28/03/2024 El misterio del Amor entregado Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios

 ¡BUENOS DÍAS NOS DÉ DIOS! 28 MARZO 2024
Toda eucaristía termina con un envío, más todavía la que celebra “La Cena del Señor” en el Jueves Santo, ya que marca el origen de la eucaristía. Ella nos envía casi con una sola palabra que puesta en práctica, es capaz de modificar para bien, el destino de cada uno y el destino del mudo: “Amaos”. Pero no se trata de amar de cualquier modo. La propuesta de Jesús es clara: Amaos, como Yo os he amado. Para nosotros el desafío consiste en extraer consecuencias de ese “amar como Jesús”. Es tiempo de plantearnos si nuestra relación con Dios está presidida por la misericordia con la Jesús ha vivido, amado y padecido, o si por el contrario hay distorsiones en esta relación con Dios, distorsiones que también harán que nuestro modo de estar en el mundo en las relaciones sociales, no reflejen con autenticidad el Evangelio de la misericordia.
Eucaristía: muestra suprema de amor a los otros

El misterio del Amor entregado Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios
La Pascua judía: es el primer mes, el de Abib (marzo-abril; cf. Ex 13.4), llamado también de Nisán (cf. Neh 2,1; Est 3,7). Pascua del Señor: La fiesta de Pascua, por estar relacionada con la liberación de los israelitas de su esclavitud en Egipto, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo (Lv 23,5; Nm 9,1-5; 28,16; Dt 16,1-2). En el NT adquiere un significado especial para los cristianos, ya que se interpreta como figura de la obra redentora de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pascua (heb. pésaj) se asocia con el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto o pasar de largo. Cf. v. 27. Estos son algunos de los elementos que se nos recuerdan en este texto de Ex 12, de una importancia decisiva para la fe de Israel y que tiene sus resonancias teológicas y espirituales para los cristianos en esta lectura del Jueves Santo.
La Pascua, antes, era la fiesta de la primavera; propiamente era fiesta de los pastores nómadas que debían comenzar su nueva peregrinación con los ganados en busca de pastos, y para ello ofrecían sus primicias de ganados buscando ser protegidos y bendecidos. Por tanto, el sentido de "salir", de "peregrinar" tenía ya un sentido ancestral que el pueblo de Israel asumirá con la salida y la liberación de Egipto y con la ofrenda de los animales y su sangre para que fueran protegidos por el "ángel del Señor". La fiesta de los panes sin levadura (v. 17), que duraba siete días y seguía inmediatamente a la Pascua, llegó a considerarse como parte de ésta, aunque tenía un sentido distinto y era propio de grupos sedentarizados y no ya nómadas. En Ex 12,1-28 se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual.
La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Se relacionó estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20. Este es el contexto más adecuado para todo lo que se celebra en las grandes fiestas judías porque ha de coincidir con los últimos momentos de la vida de Jesús y con la última cena de Jesús, fuera ésta una cena pascual o de despedida de los suyos.
Primera lectura Ex 12, 1 -8. 11 – 14
Tenemos el deber de dar gracias, alabar, glorificar y bendecir a Aquél que nos sacó de la servidumbre hacia la libertad, de la angustia hacia la alegría,
Prescripciones sobre la cena pascual.
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones."»
1 El pueblo nómada celebraba anualmente la pascua del cordero en la primera luna llena de la primavera, fecha que el cristianismo ha adoptado para nuestro Triduo Pascual, esta fiesta grandiosa en la que conmemoramos la muerte y resurrección de Jesús, el Cristo, que muere por nosotros y nos salva de la muerte
2 Para el pueblo israelita más que un rito que se limita a evocar un hecho antiguo, el ritual del cordero era un signo que concernía directamente a los que tomaban parte en la comida y contribuía a su propia liberación.
3 Cuando los profetas anunciaron el fin inminente del exilio en Babilonia, hicieron alusión a un nuevo Éxodo, recurriendo de nuevo a la imagen del cordero pascual.
4 La fiesta de la Pascua, durante la cual este cordero era inmolado y consumido, pasó a ser entonces el signo de la liberación futura, considerada, sobre todo, como una liberación del pecado, de la infidelidad que había llevado al pueblo al exilio babilónico.
5 Otra peculiaridad, es que el padre de la familia estaba (y está) obligado a explicar el significado de aquella comida.
6 Buen ejemplo y buena práctica para nosotros, que podríamos aplicar en fiestas señaladas de reunión familiar.

El salmista hace profesión de su gratitud (vv. 12 y ss.). Dios le había colmado de favores y beneficios; más de los que había pedido y esperado cuando se veía afligido. Sabía que no podía dar a Dios nada que guardase alguna proporción con lo que de él había recibido; por eso dice: «¿Qué pagaré, etc.?», como diciendo: «¿Cómo podré demostrar, con algo que le sea aceptable, que le estoy sumamente agradecido?»
«La copa de salvación» parece aludir a la ofrenda de libación que vemos en Nm. 15:5,7, 10, aunque también podría—menos probablemente— aludir a la del sacrificio pascual, memorial de la salvación de Egipto. Esto es lo primero que ofrece en agradecimiento por el gran beneficio que Dios le ha concedido. También nosotros hemos de levantar la copa de salvación, pues Dios nos ha librado de la muerte eterna, gracias a la copa de aflicción, que Cristo bebió por nosotros, y así hemos de invocar el nombre de Yahvé, es decir, proclamar que Él es nuestro Salvador.
Salmo 116, 12 – 13. 15 – 18
Que tu Palabra de misericordia y fidelidad sea escuchada siempre
El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas,
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo
Son impagables todos los bienes que Tú nos das, Señor, nuestra copa siempre debe de estar alzada en tu bendición, en alabar Tu santo Nombre, en darte gracias mediante nuestra oferta de vida, nuestra preocupación por los más necesitados, nuestra dedicación al bienestar de los que pueden necesitarnos, empezando por nuestras familias. Esos son nuestros votos, Señor, te ruego nos ayudes a cumplirlos.
Nuestro “cumplimiento de votos” no tiene más remedio que venir encadenado a la proclamación del Reino de Dios, por lo que te rogamos, Señor, que nos hagas fuertes para hacerte conocer en todo el mundo a nuestro alcance, que sepamos invocar tu nombre constantemente, que tu Palabra de misericordia y fidelidad sea escuchada siempre, para que se sepa que la justicia, la paz y la alegría sólo puede venir de tu manos.
Gracias, Señor.

Memorial y vida de la última Cena del Señor
Se suele explicar el contexto de estas palabras o tradición de la "última cena" de Jesús según las divisiones sociales e ideológicas que alimentaban los grupos de las comunidades de Corinto. El tratado más extenso de la Cena del Señor lo encontramos en 1Co 10 -11. La profunda división de los creyentes corintos dio como resultado que sus reuniones para la Cena del Señor causaran más daño que bien. Ellos estaban participando de la Cena de una "manera indigna". Evidentemente los ricos, no queriendo comer con las clases sociales más bajas, venían más temprano a las reuniones y se quedaban en ellas por tanto tiempo que acababan borrachos. Para empeorar las cosas, al momento que llegaba la clase trabajadora de creyentes, retrasados por las restricciones del empleo, toda la comida ya se había acabado y ellos regresaban a sus hogares con hambre. Algunos de los corintios fallaban en reconocer lo sagrado de la Cena, una comida de pacto. Los abusos eran tan escandalosos que había dejado de ser la Cena del Señor y a cambio se había convertido en su "propia" cena. Es así que Pablo pregunta, ¿acaso no tenéis casas donde comer y beber?" Si el objetivo era simplemente comer su propia comida, eso se hubiera resuelto con una cena en casa. Su egoísmo de clases y divisiones, cuando no de envidias, traicionó, de manera absoluta, la esencia misma de lo que significaba la Cena del Señor.
Sea como fuere, aquí tenemos en Pablo la tradición de las palabras de la última cena, unos de los pocos testimonios que nos ofrece el apóstol sobre el Jesús histórico, de sus palabras o de sus hechos. Pablo y Lucas forman una variante al respecto de la que forman Mc y Mt., que quizás responde a sus orígenes, la paulino-lucana se conoce como "antioquena" y la de Mc-Mt como "jerosolimitana". Pero es uno de los momentos decisivos de la vida de la comunidad, de la liturgia y de la espiritualidad, donde la comunidad "recordando" las últimas palabras de Jesús experimenta todo su vida histórica y la fuerza de la vida nueva que ahora nos entrega como Señor resucitado. No es un simple recordatorio del pasado, sino un verdadero "zikkaron" que actualiza todo un proceso espiritual-salvífico. El ser humano puede hacer "memoria viva" y con ello logra una presencia real, verdadera, como promesa del mismo Jesús en ese mandato de "haced esto en memoria mía".
Por tanto, es un acto memorial por medio del cual el creyente se reafirma en el "pacto", en la "alianza" misma que Cristo quiso hacer presente en aquella noche en que les entregó a los suyos su vida antes de que se la quitaran o se la robaran injustamente por un proceso legal según ellos, pero injusto. Los profetas siempre han creado gestos extraordinarios que van mucho más allá de un significado cerrado. Este pacto une a la Iglesia con Jesús, a todos sus discípulos; hace a la misma Iglesia, como Pablo quiere recordar en todo el conjunto de 1Cor 10-11. E salgo que acontece en la celebración litúrgica con la comunidad de fe a través del tiempo y el espacio, y con toda la humanidad por la cual Cristo murió; ese es el sentido de su entrega, de su muerte de dar la vida y entregarla en el pan y en la copa de la alianza. En la celebración de la Cena del Señor expresamos la plenitud de nuestra fe, es decir, dramatizamos el evento decisivo de nuestra fe: ¿Cómo? Afirmando la presencia del Señor en medio de su Iglesia.
Nos unimos como miembros de la familia de Dios alrededor de la mesa comunitaria. Tenemos un momento de comunión personal con el Señor. Afirmamos nuestra unidad con el cuerpo de Cristo. Proclamamos la victoria final de Jesucristo como Señor de lo creado y vencedor sobre la muerte. Renovamos nuestro pacto con Dios por medio de Jesucristo. porque todo lo mejor del ser humano en relación con Dios, debe renovarse continuamente.
Segunda lectura 1Co 11, 23 – 26
Al hablar del Señor muerto, también se piensa en el Señor resucitado
Cada vez que coméis y bebéis proclamáis la muerte del Señor.
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
1 Es la más antigua descripción que existe cobre la Eucaristía.
2 Es lógico compararla con la misa que ahora celebramos los cristianos, en una transformación a lo largo de los siglos que le hizo perder la realidad de vivencia comunitaria viva, en beneficio de un exagerado formalismo, algo atenuado después del Concilio, pero que convierte lo que era una verdadera comunión, de asistencia voluntaria o, mejor, deseada, a algo de carácter obligatorio más frío y mucho menos participado.
3 En todo caso la conmemoración de la muerte y resurrección del Señor, la celebración de la reunión de la comunidad, el tratar de que esa comunidad tenga vida, es decir, preocupación de unos por los otros, conocimiento de dificultades, ayuda mutua..., es algo que el cristiano debe robustecer.
4 Es lo más importante en la teología paulina: la salvación acontecida en la muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía tiene uno de sus sentidos principales en hacer revivir esta relación que ha establecido y establece el creyente con los acontecimientos más importantes de nuestra salvación.
5 En ese sentido, la memoria no es, como sabemos de sobra, un mero recuerdo, sino la presencia actual de aquel acontecimiento único del Calvario y la mañana de pascua. La Eucaristía pone ante nuestros ojos el compromiso que hemos establecido con Cristo muerto y resucitado cuando vinimos a la fe y permanecemos en ella.

El servidor del amor, ceñido para la lucha
Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí un relato asombroso, un gesto profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre... y esa hora no es otra que la del amor consumado.
El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que, si bien es la parte más semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos... sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.
Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño y lavando los pies a sus discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido.
Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido. Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el paño con que se había ceñido?
Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes.
Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.
La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo.
Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús, entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.
Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte adelantada proféticamente en el lavatorio de los pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23).
Jesús, pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.
Evangelio Jn 13,1-15
El amor se demuestra en la propia humillación, en la propia limitación, en el ser y obrar a favor de los demás.
Los amó hasta el extremo.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los su¬yos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?» Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprende¬rás más tarde.» Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.» Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, por¬que todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos es¬táis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me lla¬máis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
1 El primer versículo de introducción no puede ser más expresivo, esencial del mensaje evangélico, verdadera inyección para nuestro espíritu, para nuestra experiencia de fe, algo que debemos de guardar en nuestro corazón, no para mantenerlo en secreto, en la intimidad, sino para proclamarlo a todo el mundo, para aplicarlo a los que nos rodean.
2 Y, claro, ese amor va unido al servicio, como bien nos muestra Jesús, en una acción a la que Pedro se niega al principio, explicable porque dentro de toda la relación de acciones que los textos fariseos fijaban que el discípulo tenía que hacer al maestro, la excepción era “el ser descalzado”.
3 Por ello que Jesús, no es que le descalzara, sino que le lavara los pies, a Pedro no le parecía conveniente. La toalla ceñida hace referencia al profeta: “Justicia será el ceñidor de su cintura” (Is 11, 5).
4 Relato, pues, hermoso y lleno de significado: Un Jesús humilde al servicio de los demás y “ceñido” de vestimenta, en preparación para la lucha espiritual, para el sacrificio
5 Dice el Papa Francisco: “Servir. ¿Qué quiere decir esto? Servir significa dar cabida a la persona que llega, con cuidado; significa agacharse hasta quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos en primer lugar relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo más desarrollado. Tratan de no decirla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las exigencias de justicia, de esperanza y buscar juntos las vías, los caminos concretos de liberación.”

LA MEDITACIÓN, ¿QUÉ DICE?: La liturgia nos invita hoy a iniciar este Triduo Pascual en catequesis, alabanza al Señor y espíritu de servicio. Posiblemente no es época clásica de reunión familiar, pero siempre hay una ocasión para expresar lo que nuestra fe conmemora y celebra; ocasión de dar gracias al Señor hay, desde luego, proclamando su grandeza. El servicio a los demás es algo que debemos de tener presente siempre en nuestro corazón y en nuestra mente..

¿QUÉ NOS DICE? : ¿Difundimos la presencia de Dios en nuestras vidas, en todas las ocasiones que se nos presentan? ¿Alabamos al Señor con frecuencia? ¿O somos perennes pedigüeños? ¿Estamos al servicio de todo aquel que nos necesita?

LA ORACIÓN: Te damos gracias, Señor, porque el ejemplo de tu Hijo siempre puede guiar nuestra conducta; danos fuerza y voluntad para ser capaces de seguirle y hacer, así, felices a los que nos rodean. Te lo pedimos, Señor



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