29/10/2024 El Reino de Dios lleva muy dentro misericordia y bondad
¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 29 OCTUBRE 2024
El Reino de Dios lleva muy dentro misericordia y bondad
Dar alimento y calor. Una relación de amor dentro del matrimonio, en tiempos de san Pablo, se comprendía como una relación de obediencia mutua entre el hombre y la mujer. Pero lo importante en esta lectura no es la visión social que se pueda tener sobre la institución del matrimonio en el pasado, y qué relación se ha de tener entre sus miembros, sino más bien, la relación semejante que hay entre Cristo y la Iglesia. Esa relación semejante nos puede ayudar a comprender, en el presente, que puede haber una relación mutua de obediencia: el uno abierto al otro. El respeto mutuo, el uno abierto a las necesidades del otro, la escucha y la confianza mutuas dan pie a una relación basada en la entrega mutua donde queda lejos el egoísmo.
Entre el hombre y la mujer no puede haber enemistad, porque nadie odia lo que hay en sí mismo. “Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo”.
El texto ofrecido hoy en la lectura de los Efesios, son palabras que, a lo largo de la historia, han dado lugar a una mala comprensión de lo que significa el matrimonio. Por lo general se ha comprendido como una relación de dominio de un sexo sobre otro. Pero no ha de ser así.
La obediencia es estar a la escucha, no es estar subyugado. La obediencia es tener en cuenta el ser y el pensar de cada uno, abierto a sus necesidades, para que en la mutua entrega de amor se pueda dar una total donación de sí mismo. Eso es lo que significa dar alimento y calor.
Cuando san Pablo refiere este texto: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son”. Normalmente olvidamos la semejanza que pone con Cristo. Lo que es importante es que Cristo se entregó a sí mismo por la Iglesia para consagrarla. El hombre y la mujer se deben mutua entrega, unidos en matrimonio, forman una sola carne, un solo cuerpo. Dar la vida como Cristo es lo que se acentúa como semejante.
La expresión “como cuerpos suyos que son” puede conducirnos a la confusión de dominio. No es dominio lo que ha de entenderse, sino pertenencia a una misma raíz, los dos son un solo cuerpo. La relación de dominio pretende ejercer una relación de poder. El saberse que ambos, hombre y mujer, pertenecen a una misma raíz pone en un camino de igualdad una relación de semejanza. Ambos se enriquecen.
Primera lectura Ef 5, 21-33
«La alegría que encuentra el esposo con su esposa la encontrará tu Dios contigo» (Is 62, 5). Esta es la faceta que debemos contemplar en estos versículos de Pablo
Es éste un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Hermanos: Sed sumisos unos á otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido
Quizá parezca muy fuerte la forma en que Pablo se expresa con respecto a la autoridad del marido sobre la mujer, y muchos comentarios ha levantado (y levanta) siempre. Pero yo creo que la frase no puede sacarse del contexto en el que está.
Si, como a continuación dice Pablo, el marido tiene que amar a su esposa y entregarse por ella como Cristo lo hizo, me parece que con ese amor tan grande no hay posibilidad alguna de que el marido trate a su mujer de forma inadecuada, y el respeto solicitado será mutuo y no unidireccional.
Por otra parte, formar una sola carne es cosa, ciertamente, muy seria.
El sexo está ahora muy trivializado y su utilización como un mero vehículo de placer es a lo que la sociedad y su actual forma de vivir, empuja a las personas.
El discernimiento, del que hablábamos hace unos días, y la fidelidad deben de ir siempre por delante, buscando una felicidad continuada y no un placer novedoso a corto plazo
El temor del Señor nace más bien de la mirada clara que lleva a descubrir que sólo el Señor es digno del servicio del hombre; sus palabras, las únicas a las que se puede hacer caso; sus caminos, los únicos que vale la pena seguir, su ley, la única que merece ser obedecida.
Salmo 128,1-5
Agradan al Señor los que lo temen y que en su amor esperan.
Dichosos los que temen al Señor.
¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos!
Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén,
todos los días de tu vida.
Gracias Señor, por la familia que nos has dado.
Te ruego por todos nosotros, por todas las familias, para que permanezcan unidas en el amor y seamos capaces de educar a esos hijos también en el amor.
Acojo, Señor, esa bendición y espero que nos acompañe todos los días de mi vida.
En el Evangelio de Lucas, Jesús compara con un grano de mostaza el Reino de Dios, y también lo compara con la levadura. Dos ingredientes: uno para la siembra y el otro para la elaboración del pan. Ingredientes que parecen insignificantes en el proceso de crecimiento o fermentación donde la vida crece.
El Reino de Dios, quizás lo imaginamos desde la grandeza, pero Jesús nos hace caer en la cuenta en las cosas simples de la vida, a las que no prestamos atención. Jesús centra nuestra mirada en ellas. Creemos que para estar con Dios hay que hacer grandes heroicidades, pero no es así, las heroicidades están para los superhombres. Dios nos pide cosas sencillas: estar a la escucha, dedicarle tiempo, orar, donar nuestro tiempo con los ancianos, pequeños, enfermos, encarcelados, pobres y necesitados.
Esas pequeñas cosas, son las que hemos desterrado de nuestro comportamiento social cuando nos hemos alejado de Dios, y son las que nos dan vida. Una vida abundante. Un árbol como el de la mostaza alberga vida, los pájaros anidan en él, porque merece confianza. Por ello, a semejanza del Reino de Dios, la Iglesia ha de mostrar una semejanza de esas semillas que al crecer albergan la vida y los demás depositan su confianza en ella. El lenguaje de la sencillez es lo que muestra el compromiso con la vida y con Dios, y hemos de ser cautos en no mezclar la sencillez del Evangelio con las grandezas humanas.
Evangelio Lc 13,18-21
El Reino de Dios es la expresión de la humanidad como una familia unida en y por el amor de Dios que la origina y sustenta.
Crece el grano, y se hace un arbusto.
En aquel tiempo, Jesús decía: ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. Y añadió: ¿A qué compararé el Reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.
Cualquier persona que siembre alguna semilla contempla como nace, crece y da su fruto; es el continuo milagro de la naturaleza que el Señor “practica” constantemente con fruición, desde que nos ha creado con su eterno amor.
Nosotros tenemos que ser esa levadura que lleva a los demás la Palabra del Señor; nuestro testimonio y nuestra alegría de ser portadores de esa felicidad, deberían de ser suficientes como para entusiasmar a todos los que nos rodean.
Te rogamos, Señor, que seamos capaces de ser levadura, luz y sal, fermentando, iluminando y dando sabor a tu presencia, en la seguridad de que con ello llevaremos la felicidad a las personas.
LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE?: Amor en el matrimonio y fidelidad mutua son las bases de la felicidad terrena, buscando siempre el apoyo del Espíritu de Dios, y su bendición paternal. Nuestro testimonio es importante; si tenemos esa felicidad, seremos capaces de proclamarla y propagarla a nuestro alrededor
¿QUÉ NOS DICE?: ¿Cómo es mi matrimonio? ¿Soy fiel de acción y de pensamiento? ¿Practico la oración dando gracias y rogando la bendición del Señor? ¿Somos alegres en nuestra vida, extendiendo esa alegría por dónde vamos?
LA ORACIÓN: Gracias, Señor, por tu continua presencia y apoyo desde esa creación que con tanto amor realizaste. Ayuda a las familias, mantenlas unidas en tu Espíritu, y dame fuerzas y sabiduría para saber ayudarte en esta tarea.
ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse
en la verdad, la justicia, el amor y la libertad
Derecho de residencia y emigración
25. Ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres.