LA FAMILIA: ¿HEMOS PERDIDO EL NORTE?
Hace ya muchos años que unos jóvenes estudiantes embarcados veíamos asombrados las escenas que por esos mundos de Dios (¿?) tenían lugar, protagonizadas por parejas en campos, playas e incluso por la calle.
Es curioso como en el pasar del tiempo el péndulo de nuestra tan cambiante sociedad ha ido de una férrea moral, muy impuesta, a una inmoralidad o, más bien, amoralidad que impregna todo el paisaje urbano y no urbano, no sé si a imitación de lo que se veía allende los mares… y las autovías. Pero, además, como siempre tenemos que ir más allá, hemos integrado en esa “melé” el botellón, formando así un cuasi perfecto círculo vicioso.
Me ha dado por pensar que quizá hayamos perdido el Norte de nuestra existencia, como si a nuestra brújula interior le hubiéramos (o le hubieran) colocado al lado un potente imán desvirtuando su función y orientándonos hacia mares procelosos en las que, una vez internados, es ya muy difícil salir, porque no sabemos como corregir el rumbo al quedar sin la referencia de un instrumento señalizador del Norte, que anda dando tumbos y marcando rumbos inciertos según los imanes que le hayan aproximado.
Hasta no hace mucho tiempo había un factor determinante de la estabilidad de esa brújula, que ERA ni más ni menos que LA FAMILIA. Ese tiempo del verbo es la clave del problema; el pretérito imperfecto ERA. Una serie de cambios legales y sociales han contribuido a ello. Podría enumerar esos cambios, pero, primero que están en la mente de todos, y segundo, que la crítica enseguida “me” iría detrás. ¿Cómo? ¿Que soy un cobarde? Pues ahí van: las leyes de divorcio, de divorcio “exprés”, aborto, IVE, matrimonios homosexuales, y alguna más, todas ellas manifiestamente mejorables, sobre todo tratando de cambiar esa línea que siguen tan aparentemente libre, que al final atenta a la libertad personal.