26/03/2024 La liturgia de estos días nos ayuda a vivir intensamente el triduo sacro. Somos invitados a espabilar el oído para no perdernos ninguna palabra.

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 26 MARZO 2024

La liturgia de estos días nos ayuda a vivir intensamente el triduo sacro. Somos invitados a espabilar el oído para no perdernos ninguna palabra.

Siempre la palabra de Dios, cuando la leemos, cuando la proclamamos, se dirige a cada uno de nosotros, en nuestro contexto vital. Nosotros, cristianos de 2024, a punto de recordar y celebrar los últimos metros de la vida terrena de Jesús, su muerte y su resurrección, no podemos menos de escuchar las palabras de Isaías teniendo de trasfondo al siervo de Yahvé, como vividas por Jesús y como dirigidas a nosotros.
Salvando las distancias, Jesús queda bien reflejado en las palabras de esta primera lectura. Predicó el evangelio, su buena noticia, siendo su boca “como espada afilada”, y fue “luz de las naciones”. También experimentó el cansancio cuando vio que muchos de sus oyentes no le hacían caso y le daban la espalda: “en vano me he cansado”. Pero recobraba fuerzas porque bien sabía que su Padre no le dejaba nunca solo. “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?... Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Y la prueba clara es que al tercer día le resucitó.
Como seguidores de Jesús, tenemos que imitarle en sus actitudes fundamentales. Hemos de sentirnos elegidos por él para seguirle, “desde el vientre materno”, para vivir y predicar el evangelio por todo el mundo y alegrar así la vida de nuestros hermanos, “para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Aunque nos puedan venir momentos de cansancio y de desaliento, Él no nos va a dejar solos. “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Esta es nuestra fuerza y nuestra esperanza
Primera lectura Is 49,1-6
Esta lectura nos ayuda a entender el sentido de la pasión y muerte de Jesús
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»
1 El profeta (nosotros) recibe varias importantes misiones del Señor. Él, al que el Señor ha llamado a su servicio desde antes de nacer (recordamos el inicio del evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios”) debía ser el que llevara la Palabra a todos los pueblos.
2 Pero no sólo eso: se le encomendaba la misión de reunir a las tribus de Israel (separadas antes del exilio en los dos reinos) en un único pueblo: el pueblo judío.
3 Luz de las naciones “para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
4 Complicada misión para el profeta que alude al “siervo”, al que se ha identificado en muchas ocasiones con Jesús, y cuyo “guante” debemos de recoger los cristianos en esa misión de unir las Iglesias y ser luz de las naciones, luz de todos los que nos rodean, testimonio vivo de la experiencia de fe

Cuando nos enfrentamos al ocaso de la vida, reconocemos que Dios ha sido una ayuda constante en el pasado. Cuando se debilitan nuestras capacidades físicas, necesitamos aún más de Dios y nos damos cuenta de que sigue siendo nuestra ayuda constante. Nunca debemos desesperarnos, sino seguir esperando su ayuda sin importar cuán severas sean nuestras limitaciones. Depositar nuestra esperanza en El nos ayuda a continuar, a seguir sirviéndolo
Salmo 71,1 - 6ab.15.17
Que Dios esté siempre junto a nosotros, no sólo como poderoso defensor, sino como nuestro Padre, pues Él es quien nos llamó a la vida
Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.
Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.
Gracias, Señor, por ocuparte de nosotros desde “el vientre materno”.
Te rogamos que nos sigas sosteniendo a lo largo de la vida que nos queda, y que ésta se desarrolle a tu servicio, que es el servicio a nuestro prójimo.
En todo caso, siempre contaré y cantaré las maravillas que has hecho en mí, llevándome de tu mano, instruyéndome desde mi juventud.
Claro que para esa misión que nos han encomendado tenemos que acogernos a Tí, Señor, porque solos no seremos nada, y Tú serás nuestra esperanza y nuestra confianza.
Te ruego que nos mantengamos siempre a tu lado, gozando de tu Palabra, experimentando tu misericordia: solo así seremos capaces de expandir Tu luz a todas las naciones, a todo nuestro pequeño mundo, tan desolado a veces por egoísmos y ambiciones, por deseos de poder y de riqueza, por la codicia que nos pierde.

Momentos duros para Jesús los que nos relata el evangelio de hoy. Si hay algo que hiere el alma de cualquiera es la traición de un amigo. Jesús es traicionado por uno de sus amigos, por uno de los que él había elegido para seguirle y ser continuador de su obra. No fue una traición de rango menor. Judas traiciona a Jesús, entregándole a sus enemigos que le buscaban para matarle. No es extraño que Jesús se sintiera “profundamente conmovido”: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
El evangelio de hoy nos relata también el preludio de una nueva traición, de otro de sus amigos, la de Pedro. Estaba dispuesto a dar su vida por él, pero al final acabó negando su relación con él, afirmando que ni le conocía.
Nosotros, que también estamos dispuestos a dar la vida por Jesús por lo mucho que ha hecho por nosotros, pero que también estamos aquejados de la debilidad humana, debemos pedir insistentemente a Jesús que nos ayude a no negarle, a no traicionarle... y si la debilidad nos vence, que nos arrepintamos y volvamos a él, para que nos pueda preguntar llamándonos por nuestro nombre: “Pedro, ¿me amas?
Evangelio Jn 13,21-33.36-38
Es la fe en su Padre quien lleva a Jesús más allá de la derrota.
Uno de vosotros me va a entregar... No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces.
En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?» Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.» Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.» Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir."» Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde.» Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.» Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»
1 ¡Qué “flacos” somos! A las primeras de cambio nos hacemos los despistados y parece que nunca hemos reconocido al Señor de nuestra vida.
2 ¡Hombre!, a lo mejor la traición tan manifiesta no somos capaces de ella; pero ante el peligro, incluso alguna vez, es posible que hayamos evitado manifestarnos hijos de Dios.
3 La codicia es muy mala consejera, es una tentación frecuente y, ante la tentación “fuerte”, (que habelas, haylas, como las meigas gallegas) el único remedio es recurrir al Padre Nuestro, a la oración que el sabio Jesús nos enseñó.
4 Conocedor de que la tentación existe, nos mostró la mejor manera de pedirle al Padre “no nos dejes caer en la tentación”. Toda una filosofía de vida en un pequeño párrafo.
5 Judas y la bolsa bien merecen una profunda reflexión a ver por donde andamos en esto de la economía.
6 ¿Y Pedro? Otra reflexión merece esta actitud de una persona dispuesta, sinceramente, a dar todo por su Señor. Pero la carne es floja. La oración vuelve a ser el único camino, que nos recuerde nuestra experiencia de fe: la constante compañía del Señor en nuestra vida.

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE?: El profeta recibe la misión del Señor. Isaías por supuesto, pero especialmente el Hijo de Dios que vino para enderezar caminos y juntar voluntades. Pero, también, misión que hemos heredado, que tenemos que llevar a cabo con la ayuda del Señor, y de la que no podemos despistarnos. Misión que tiene en sus manos el Papa Francisco por el que debemos elevar también nuestra oración para que sea gran luz para las naciones que ya hemos visto como miran hacia él.

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Tenemos clara nuestra misión? ¿Sabemos acogernos al Señor? ¿Somos constantes en la oración?

LA ORACIÓN: Dios nuestro, que en tu providencia quisiste fundar tu Iglesia sobre la roca de Pedro, el jefe de los apóstoles, mira con bondad a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco , y ya que lo has constituido sucesor de Pedro, concédele que sea para tu pueblo principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión en el amor. Te lo pedimos, Señor



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