El Templo

EL TEMPLO: HOGAR DE COMUNIDADES VIVAS

Introducción

“Dijo Dios”, leemos en el primer capítulo del Génesis; el Universo es un inmenso Templo en el que Dios nos habla a unas personas a las que crea; es un Templo abierto, universal y el Señor se dispone a acompañarnos.

Entre el pueblo judío, el significado del Templo sobrepasa una mera significación de lugar de culto, para convertirse en la estructura general de toda relación auténticamente religiosa en un Estado teocrático

Los comienzos

Los primeros habitantes hablan libremente con Yahvé; Adán, Eva, Caín, Noé…, integran a Dios en su historia, sin intentar reducirlo a un lugar determinado.  No hay templos. Sólo Noé se siente obligado a construir a Yahvé un altar (Gn 8, 20) para ofrecerle un sacrificio de animales en la reconciliación del Señor con los seres vivientes, después del diluvio. Es la primera alianza rubricada por el arco iris: “Dijo Dios ` Pongo mi arco en las nubes para que sea una señal de mi alianza con toda la tierra”.

Inicialmente Israel ve la presencia de Yahvé acompañando y dirigiendo su historia. Es así con el primer Patriarca, Abraham (inicialmente Abram), que obedeciendo a la Palabra del Señor, emprende su marcha nómada: “Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré”. Empieza la larga marcha hacia la Tierra Prometida, iniciando la historia del pueblo elegido por Dios, y al final también nuestra historia de pueblo cristiano.

Como sabemos, esta historia se prolonga con Isaac, Jacob y sus doce hijos que forman las tribus de Jacob (Israel); en un momento de la historia, una larga temporada de hambruna, estas gentes buscan mitigar su hambre en Egipto.

En esta prehistoria, no  hay templos; con Abraham aparecen  altares en Gn 12, 7. 13, 18 y con Isaac en Gn 26, 25, pero no hay otras trazas de lugar sagrado permanente, signo de la presencia divina, que, repito, el pueblo  lleva imbuido en su historia.

 

 

La salida de Egipto

La odisea de la salida de Egipto y el cruce del desierto, aquellos cuarenta años bajo la protección del Señor, conforman un pueblo, aún dentro de la diversidad de las doce tribus.

En ese Éxodo aparece la Alianza y su contrapartida: el Decálogo. Éste y las normas complementarias que aparecen en el Libro del Éxodo y en el Deuteronomio, establecen que “no te harás estatua ni imagen alguna de lo que hay arriba” (Ex 20, 4), o bien “no te harás dioses de metal fundido” (Ex 34, 17). El Dios de Israel no necesita, pues, un templo en el que encerrar su imagen, porque no quiere imágenes. “Yo vendré a ti en medio de una espesa nube”. Bien es cierto que en los capítulos 25-31 y 35-40  del Éxodo aparece la descripción de la Morada o Santuario, pero esta tienda de campaña no es un templo al uso de los de esta época, sino que más bien parece ser la “Tienda del Encuentro” (Ex 29, 42) por ser el lugar donde Yahvé emplaza al pueblo para comunicarle su voluntad a través de Moisés (Ex 33, 7). Otra circunstancia más avala estas afirmaciones y es el hecho de que los capítulos antes citados están actualmente considerados como una revisión tardía del libro del Éxodo que trata de hacer (justificar) un primer esbozo del Templo de Jerusalén y de la última razón de ser del pueblo de Israel, como era el mantener su culto en el citado Templo.

Por otra parte, como dice el final del libro del Éxodo: “… la nube vino a cubrir la Tienda del Encuentro y la Gloria de Yahvé llenó la Morada. Moisés ya no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la nube descansaba sobre ella y la Gloria de Yahvé llenaba la Morada”. Imposible lugar de culto o encuentro.

 

En la Tierra Prometida

Entre los pueblos del Oriente Medio estaba muy difundida la creencia de que los dioses residían físicamente en los templos, al igual que los hombres residen en sus casa.

Al entrar en la Tierra Prometida, y frente a los cananeos que habitaban las ciudades y cultivaban la tierra, las, no hace mucho, tribus nómadas, se hacen conscientes de su originalidad, de su Alianza con Yahvé, que, al mismo tiempo les había entregado su Ley. Es el pueblo por Él elegido, y Él será su Dios

Pero el pueblo israelita no puede dejar de admirarse del pueblo cananeo, civilizado, con sus fortificaciones, sus templos y sus palacios. Atraídos por todo esto con frecuencia abandonan sus costumbres y su fe para adoptar las cananeas. Así podemos leer en el Libro de los Jueces (8, 33): “Después de la muerte de Gedeón, los israelitas volvieron a prostituirse a la saga de los Baales: se dieron como dios a Baal-Berit. Así fue como los israelitas se olvidaron de Yahvé su Dios, el que los había librado de todos sus enemigos vecinos”; y en 10, 8, se relata otra situación similar.

 

La monarquía

Se llega así a Samuel y a la aspiración que le plantea el pueblo, de una Monarquía, también al uso entre los pueblos vecinos. El Señor mantiene su Alianza con Israel, pero Israel es infiel y se deja seducir continuamente por los dioses de los demás, los ídolos. Será perdonado y, de hecho, se prepara  la revelación del Evangelio, y David recibirá la promesa de un trono firme para siempre.

David conquista Jerusalén, la hace capital del reino y traslada a ella el arca de la Alianza, instalándola en la tienda que había levantado para ella. Razona entonces con el profeta Natán: “Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el Arca de Dios está todavía en una tienda”. Está surgiendo en David la iniciativa de edificar un templo para Yahvé, pero a Yahvé no parece seducirle la idea: “Le dirás a mi servidor David: Esto dice Yahvé ¿Así que tú me vas a construir una casa para que habite en ella? Desde el día  en que saqué a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, no he tenido casa donde morar, sino que estaba con ellos y tenía como morada sólo una tienda. Todo el tiempo que he caminado en medio de los israelitas jamás he dicho a alguno de los jueces de Israel, a los que había puesto como pastores de mi pueblo de Israel: ¿Por qué no me construís una casa de cedro?” (2 Sam 7, 4 – 7).  “Tu descendiente… el me construirá una casa y yo, por mi parte, afirmaré su trono real para siempre” (2 Sam 7, 13).

Realmente la aspiración de David era hacer su reino equivalente al de los pueblos vecinos que disponían de palacio para el rey y templo para sus dioses; con esto también conseguía consolidar la unión de las tribus.

En la consagración del Templo que construye, Salomón señala al mismo tiempo la importancia y la relatividad del mismo: Ahí es donde reside el Nombre de Dios y Él escucha la oración de su pueblo (1 Re 29 – 30). Es el lugar donde se lleva a cabo la liturgia “conforme la modelo que te he enseñado en el monte” (Ex 25, 40). La oración de Salomón marca lo que se quiere sea este templo, además de la presencia del Nombre de Dios: ejerce justicia, protección para su pueblo, lugar de oración para los paganos convertidos, extensión de la protección de Dios a los israelitas dispersos.

Es, en todo caso, un Templo “centralizado”; no se construyen más Templos en otras ciudades, ya que las sinagogas son lugares para el canto de los Salmos y la lectura de la Biblia, como veremos más adelante

 

El tiempo de los profetas

La visión del Templo como centro de la presencia de Dios estará constantemente en la enseñanza de los profetas, y poco a poco toda la teología de Israel se irá centrando en el Templo que pasa a ser para el pueblo judío, el eje central del universo.

Sin embargo, los profetas son muy críticos con una religión que se apegaba más al Templo que a la obediencia a Dios, a los sacrificios animales más que al amor al prójimo: “¿Por qué tantos sacrificios en mi honor?, dice Yahvé… no me agrada la sangre de vuestros novillos… dejad de traerme ofrendas inútiles; el incienso me causa horror… ya no soporto más maldad junto a la fiesta”. (Is 1, 11. 13). “A Jeremías le llegó esta palabra de Yahvé: escuchad hombres de Judá que entráis por esa puerta a adorar a Yahvé. Así habla el Dios de Israel. Mejorad vuestro proceder y vuestras obras, y yo me quedaré con vosotros en este lugar…más bien hacer justicia a todos, dejad de oprimir al extranjero, al huérfano y a la viuda… ¿será un refugio de ladrones esta casa mía sobre la cual descansa mi nombre? (Jer 7).

 

El regreso del exilio

El profeta Ageo encabeza los profetas posteriores al destierro; a él le llega la palabra de Yahvé reclamando la reconstrucción del templo que había sido destruido por los babilonios, reclamación que también aparece en el libro del profeta Zacarías.

La primera oleada de repatriados toma la iniciativa de reconstruir el Templo, pero se producen roces entre los que ya estaban en Judá y los que llegan, y el proyecto de Templo queda encallado. El tiempo va degradando el entusiasmo y la moralidad de los repatriados, y vuelven las “malas” costumbres de los cananeos. Esdras y Nehemías plantean la situación y le ponen remedio. El Templo sale adelante.

 

La sinagoga

La sinagoga sirvió, quizá más que ninguna otra institución, para conservar la religión, la cultura y el sentido de la individualidad racial propio de los judíos. La sinagoga nunca fue un lugar de sacrificios como el templo de Jerusalén, y por lo tanto no era considerada como un lugar de culto en su sentido más elevado. En ella se celebraban servicios cada sábado, en los cuales se leían y explicaban la ley y los profetas, lo cual constituía el centro de atención. La sinagoga con frecuencia también servía durante la semana como un tribunal local (Marcos 13, 9), y generalmente como una escuela. En resumen, la sinagoga era un lugar para recibir instrucción en las Escrituras y para orar. Las comunidades judías existían separadamente en los países extranjeros y se ocupaban de sus propios asuntos civiles y religiosos, sujetas, por supuesto, a la ley del país (Josefo, Antigüedades XIX. 5. 3).

Los sacerdotes no estaban directamente relacionados con la administración de las sinagogas, pues no había sacrificios, aunque se los invitaba con frecuencia para que participaran en los servicios. Los asuntos de cada sinagoga y de la comunidad que comprendía, estaban bajo la supervisión de un consejo de ancianos (Lc 7, 3-5) o un oficial de la sinagoga (Mc 5, 22).  El magistrado más importante, el presidente de la sinagoga (Lucas 8, 49; 13, 14), presidía durante los servicios o decidía que otros lo hicieran, y nombraba a hombres capaces de la congregación para que oraran, leyeran las Escrituras y exhortaran a los fieles. No había clérigos.

 

 

El tiempo de Jesús

Jesús aparece pronto en el Templo. Es el pasaje en el que, después de pasar la fiesta de Pascua con sus padres en Jerusalén, él se queda en la ciudad y sus padres lo encuentran dialogando con los escribas y los maestros de la Ley. (Lc 2, 46). También Lucas (19, 47) nos relata la actitud de Jesús en el Templo: “Jesús enseñaba todos los días en el Templo. Los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban matarle, pero no sabían qué hacer porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras”. “Al amanecer estaba ya nuevamente en el Templo; toda la gente acudía a él y él se sentaba apara enseñarles.” Estos relatos parecen indicar que, al igual que en las sinagogas, los asistentes podían tomar la palabra. Claro que la asistencia no podía ser universal, ni a los mismos espacios del Templo.

Además, el Templo se había convertido en centro comercial y financiero, con moneda propia obligatoria, lo cual, unido a lo ya indicado de no estar abierto a todos,  lleva a Jesús a su conocida acción en el Templo.

Claro que la actitud de Jesús queda reflejada en otros párrafos del evangelio de Juan; veremos que el cambio CONCEPTUAL es básico y, diría yo, que debería de ser definitivo: “Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días” (Jn 2, 19)… En realidad Jesús hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2, 19). ¿Alguien creyó esto en aquel momento? No parece plausible; los discípulos no se dieron cuenta de esta gran verdad hasta la resurrección de Cristo.

Esta consciencia puede verse por primera vez en los Hechos de los Apóstoles (Hch 15), el Concilio de Jerusalén, unión de judíos y paganos, ambos convertidos que constituyen un pueblo renovado y el nuevo Templo de Dios, por supuesto alrededor de Cristo. Citan a Amós (9, 11 – 12) que reparará la tienda de David medio destruida y la volverá a edificar como estaba antiguamente.

El pueblo es, pues, el que tiene el protagonismo del cuerpo, como parte del cuerpo del que Cristo es la cabeza. La carta a  los Efesios (3, 19b – 20) lo dice claro: “… vosotros sois de la casa de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, y cuya piedra angular es Cristo”. Hay otras citas de Pablo en el mismo sentido.

 

El templo está en la Comunidad

“¿No sabéis que sois el templo de Dios y que el Espíritu habita en vosotros…? El templo de Dios es sagrado y ese templo sois vosotros.” “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que está en vosotros?”.

¡Cómo necesitamos comunidades vivas! Pero, ¿qué son las comunidades vivas? San Pablo las funda y las cuida, y en sus cartas las podemos ver y conocer. ¿Conoces al que está a tu lado en la Eucaristía? ¿Conoces a la mayor parte de los participantes en la Eucaristía? ¿Compartes con ellos preocupaciones y alegrías? ¿Compartes con ellos tus pertenencias? ¿Compartes con ellos la escucha de la Palabra?  ¿Sostienes al Sacerdote que dirige la comunidad? ¿Tratas de proclamar el Reino de Dios entre todos?; sí, ese Reino que es lugar de amor, justicia, verdad y paz. Si es así, como eran, o querían ser, las comunidades de la Iglesia en sus orígenes, sería lógico pensar que esas comunidades son el templo sagrado de Dios, y, entonces, ¿necesitamos grandes templos con limitada utilización?, o, ¿necesitamos lugares de reunión de la comunidad (templo sagrado de Dios) que podamos dedicar a más menesteres… de atender a menesterosos, atender a los necesitados que es lo que Jesús vino a decirnos: Amar a Dios (la comunidad templo sagrado de Dios: amor a Dios), y al prójimo como a ti mismo (la comunidad atiende al necesitado).

 

Conclusión

El Templo judío, aunque levantado en honor de Yahvé, tenía una intención de orgullo nacional muy marcado. Nuestros templos no tienen ese objetivo, pero estimo que tampoco cumplen unas condiciones exigibles de servicio a la comunidad. El Señor está en todos, la comunidad es el Cuerpo de Cristo, y a su servicio debería orientarse los templos que desde ahora se construyan.

Entonces, alrededor de una capilla del Santísimo, pequeña y digna, que en lugar destacado tendría el sagrario conservando la Eucaristía para adoración de los fieles y para ser llevada a enfermos, parece, entonces, que los nuevos templos estarían orientados hacia el acogimiento de la comunidad, en todos los sentidos, con una serie de salones y habitaciones que facilitarían las actividades de catequesis, la acogida de los “sin techo”, acogida de los más necesitados de la parroquia, actividades de Cáritas, grupo misionero, actividades de mayores, actividades de los jóvenes y de los más pequeños, preparación de las Eucaristías y otras fiestas parroquiales, es decir, todas las actividades y grupos en los que podría dinamizarse la parroquia y, en resumen, una completa dedicación a la comunidad parroquial lo cual, al fin y al cabo, es una alabanza al Señor, promovería la unión de los componentes de la Parroquia, incluyendo, indudablemente, vivienda para el Párroco

La celebración de las Eucaristías que se fijaran, podría tener lugar en uno de los salones de la comunidad, con la misma dignidad y respeto con que ahora se celebran… aunque, quizás, fuera conveniente que tuvieran lugar con menos formalismo. Pero esto ya es otro asunto.