11/09/2022 Dominical Dios espera con los brazos abiertos a cada persona

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ;j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO (11septiembre 2022)
(Ex 32, 7 – 11. 13 - 14; Sal 51, 3 - 19; 1 Tm 1, 12 - 17; Lc 15, 1- 32)

Dios espera con los brazos abiertos a cada persona

El auténtico líder y mediador de todo pueblo es aquel que quiere correr la misma suerte que los suyos, sin halagos, sin excepciones, sin ventajas personales... ¿así son también nuestros líderes religiosos y políticos? Sin duda que viven con el pueblo, sufren con ellos, comparten sus problemas y miserias, se mojan en la realidad cotidiana de sus vidas. ¿Se lo creen Vds.? Yo tampoco. ¡Pobre pueblo! ¿Por qué te dejas engañar? ¡Espabílate! En todo peregrinar humano, también en el religioso, es muy útil la existencia de un guía experto que nos oriente (recalco lo de experto, no es necesario que sea clérigo). Pero deber de todo guía es enseñar a caminar al pueblo. Israel no sabe caminar solo y se fabrica sus ídolos, muchos cristianos hoy tampoco saben caminar... y se construyen sus nuevos ídolos. Ni los unos ni los otros han alcanzado la madurez. Guía perverso y opresor será aquel que goce teniendo siempre sometidos a los demás por su conciencia, por su... y los opresores son infinitos. ¡Pueblo, si deseas la madurez, espabílate!
Ex 32, 7 – 11. 13 – 14
La fidelidad es básica en nuestro ser cristiano... siempre humano
El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado.
En aquellos días dijo el Señor a Moisés: Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un toro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: «Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.» Y el Señor añadió a Moisés: Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo. Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios: ¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob a quienes juraste por ti mismo diciendo: «Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.» Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Es curioso (¿asombroso?) ver en Roma, en la iglesia de San Pedro Encadenado, el célebre Moisés de Miguel Ángel, que lo representa con las Tablas del Testimonio “escritas por el dedo de Dios”, viendo a su pueblo adorar el “becerro de oro”.
La cara de enojo de Moisés no es menor que la que la lectura de hoy atribuye a Dios. Sin embargo, es capaz de responder con fidelidad a su pueblo, en contraste a la infidelidad de éste para con el Señor, y al mismo tiempo de elaborar toda una argumentación, que acaba por convencer a Dios de que no extermine a su pueblo: “¿Cómo podrías enojarte con tu pueblo después de todos los prodigios que hiciste para sacarlo de Egipto?.... Acuérdate de tus servidores Abraham, Isaac y Jacob, y de las promesas que les hiciste”.
Todo lo contrario que los demagogos, Moisés es duro y exigente cuando se encara con el pueblo, pero lo ama, porque es el suyo, lo defiende ante Dios y rechaza la propuesta divina de exterminar a aquellos rebeldes y darle otro pueblo más grande y que le sea más dócil. Moisés no transige con el pecado, pero ama a aquel pueblo pecador, que es el suyo, y no querría cambiarlo por ningún otro.
Todo un ejemplo de fidelidad y coherencia difícil de imitar, pero, no cabe duda, un ejemplo a seguir en nuestro trato con las personas tanto en el trabajo como en la vida cotidiana.
¿Sentimos el amor de Dios en nuestra vida? ¿Sabemos “retransmitirlo” a los demás?

En este Salmo el hombre pide perdón por su pecado. Es consciente de la falta cometida. Es capaz de pedir sinceramente su conversión. Y se compromete a proclamar el Reino También se acuerda de rogar por la comunidad. Es una buena secuencia para seguir. La alegría de la salvación es don del Espíritu y prueba de nuestra cercanía al Señor.
Sal 51, 3 – 4. 12 – 13. 17. 19
Humildad en la confianza es camino seguro
Me pondré en camino adonde está mi padre.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
El salmo es el pueblo de Israel pidiendo perdón por su pecado, también con argumentaciones muy adecuadas y llenas de belleza y humildad.
El Bautismo está presente. Y de nuevo la alegría de estar en el Señor. Así preparados seremos capaces de llevar el Evangelio por el mundo y alabaremos al Señor.
La penitencia implica conversión, sino no es nada.
¿Comprendemos que “conversión” significa encuentro con Dios? ¿Comprendemos que es el amor a Dios y no el temor de Dios lo que nos lleva a la conversión?

También esta segunda lectura de hoy nos habla de la misericordia. La misericordia es el rostro más expresivo y original de Dios, el rasgo que mejor le caracteriza. Pablo no quiere retener nada para sí que no remita únicamente a la condescendencia sin límites del amor de Dios al hombre. Desea presentarse solo como un puro producto de la misericordia divina. Se considera a sí mismo “el primero” de los pecadores, a fin de que pueda aparecer en él la expresión más clara de la misericordia infinita de Dios.
Segunda lectura 1Tm 1,12-17
Jesús nos ha mostrado el camino de la vida cristiana
Cristo vino para salvar a los pecadores.
Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
En la carta pastoral a la que pertenece la segunda lectura Pablo explica con claridad la misión del nuevo mediador, Cristo Jesús, que “vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”.
Expresa pues Pablo los mismos sentimientos y acciones que hemos apreciado en las lecturas anteriores: fidelidad, mediación, misión.
No quiere que admiremos su comportamiento ni sus virtudes, sino la manifestación de la misericordia de Dios en él.
La misericordia de Dios conmigo, nos dice Pablo, es una simple muestra de lo que hará también con vosotros.
La misericordia de Dios con el pueblo de Israel, es la misma que ha tenido con Pablo y la que tiene con nosotros.
¿Sabemos qué es la conversión? ¿Sabemos seguir el camino que nos marca?

En vez de llamarse “El regreso del hijo pródigo”, muy bien podría llamarse “La bienvenida del padre misericordioso”. Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge un sentimiento de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre, la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos, habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.
Evangelio Lc 15, 1 – 32
Imposible mejor ejemplo de padre
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: -¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. También les dijo: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.» Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: -Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.
Y para mayor ejemplo de la paciencia, la fidelidad, en definitiva, la misericordia de Dios, la liturgia nos trae hoy tres hermosas parábolas que reflejan la alegría de nuestro Padre Dios por encontrarnos y acogernos; siempre nos estará esperando como un buen padre que es. Se repite la figura del pastor tan entrañable, cuidadoso amante de sus ovejas que no consiente en perder ni una sola. Siempre nos da la oportunidad de seguirle.
Y como Dios alumbra, barre y busca con cuidado tratando de guiar libremente a ese pecador perdido. Y ese padre con el hijo que huye de su lado representando esa humanidad que parece tratar de alejarse de Dios y refugiarse en unas comodidades que se consumen y no dan satisfacción, al mismo tiempo que dejan a otros sin su diario refrigerio. ¿Descubrirá que lo que realmente tiene es necesidad de Dios, de su Palabra, de su cariño?
Claro que el otro hijo cumplidor, trabajador, tiene un corazón pequeño; no es capaz de ver la misericordia del padre y así no sabe alegrarse de lo bueno que le pasa a su hermano. Las lecciones, aparte del amor de Dios que desborda las tres parábolas, son claras.
Actuar siempre mirando a los demás con la misericordia del corazón, dejando aparte los juicios severos, reconociendo la obra del Señor; pregonar la Palabra con el testimonio que atraiga al pecador; y estar siempre dispuestos a recibir a nuestros hermanos.
Y para nosotros mismos, ser capaces de rezar el Salmo de hoy, en la confianza de que el Señor nos acoge siempre; pero que debemos estar en permanente conversión
¿Comprendemos nuestra función de padres? ¿Es nuestra postura la de esperar “cosas” de nuestros hijos sin entregarnos nosotros?

ORACIÓN: Te rogamos, Señor, que sepamos asimilar la alegría y la fiesta que la Palabra de hoy nos manifiesta; que experimentemos en la propia vida la gratuidad y sorpresa que el amor de Dios nos trae, siendo capaces de comunicar a todos la alegría que nos llega. Te lo pedimos, Señor

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EL OTRO HIJO
Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del "padre bueno", mal llamada "parábola del hijo pródigo". Precisamente este "hijo menor" ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del "hijo mayor", un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El "hijo mayor" es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola



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