20/11/2022 Dominical. Jesús anuncia el Reino de Dios presente en su persona.

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO TRIGÉSIMO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO (20 Noviembre 2022)
(2 S 5, 1 - 3; Sal 122, 1 - 5; Col 1, 12 - 20; Lc 23, 35 – 43)

El “Catecismo al andar” dice que “el Reino de Dios nada tiene que ver con lo que llamamos reino o Estado. Se trata de un mundo de justicia, de amor, de igualdad, de verdad, de libertad; algo que ni soñado se puede imaginar, un mundo nuevo que se ofrece a los pobres. ¿Y a los ricos? A los ricos hay que ayudarles a ser pobres compartiendo todo lo que tengan para ser dignos de ese Reino.” Por ahí andan las cosas de la celebración de este domingo y por ahí andan las homilías y manifestaciones de nuestro Papa Francisco.

Jesús anuncia el Reino de Dios presente en su persona.
En este pequeño resumen de la liturgia de hoy hay varias cuestiones que podríamos CONTEMPLAR, (leer, si se tiene la paciencia necesaria) sobre dos puntos importantes:
 PASTOR:
 El Pastor bíblico. La importancia de la agricultura y la ganadería en todas las épocas que abarca la literatura bíblica explica suficientemente que el pastoreo haya sido fuente permanente de inspiración para expresar muchos aspectos de la vida de Israel; entre ellos se cuentan los que tocaban a las relaciones de los distintos dirigentes y, muy especialmente, de Dios con su pueblo: tanto a aquéllos como a éste se les aplica con frecuencia el título de "pastor", mientras que al pueblo se le contempla como "el rebaño", "las ovejas", sobre todo de Dios.
 En el recurso a éstas y otras imágenes del mundo pastoril, llama la atención que, frente a lo que ocurre en los otros pueblos del entorno geográfico y cultural de Israel, nunca se llama "pastor" al "rey" en funciones; sólo de "mi siervo David", representación del Mesías futuro, dice abiertamente el mismo Dios que apacentará y será pastor de sus ovejas, es decir, del pueblo de Israel (Ez 34, 23s).
 El contexto de esta afirmación es altamente significativo en dos sentidos: en primer lugar, porque sigue a una fuerte y larguísima crítica de Dios a los distintos dirigentes de su pueblo, a quienes se había presentado repetidamente como pastores (Ez 34, 1-8); en segundo lugar, porque, en relación estrechísima con esta crítica y como consecuencia de ella, Dios promete cuidarse él mismo de sus ovejas, buscarlas, congregarlas, apacentarlas (34, 9-31).
 En este contexto, el pastoreo del Mesías futuro aparece precisamente como expresión concreta de aquel cuidado asumido por el mismo Dios en favor de su pueblo; lo cual significa que el Mesías actúa en nombre de Dios, como su representante o, al menos, como instrumento eficaz del pastoreo de Dios sobre el pueblo.
 REY:
 El tema del reino de Dios ocupa en los dos Testamentos un puesto de primera importancia; el de la realeza humana se desarrolla a partir de la experiencia israelita y sirve finalmente para definir la realeza de Jesucristo.
 Sin embargo, en el Antiguo Testamento la realeza no pertenece a las instituciones más fundamentales del pueblo de Dios, confederación de las tribus ligadas por la Alianza.
 Existía, sin embargo, en Canaán desde la época de los patriarcas (Gén 20), y en los pequeños pueblos vecinos desde la época del éxodo y de los jueces (Gén 36,31-39; Núm 20,14; 21,21.33; 22,4; Jos 10-11; Jue 4,2; 8,5).
 Pero cuando Israel adopta la representación regia para aplicarla a su Dios, no saca de ella ninguna consecuencia para sus instituciones políticas; Yahveh reina sobre Israel (cf. Jue 8,23; 1Sa 8,7; Éx 19,6) en virtud de la alianza, pero ningún rey humano encarna su presencia en medio de su pueblo.
 En Israel el rey no pertenece, como en las civilizaciones circundantes, a la esfera de lo divino. Está sometido como los otros hombres a las exigencias de la alianza y de la ley, como los profetas no dejan de recordarlo cuando se presenta la ocasión (cf. 1Sa 13,8-15; 15,10-30; 2Sa 12,1-12; 1Re 11,31-39; 21,17-24).
 Es, sin embargo, un personaje sagrado, cuya unción se debe respetar (1Sa 24,11; 26,9). A partir de David se precisa su situación con respecto a Dios: Dios hace de él su hijo adoptivo (2Sa 7-14; Sal 2,7; 89,27s), depositario de sus poderes y virtualmente establecido a la cabeza de todos los reyes de la tierra (Sal 89,28; cf. 2, 8 12; 18,44ss). Si es fiel, Dios le promete su protección. Por sus victorias sobre el enemigo del exterior deberá asegurar la prosperidad de su pueblo (cf. Sal 20: 21) y, en el interior, hacer que reine la justicia (Sal 45,4-8; 72,1-7.12ss; Prov 16,12: 25,4s: 29,4.14).
 Sus quehaceres temporales convergen de este modo con el fin fundamental de la alianza y la ley. Además, como jefe del pueblo de Dios ejerce en la ocasión determinadas funciones cultuales (2Sa 6.17s: I Re 8,14.62s), lo que explica el que se hable de un sacerdocio regio (Sal 110,4). El ideal del rey fiel (Sal 101), justo, pacífico, corona así en cierto modo todo el ideal nacional: el ejercicio del poder regio debe hacer que ese ideal pase a la práctica.

Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como es presentado en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de derrotar el poderío romano. Otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso.
Primera lectura 2S 5,1-3
El Señor es nuestro rey, en ese Reino tan especial que Jesús proclamó
Ungieron a David como rey de Israel.
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: Hueso y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además, el Señor te ha prometido: «Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tu serás el jefe de Israel.» Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Las lecturas empiezan con un David que ha conquistado Jerusalén y es reconocido rey también por las tribus del norte. Bien claras quedan las prioridades: Jefe sí, pero también y antes, pastor.
La unión de las dos partes del reino (Judá e Israel) es una señal visible del Señor; toda infidelidad provoca la ruptura entre los hombres y toda división entre los hombres va contra Dios.
David conquistará Jerusalén, que estaba en manos de los cananeos, y que se convertirá en la capital del reino, centro visible de la presencia de Dios entre los hombres.
Claro que la unión no es uniformidad, y por encima de la diversidad está la hermandad. A veces en la Iglesia se confunde unión, hermandad..., con "uniformidad".
¿Será esto aplicable también a todos los cristianos?

El salmo que leemos también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la “ciudad santa” es la ciudad del poder. Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia su pasión a los que le siguen, no logran entender por qué tiene que ir a la muerte.
Salmo 122,1-2.3-4a.4b-5
La alegría debe de ser siempre signo distintivo del cristiano
Vamos alegres a la casa del Señor.
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor.»
Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Y aquí tenemos a la Jerusalén, preconizadora de la Jerusalén celestial que nos espera en la resurrección ¿Nos damos cuenta de que no es una casa de piedra o ladrillo, construida por manos humanas?
La Casa del Señor es viva, construida por el Espíritu. Vamos a la Casa del Señor, comunidad bien compacta, fundamentada en la fe y aglutinada por la fuerza del amor.
Allí están mis hermanos y compañeros, mi estímulo y mi refugio, mi vida compartida; juntos trabajamos y descansamos, y juntos celebramos el nombre del Señor.
¿Nos damos cuenta de que los grupos vamos a alabar al Señor?, en forma diversa, pero que debe de resultar una alabanza al Señor. Justicia, paz y felicidad, alabanza al Señor ¿qué más podemos desear?

Pablo resume en tres puntos la obra salvadora de Dios en Cristo; Dios nos ha hecho participar graciosamente de la herencia que había preparado para su pueblo santo, nos ha sacado del dominio de las tinieblas y trasladado al reino de su Hijo, y nos ha concedido el perdón por la sangre de Cristo.
Por eso es justo y necesario dar gracias a Dios, al Padre, por medio de Jesucristo. Vale la pena hacer notar que Pablo se sirve de categorías del éxodo cuando hace esta memoria de la salvación de Dios en Jesucristo: herencia (=tierra prometida), pueblo santo, dominio de las tinieblas o esclavitud, traslación al reino, redención por la sangre (del Cordero de Dios, Jesucristo es nuestra Pascua).
Por lo tanto, Pablo anuncia el evangelio de la liberación de todos los pecados y de cuanto esclaviza al hombre interna y externamente.
Segunda lectura Col 1,12-20
Seamos siempre signo de paz y de concordia
Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Canto de gloria a todo lo que Cristo, Rey del universo, ha realizado para la instauración del Reino en el que estamos insertos.
A todos, pues, se nos invita a hacer la experiencia de una vida vivida bajo un Rey, en un pueblo regio, pero bajo un Rey cuyo reino no es de este mundo.
Y con esa alabanza, una luz que es privilegio de la Sabiduría divina.
Un Reino al que todos accedemos: o sea, Jesús, las primicias, es decir, lo primero y lo mejor, que vino para darnos el perdón de nuestros pecados, para llevarnos YA aquí a su Reino de los Cielos, Reino de Dios, y también para la Pascua, el paso de esta vida al Padre, el paso de la muerte a la vida, resurrección de Cristo como paso necesario para nuestra resurrección.
¿Nos sentimos en el Reino de Dios? ¿Podríamos definir alguna de sus cualidades?

El evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono imperial, sino desde la cruz de los rebeldes. La rebelión de Jesús es la más radical de todas: pretende no sólo eliminar un tipo de poder (el romano, o el sacerdotal) para sustituirlo por otro, que con un nombre distinto estaría basado en la misma lógica de dominación y violencia (que era lo que correspondía a las expectativas judías).
Podríamos decir que Jesús es el anti-modelo de rey de los sistemas opresores: no quiere dominar a las demás personas, sino promover, convocar, suscitar, el poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad.
Evangelio Lc 23,35-43
La fe en la resurrección es nuestra más firme esperanza
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.
El interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí.
¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Según san Pablo, existen dos modos posibles de vivir: o para uno mismo o para el Señor (Rm 14, 7-9).
Vivir “para uno mismo” significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad.
Vivir “para el Señor”, al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino.
Se trata verdaderamente de una nueva existencia, frente a al cual la muerte ha perdido su carácter irreparable.
La contradicción máxima que el hombre experimenta desde siempre –aquella entre la vida y la muerte-- ha sido superada. La contradicción más radical ya no es aquella entre vivir y morir, sino entre vivir “para uno mismo” y vivir “para el Señor”.
¿Cómo es nuestra creencia en la resurrección?

LA ORACIÓN.- Permite, Señor, que descubramos a tu Hijo en todas las ocasiones por las que nuestra vida discurre, de manera que, basados en el amor, sepamos encauzarlas hacia la paz y la felicidad de todos los que nos rodean, y que tu Espíritu nos impulse a saber ser agradecidos y alabarte dignamente. Te lo pedimos, Señor.

Información adicional.-
EL REINO DE DIOS ES UN REINADO SIN REY Escrito por Fray Marcos. Fe Adulta

El último domingo del año litúrgico se dedica a Jesús. Toda la liturgia tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Comienza en Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena. Como todo ser humano nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que culminó con la plenitud de ser que expresamos con el título de Rey.
Pero Jesús respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo. Pues a pesar de ello, nosotros no estamos de acuerdo con lo que dijo Jesús y le proclamamos Rey del universo. Claro, nosotros sabemos mucho mejor que él, lo que es y lo que no es.
Con el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de "Jesús rey del universo"? Un Jesús que luchó contra toda clase de poder; que rechazó como tentación, la oferta de poseer todos los reinos del mundo. Un Jesús que dijo: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios. Un Jesús que invitó a sus seguidores a no someterse a nadie. Un Jesús que dijo que no venía a ser servido, sino a servir. Un Jesús que dijo a los Zebedeo: "El que quiera ser grande que sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último. Un Jesús que cuando querían hacerlo rey, se escabulló y se marchó a la montaña; por cierto, con gran cabreo de los apóstoles que se fueron en la barca sin esperarlo. Podíamos hacer más referencias, pero creo que está claro lo que quiero decir.
La palabra Rey, Padre, Hijo, Mesías, Pastor, tienen gran riqueza de significados simbólicos, tanto en el AT como en el Nuevo. Todas están relacionadas entre sí y no se pueden entender separando unas de otras.
La idea de un "rey", en Israel, fue más bien tardía. Mientras fueron un pueblo nómada no tenía sentido pensar en un rey, ni siquiera sabían lo que era. Solo cuando llegaron a Canán y se establecieron en las ciudades conquistadas, sintieron la necesidad de copiar sus estructuras sociales y le pidieron a Dios un rey. Esa petición de un rey fue interpretada por los profetas como una apostasía, porque para el pueblo judío, el único rey debía ser Yahvé. Encontraron la solución convirtiendo al rey en un representante de Dios.
Para erigir a una persona como rey, se le ungía. Es lo que significa exactamente Mesías (Ungido). La unción le capacitaba para una misión: conducir al pueblo en nombre de Dios. De ahí que desde ese momento se le llamara hijo de Dios. Lo propio de un hijo es actuar como el padre, en lugar del padre. También se le llamaba padre del pueblo y pastor del pueblo. Lo mismo que Dios era padre y pastor para su pueblo, el que era elegido como rey era ungido, hijo, pastor y padre. Los primeros cristianos utilizaron todas estas palabras para referirse a Jesús y nosotros podemos seguir utilizándolas como símbolos.
Una clave para entender la fiesta de hoy la podemos encontrar en el mismo evangelio que acabamos de leer. En primer lugar, el letrero que Pilatos puso sobre la cruz, era una manera de mofarse, no de Jesús, sino de las autoridades judías que se lo habían entregado. Es curioso que nosotros hayamos ampliado el ámbito de su realeza a todo el universo. ¿Para escarnio de quién? Los soldados también le colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado de piedras preciosas? Por desgracia él no está presente para poder protestar por la tergiversación que supone la farsa.
Las autoridades, el pueblo, uno de los ladrones, le piden que se salve; pero Jesús no bajó de la cruz. Desde el bautismo hasta la cruz, le acompaña la tentación de poder. Jesús se salvó de esa tentación, pero no como esperaban los que estaban a su alrededor.
Hoy seguimos esperando, para él y para nosotros, la salvación que se negó a realizar. Nos negamos a admitir que nuestra salvación pueda consistir en dejarnos aniquilar por los que nos odian. La plenitud del hombre es el servicio hasta la muerte. Si seguimos esperando la salvación externa, de seguridad, de poder o de gloria, quedaremos decepcionados como ellos.
Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor reinen en todos los rincones de la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad.
El centro de la predicación y actuación de Jesús fue "el Reino de Dios". Nunca se predicó a sí mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo y todo lo que dijo, hacía siempre referencia a Dios.
El Reino de Dios es una realidad que no hace referencia a un rey. Ni Dios ni Jesús pueden hacer nada por implantar su Reino al margen de nuestra actuación. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo presente aquí y ahora, como Jesús lo hizo presente mientras vivió entre nosotros. Jesús de Nazaret se identificó de tal manera con ese Reino, que pudo decir: "quien me ve a mí, ve a mi Padre". Esto no lo decía como segunda persona de la Trinidad, sino como ser humano que había llegado a la experiencia fundamental y había descubierto que su auténtico ser y Dios eran uno.
Los cristianos descubrieron esta identificación, y pronto pasaron de aceptar la predicación de Jesús a predicarle a él. Surge entonces la magia de un nombre, Jesucristo. Jesús el Cristo, el Ungido. El soporte humano de esta nueva figura queda determinado por la cualidad de Ungido, Mesías. El adjetivo (ungido) queda sustantivado (Cristo).Lo determinante y esencial es que es "Ungido".
Lo que Jesús manifiesta de Dios, es más importante que el sustrato humano en el que se manifiesta lo divino. Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido, pero tampoco puede haber un "Ungido" sin un ser humano, Jesús. Cristo no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús.
El Reino que es Dios, es el Reino que se manifiesta en Jesús. Para poder aplicar a Jesús ese título, debemos despojarlo de toda connotación de poder, fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no solo condenó al que somete; condenó con la misma rotundidad a aquel que se deja someter. Este aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan. No hay opresor sin oprimido.
El reinado de Cristo es un reino sin rey, donde todos sirven y todos son servidos. Cuando decimos: reina la paz, no queremos decir que la paz tenga un reino sino que la paz se hace presente en ese ámbito.
Jesús quiere seres humanos completos, que sean reyes, es decir, libres. Jesús quiere seres humanos ungidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo divino a través de su humanidad. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino. El que se deja esclavizar es siempre opresor en potencia, no se sometería si no estuviera dispuesto a someter.
Entre todas las opresiones posibles la religiosa es más inhumana porque es capaz de llegar a lo más profundo del ser y oprimirle radicalmente. Emplear términos militares, como "guerrilleros de Cristo", "cruzados de Cristo", para designar personas o asociaciones que pretenden estar vinculadas a Jesús, es muestra de la más burda tergiversación del evangelio.
En el padrenuestro, decimos: "Venga tu Reino", expresando el deseo de que cada uno de nosotros hagamos presente a Dios como lo hizo Jesús. Y todos sabemos perfectamente cómo actuó Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no entramos en la dinámica del Reino.
Jesús quiere que todos seamos reyes, es decir que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie. Cuando responde a Pilatos, no dice "soy el rey", sino soy rey. Con ello está demostrando que no es el único, que cualquiera puede descubrir su verdadero ser y actuar según esa exigencia.



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