Salmo 001

Lo que uno siembra en su vida, le dará una cosecha.

Los que escuchan la Palabra de Dios tendrán la felicidad en esta vida y en la otra.

Los que la rechazan no prosperarán.

Este primer salmo nos habla de la felicidad, al igual que el primer discurso de Jesús que comienza con la palabra: ¡Dichosos!

 

1 Dichoso el hombre que no va a reuniones de malvados, ni sigue el camino de los pecadores ni se sienta en la junta de burlones,

2 mas le agrada la Ley del Señor y medita su Ley de noche y día.

3 Es como árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde.

Todo lo que él hace le resulta.

4 No sucede así con los impíos: son como paja llevada por el viento.

5 No se mantendrán en el juicio los malvados, ni en la junta de los justos los pecadores.

Porque Dios cuida el camino de los justos y acaba con el sendero de los malos.

 

¡Qué visión tan hermosa y a la vez tan certera de la situación del ser humano en el transcurso de la vida y al final de la misma!

Las personas tienen que cuidar sus relaciones con los demás, ser conscientes de con quien se tratan y con quien “hacen tratos”; las reuniones con gente poco deseable lleva a la deliberación para la ejecución de planes perversos. Su conciencia no está imbuida en la sabiduría, que será siempre la salvación del justo

Porque “el camino de los pecadores” lleva siempre a la infidelidad y, con ella, a la infelicidad, a los quebraderos de cabeza y a la inquietud de la conciencia.

El Libro de los Proverbios lo dice claramente: “El camino de los malos es como tinieblas; no advierten lo que los hará tropezar”. (Pr 4, 18)

Y, ¡cuidado con la junta de burlones!; es lanzadera para llevar a otros por el camino de los malvados, para explotar al que menos tiene, a aquel cuya situación le impide mostrar desacuerdo; o bien para potenciar las ganancias de los más poderosos.

¿En que situación nos encontramos nosotros? ¿Tratamos de formar nuestra conciencia en la sabiduría del Señor? ¿Tenemos presente al Señor, en especial  cuando las tentaciones de seguir un camino poco adecuado nos “alcanzan”? ¿Protegemos en nuestro ámbito de trabajo, de vida, al más débil? ¿Tratamos de mejorar su nivel de consciencia de su personalidad como ser humano?

 

El salmo nos indica los medios para alcanzar sabiduría en nuestras decisiones; como dice Proverbios, “procura adquirir la sabiduría e inteligencia y no la olvides ni te apartes de las palabras de mi boca” (Pr 4, 5). Ahí está la Ley del Señor, ahí está su Palabra, en la cual encontraremos la guía necesaria para nuestro camino en la vida. Lectura y reflexión de la Palabra “dicha ya” en la Escritura, y su encuentro con la Palabra “dicha hoy”, en los acontecimientos de nuestra vida.

Y sabemos que la Ley judía se transforma en amor en Jesús, de forma que lo que al justo agrada y en lo que el justo medita es en la fe en Jesucristo, como Pablo dice: “Dios nos hace justos y santos sin valerse de la Ley, mediante la fe en Jesucristo… hace justo y santo a todo el que cree en Cristo Jesús” (Rm 3, 21-22.26).

¿Tenemos una Biblia “siempre” a mano? ¿estamos atentos a las señales del Señor? ¿Vemos su Palabra reflejada en nuestra vida? ¿Meditamos su Palabra y la relacionamos con sus señales y con nuestra vida? ¿Reconocemos la acción del Señor en nuestra vida? ¿Le “permitimos” su influencia en ella?

 

El agua tiene siempre un lugar privilegiado en la Escritura; y es que hay que tener en cuenta la climatología del territorio por el cual se movían los protagonistas de los distintos libros de la Biblia. De tribus nómadas a pueblo asentado, la búsqueda del agua era lugar común de su camino.

Cualquier planta necesita del agua para poder alimentarse, para conservar su frescura y para dar frutos sabrosos. Al ser humano le pasa algo parecido, dice el salmo, refiriéndose a la necesidad que tiene el hombre de “plantarse” en el lugar adecuado y recibir, así, las enseñanzas convenientes; con ello sus frutos serán excelentes, su ejemplo llegará a otros y el camino de su vida será feliz.

¿Y de dónde sale esa agua? “Jesús decía: Venga a mí el que tiene sed; el que crea en mí tendrá de beber. Pues la Escritura dice:‹De él saldrán ríos de agua viva›” (Jn 7, 38)

Los frutos que nos va a mostrar nuestra “calidad” de cristianos, son los frutos del Espíritu Santo que Pablo cita en su carta de la libertad, la carta a los gálatas: “caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Ga, 5, 22-23). Como vemos “síntomas” de cristianos, pero también de “hombres de bien”.

Lo que sucede es que, con la ayuda del Señor, con su acompañamiento, al cristiano esto siempre está “en sazón”, siempre verde, y, por ello, todo lo que él hace “resulta”, tiene un buen fin, llega a los demás, especialmente a los más humildes y necesitados.

¿Nadamos en el agua viva del Señor? ¿Tenemos conciencia de que nuestro ser cristiano, nuestro andar misionero, nuestro índice de cristianidad está contenido en los frutos del Espíritu Santo? ¿Revisamos con frecuencia nuestra vida para ver si esto es cierto, si se cumple en nuestro diario quehacer? ¿Vemos extenderse nuestros frutos en la gente que tenemos cercana? ¿Tratamos de aproximarlos a los necesitados?

 

El impío es el falto de piedad, es decir, según el diccionario de la RAE, de la “Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.”, o también, para aquellos que no son cristianos, faltos de “lástima, misericordia, compasión”.  El impío, pues, no echa raíces, el viento lo lleva de un lado para otro, el viento del afán de poder, el viento de la ambición del dinero, el viento del deseo desbocado de prestigio.

En cuanto a la paja, el salmo se refiere al tamo, polvo o paja muy menuda de varias semillas trilladas, como el trigo, el lino, etc., como dice el Diccionario de la RAE , o como también dice de la paja, lo inútil y desechado en cualquier materia, a distinción de lo escogido de ella, reflejando la vanidad y la inconsistencia de una vida sin Dios: superficial, sin vida interior, sin raíces, sin convicciones, estéril, a merced del viento

Podemos estar tentados a decir que este salmo es irreal, demasiado bello para ser verdadero. Vemos en efecto, santos que fracasan y malvados que prosperan; así pues, ¿por qué admitir que el malvado no va a progresar? ¿por qué no ver el sufrimiento que existe y que afecta a gente que no hace mal a nadie?.

Ya nos avisa Jesús en el Evangelio: “… los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16, 8); pero es que aún más expresivo es el profeta Malaquías que nos dice: “… vosotros llamáis felices a los poderosos, pues los que actúan mal tienen éxito en todo, e incluso si provocan a Dios no les pasa nada” (Ml 3, 15); pero quizá es aún más expresivo el salmo 73 cuando dice: “Por poco no me doy un tropezón y casi resbalan mis zapatos, cuando sentía envidia de los malos viendo lo bien que les va a los impíos” (Sal 73, 2-3).

El salmo 1, sin embargo, contrasta los dos caminos y nos anima a ver al Señor en el camino de aquel que permanece en la verdad, aunque a lo largo de la Escritura tengamos avisos para que nuestro corazón no sufra, al saber siempre la esperanza que la misericordia del Señor nos ofrece.

¿Nos preguntamos con frecuencia por qué les “va tan bien” a algunos cuyo comportamiento humano es muy censurable? ¿Tratamos de formar una conciencia que sepa caminar en la bondad? ¿Somos “cortos” en proclamar ese camino? ¿Envidiamos situaciones de riqueza que vemos a nuestro alrededor?

 

A lo largo de la vida, en los momentos importantes, decisivos, se verá que el ser humano acogido al Señor será capaz de testimoniar su amor, su valentía, con la fuerza que Dios le da, lo cual no sucederá con aquel que ha ido trampeando, viviendo en ambición y egoísmo, sin necesidad de castigo alguno por parte del Señor, ya que él mismo se ha castigado en su infidelidad.

Establecidos pues claramente en este salmo los dos caminos que el ser humano puede seguir en su vida: el que ha buscado al Señor, echa raíces profundas y da buen fruto, camina por la senda del Padre y lo encuentra en la meditación de su Palabra. El que evita al Señor, aquel al que “le molesta” para sus maquinaciones, encontrará la soledad y la tristeza. Y así quiere expresarlo la última frase del Salmo 1: Porque Dios cuida el camino de los justos y acaba con el sendero de los malos.

En todo el “proceso” debemos tener presente nuestra responsabilidad que tan acertadamente expresa el conocido verso de Antonio Machado: «caminante, no hay camino; se hace camino al andar». Efectivamente, el camino no está totalmente definido, por lo que vamos buscando, tanteando, y podemos equivocarnos, llegando a arruinar nuestra propia vida. Razón por la que es importante elegir bien a los compañeros y consejeros. El buen camino  hacia el Señor es el que el Salmo tan bellamente nos indica.  Tratemos de seguirle… aunque sólo sea egoístamente

Y en este seguimiento tenemos el ejemplo y la mano tendida de Jesús que sembró con generosidad, que mostró lo que son unas raíces centradas en el Padre y que nos dio testimonio de una vida alejada del pecado, pero siempre acercándose a los pecadores, con la esperanza de atraerlos a la alegría de un vida próspera en bienes realmente merecedores de adquisición

¿Damos pasos procurando permanecer en el camino que nos lleva al Padre, camino que Jesús nos indica en su Evangelio? ¿Nos paramos de vez en cuando a examinar la senda por la que andamos? ¿Somos conscientes de la alegría que esto debe de proporcionarnos? O bien ¿andamos con frecuencia malhumorados, temerosos, deseando mayores propiedades, sin darnos cuenta de que esto nos indica que nos hemos salido del buen camino? ¿Fiamos demasiado al GPS?