22/01/2023 Dominical Ayúdanos, Señor, a llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO TERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo A) (26 Enero 2020)
(Is 8, 23b – 9, 3; Sal 27, 1 - 4; 1 Co 1, 10 – 13; Mt 4, 12 - 23)

Ayúdanos, Señor, a llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras

El “camino del mar” unía Egipto con Mesopotamia; bordeaba la costa hasta la llanura de Jezreel (cerca ya de la actual Haifa) y luego atravesaba Galilea. Galilea fue la primera región anexionada por los asirios
Es un poema que muchos estudiosos atribuyen a la escuela de Isaías, no al maestro directamente, y que vendría a descifrar un momento determinante de la historia de Judá, concretamente un siglo después, cuando el gran rey Josías (640-609 a. C.), un muchacho todavía, sube al trono, a causa del asesinato de su padre Amón, con el propósito de liberar el norte, la Galilea de los gentiles, de la opresión de los asirios.
Primera lectura Is 8,23b-9,3
La confianza en el Señor es garantía de vida cristiana
En la Galilea de los gentiles, el pueblo vio una luz grande.
En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Los asirios habían conquistado el reino del Norte y llevado a una parte de la población al otro extremo de su imperio, el actual Afganistán.
Era el territorio de las tribus de Zabulón y Neftalí que, siglos después sería la Galilea. Isaías anuncia el regreso de esos deportados. Es como una resurrección; es la visión de una gran luz; una fiesta, una alegría.
El binomio luz-tinieblas no encierra un dualismo puramente antropológico y ético, sino que designa sobre todo la salvación y la perdición.
Cuando un hombre se halla en apuros y, de pronto, le ocurre un buen suceso decimos que "le ha salido el sol". De igual manera describe el profeta la salvación de Dios, "sol de justicia", para un pueblo que padecía la humillante opresión de sus invasores.
La "luz grande" que verá ese pueblo esclavizado es la presencia de Dios que viene a salvarle y a poner en fuga a todos sus enemigos.
La descripción de este cambio venturoso allí donde cundía el desespero de los sometidos y dominaba el despotismo de los invasores, se hace espontáneamente un canto de alabanza a Dios en boca del profeta.
Es el encuentro con el Señor, la experiencia de fe que hemos descubierto, que nos acompaña y que debemos comunicar llenos de alegría.
¿Somos capaces de “atisbar” la “luz grande” que nos trajo Jesús?
¿Caminamos humanamente por la vida, pero siempre con la esperanza en el horizonte?
¿Somos capaces de llevar luz a los más necesitados?

Este Salmo consta de dos partes íntimamente relacionadas. En la primera (vs. 1-6), el salmista manifiesta con imágenes muy expresivas su inalterable confianza en el Señor (v. 3) y su anhelo de vivir en constante comunión con él (v. 4). La segunda (vs. 7-14) es una súplica en medio de la persecución, donde vuelve a ponerse de manifiesto ese mismo sentimiento de ilimitada confianza (v. 10). Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el día de la alegría como en el tiempo del miedo.
Salmo 27,1.4.13-14
La luz de la Palabra nos ilumina siempre... que la escuchemos
El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Gracias, Señor, por habernos puesto en este país de la vida, y habernos dado la esperanza y el ánimo para afrontar las angustias que a veces aquí se crean, así como la especial esperanza de culminar nuestra vida a tu lado en el nuevo país en el que nos tienes moradas reservadas.
Con tu luz y tu salvación iremos tratando de impartir alegría a nuestro alrededor, en especial a los más humildes y oprimidos.
¿Buscamos “valentía” en el Señor?
¿Nos fiamos de su Palabra? ¿La leemos? ¿La meditamos?

La lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios que hoy leemos es de una actualidad verdaderamente desconcertante. Pablo habla ciertamente de la comunidad de Corinto de aquel tiempo al dirigirse a la conciencia de los fieles a propósito de todo lo que allí estaba en contradicción con la verdadera existencia cristiana. Sin embargo, nos percatamos inmediatamente de que no se trata sólo de problemas de una comunidad cristiana perteneciente a un lejano pasado, sino lo que entonces se escribió nos atañe también a nosotros ahora.
Al hablar a los Corintios, Pablo nos habla a nosotros y pone el dedo en las llagas de nuestra vida eclesial de hoy. Como los corintios, también nosotros corremos peligro de dividir a la Iglesia en una disputa de grupos, donde cada uno se hace su idea del cristianismo. Y, así, tener razón es más importante para nosotros que las justas razones de Dios respecto a nosotros, más importante que ser justos delante de él. Nuestra idea propia nos encubre la palabra del Dios vivo, y la Iglesia desaparece detrás de los partidos que nacen de nuestro modo personal de entender.
La semejanza entre la situación de los corintios y la nuestra no se puede pasar por alto. Pero Pablo no quiere simplemente describir una situación, sino sacudir nuestra conciencia y volvernos nuevamente a la debida integridad y unidad de la existencia cristiana. Por eso debemos preguntarnos: ¿Qué hay de verdaderamente falso en nuestro comportamiento? ¿Qué hemos de hacer para ser no el grupo de pablo, de Apolo o de Cefas o un grupo de Cristo, sino Iglesia de Jesucristo? ¿Cuál es la diferencia entre un grupo de Cristo y la justa fidelidad a la piedra sobre la cual se ha edificado la casa del Señor?
Segunda lectura 1Co 1,10-13.17
Lo esencial es la adhesión a Cristo y no a los medios por los que llegamos al conocimiento de Él
Poneos de acuerdo y no andéis divididos.
Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: po¬neos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mis¬mo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias en¬tre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, dicien¬do: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evange¬lio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Pablo viene con la rebaja... ¿o con la realidad?
La unión de todos es importante, con el Señor como faro y guía, comprendiendo que Cristo es lo vital y que debemos de vivir en su caridad, sin pretensión de posesión de la verdad.
La comunidad es vía de salvación, es parte de ese país al que aludía el Salmo, permite mejorar nuestra fe, es siempre caldo de esperanza y el amor entre todos sus componentes anticipa y anuncia el amor de Dios. ¡Cuidado, pues, con las discordias internas!
Nuestras diferencias de opinión ¿nos llevan al enfrentamiento? ¿A la crítica “inmisericorde”?
¿Somos conscientes de que lo esencial es la adhesión a Cristo?
¿Somos capaces de hacer un examen de conciencia ecuánime dándonos cuenta de nuestra falta de aceptación de otros?

El Evangelio de hoy nos presenta a Cristo en su labor de anunciador de la Buena Noticia. Le sitúa cumpliendo la profecía de Isaías proclamada en la primera lectura. El tema del evangelio de Mateo se basa en demostrar que Jesús es el verdadero Mesías. Pero cuando Jesús es reconocido como tal por los gentiles, no es admitido por los judíos.
Juan Bautista le había anunciado. Jesús cambia de lugar y se va a Galilea. Este es el comienzo de los desplazamientos de Jesús, el primero de los cuales se sitúa precisamente en Galilea, encrucijada de los gentiles. Juan Bautista había anunciado a Jesús, pero antes lo había hecho ya Isaías.
Anunciado así por partida doble, el Señor comienza su predicación. Su tema es sencillo, pero mueve: "Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos". Jesús recorre Galilea entera llevando el mismo mensaje: el Reino ya está aquí; y lo prueba "curando las enfermedades y dolencias del pueblo". En diversas ocasiones nos ha sido dado comprobar que aquello era la señal del Reino.
Evangelio Mt 4,12-23
La llamada de Dios nos llega a los seres humanos en su entorno corriente, en su puesto de trabajo.
Se estableció en Cafarnaún. Así se cumplió lo que había dicho Isaías.
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Gali¬lea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os, haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Mateo nos cita el trozo de Isaías que aparece en la primera lectura. Claro, ahí está la luz grande que divisa el pueblo; Jesús “se fue a vivir a Cafarnaúm, a orillas del lago, en la frontera entre Zabulón y Neftalí”. Y desde allí emprende su acción misionera y salvadora. Y para esa acción nos va llamando y haciendo sus discípulos.
La iniciativa es suya, no somos nosotros los que nos constituimos en discípulos, sino que es Jesús quien transforma al hombre en discípulo, solidarizándonos con Él. ¿Nos damos cuenta de que esto exige un profundo desprendimiento?: Y está bien claro que el seguimiento es un camino, no la instalación en un estado; un camino que a veces no es cómodo ni está alfombrado.
El seguimiento es misión partiendo de la comunión y el apoyo que esto implica; debemos salir al mundo, con nuestro buen quehacer y nuestro testimonio. La Palabra nos empapa y nos anima. Pescadores de hombres. ¡Qué belleza! Pero, ¡qué temporales encuentran a veces los pescadores!
¿Tratamos de devolver la ilusión y la esperanza a un país desilusionado y sin horizonte como lo hace Jesús presentando el Reino de Dios? ¿Que no sabemos cómo es eso? Practiquemos lo oración sincera
¿Practicamos el ejemplo: “Venid y seguidme”?
¿Nuestra invitación implica hacer algo, no dejar algo, dirige a la ilusión y no a la tristeza?

LA ORACIÓN: Te bendecimos, Señor, a ti que eres nuestra luz, y te pedimos que este domingo que ahora comenzamos transcurra todo él consagrado a tu alabanza Tú que, por la resurrección de tu Hijo, quisiste iluminar el mundo, haz que tu Iglesia difunda entre todos los hombres la alegría pascual. Te lo pedimos, Señor

Información relacionada.-
El Señor es mi luz y mi salvación
El salmo que leemos hoy enlaza con las palabras del profeta Isaías, vaticinando la luz y la liberación para su pueblo esclavizado, y con las de Jesús en las aldeas de Galilea, exhortando a la conversión, “porque el Reino de Dios está cerca”.
¿Qué es el Reino de Dios? Podríamos responder con estos versos del salmo: es “habitar en la casa del Señor”, “gozar de la dulzura del Señor”, gozar de su dicha “en el país de la vida”. El país de la vida: esta podría ser una bella definición del Reino de Dios.
Porque Dios reina allí donde hay vida, belleza, abundancia, amor. Y su reino no es otro que vivir en su presencia: ante nosotros, dentro de nosotros, palpitando en nuestro ser.
Las escrituras siempre han tomado la luz como imagen de Dios. La luz es energía, potencia, signo de vida. Donde hay luz, por más miseria y pecado que pueda abundar, las tinieblas acaban huyendo. No hay un solo rincón que permanezca en completa oscuridad allí donde alcanza el más pequeño rayo de luz.
¿Por qué a veces nuestras vidas parecen tan oscuras y nos hundimos en el desánimo y en la tristeza? No es porque falte la luz, sino porque nos encerramos a cal y canto en nuestras mazmorras, pensando que dentro de ellas encontraremos respuestas... O porque quizás tenemos miedo a lo que puede entrar de afuera de nosotros. O porque desconfiamos y creemos que nada que venga de afuera puede ser bueno. Tenemos miedo. Incluso se nos ha inculcado que todo lo que nos viene dado por otros puede ser una amenaza a nuestra libertad. ¡Son actitudes tan frecuentes! A la hora de hablar de Dios, las encontramos en miles de bocas. Cuánto cuesta abrir un resquicio de alma a la luz. Con qué obstinación nos aferramos a nuestro pobre y mísero yo, confundiendo la egolatría con la libertad.
Los versos del salmista son el canto de quien ha vencido esos miedos y ha hecho saltar los cerrojos de su corazón. Con la luz, desaparece el miedo. Con la calidez de Dios, se diluye la tristeza. ¿Quién me hará temblar? En los momentos más bajos de nuestra vida, recordemos las palabras de este salmo: “Sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”. Porqué Él jamás defrauda a quien lo espera con sinceridad.

Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. (Concilio Vaticano II, Constitución “Lumen Gentium”, 1)



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