23/03/2025 Dominical Conversión es tener al Señor presente en nuestra vida

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r
DOMINGO TERCERO DE CUARESMA (ciclo C) (23 Marzo 2025)
(Ex 3, 1 – 8 a. 13 - 15; Sal 103, 1 – 4. 6 – 7. 8. 11; 1 Co 10, 1 – 6. 10 - 12; Lc 13, 1 – 9)
Conversión es tener al Señor presente en nuestra vida
Las lecturas de este tercer domingo parten del éxodo realizado por el Dios que libera por mediación de Moisés y este acontecimiento hace que la asamblea proclame con el salmo: “El Señor es compasivo y misericordioso” San Pablo, en la segunda lectura, hace una explicación en tono espiritual de la primera lectura: “la vida cristiana es como un éxodo conducido por Cristo”. Por este motivo el Evangelio de Lucas (el evangelista de este Ciclo) nos hace una llamada urgente a la CONVERSIÓN.
La Cuaresma viene a ser como un signo sacramental de esta conversión. Es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, poniendo en práctica las clásicas armas que nuestra madre la Iglesia pone a nuestra disposición: el ayuno (encuentro con nosotros mismos), la oración (encuentro con Dios) y la limosna (encuentro con nuestros hermanos).
Dios ha esperado años antes de llamar a Moisés, el que ya es un hombre maduro. Lo hace en un tiempo en que, aparentemente, Moisés se ha marginado de sus hermanos, perdiendo día tras día la esperanza de que pudiera ayudarlos.
Primera lectura Ex 3, 1 – 8 a. 13 – 15
El Señor se muestra para ayudar a su pueblo
«Yo soy» me envía a vosotros.
En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: Moisés, Moisés. Respondió él: Aquí estoy. Dijo Dios No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel. Moisés replicó a Dios: Mira, Yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: «Soy el que soy». Esto dirás a los israelitas: «Yo-soy» me envía a vosotros. Y también les dirás: Yahvé el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este será mi nombre para siempre: así me invocaréis de generación en generación.
Ehyeh asher ehyeh: Yo soy el que soy (Ex 3, 14). Yahvé Sebaot: Señor del Universo. Señor Todopoderoso. Sumerio Ea--Ay--Ya--Yahvé. Yehovah (Jehovah), vocales de Edonah, o sea, Señor, y, al mismo tiempo las consonantes escritas Y, H, V, H, nombre que decían los israelitas para no pronunciar el sagrado Yahvé.
En la lectura de hoy está el emocionante “Yo soy el que soy”, que, bien pensado, penetra en nuestro corazón y lo llena del Señor, nuestro Padre.
Esa zarza que arde sin consumirse dentro de nosotros, dando calor confortable y misericordia, e invitando al amor a los demás, invitando a su liberación, la cual dará a los israelitas su verdadera confesión de fe en un Dios que pasa liberando.
Lección adicional es la valentía, el empuje para presentarse ante el pueblo y llevar el mensaje de su Dios.
Es el mismo empuje que nos dará a nosotros para proclamar su Reino a poco que “nos pongamos a tiro”, a poco que mostremos nuestra voluntad y esperanza creyente.
¿Sentimos alguna vez la presencia del Señor en nuestro corazón? ¿Nos impulsa al bien y a la felicidad? ¿Invocamos alguna vez al Señor? ¿Sentimos que imprime libertad en nuestras vidas, o bien, nos sentimos aprisionados por normas y ritos?
Este salmo mira a Dios, al hombre, a la misericordia de Dios para el hombre; de estas tres miradas nace la alabanza
Salmo 103, 1 – 4. 6 – 7. 8. 11
Siempre debemos alabar y bendecir la bondad del Señor
El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas,
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.
Hoy cantamos tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto nuestra alma como nuestro cuerpo conocen bien.
Tú has perdonado nuestras culpas y has curado nuestras enfermedades. Gracias, Señor, por tu infinita bondad.
Te bendecimos y te alabamos, Señor, desde nuestra alegría por saber que tú eres nuestro Padre y que siempre nos cuidarás. Te rogamos, Señor, que podamos ser transmisores de esa bondad a todos los que nos rodean.
¿Comprendemos el sentido que tiene la compasión cristiana? ¿Reconocemos la compasión de Jesús en el Evangelio?: La compasión de Jesús es el sentimiento que más frecuentemente aparece. «Compadecido» del leproso, Jesús lo curó (Mc 1, 41). «Movido a compasión, Jesús tocó» los ojos de los ciegos de Jericó, «y al instante recobraron la vista» (Mt 20, 34). Al ver a la viuda de Naím que iba a enterrar a su hijo único que había muerto, Jesús «tuvo compasión de ella» y resucitó al joven (Lc 7, 13).
Según las leyendas judías, la roca dela que habla Ex 17, 5 seguía a los israelitas en sus desplazamientos y era signo de la presencia de Dios. Pablo no pide que se crea esa leyenda, sino que ve en ella una imagen de Cristo presente en su Iglesia
Segunda lectura 1 Co 10, 1 – 6. 10 – 12
Siempre debemos de ejercer el amor al Señor, que nos lleva a la fidelidad
La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para nuestro escarmiento.
Hermanos: No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para nuestro escarmiento, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.
Pablo pone a los Corintios la figura del Éxodo como ejemplo de lo que sus padres pasaron.
La nube siempre representa al Señor en el Antiguo Testamento, el Señor que va guiando al pueblo. Las protestas que cita fueron varias: miedo ante la persecución de los egipcios, falta de alimento, falta de agua, falta de confianza en poder ocupar la tierra que el Señor les había prometido.
La pertenencia a la Comunidad, a la Iglesia, no es suficiente si no hay una actitud interna y externa coherente con ello.
El mero rito, una devoción, un cumplir las obligaciones que la religión impone, no son suficiente bagaje; hay que llevar al Señor dentro del corazón y obrar en todo teniendo en cuenta su presencia.
La religión puede tener muchas normas, pero la conciencia es la que tiene que estar acompañada y acompasada por el Señor.
¿Protestamos en cuanto nos parece que el Señor no está “al tanto” de nuestros problemas”? ¿Comprendemos que el episodio al que se refiere Pablo, (el Éxodo) es más bien un ejemplo de salvación que una circunstancia de escarmiento? ¿Nos “cansamos” de seguir al Señor?
El texto del Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta dos hechos diversos, ligados entre sí: un comentario de Jesús en relación a los hechos del día y una parábola. Lucas 13,1-5: a petición de la gente, Jesús comenta los hechos actuales: la masacre de los peregrinos decretado por Pilatos y la caída de la torre de Siloé, que mató a dieciocho personas. Lucas 13,6-9: Jesús pronuncia una parábola, la de la higuera que no daba fruto.
Durante la lectura es bueno prestar atención a dos cosas: (i) verificar cómo Jesús contradice la interpretación popular de lo que sucede; (ii) descubrir si existe un nexo entre la parábola y el comentario de lo que acaece.
Evangelio Lc 13, 1 – 9
La conversión supone un profundo cambio en nuestra vida
Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.
Una profunda llamada a la conversión es la que Jesús expone en esta lectura.
La violencia engendra violencia y, seguramente, los galileos a los que se refiere habían realizado alguna manifestación hostil dentro del templo y los soldados romanos no dudaron en intervenir, profanando el templo y derramando la sangre de los galileos en el lugar sagrado para los judíos.
Perecer es no entrar en la salvación que empieza aquí y ahora, y nos hace sentirnos felices y alegres, capaces de llevar esos sentimientos a los más necesitados.
¿Somos violentos o moderados en nuestra vida, en nuestras discusiones, en nuestras “riñas” (si las tenemos)? ¿Nos precipitamos en nuestros juicios sobre otras personas? ¿”Cortamos rápidamente” relaciones con personas que no nos caen bien?
¿Somos capaces de una solidaridad no teórica o sentimental sino efectiva. Todos hablamos de parados... y casi nadie les ayuda?
¿Encontramos en la lectura de la Palabra un motivo más profundo y peculiar para cumplir lo que sea justo?
LA ORACIÓN: Infúndenos, Señor, un espíritu nuevo y con Cristo, vida nuestra, que por el bautismo nos ha sepultado místicamente con Él en la muerte, concédenos caminar hoy en una vida nueva, para que convertidos, también resucitemos con Él. Amén