo es sacrificio y renuncia
Y nos sentiremos salvados desde este gozoso paso por la tierra, salvación que sabemos y confiamos se verá culminada en la futura nueva presencia a tu lado.
Tu presencia en nuestra vida es motivo para superar nuestro egoísmo, siempre que seamos capaces de contemplarte en nuestro hermano necesitado.
Te damos gracias, Señor, por ser nuestro refugio y baluarte en todo tiempo y momento.
Te alabamos y te bendecimos porque tu misericordia alcanza todos nuestros sentidos; danos claridad de ideas para mostrar tu fidelidad en toda ocasión que se presente, empujados por la valentía, el descaro que tu Espíritu respalda en mí.
Que tenga siempre presente la sencilla oración que este salmo me presenta: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, al igual que Esteban se encomendó ante la muerte terrena, sabiendo que Tú le esperabas con tus brazos abiertos.

“La gente” pide a Jesús un signo para que puedan creer en él. Le recuerdan que sus padres, los guiados por Moisés a través del desierto en la salida de Egipto, recibieron el signo del maná con el que Dios les alimentó. Jesús dice que tiene un signo mucho más importante, el pan de vida que es él mismo. Este pan especial nos da la prueba definitiva para que creamos en él, pues es la expresión de su entrega a favor de todos nosotros. Su pan, que es amor, que es entrega, es el mejor signo que nos ofrece Jesús para que creamos en él. Un amor, una entrega que Jesús tuvo sumo cuidado en dejárnoslo claro, hasta fue capaz de ponerse de rodillas delante de los apóstoles, delante de nosotros, para lavarnos los pies, y se hizo pan para recordarnos en cada eucaristía lo mucho que nos quiere. “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros”. El mejor signo... el amor.
Evangelio Jn 6, 30 – 35
Creer en Cristo es empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte
No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo.
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."» Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
1 Desde luego, ¡cómo somos! Estamos llenos de señales del Señor por todos lados y no somos capaces de darnos cuenta de ellas.
2 Los judíos acaban de ver cómo Jesús ha “producido” comida para un gentío a partir de unos panes y unos peces, y no son capaces de asimilarlo como una verdadera señal. Seguro que charlando y jugando, ni habían caído en el prodigioso hecho.
3 Claro, es que creían que el maná sí era algo que venía del cielo, pero el pan que Jesús les daba venía de una panadería más cercana.
4 Nosotros tenemos la suerte de la fe, e interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir.
5 El Señor, ahora Glorioso y Resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida. Es el Pan que alimenta nuestra vida espiritual, el pan de la alegría, de la verdad, de la fidelidad.
6 El Pan que debemos de pedir en la oración, el Pan por el que tenemos que dar gracias al Señor, el Pan del impulso cristiano, de la valentía en la actitud cristiana de vida.
7 Y en el escuchar su Palabra, en el nutrirnos de su Cuerpo y Sangre, Él nos hace pasar de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en El.

MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : Hay veces que mi “cabeza dura” no me deja ver al Señor a mi lado, a su Espíritu dentro de mí, y me acobardo ante situaciones en las que mi intervención cristiana sería, cuando menos, conveniente. La oración producirá en mi corazón el Pan del alimento espiritual que necesito para mi caminar cristiano por la vida.

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Confiamos en la valentía que el Señor impulsa en nuestro corazón y en nuestra mente? ¿Sabemos que podemos, confiadamente pero con nuestro esfuerzo, poner nuestro espíritu en manos del Señor? ¿Gozamos constantemente del Pan que el Señor nos proporciona?

ORACIÓN: Que el trabajo de hoy, Señor, sirva para la edificación de un mundo nuevo, y nos conduzca también a tu reino eterno. Te lo pedimos, Señor

Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, Introducción1. (Dignitas infinita) Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús. De esta verdad extrae las razones de su compromiso con los que son más débiles y menos capacitados, insistiendo siempre «sobre el primado de la persona humana y la defensa de su dignidad más allá de toda circunstancia».



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