27/03/2024 Padecer no es voluntad de Dios, sino condición humana y social que brota de los criterios con que organizamos nuestra sociedad

¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 27 MARZO 2024

Padecer no es voluntad de Dios, sino condición humana y social que brota de los criterios con que organizamos nuestra sociedad

El presente texto del profeta Isaías se conoce como el tercer poema del Siervo del Señor. Sea cual fuere la identidad del personaje anónimo al que alude el poema, sí parece clara la misión y destino del mismo. Como servidor sabe que debe afrontar un juicio contra sus enemigos; también sabe que tiene medios para superar esta contienda; pero igualmente es sabedor que no necesitará usar de tales medios porque el Señor asumirá su defensa, extremo al que no se opondrá. No obstante, este personaje anónimo se presenta con el perfil de un profeta: sabe escuchar el dolor de los fieles a Yahvé aunque, a priori, no conozca lo que debe decir, porque el Señor le comunica como regalo la palabra que tendrá que pregonar. El Señor Dios le despierta el oído, le modula la lengua, se vacía para decir a los hombres una palabra de parte de Dios. Este personaje –el siervo- no ofrece resistencia al requerimiento de Dios ni tampoco rehúye las no fáciles consecuencias de su servicio profético: afronta el dolor confiando en el auxilio del Señor y seguro está de no ser defraudado. Y como puente entre Dios y el pueblo, asume su misión de Siervo vaciándose en tal cometido. Ni que decir tiene que este oráculo profético dibuja el perfil solidario de Jesús de Nazaret, el que con su entrega absoluta a la voluntad del Padre nos habilita para acertar a estar cerca de los abatidos con la fuerza de su consuelo.
Primera lectura Is 50,4-9a
Dejémonos reconfortar por Dios, para, a nuestra vez, saber reconfortar. Saber lo que es el desaliento, la prueba.
No me tapé el rostro ante ultrajes.
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
1 Es el siervo que en la primera lectura de ayer recibía el encargo de ser luz y reunir a las tribus de Israel.
2 Hoy de nuevo la Palabra es protagonista “para saber decir al abatido una palabra de aliento..., para que escuche como los iniciados”.
3 Saber escuchar y saber decir, espléndida descripción de la labor del cristiano. ¡Ah! Y, para ello, aparece el Señor como nuestro defensor, “comparezcamos juntos”. ¿Qué más podemos decir?

Es duro para uno que conoce el valor de un buen nombre, el ser oprimido por uno malo. Los sufrimientos de Cristo fueron particularmente aquí predichos, lo que demuestra que la Escritura es la palabra de Dios; y cómo exactamente se cumplen estas predicciones en Jesucristo, lo que demuestra que él es el verdadero Mesías. El vinagre y la hiel que le dio, eran un emblema débil de la amarga copa que bebía hasta, para que podamos beber el cáliz de la salvación. No podemos esperar muy poco de los hombres, consoladores molestos son todos ellos; ni tampoco podemos esperar mucho de Dios de toda consolación y consuelo.
Salmo 69,8-10.21-22.31.33.34
Busquemos humildes al Señor, y vivirá nuestro corazón
Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.
Tanta ofensa me destroza el corazón,
y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Te ruego, Señor, que me enseñes a estar siempre cerca de los más humildes, de aquellos que más pueden necesitar de mí.
Que la alabanza a Ti me acompañe en mi vida, para que mi compasión con el que sufre está a flor de piel, a disposición del que pueda necesitarme.
Escucha, Señor, a los más pobres, a los necesitados, a los cautivos y haz que mi corazón está siempre abierto a ello.

El propósito de condenar a Jesús por parte de los sacerdotes y ancianos encuentra en Judas Iscariote un adecuado aliado, hasta el punto de que en todo el relato aparece este discípulo como el que lo entregó. La entrega es pactada y valorada como si de un esclavo se tratara (treinta monedas de plata). El guión se está cumpliendo tal y como estaba previsto en las Escrituras, lo que no resta responsabilidad a la traición de los Judas de todos los tiempos. Pero, como contraste admirable, es Jesús quien se entrega por nosotros pues bien conoce lo que va a suceder, y lo asume desde el principio. Un poco más adelante el texto afirmará que la raíz de dicha entrega está en la voluntad del Padre, asumida por Jesús como Hijo obediente; y en el marco de la cena pascual que evocaba la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús, se encuentra con los suyos, su familia, sus discípulos, para celebrar la Pascua y es aquí donde hace pública la traición de Judas y explica a sus discípulos el sentido de su muerte, dejándoles la eucaristía como memorial de la nueva pascua, la de su total entrega. Se cumple lo previsto por Jesús para acondicionar un lugar en el que reunirse con los suyos para la cena de la Pascua, y ser esta celebración el mejor contexto para anunciar su vaciado voluntario en obediencia al plan salvador de Dios Padre. Esta generosidad en la donación, este llegar hasta el final de los planes del Padre hace que todos los que le seguimos le llamemos Señor de nuestra vida.
Evangelio Mt 26,14-25
Fidelidad es principio de felicidad
El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregarlo!
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: «Tú lo has dicho.»
1 La traición a alguien con el que se ha compartido vida durante casi tres años es, desde luego, poco explicable. La ambición, mal puede explicarlo.
2 Pero ahí tenemos a Judas puesto como ejemplo de lo que puede el deseo desordenado de dinero, en este caso, pero que también puede ser de sed de prestigio o de poder.
3 Las treinta monedas evocan la alegoría de la salvación gracias al sacrificio del buen pastor de Zacarías (Zc 11), así como las treinta monedas que hay que pagar si se hiere a un esclavo (Ex 21, 32).
4 Mateo destaca para todos nosotros la increíble gratuidad del amor de Jesús, que supera la traición
5 “Las posibilidades de perversión del corazón humano son realmente muchas. El único modo de prevenirlas consiste en no cultivar una visión de las cosas meramente individualista, autónoma, sino, por el contrario, en ponerse siempre del lado de Jesús, asumiendo su punto de vista. Día tras día debemos esforzarnos por estar en plena comunión con él”. (Benedicto XVI, 18 de octubre de 2006).

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE?: La experiencia de fe está muy bien reflejada en la primera lectura; meditemos pues nuestra “calidad” de escucha, de transmisión de la Palabra, de saber comparecer con el Señor ante el mundo que nos rodea. El mal comportamiento de alguien con nosotros no debe de provocar una reacción desagradable, y mucho menos violenta

¿QUÉ NOS DICE?: ¿Sabemos “aguantar” las opiniones contrarias y, a veces, ofensivas, que nos hacen al tratar de proclamar la Palabra? ¿Acompañamos a humildes y desasistidos? ¿sabemos tolerar y perdonar comportamientos poco coherentes con nuestra conducta con otras personas? El traicionado y crucificado nos faculta para decir al abatido una palabra de aliento ¿abordamos así nuestro testimonio de compasión y misericordia en la comunidad?

LA ORACIÓN: Señor, ten piedad de nosotros. Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida, haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de este árbol. Te lo pedimos, Señor



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