La familia: ¿hemos perdido el Norte?

LA FAMILIA: ¿HEMOS PERDIDO EL NORTE?

Hace ya muchos años que unos jóvenes estudiantes embarcados veíamos asombrados las escenas que por esos mundos de Dios (¿?) tenían lugar, protagonizadas por parejas en campos, playas e incluso por la calle.

Es curioso como en el pasar del tiempo el péndulo de nuestra tan cambiante sociedad ha ido de una férrea moral, muy impuesta, a una inmoralidad o, más bien, amoralidad que impregna todo el paisaje urbano y no urbano, no sé si a imitación de lo que se veía allende los mares… y las autovías. Pero, además, como siempre tenemos que ir más allá, hemos integrado en esa “melé” el botellón, formando así un cuasi perfecto círculo vicioso.

Me ha dado por pensar que quizá hayamos perdido el Norte de nuestra existencia, como si a nuestra brújula interior le hubiéramos (o le hubieran) colocado  al lado un potente imán desvirtuando su función y orientándonos hacia mares procelosos en las que, una vez internados, es ya muy difícil salir, porque no sabemos como corregir el rumbo al quedar sin la referencia de un instrumento señalizador del Norte, que anda dando tumbos y marcando rumbos inciertos según los imanes que le hayan aproximado.

Hasta no hace mucho tiempo había un factor determinante de la estabilidad de esa brújula, que ERA ni más ni menos que LA FAMILIA. Ese tiempo del verbo es la clave del problema; el pretérito imperfecto ERA. Una serie de cambios legales y sociales han contribuido a ello. Podría enumerar esos cambios, pero, primero que están en la mente de todos, y segundo, que la crítica enseguida “me” iría detrás. ¿Cómo? ¿Que soy un cobarde? Pues ahí van: las leyes de divorcio, de divorcio “exprés”, aborto, IVE, matrimonios homosexuales, y alguna más, todas ellas manifiestamente mejorables, sobre todo tratando de cambiar esa línea que siguen tan aparentemente libre, que al final atenta a la libertad personal.

Entre los cambios sociales podríamos citar: el trabajo de la mujer (sí, ya sé que es justo y necesario), el incremento de horario y canales de televisión, aumento exponencial de programas inmorales es esos medios, multiplicación de ordenadores de mesa y portátiles, tremendo aumento de teléfonos móviles con asombrosa disminución de la edad de “iniciación”, las píldoras anticonceptivas, el desmedido consumismo… y seguro que me dejo otros. Mucho bueno entre estos cambios sociales pero es imprescindible el correcto uso y la edad correcta de todos los medios que la ciencia nos proporciona. Claro que la obtención de beneficios en los canales de televisión no debería de ser el único motor de su programación amparada, por supuesto, por la ingenuidad del televidente (¡si eso es lo que quiere ver!), y la, tan arbitrariamente catalogada, libertad de información. Además, crimen y sexo llegan con demasiada facilidad a personas de poca edad, pero también a adultos cuya fuerza interior es fácilmente superada por esas duras inyecciones que se introducen en nuestros hogares… si, ya sé, que voluntariamente. Pero dos hechos pueden ser prueba de lo que digo: criminalidad (general y de sexo) y pederastia; en ambos casos con índices alarmantes.

También sería bueno darnos cuenta de que no es lo mismo sobriedad que miseria, ni consumismo se parece a bienestar, parándonos un momento a considerar que el bienestar no debe ser asimilado a la cantidad de cosas que poseemos o que compramos en las rebajas; eso es bientener.

Orientando el pensamiento por estas consideraciones, y sin gran esfuerzo, podemos ver que vamos adoptando soluciones legales a los resultados que notamos, sin, creo yo, plantearnos realmente el origen de los problemas para así mejor ver la forma de resolverlos de raíz, sin que una solución en falso nos traiga problema sobre problema.

Es como si tratáramos de variar la alineación del equipo después de haber perdido el partido, pensando en que podemos recuperar los puntos y mejorar nuestra clasificación, pero sin tener en cuenta la calidad de los jugadores de que disponemos, ni su formación, estado físico o anímico. Pasará entonces que seguiremos perdiendo partidos y cada vez nos hundiremos más en la clasificación, sin solucionar la raíz del problema.

Es cierto y muy posible que el mejorar las personas que componen el equipo o el sanear las raíces, sea algo que, no solo no está en nuestras manos sino que las manos en las que está, tienen intereses muy profundos en que la situación no cambie, ya que le produce pingues beneficios que van a su “bolsa” en alguno de estos tres modernos enemigos de la dignidad de la persona: poder, prestigio, dinero.

Digamos ya, para cambiar de tercio, que ese Norte al que antes he aludido no es otro que la felicidad, ese sentirnos bien, esa dicha de la que tantas veces hablamos, pero que muchas veces no experimentamos,  es decir que la mentamos para quejarnos de su ausencia; una persecución bien con poco éxito, bien vista a muy corto plazo y con otras consecuencias posteriores, y sin saber a quien culpar: y es que tenemos que aprender a asimilar que se trata de tener una buena brújula, sin imanes desviadores próximos que nos cambien el Norte que el aparato debe marcar, y cuyo seguimiento sí nos llevará a una felicidad duradera, que nunca será sin esfuerzo.

Interesados en la felicidad estamos todos; sin embargo, el ruidoso ambiente que nos rodea incapacita nuestros sentidos, o, más bien, los dirige por un camino lleno de golosinas de alcance inmediato, pero que se va curvando y nos va alejando de la felicidad real y duradera. Después de recorrer un buen trecho por ese camino en curva podemos caer en la cuenta de que nos estamos alejando de la verdadera dicha, pero o bien no nos hacemos plenamente conscientes de cual es el camino que merece la pena seguir, o bien hemos dado tantas curvas que no acertamos ya a ver por donde discurre ese buen camino.

Obedecemos, consciente o inconscientemente al interés de otros que nos impulsan a una pronta pérdida del pudor, una continua búsqueda del placer inmediato y un iniciar la vida desde la pubertad por un camino que los medios de comunicación nos convencen, o lo tratan al menos, son los normales, o bajo ese letal epígrafe del ¿por qué no? puntual, que evita entrar en el por qué básico conceptual y vital, que abarca todo un proceso de crecimiento y asentamiento coherente con ese Norte que representa la felicidad.

El sexo es una fuerza interna demasiado poderosa como para dejarlo a su libre albedrío, al mismo tiempo que se instiga desde todos los puntos posibles: ambiente callejero, radio, televisión, Internet, periódicos, etc. … Se añade la gran confusión (yo creo que intencionada) que supone el hablar de llevar a cabo una adecuada “Educación Sexual”, cuando lo que se imparte es “Instrucción Sexual”, es decir, no enseñamos a la persona como conducirse en este importante y vital tema, sino que la instruimos en como separar cuerpo y espíritu para manejar el primero en beneficio del mero placer cercano, como si fuera posible hacer aquella dicotomía de cuerpo y alma que “patrocinaba” Platón. Nuestra persona se vuelve entonces insaciable, se aburre muy pronto de la práctica normal y busca sin cesar novedades que cree pueden proporcionarle otras sensaciones, y de aquí a los divorcios, por ejemplo, no hay más que un paso, ya que el Amor (el amor), aparece y desaparece con rapidez… y si no véase el modelo a imitar que puntual y frecuentemente aparece en algún canal de esa televisión de cuya libertad y amplitud presumen o han presumido políticos de uno u otro sentido; y aunque a poco cuento venga esto de las diversas opciones televisivas, me recuerda la táctica que algunos padres emplean o empleamos para que los hijos tomen una comida: “Lo quieres comer ¿con cuchara o con tenedor?... pedro la comida es la que está en el plato.

Y, ¿qué no decir de las drogas?, esos productos que llevan enormes cantidades de dinero a bolsillos desaprensivos, arruinando vidas y familias, económica, moral y físicamente. ¿De verdad se trata de que desaparezca esta plaga?, o damos algunos golpes de vez en cuando, sin entrar en la raíz de su producción, de los problemas que tienen las gentes que las producen, también, al final, manejadas por los poderosos “clanes” impenetrables (¿?).

El botellón y la vida nocturna desordenada, también normalmente en manos de intereses poco claros, forma también parte de este panorama poco esperanzador. La búsqueda de la Felicidad queda muy restringida en tiempo y esperanza, y el joven se prepara para entrar en un mundo que no se la va a facilitar, cerrando el círculo vicioso en que se ha metido. En estas condiciones, ¿optaremos por la Felicidad?, o mejor, ¿seremos capaces de discernir donde está la Felicidad?.

El camino sería buscar una vida sin excesivas ambiciones económicas, tratando de fundar una Familia en la que el cariño y la ayuda mutua sea la base. Tendremos unos hijos a los que, aún con todas las ruidosas dificultades externas, habrá que educar en los valores de fidelidad, justicia y amor, hablándoles desde el primer momento de la felicidad con el fin de recorrer una vida coherente, con un Norte bien establecido, aunque, indudablemente, pueda haber algunas alteraciones de rumbo, pero siendo conscientes del necesario retorno, y de donde disponen de un verdadero y desinteresado apoyo en el que confiar cuando las dudas les asalten.

Estaremos entonces más tranquilos, seremos muy capaces de disfrutar de lo que tenemos y, probablemente, podremos y desearemos compartir con otros, tanto en el orden material como en el espiritual. “Sé bueno y haz que otros lo sean”, es una buena recomendación para un hijo.

Es claro, que el creyente tendrá un “bono adicional, juega con ventaja, y, si por ahí andamos, seguro que tendremos la inestimable ayuda de Dios, que es el Padre que mejor sabe donde está nuestra Felicidad.