Salmo 122

Introducción. - Cuando en sus peregrinaciones anuales los israelitas llegaban a Jerusalén, sus rostros quedaban iluminados contemplando la ciudad santa. Allí, en santa asamblea, se congregaba el pueblo, como en los tiempos del desierto en torno a la tienda; allí resonaban las alabanzas al nombre del Señor; allí era posible a los israelitas en litigio encontrar justicia, pues en las puertas del palacio real estaban los tribunales de justicia; allí resonaba sin cesar el tradicional "shalom" entre los hermanos de un mismo pueblo. ¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"!
Lo que para Israel representaba Jerusalén, para nosotros, cristianos, lo representa el domingo. En este día, nos reunimos, y el nuevo Israel aparece como ciudad bien compacta en las asambleas dominicales; en este día, según la costumbre del nuevo Israel, celebramos el nombre del Señor; este día nos aporta la esperanza escatológica y es, para quienes frecuentemente sufrimos, prenda de que se nos hará justicia definitiva; en este día del Señor, intercambiamos todos los cristianos nuestro "shalom" al celebrar la eucaristía...
Que nuestro entusiasmo, al llegar el domingo, no sea, pues, menor que el de Israel cuando se acercaba a Jerusalén: ¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"!

1¡Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del Señor"!
2Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Los dos primeros versos recogen los dos momentos capitales: cuando el peregrino se pone en camino "vamos", cuando pisa los umbrales de la ciudad santa.
Entra el salmista recordando el momento en que otros le invitaron a ir a la casa de Yahvé y la alegría que sintió con ellos. Después rememora sobriamente, pero con emoción, el momento final en que los peregrinos pusieron sus pies en las puertas de la ciudad santa.

3Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
5en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
El cantor enumera algunos de los valores de Jerusalén: el aspecto de la ciudad, que está unida en sí como un todo, por la buena disposición de sus edificios y murallas; el ser centro adonde acuden reverentes las tribus de Israel por divina disposición para dar culto público y oficial a Dios. Allí está también el centro de la administración de justicia, donde los tribunales tuvieron y siguen teniendo asiento.

6Desead la paz a Jerusalén:
"Vivan seguros los que te aman,
7haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios".

8Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: "La paz contigo".
9Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Esta parte es de estructura más compleja. En fórmulas de saludo bajo los sinónimos de paz y seguridad, se dirige a Jerusalén, designada también elegantemente por las murallas exteriores y los palacios del interior. Termina aludiendo a la casa de Yahvé en inclusión con el v. 1. Por ella, por la casa del Señor, le desea a Jerusalén todo bien.
Los peregrinos pronuncian sus bendiciones sobre la ciudad. Le desean todos los bienes, sobre todo la síntesis de bienes que es la paz. La razón de este deseo, al mismo tiempo garantía de su eficacia, es la casa del Señor de la alianza.