28/07/2021 El Reino de Dios expresa una eternidad que ya ha comenzado para cada uno de nosotros.

 

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 28 JULIO 2021
El Reino de Dios expresa una eternidad que ya ha comenzado para cada uno de nosotros.

Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí, con las dos tablas de la Ley en sus manos, no sabía que su rostro «irradiaba» luz por haber estado hablando con el Señor. Vivir con Dios, de modo más explícito, durante un tiempo prolongado, no puede dejar de transformar a un hombre.
Moisés acaba de pasar cuarenta días de «retiro», solo, allá arriba, en la desnudez de una cueva, con hambre y ayuno, con Dios como único interlocutor... en medio de rocas, en el aire vivificante de las cimas y al sol que quema. Esta experiencia deja forzosamente unas huellas: la piel quemada. ¡Su rostro «irradiaba» luz! Hay que procurar imaginarse a ese hombre que baja entre las rocas para volver a sus hermanos.
Porque después de la oración y del retiro es preciso volver a la vida corriente y reemprender los trabajos, los contactos humanos y las responsabilidades.
Primera lectura Ex 34, 29 - 35
Nuestro íntimo contacto con el Señor debe de atraer a los más necesitados
Al ver la cara de Moisés, no se atrevieron a acercarse a él
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le había mandado. Los israelitas veían la piel de su cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.
La experiencia de la oración nos transforma, nos hace mejores y la gente que nos trata lo nota perfectamente.
No cabe duda de que el rostro “radiante” de Moisés es un reflejo de la gloria divina: signo de su íntima familiaridad con Dios y medio para conferir autoridad a sus palabras y a su misión.
Hay que tener en cuenta que, realmente, este texto es repetición de la primera subida de Moisés al Sinaí, cuando al descender se encontró con el becerro de oro y rompió las tablas de la ley que el Señor le había entregado.
Existe en Roma el mausoleo del Papa Julio II, en el que aparece Moisés, esculpido en mármol por Miguel Ángel que inmortaliza el momento y es cómo si uno estuviera allí presente; la cara de Moisés refleja perfectamente su estado de ánimo, porque, realmente, la lectura de hoy es una repetición del episodio del becerro de oro
Se presenta, pues, como una segunda subida, una renovación de la Alianza.

Se subraya la santidad de Dios: en tres ocasiones se repite --como en forma de antífona-- que es «santo». El término indica, en el lenguaje bíblico, sobre todo la trascendencia divina. Dios es superior a nosotros, y está infinitamente por encima de cualquier otra criatura. Esta trascendencia, sin embargo, no hace de él un soberano impasible y extraño: cuando es invocado, responde. Dios es aquel que puede salvar, el único que puede liberar a la humanidad del mal y de la muerte.
Sal 99, 5-7. 9
La santidad del Señor debe de inundar nuestro corazón, o sea, todo nuestro ser y nuestro hacer
Santo eres, Señor, Dios nuestro.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor,
y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios.
Te ruego, Señor, que tu santidad me acompañe durante toda mi vida, me acerque a Ti y a mi prójimo, y que escuche siempre tu Palabra y la cumpla con alegría y fidelidad.

La alegría del Evangelio es propia de aquel que, habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas. Ahora bien, ¿creéis, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás? ¡Ni mucho menos! El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás.
El que ha encontrado el tesoro no desprecia lo demás, no teme entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto.
Evangelio Mt 13, 44-46
La Palabra y la escucha nos permite permanecer en el reino de Dios que tan ejemplarmente proclamó Jesús
Vende todo lo que tiene y compra el campo
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra."
El gran hallazgo del cristiano es la experiencia de fe; una vez asumida ya nos encontramos “cogidos” por ella, tratamos de no soltarla, y la vamos abonando, enriqueciendo y agrandando, porque así es el Señor que está imbuido en la fidelidad y la misericordia. Realmente no necesitamos vender nada, porque la experiencia de fe guiará nuestros pasos por la vida con resultados de generosidad y alegría.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE?: Procuremos no estar en una “nube”, sin ver a nuestro prójimo y sin experimentar la gracia del Señor. Su santidad nos acompañará siempre a poco que “nos dejemos querer”, es decir, a poco que nuestro prójimo más necesitado se sienta querido

¿QUÉ NOS DICE?: ¿Influye nuestra oración en nuestro comportamiento cristiano en la vida? ¿Notamos la santidad del Señor en nuestras actuaciones? ¿Cómo anda nuestra experiencia de fe?

LA ORACIÓN: Te rogamos, Señor, que imprimas en nuestros corazones tu santidad, para que andemos por el mundo teniendo presente tu fidelidad y misericordia y seamos capaces de aplicarlas en nuestro trato con el prójimo más necesitado. Te lo pedimos, Señor

CARTA ENCÍCLICA FRATELLI TUTTI DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA FRATERNIDAD Y LA AMISTAD SOCIAL 230. El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Porque «nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. [...] En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete?».



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