SALMO 063

 Introducción. - Un profundo anhelo de Dios -bellamente expresado con la imagen de la tierra sedienta (v. 2) es el sentimiento que domina todo este Salmo. Su autor podría ser un levita desterrado, que recuerda el tiempo en que vivía junto al Santuario, gozando de la intimidad con el Señor. En el silencio de la noche rememora aquellas horas felices, y ese recuerdo le sirve de consuelo (vs. 7-9). El versículo final indica que el salmista identifica su propia suerte con la de todo su Pueblo, representado en la persona del rey.
Nos cansamos de todo. No hay amor humano que nos llene plenamente, pues siempre se cierne sobre él la sombra de la separación o la muerte. Sólo quién es fuente de agua viva y no cisterna agrietada puede saciarnos
Bienaventurados nosotros, si en ciertos momentos de nuestra vida, al meditar la Palabra de Dios, al rezar y celebrar el culto, al contestar generosamente a los llamados divinos, al amar al prójimo de una manera desinteresada, experimentamos a Dios mismo, a través de los sentimientos que lo revelan: paz, alegría, seguridad y certidumbre.

1 Salmo de David. Cuando estaba en el desierto de Judá.
2 Oh Dios, tú eres mi Dios, y al alba te busco;
mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.
El cristiano verdadero dedica a Dios la hora más temprana. Abre los ojos de su entendimiento con los de su cuerpo, y cada mañana se despierta a la justicia. Se levanta con la sed de las consolaciones que el mundo no puede dar, y tiene el recurso inmediato de la Fuente del agua de vida por medio de la oración.
El creyente verdadero está convencido de que nada de este mundo pecador puede satisfacer las necesidades y los deseos de su alma inmortal; él espera su felicidad de Dios, como porción suya. Cuando la fe y la esperanza se ejercen más, el mundo parece un desierto agotado y el creyente anhela los goces del cielo, de los cuales tiene algunos anticipos en las ordenanzas de Dios sobre la tierra.
Reconocer a Dios en nuestras dificultades, como creyentes y fieles, nos hace mantener indudablemente nuestro horizonte espiritual firme; mantener nuestra mirada fija en el cielo y no apartarla de El, nos hace tener los pies aun más firmes sobre la tierra.
¿Aspiramos a tener al Señor a nuestro lado?

3 Sí, yo te contemplé en el Santuario
para ver tu poder y tu gloria.
4 Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.
5 Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Aun en la aflicción no nos tiene que faltar motivo de alabanza. Cuando este es su estado de ánimo habitual, el creyente valora la benignidad de Dios más que la vida.
La benignidad de Dios es nuestra vida espiritual, y es mejor que la vida temporal. Debemos alabar a Dios con labios de gozo; debemos dedicarnos a los deberes de la religión con alegría, y decir alabanzas a Dios desde un principio de gozo santo. Los labios que alaban deben ser labios de gozo.
Las misericordias de Dios, cuando se evocan en las vigilias nocturnas, sostienen al alma, y dan gozo en la oscuridad. ¡Cuán dichosa será la última mañana en que el creyente, despertándose a la semejanza divina, sea satisfecho con toda la plenitud de Dios, y le alabe con labios de gozo, donde no hay noche y donde huyen la tristeza y el suspiro!
La fe es la protección más efectiva que tenemos en contra de los dardos del enemigo (Satanás), que desean hacernos creer que lo que Dios ha prometido nunca se llegara a cumplir ¿en nuestra vida. Recordemos lo que el Apóstol Pablo nos escribió, diciendo "Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno." (Ef 6, 16).
Existe hoy en tu vida una o muchas promesas de Dios para ti, estas frustrado porque a pesar que estas promesas son hermosas, hoy por hoy, te sientes un fugitivo o proscrito de las circunstancias, de la sociedad, de tu familia, en tu trabajo. Dios va a cumplir lo que ha prometido en tu vida ¡El no miente! Te invito hoy a que en un acto de fe, levantes tu manos a Dios, y eleves tu mirada al cielo; y que eleves un canto en oración y de alabanza, "estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;" (Fil 1, 6).
¿Aspiramos al amor de Dios? ¿Mostramos reciprocidad?

6 Mi alma quedará saciada
como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.
7 Mientras me acuerdo de ti en mi lecho
y en las horas de la noche medito en ti,
8 veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.
9 Mi alma está unida a ti,
tu mano me sostiene.
Probablemente, con las imágenes del «gran banquete» y de la saciedad, el orante remite a uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sión: el llamado «de comunión», o sea, un banquete sagrado en el que los fieles comían la carne de las víctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aquí como símbolo de la comunión con Dios: el hambre se sacia cuando se escucha la palabra divina y se encuentra al Señor. En efecto, «no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8,3; cf. Mt 4,4). Aquí el cristiano piensa en el banquete que Cristo preparó la última noche de su vida terrena y cuyo valor profundo ya había explicado en el discurso de Cafarnaúm: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,55-56).
A través del alimento místico de la comunión con Dios «el alma se une a él», como dice el salmista. Una vez más, la palabra «alma» evoca a todo el ser humano. No por nada se habla de un abrazo, de una unión casi física: Dios y el hombre están ya en plena comunión, y en los labios de la criatura no puede menos de brotar la alabanza gozosa y agradecida. Incluso cuando atravesamos una noche oscura, nos sentimos protegidos por las alas de Dios, como el arca de la alianza estaba cubierta por las alas de los querubines. Y entonces florece la expresión estática de la alegría: «A la sombra de tus alas canto con júbilo». El miedo desaparece, el abrazo no encuentra el vacío sino a Dios mismo; nuestra mano se estrecha con la fuerza de su diestra.
¿Meditamos su Palabra y alabamos su grandeza?

10 Que caigan en lo más profundo de la tierra
los que buscan mi perdición;
11 que sean pasados al filo de la espada
y arrojados como presa a los chacales.
12 Pero el rey se alegrará en el Señor;
y los que juran por él se gloriarán,
cuando se haga callar a los traidores.
Saliendo de la intimidad, el salmista siente que pierden consistencia los enemigos. Dios hará justicia. «Jurar por su nombre» equivale a reconocer y venerar el nombre de Dios: es una manera de designar a los fieles; aquí se opone a las palabras falsas de los calumniadores.
Para nosotros quiere significar el alejarnos de aquello que nos separa del Señor, el poner más atención a su Palabra y sus señales, y alegrarnos al notar la mano del Señor, nuestro Padre, en nuestra vida.
¿Alejamos de nosotros el egoísmo, la envidia, la falta de amor a los demás?