La Parroquia: Comunidad viva

LA  PARROQUIA: O ES COMUNIDAD VIVA O NO ES NADA

 

-             Introducción

-             La Comunidad de Jesús

-             Las primeras comunidades

-             Las comunidades de Pablo

-             Aparición de las Parroquias

-             La Parroquia en el Concilio Vaticano II

-             El devenir de la Iglesia

-             Pero, ¿qué es una comunidad viva?

-             La Parroquia y la Nueva Evangelización

 

Introducción

El espíritu cristiano tiene, al menos en el pueblo español, una base imprescindible en la red de Parroquias existentes. Claro que estas Parroquias no pueden consistir únicamente en un ente dedicado a “dar servicios”, como, desgraciadamente, parece que pasa en muchos casos, sino que deben ser “casa de todos”, y especialmente de los más necesitados.

La Liturgia y los Sacramentos tienen una gran importancia para el cristiano, es nuestro modo de celebrar lo que creemos, pero siempre en función de su capacidad de crear comunidad, de unir voluntades, de crear amistad y solidaridad, no solo en el aspecto económico, sino también en el del uso del tiempo disponible para la atención a otros. Y en todo esto, la Palabra del Señor tiene que estar presente, porque es la única que puede llenar nuestro corazón, y sólo un corazón lleno puede compartir la vida, que es lo que Jesús vino a enseñarnos con su Buena Nueva, proclamando su Reino, del que la Parroquia debe ser total reflejo.

Así pues, en la conciencia de todo cristiano debe tener lugar un permanente examen, no sólo de lo que él hace “por su cuenta”, sino también de cómo contribuye a formar comunidad en su Parroquia y asegurar que todos reciben atención.

La Jerarquía tiene igual responsabilidad; los párrocos no pueden sentirse simplemente “jefes” de la Parroquia, sino unos servidores más, con una muy especial sensibilidad hacia todos los habitantes de la misma, despertando la participación de los seglares hasta formar un equipo con capacidad de organización para que el Reino de Jesús llegue a todos, y que la celebración de los Sacramentos, muy en especial la Eucaristía, sea una verdadera celebración, alegre, compartida y sentida de verdad.

La Comunidad de Jesús

Este es el sentido que Jesús dio a la Comunidad que creó pronto al iniciar su vida pública; una Comunidad imprescindible para transmitir a la humanidad la posibilidad de una forma nueva de vivir basada en el amor: el Reino de Dios. Una Comunidad que será unión fraternal entre cristianos en Cristo. Será comunión en los sufrimientos, “… quiero tener parte en sus sufrimientos” (Fil 3, 10), en el Espíritu, “… y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros” (2 Co 13, 14), en la Eucaristía, “… La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (1Co 10, 16). Y aquí la unión suprema de la Comunidad: “Así, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, porque le pan es uno y todos participamos del mismo pan” (1 Co 10, 17).

 

Las primeras comunidades

Al hablar de estos temas, el ejemplo de las primeras comunidades siempre está presente; y es que la presencia física de Jesús tan cercana en el tiempo, la novedad de su mensaje entre un pueblo cuya “marca” de bondad era el progreso económico en la vida, daba, indudablemente, un enorme impulso        al entusiasmo popular por una forma de vivir a imitación y en seguimiento de Jesús. ¿Qué fue lo primero que hizo Jesús?: formar una Comunidad, primero con los Doce y después con todos los hombres y mujeres que se le fueron uniendo. Muy conocidos son los versículos del Libro de los Hechos: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. Toda la gente sentía un santo temor, ya que los prodigios y señales milagrosas se multiplicaban por medio de los apóstoles. Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el Templo con entusiasmo, partían el pan en sus casas y compartían sus comidas con alegría y con gran sencillez de corazón. Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar”. (Hch 2, 42 – 47).

Sin embargo, con frecuencia podríamos pensar que, de tan conocidos, ya no se meditan ni se actualizan, es decir, ni se trata de ver su aplicación práctica en los tiempos actuales, tan distintos de aquellos en unas cosas, y, al mismo tiempo, tan similares en lo relativo a los problemas humanos: gente egoísta vs. gente necesitada.

El santo Papa Juan XXIII, sí se dio cuenta y convocó el Concilio Vaticano II, entre otras cosas, para: “volver a los orígenes”, para recuperar el entusiasmo y el modo de hacer de aquellas primeras comunidades tan próximas a Jesús, para una sociedad que cada vez se aleja más de Él, y para unas Parroquias que no reflejan el ser de Jesús.

Las comunidades de Pablo

Pablo, dedicado a la conversión de los paganos, fue, como todos sabemos el primer gran misionero cristiano, con sus grandes viajes y su preocupación posterior por las comunidades fundadas mostrado a través de sus Cartas.

Pero, ¿cuáles eran las cualidades principales de esas comunidades? Un análisis de esas Cartas puede darnos pistas importantes.

La primera de ellas la dirige Pablo a los Tesalonicenses; es el primer escrito del Nuevo Testamento; en ella les dice: “Animaros mutuamente y edificaros juntos, como ya lo estáis haciendo. Mostraros agradecidos con los que trabajan para vosotros, os dirigen y os corrigen. Os rogamos también, hermanos, que reprendáis a los indisciplinados, animéis a los indecisos, sostengáis a los débiles y tengáis paciencia con todos. Cuidad que nadie devuelva a otro mal por mal, sino constantemente procurad el bien entre vosotros y con los demás. Estad siempre alegres, orad sin cesar y dad gracias a Dios en toda ocasión: ésta es, por voluntad de Dios, vuestra vocación de cristianos. No apaguéis el Espíritu, no despreciéis lo que dicen los profetas. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Evitad toda clase de mal dondequiera que lo encontréis” (1 Ts 5, 11 – 22)

Me ha parecido que este trozo de la carta define muy bien lo que es una comunidad viva, con unos valores cristianos aplicables hoy en día a nuestras agrupaciones parroquiales.

Y en la carta a los Romanos, comunidad que él no había fundado ya que había sido establecida por Pedro y otros, les dice: “Mantened vuestras propias convicciones ante Dios… debemos de cargar con la debilidad de quienes no tienen esa fuerza… que cada uno busque lo que agrada a su prójimo… que perseverando y teniendo el consuelo de las Escrituras, no nos falte la esperanza… acogeros unos a otros como Cristo os acogió para gloria de Dios… Que el Dios de toda esperanza os colme de gozo y paz en el camino de la fe y haga crecer en vosotros la esperanza por el poder del Espíritu Santo. (Rm 14, 22. 15, 1 ss)

Y en cuanto a la Comunidad como templo de Dios, en la primera carta a los corintios podemos leer: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es sagrado y ese templo sois vosotros” (1 Co 3, 16 – 17). ¡Fuerte, verdad! ¡Importante! ¿No?

Y a los Gálatas, en esa maravillosa Carta de la libertad les dice: “si alguno cae en alguna falta, corregidlo con espíritu de bondad… llevad la carga unos de otros y así cumpliréis la ley de Cristo”.

Creo que los textos citados son suficientes para ver las cualidades que debe tener una comunidad como aquellas que Pablo esparció por aquella zona del mundo.

 

Aparición de las Parroquias

La parroquia surge para adaptar la acción de la primitiva comunidad urbana a las zonas rurales recién evangelizadas, y con el paso del tiempo se fue convirtiendo en una institución jerárquica, es decir, fieles de un territorio en torno a un párroco y en centro popular de servicios religiosos.

"La parroquia es, sin duda el lugar más significativo en que se forma y manifiesta la comunidad cristiana” (DGC 257)

Con esta corta pero precisa definición de la parroquia, se pueden deducir las funciones de la misma:

  • A. Vivir el Reino de Dios en la fraternidad y en la comunión: Formar Comunidad
  • B. Proclamar y testimoniar el Reino de Dios en el anuncio confesante y liberador del Evangelio: Evangelización
  • C. Celebrar el Reino de Dios en los ritos festivos y liberadores de la liturgia: Liturgia
  • D. Realizar el Reino de Dios en el amor y en el servicio fraterno: Pastoral Social y Cáritas.

Con la nueva idea de la circunscripción eclesiástica y civil entró en juego el concepto de territorialidad. Se construyeron grandes templos, nuevos templos parroquiales, que eran cada vez más amplios para atender a una pastoral de masas, fomentaron la oratoria sagrada, la ritualización solemne y la sacramentalización, en detrimento de la acción profética, y con el progresivo deterioro de las relaciones interpersonales de la feligresía entre sí, e incluso con su párroco, lo cual provocaba indiferencias e insatisfacciones.

Era difícil crear en las ciudades nuevas parroquias; se carecía de la idea de comunidad, y apenas contaban los seglares. Deberes, obligaciones y responsabilidades eran del cura. De este modo, la parroquia se tornó en algo masivo e impersonal, con consecuencias evidentes para el mantenimiento de la cristiandad. Así se plasmó el sentido jurídico de la parroquia. Trento intentó que la parroquia fuese el medio más idóneo de instruir religiosamente al pueblo, y el lugar más adecuado de celebración y de contacto pastoral con los bautizados. Se pretendió, en suma, que prevaleciese el aspecto servicial del párroco sobre el beneficial. Es decir, la Parroquia en su devenir elimina prácticamente la participación del seglar, dejando toda la iniciativa, responsabilidad y acciones en manos de una persona, el párroco, que, en muchas ocasiones, se convierte en “funcionario jefe”.  Reflejo de esta situación

Así va desapareciendo el sentido de comunidad como lugar de descubrimiento, iniciación, recepción y transmisión de la experiencia de fe. Parroquia se asimila a sacramentalización y liturgia y queda muy alejada de la primera de las funciones mencionadas anteriormente: Formar comunidad, sin la cual el desarrollo del resto de las funciones se hace dificultoso, siempre forzado, poco voluntario, encorsetado en normas severas, a veces amenazantes.

La Parroquia en el Concilio Vaticano II

Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia que se renueva está a la búsqueda de la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. El mismo Concilio fue convocado para esto: “Lo que el Concilio se propone es hacer un momento de pausa en torno a la Iglesia para descubrir en un estudio afectuoso los trazos de su juventud más ardiente y remozarlos hasta revelar su fuerza conquistadora a los espíritus modernos tentados y comprometidos por falsas teorías del Príncipe de este mundo. El cometido del Concilio Ecuménico ha sido concebido para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor revelando los trazos más simples y más puros de su origen” (Juan XXIII).

¿Realmente ha conseguido algo? Dos circunstancias dignas de profundo análisis podrían dar contestación a esta pregunta: 1) No parece que los resultados documentados del Concilio hayan avanzado algo en este asunto en particular; 2) Los escasos resultados obtenidos han chocado con ¿la incomprensión? ¿el temor a un desastre? .

Una realidad: El seglar sigue siendo “de segunda división” en la Iglesia. El único medio de influencia que tiene son los Consejos Parroquiales, que o brillan por su ausencia (¿cuántas Parroquias lo tienen establecido?), o sus componentes están elegidos “a dedo” por el Párroco. Son afirmaciones fruto de escasa experiencia propia, pero contrastada con otras personas.

Los ministerios de lector y de impartir la comunión, son los únicos que puede llevar a cabo un seglar. Otras actividades como llevar las cuentas, o colaborar en Cáritas son también posibles… y poco más. Por si fuera poco, en un momento en el que la falta de sacerdotes hace muy difícil la evangelización, la proclamación de la Palabra está casi imposibilitada por las  condiciones detalladas por el Concilio (LG 29) para el nombramiento de diáconos, que, aparte de tener que ser célibes (varones adultos casados “pueden” ser nombrados), deben tener el consentimiento del Romano Pontífice. Entran, además, en el “escalafón oficial” de la Jerarquía “en el grado inferior”. Y de diaconisas… ni hablar. ¿Cómo es todo esto posible?

El devenir de la Iglesia

Y es que, ¿cómo se desarrolló la Iglesia de Jesús, el Cristo? Pues, como hemos leído muchas veces, a partir de comunidades, tal como la descrita en Hechos (2, 42), y todas las organizadas por la acción misionera de San Pablo. ¿Y siempre fue así?

También sabemos que a partir del siglo IV cambia la situación. La acción del emperador Constantino da libertad para seguir la religión que cada uno quiera, lo cual libera a las comunidades cristianas de persecuciones, marginación y desprecio. Constantino muestra su tolerancia al cristianismo y, poco después, expresa su preferencia por él. Unos años después, el emperador Teodosio ordena que todos los miembros del imperio abracen el cristianismo, decisión a la que sigue el decreto que establece la religión cristiana como la única en el imperio, siendo perseguidos los fieles de otras religiones.

La Iglesia fue adaptando entonces su organización a la del imperio romano, con sus cabezas como autoridades, separando progresivamente lo sagrado de lo profano y la jerarquía del pueblo. Código de Derecho Canónico, Misal Romano, inapelable autoridad papal, institución de la Curia Romana, autoridad terrena papal en Roma durante muchos siglos…,  todo ello ha ido marcando el alejamiento de cualquier forma de comunidad, con casi total ausencia de responsabilidad por parte de los laicos en el desarrollo de la vida de la Iglesia.

Esta forma de hacer fue relativamente bien mientras la Jerarquía de la Iglesia se mantenía cercana al poder civil, y, al mismo tiempo, en unos años en los que el poder adquisitivo del pueblo no era alto. Cuando estas dos circunstancias desaparecieron, la Iglesia ha ido perdiendo fuelle, ha ido perdiendo credibilidad, ha ido perdiendo creyentes. Y es que sin una comunidad que mantenga la vivencia original, no será posible continuar la obra de Jesús, descubrir la experiencia de fe en el Señor, recibirla y comunicarla.

Y esto no puede hacerlo una estructura jerárquica que, en muchas ocasiones, se separa por completo del pueblo con el que debe estar unido, al que debe servir y al que debe dar testimonio de fe, con la esperanza puesta en el Señor y el amor al prójimo más necesitado, vigilante siempre de la puridad de la doctrina tanto ritual como de expresión, la administración de sacramentos y la liturgia.

Pero, ¿qué es una Comunidad viva?

Una de las acepciones que el diccionario de la RAE da del vocablo “comunidad” es: “Conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes”. Del vocablo “viva” cogería varias de las acepciones de ese diccionario: “Intensa y fuerte”, “que dura y subsiste en toda su fuerza y vigor” o que  es “diligente, pronta y ágil”. Todo ello ligado, por supuesto, a la actividad vital de seguimiento de Jesús, el Cristo.

Esa es la “característica” que une a las personas que forman una Comunidad. Claro que Jesús es mucho más que una mera característica y eso hace que el “interés” común de la Comunidad sea algo muy valioso y, por tanto,  que su ligazón sea “intensa y fuerte” y sus relaciones de ayuda sean “diligentes, prontas y ágiles”. Su prueba de fuego es “que dure y subsista en toda su fuerza y vigor”

La escucha de la Palabra de Dios y su presencia en los acontecimientos personales, sociales y eclesiales, la evangelización, la promoción del tejido comunitario de la Iglesia en forma de Comunidades Vivas y la atención a los necesitados, por supuesto dentro de la Comunidad, pero también fuera de ella, podrían ser los objetivos de una Comunidad Cristiana Viva, sin ánimo exhaustivo

Las relaciones entre los miembros de una Comunidad como la descrita conlleva unas celebraciones sacramentales abiertas, con total participación de sus miembros de forma que la oración de la Comunidad sea apoyo para aquellos que más lo necesitan.

La estructuración de una Comunidad de estas características a la que se incorporan muchas personas puede dificultar su profundización en la escucha del Evangelio, por lo que la división en grupos es realmente práctica, grupos que se reunirían para la más significativa celebración cristiana: la Eucaristía.

Con esta estructura, y un sacerdote al frente de la Comunidad, la Parroquia adquiriría su verdadero significado de ser Comunidad de Comunidades, sede central y presidencia de las celebraciones, orientación de actividades, generación de catequesis…

La parroquia y la Nueva Evangelización

He visto recientemente que el Papa Benedicto XVI ha creado un nuevo Dicasterio para la Nueva Evangelización. Es un tema que ya el Cardenal Ratzinger “tenía en cartera”, y que creo que es extraordinariamente interesante.

Sin embargo, si comparamos la conferencia que el entonces Cardenal pronunció sobre este tema en Diciembre del año 2000, con el Motu Propio de constitución del Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, se ven, aparte de la lógica diferencia en extensión, diferencias conceptuales que hacen que parezca que ambos documentos no proceden de la misma mano. Y son diferencias, insisto, de concepto, que, a mí muy modesto modo de ver pueden hacer inútil la creación de ese nuevo Dicasterio, convirtiéndolo en poco más que una catequesis anticuada.

Dice el Cardenal Ratzinger en su conferencia: “Desde luego, san Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión de que había llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron en su interior el futuro del mundo” (cf. Mt 13, 33). Y creo que esas pequeñas comunidades son lo que pueden “reconvertir” a los “bautizados no evangelizados”

La Parroquia podría ser esa levadura, ese germen; es lo que tiene la Iglesia, sin tener que inventar nada nuevo. Pero, claro, con la situación anteriormente expuesta de la Parroquia, parece que lo primero que, pacientemente, habría que llevar a cabo, es una restauración de esa importante base, incluyendo la responsabilización de los seglares en todo lo relativo a su al trabajo parroquial.

El envejecimiento de los sacerdotes, la falta de diáconos y la escasa participación seglar, por la falta de ilusión que comporta el no tener tareas de importancia que realizar, hace imprescindible el inyectar sabia nueva en las Parroquias.

La experiencia cristiana central es experiencia de Dios, y también experiencia de Cristo: CON VOSOTROS ESTA, según su promesa (Mt 28, 20). Es preciso que esto sea anunciado, para que sea creído y para que sea vivido. “Pues ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les anuncie? Y ¿cómo se les anunciará si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el bien!" (Rm 10,14-15). En la diversidad de circunstancias y situaciones, la experiencia cristiana de la fe incluye unas constantes de la evangelización apostólica, válidas para todo tiempo, también para hoy.

Aquí estamos, aquí está lo necesario resumido. La transformación de las Parroquias en Comunidades Vivas capaces de comunicar la experiencia de fe en Dios y en su Hijo, es lo que realizará la Evangelización y se extenderá a la Nueva Evangelización. Otra metodología caerá en manos de la Jerarquía, se tratará de institucionalizar y, en mi opinión, estará abocada al fracaso.