18/04/2024 En la memoria de Jesús de Nazaret nuestra sociedad recibe la llamada profética a transformar el mundo.

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 18 ABRIL 2024
En la memoria de Jesús de Nazaret nuestra sociedad recibe la llamada profética a transformar el mundo.

Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.
A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de YHWH lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.
El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quien, pensativa, aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.
Primera lectura Hch 8, 26 – 40
La catequesis familiar y parroquial a todas las edades es mucho más necesaria que la enseñanza reglada de religión en los colegios
Siguió su viaje lleno de alegría.
En aquellos días, el ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ponte en camino hacia el Sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto.» Se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido en peregrinación a Jerusalén. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza.» Felipe se acercó corriendo, le oyó, leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Contestó: «¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?» Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: «Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de los vivos.» El eunuco le preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?» Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.
1 Esta lectura presenta la secuencia de la evangelización, con sus tres “tiempos”: Obediencia del evangelizador, diálogo y confianza en la gracia.
2 Felipe no lo duda ni un momento; el Señor le llama, le indica una misión y él pone su mayor interés en llevarla a cabo.
3 Surge el diálogo, pero dialogar no significa decir sólo lo que yo pienso y pretender que el otro nos crea. Sino que, el verdadero diálogo parte del otro: “¿entiendes esto?”. En definitiva, el evangelizador toma del otro la ocasión para el diálogo. No va a imponer ideas, doctrinas diciendo “las cosas son de esta manera”. El auténtico evangelizador sale al encuentro del otro para ofrecer precisamente la salvación de Jesús y lo hace humildemente con el diálogo. Consciente de que no se puede prescindir del camino de la persona que va a ser evangelizada. Por lo tanto, se necesita perder tiempo con la otra persona porque esa persona es la que Dios quiere que tú evangelices. Y es importante también, que el diálogo se establezca con la persona tal como es ahora y no como tu crees que debe de ser.
4 Y surge la fuerza de la gracia. “¿Qué dificultad hay en que me bautice?”. Esta constatación nos lleva al tercer momento de la evangelización. Estamos ante la fuerza del sacramento, la fuerza de la gracia, que completa el proceso de la evangelización: docilidad del evangelizador, diálogo con la persona y la fuerza de la gracia.
5 La comprensión de la Palabra ha llevado a un pagano a percibir en su vida la experiencia del Señor. Felipe aplica a Jesús las palabras de Isaías y lo identifica como el siervo del Señor.
6 El pagano comprende así el significado de ser cristiano y el bautismo lo llena de alegría. Ha alojado al Señor en su corazón y el Señor lleva siempre la alegría consigo.
7 Nuestra responsabilidad cristiana de evangelizar tiene que estar siempre a flor de piel, preparados para llevar a los que nos rodean la convicción de que el Señor lleva debajo del brazo la alegría y la felicidad.
8 Esta lectura muestra lo importante que fueron los poemas del servidor de Yahvé, del Libro de Isaías, para comprender la trayectoria de Jesús, el Cristo.
9 Como vemos la experiencia de fe no está limitada al Templo; surge en cualquier lugar, en cualquier camino; cómo el encuentro de Pablo con el Señor. Por eso nuestra vida cristiana, de alegría en la Pascua del Señor, debe dar siempre testimonio y estar atenta a permitir la inspiración del Espíritu para hacer presente el Señor a otros.

El honor del Señor es nuestra alegría, porque Él no tiene otro deseo que ver al ser humano feliz y alegre disfrutando de sus obras
Constantemente asomados al mundo creado, admirando su perfección y variedad, su riqueza y generosidad, gozando humildemente de la misericordia del Señor y tratando de llevarla a los que nos rodean, especialmente a los más humildes y oprimidos.
Sal 66,8-9.16-17.20
La escucha de la Palabra del Señor nos llevará al convencimiento de todo lo que ha hecho por nosotros
Aclamad al Señor, tierra entera.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su amor.
Te damos gracias y te alabamos, Señor, porque tu resurrección nos ha hecho triunfar sobre la muerte y disfrutar desde nuestro bautismo la alegría, la certeza y, a la vez, la esperanza, de la vida eterna contigo.
Te bendecimos, Señor, porque en nuestro largo caminar por el desierto en pos de la tierra que mana leche y miel, no “dejaste que mi pie se lastimara” (Dt 8, 4). Te pedimos, por ello, que nos lleves en sano espíritu también, esa morada que nos tienes preparada en tu reino celestial, y que nos lleves de tu mano en esta parte del reino que ahora recorremos
Por eso, Señor, te rogamos que no mantengamos atentos a dar fe, a proclamar en todo momento esa gracia que has derramado sobre nosotros, escuchando nuestra súplica en todo momento y acunándonos con tu amor

Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.
Evangelio Jn 6,44-51
La grandeza de la carne consiste en que está informada y trasformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
1 ¿Al Padre por el Hijo, o al Hijo por el Padre? Del Padre recibimos “una inclinación” a buscarlo todo en Jesús. La gracia es siempre iniciativa divina; a ella nuestra libertad humana puede dar respuesta afirmativa o negativa.
2 La afirmativa nos lleva a la experiencia de fe, a ver al Señor en los acontecimientos de nuestra vida, y a conectar con Jesús y comer de ese pan que Él nos da, y con él nos viene la vida eterna y la alegría de vivir lo divino.
3 Vivir la eucaristía es vivir intensamente la relación con el Señor, es vivir el gozo y la acción de gracias. El Cuerpo y la Sangre de Jesús son “verdadera comida”: Es una comida como la que comieron junto al lago. La comida del pan, alimenta el cuerpo, la Eucaristía el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir.
4 Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás

MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE? : Los bautizados debemos de llevar siempre con nosotros la alegría de confiar en la fidelidad y misericordia del Señor, y, así, transmitir amor y templanza, llevando la Palabra del Señor, la Escritura, en nuestra mente como rectora de nuestro proceder y de nuestro testimonio. El Señor nos da la vida, nos la mantiene y nos reserva, además, una morada a su lado. Hasta llegar allí nos mantiene con el pan de vida que nos da

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Somos alegres o taciturnos? ¿Transmitimos la Palabra o nos la guardamos? ¿Alabamos al Señor “de vez en cuando”, por lo menos? ¿Realmente tomamos la Eucaristía como un alimento?

ORACIÓN: Señor, Dios nuestro, Jesús nos dijo que nadie puede ir a Él si su Padre no lo atrae. Te rogamos que nos atraigas a todos con fuerza para que seamos generosos servidores de nuestros hermanos, especialmente de los más necesitados, apóstoles de la Verdad que nos salva, discípulos del Maestro que nos ilumina y guía. Te lo pedimos, Señor

Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana,3. Desde el principio de su misión, la Iglesia, impulsada por el Evangelio, se ha esforzado por afirmar la libertad y promover los derechos de todos los seres humanos.[4] En los últimos tiempos, gracias a la voz de los Pontífices, ha tratado de formular más explícitamente este compromiso a través de la renovada llamada al reconocimiento de la dignidad fundamental debida a la persona humana. San Pablo VI decía «ninguna antropología iguala a la antropología de la Iglesia sobre la persona humana, incluso considerada individualmente, en cuanto a su originalidad, dignidad, intangibilidad y riqueza de sus derechos fundamentales, sacralidad, educabilidad, aspiración a un desarrollo completo e inmortalidad»



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