26/05/2024 Dominical El amor del Padre, nos llega por el Hijo y nos envuelve en el Espíritu.

 

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (26 Mayo 2024)
(Dt 4, 32-34.39-40; Sal 33; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20)
El amor del Padre, nos llega por el Hijo y nos envuelve en el Espíritu.
“Conocemos lo que es Dios en sí mismo a través de lo que Dios ha hecho con nosotros y por nosotros. El revelarse de Dios hacia fuera nos manifiesta como es Dios hacia dentro.
Ahora bien, Dios se ha revelado como Padre, es decir, como el ser que da la vida al hombre y está siempre a favor del hombre.
Dios se ha revelado como Hijo, es decir, como el amigo cercano y familiar al hombre, que traza el camino y el destino que debe seguir el creyente.
Dios se ha revelado como Espíritu, es decir, como amor absoluto y libertad soberana, que describe cuáles tienen que ser las opciones fundamentales del hombre en la vida. Así se ha manifestado Dios.
A partir de este planteamiento se comprende en qué consiste la experiencia trinitaria, la auténtica experiencia de Dios. Es la experiencia de la seguridad y la confianza total en Dios como Padre. Es la experiencia del seguimiento de Jesús como Hijo. Y es la experiencia del amor sin límites y de la libertad total frente a los poderes e instituciones de este mundo. He ahí la auténtica experiencia de Dios” (Teología para comunidades, José Mª Castillo)
Dios eligió a un pueblo marginal. Este texto de Deuteronomio es una exhortación muy doctrinal, desde luego, pero no menos entrañable y comunicativa por parte de Dios. Los autores han querido presentar la elección de Israel como una decisión muy particular y decisiva de Yahvé. Se pasa revista a los grandes acontecimientos que le han dado al pueblo una identidad: la liberación de Egipto, la teofanía o manifestación en el Sinaí (o en el Horeb), el don de la tierra de Canaan. Todo esto forma el “credo” fundacional de la fe israelita. Esto llama al pueblo a un destino.
Al contrario de lo que cabía esperar, nos habla del Dios cercano de Israel, del que ha elegido a este pueblo, sin méritos, sin cultura, sin pretensiones, para que haga presente su proyecto de salvación y liberación sobre la humanidad. Esto lo interpretó Israel como un privilegio, pero en contrapartida, en este texto se exige el guardar sus mandamientos para que esa nación pueda considerarse como privilegiada.
El Dios que hace escuchar su voz en medio de signos y prodigios, según expresiones bíblicas, es un Dios histórico, no se queda en el arcano, porque es en la historia donde se encuentra con nosotros. El conjunto tiene un acento de condición apasionada. No olvidemos que éste no es un texto muy antiguo, más bien se cree que pertenece a la escuela deuteronomista que lo ha redactado en tiempos del Segundo Isaías. Es de raíces muy monoteístas, pero debemos reconocer que es uno de los pasajes más bellos del libro del Deuteronomio.
Primera lectura Dt 4, 32-34.39-40
Nuestro Padre también nos ha elegido a nosotros
El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas y de señales, de milagro y de combates, con mano fuerte y dando fuerte golpes, realizando esas cosas grandes, como todo lo que Yahvé vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahvé es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahvé tu Dios te da para siempre.
1 El pueblo de Israel había sido elegido por Dios, que lo había sacado de Egipto para hacerlo un pueblo nuevo, diferente.
2 Elegido, ¿para qué? Para llevar a ese Dios a todos los pueblos, llevarles la felicidad de un Dios único, justo, fiel y misericordioso.
3 Un pueblo con el cual Dios actuará en el corazón de la historia humana. Dios se hace presente en los acontecimientos humanos, vida, sufrimientos, fracasos y éxitos de un pueblo, Israel, preparación de la revelación definitiva de Dios en su Hijo Jesús, el Cristo.
4 Es decir, Dios se revela, y se sigue revelando, en la historia humana. Y ahí podemos encontrarlo, pero no sólo hay que mirar sino que hay que ver, no sólo hay que oír sino que hay que escuchar. (Mt 13, 13).
5 Es un Dios que libera a los hombres, otorga una libertad poco comprendida en la cultura occidental, una libertad que, desgraciadamente, no ha sido expuesta a los cristianos con la generosidad con la que Dios la ha otorgado, sino que más bien se nos ha presentado un Dios autoritario, lleno de normas y preceptos.
6 Casi lo contrario a la realidad. Así, entre los medios que la lectura cita para indicar la elección de Israel, se encuentran muchas facetas de la intervención del Señor en el pueblo de Israel, pero no se nombra la principal que es el AMOR, el amor que Dios tenía a su pueblo. Jesús nos lo trajo con todo género de detalles. Gracias, Señor.
¿Descubrimos en nuestra fe al Señor? ¿Nos hacemos muchos ídolos que nos parecen más “creíbles”? ¿Vemos libertad en la fe cristiana?

La Palabra del Señor es salvación, es decir, felicidad de la persona humana en Dios que sobrepasa todo deseo.
Sal 33, 4-5.6.9.18-19.20.22
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
Él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, el universo;
porque él lo dijo, y existió,
Él lo mandó y surgió.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Sabemos, Señor, que podemos fiar en tu Palabra, y que tus acciones siempre irán en nuestra ayuda, esa ayuda que necesitamos para que nuestro camino siempre vaya en tu compañía, amistad y diálogo
Ayuda que nos es necesaria para obrar con justicia y llevar tu misericordia a todos los que nos rodean, para darles a conocer tu verdadera faz, tu ansia de amistad con las personas.
Gracias, Señor, por fijarte en nosotros, pequeños seres muchas veces incapaces de seguir tus huellas, esperando tu misericordia pero faltando a la justicia
Te rogamos, Señor, que nuestro camino terreno esté siempre iluminado por tu luz, y que sepamos ser luz para aquellos que están un tanto ciegos y su camino se aleja del tuyo
Auxilio, escudo y misericordia nos son imprescindibles para vivir una vida feliz y poder culminarla en nueva presencia ante Ti, que nos libras de la muerte.
¿Regula la justicia nuestra vida social, nuestra relación con todos los que nos rodean?
¿Estamos individual y comunitariamente orientados al bien de todos, especialmente de los más desfavorecidos?
¿Somos capaces de llevar esa esperanza cristiana llena de ayuda a los que nos rodean?

El Espíritu nos hace sentirnos hijos de Dios. Pablo, inmediatamente antes de estos versos, habla de la lógica de la carne (que lleva a la muerte) y de la lógica del Espíritu (que lleva a la vida). Por eso, los que se dejan llevar por el Espíritu sienten algo fundamental e inigualable: se sienten hijos de Dios. Esta experiencia es una experiencia cristiana que va mucho más allá de las experiencias de Israel y su mundo de la Torá. Se trata de una afirmación que nos lleva a lo más divino, hasta el punto de que podemos invocar a Dios, como lo hizo Jesús, el Hijo, como Abba. Que el cristiano, por medio del Espíritu, pueda llamar a Dios Abba (cf Ga 4,6), viene a mostrar el sentido de ser hijo, porque hace suya la plegaria de Jesús. Eso significa, a la vez, una promesa: heredaremos la vida y la gloria del Hijo a todos los efectos. Ahora, mientras, lo vivimos, lo adelantamos, mediante esta presencia de Espíritu de Dios en nosotros.
La carta de Pablo a los Romanos, pues, nos asoma a una realidad divina de nuestra existencia. Decimos divina, porque el Apóstol habla de ser «hijos de Dios». Pero sentirse hijos de Dios es una experiencia del Espíritu. Es verdad que nadie deja de ser hijo de Dios por el hecho de alejarse de Él o a causa de vivir según los criterios de este mundo. Pero en lo que se refiere a las experiencias de salvación y felicidad no es lo mismo tener un nombre que no signifique nada en el decurso del tiempo, a que sintamos ese tipo de experiencia fontal de nuestra vida. Y por ello el Espíritu, que es el «alma» del Dios trinitario, nos busca, nos llama, nos conduce a Dios para reconocerlo como Padre (Abba), como un niño perdido en la noche de su existencia, y a sentirnos coherederos del Hijo, Jesucristo. Por ello, el misterio del Dios trinitario es una forma de hablar sobre la riqueza del mismo, que es garantía de que Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu nos considera(n) a nosotros como algo suyo.
Segunda lectura Rm 8, 14-17
Contamos con un aliado formidable: el Espíritu Santo, que nos está poniendo la victoria al alcance de la mano
Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.
1 Ese Espíritu recibido en el Pentecostés nos hace hijos de Dios, nos guía en la vida, nos hace generosos y listos a trabajar por los demás.
2 Claro que para ello, tenemos que “dejarle que se cuele en nosotros”, no ponerle barreras, ni excusas.
3 Con Él podremos llamar a Dios con esa hermosa palabra “Abba”, Padre, que es verdaderamente significativa, porque le hablamos con la confianza de un hijo a ese Dios que eligió a su pueblo para que lo diera a conocer en todo el mundo, que preparó la venida del Hijo que vino a enseñarnos el camino de una vida feliz.
4 Y con esta relación viene la herencia que tiene sus vaivenes de sufrimientos y alegrías, pero que, teniendo al lado al Señor, se convierten siempre en felicidad. Una felicidad que, hereditariamente, tenemos la obligación de llevar a todos, especialmente a los más necesitados.
¿Es nuestra visión de la fe cristiana la de un camino de vida y esperanza? ¿Somos conscientes de que la muerte y resurrección de Jesús abren las puertas del mundo al Espíritu?

El bautismo sacramento del amor trinitario. El evangelio del día usa la fórmula trinitaria como fórmula bautismal de salvación. Hacer discípulos y bautizar no puede quedar en un rito, en un papel, en una ceremonia de compromiso. Es el resucitado el que “manda” a los apóstoles, en esta experiencia de Galilea, a anunciar un mensaje decisivo. No sabemos cuándo y cómo nació esta fórmula trinitaria en el cristianismo primitivo. Se ha discutido mucho a todos los efectos. Pero debemos considerar que el bautismo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios.
Bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. El Señor resucitado, desde Galilea, según la tradición de Mateo (en Marcos falta un texto como éste) envía a sus discípulos a hacer hijos de Dios por todo el mundo. Podíamos preguntarnos qué sentido tienen hoy estas fórmulas de fe primigenias. Pues sencillamente lo que entonces se prometía a los que buscaban sentido a su vida. Por lo mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor.
Evangelio Mt 28, 16-20
La comunidad orante es un lugar privilegiado de la presencia de Jesús
Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
1 El Espíritu de Dios es protagonista en toda cuestión de Bautizo que se lee en la Escritura.
2 Juan lo anuncia claramente: “... Él os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”. (Mt 3, 11). “... vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre Él” (3, 16)
3 Bautizo, nueva vida, incorporación del Espíritu, gracia especial del Señor, sabiduría para sabernos al lado del Señor “todos los días hasta el fin del mundo”.
4 Ya lo veíamos en la primera lectura, no hay otro dios igual. El mandato misionero es algo que sigue actual, presente, vigente; es algo que nosotros debemos de obedecer, tratando de llevar al Señor a todos los que nos rodean; hacer presente un Dios lleno de bondad y misericordia, que sólo quiere la felicidad del hombre.
5 Lo que pasa es que el hombre es, somos, libres y complicados, y muchas veces elegimos caminos que no pasan por el Señor, o que no nos lleva a Él. Y Dios respeta siempre esa libertad, aunque cuando sepa que es equivocada.
Te rogamos, Señor, que te hagas presente en nuestras vidas y siempre nos lleves hacia ti
¿También nuestra fe es dubitativa? ¿Nos sentimos apoyados por el Señor tanto en nuestra fe como en nuestra misión evangelizadora? ¿Nos sentimos discípulos del Señor?

LA ORACIÓN: Llenos de alegría, adoremos y glorifiquemos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo y pidamos en especial al Espíritu que nos comunique sus frutos: el amor, la alegría, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad, la amabilidad, el dominio de sí, la sobriedad, la castidad. Te lo pedimos, Señor

Información relacionada: ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS (Jn 16, 12-15)

A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama "reino de Dios" e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí". Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen "cumplir la voluntad del Padre". Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos". Este Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa. José Antonio Pagola. Fe Adulta



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