Salmo 003
2 ¡Señor, cuántos son mis adversarios, cuántos los que se alzan contra mí!
3 ¡Cuántos los que me dicen: «Ya no tienes en Dios salvación»!
4 Mas tú, Señor, eres mi escudo, mi gloria, el que levanta mi cabeza.
5 Tan pronto como llamo al Señor, me responde desde su monte santo.
6 Yo me acuesto y me duermo, y me levanto: el Señor me sostiene.
7 No le temo al pueblo que me rodea, que por todas partes me amenaza.
8 ¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, oh Dios mío! Tú golpeas en la cara a mis enemigos y a los malvados les rompes los dientes.
9 La salvación viene del Señor, que tu bendición venga sobre tu pueblo.
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Introducción.- Es un salmo de confianza individual. Alguien está rodeado por sus enemigos pero, a pesar de ello, manifiesta una confianza inquebrantable en Dios.
Es también muestra de la experiencia de fe del justo que ve y siente al Señor que le escucha y responde, al contrario de sus adversarios, los malvados, que niegan su existencia, su acción salvadora.
Quiere, en fin, expresar la importancia de confiar en Dios en medio de las dificultades de la vida.
2 ¡Señor, cuántos son mis adversarios, cuántos los que se alzan contra mí!
¿Tenemos realmente adversarios en nuestra vida? Discusiones, que no peleas, muchas veces por querer imponer nuestro criterio, sí existen. Pero sí deberíamos de tener un diálogo “duro” con aquellos que no respetan la dignidad del ser humano, que desprecian a los más oprimidos, a los más humildes; con aquellos que ven el ser cristiano como un mero cumplimiento de unas determinadas normas, con entrega de una pequeña limosna, y con eso ya están salvados.
También debemos denunciar, con humildad, todo pecado que es noche, que es sombra: borracheras, comilonas, lujurias, adulterios, abortos, todo eso que es el reino de la iniquidad y del pecado, para que desaparezca de nuestra sociedad, porque sólo caminando por caminos de luz, de honestidad, de santidad, revistiéndonos por dentro de Cristo, convirtiéndonos, aunque hayamos sido pecadores, pero convirtiéndonos al Señor, sólo así podremos caminar hacia esa meta y construir la verdadera paz.
¿Nos levantamos con el pensamiento puesto en el Señor?
¿Repasamos con Él nuestra actividad del día, examinando posibles encuentros poco agradables con alguna persona?
¿Examinamos nuestras posibilidades de hacer el bien a alguna persona humilde? ¿visita, auxilio económico, tiempo de ayuda en solución de problemas?
3 ¡Cuántos los que me dicen: «Ya no tienes en Dios salvación»!
Quizá no sea esa frase justa la que llegue a nuestros oídos, pero en la indiferencia hacia el Señor, en la conducta de muchas personas podemos ver con demasiada frecuencia esa “postura”. El ser cristiano tiene poca aceptación en el mundo actual.
La cuestión es que hemos sido nosotros, los cristianos, los que no hemos sabido, no sabemos, llevar a los que nos rodean el Espíritu del Señor, la gran contribución que el Señor hace a nuestra vida, porque quizá vivimos ese ser cristiano como algo ajeno a la vida diaria, y solamente lo mostramos acatando algunas normas de la jerarquía eclesiástica, sin que realmente nuestra vida esté inmersa en el Reino de Dios mostrando todas su virtudes y ventajas, el amor al prójimo, la verdad, la paz, las ansias de igualdad, la atención al necesitado, ni los dones del Espíritu que Pablo enumera en su carta a los Gálatas (5, 22).
Y nuestra conducta convertirá siempre el drama en fiesta, la opresión en libertad, la mentira en verdad, la ley en gracia, la ausencia en presencia. Así verán todos la salvación de Dios en plena efervescencia.
¿Nos mostramos alegres en nuestra vida diaria? ¿Citamos con cierta frecuencia el Evangelio cómo directamente implicado y camino de solución de algún tema? ¿Nos mostramos cristianos sin timidez alguna? ¿Confesamos sin vergüenza nuestra necesidad de oración frecuente? ¿Nuestro placer de comunicar con un Dios que nos escucha y nos responde?
4 Mas tú, Señor, eres mi escudo, mi gloria, el que levanta mi cabeza.
Es hermoso poder contar con la fidelidad y el amor de un Dios Todopoderoso, quien se ha comprometido al darnos la promesa de ser un escudo a nuestro alrededor. La protección del Señor está cerca de nosotros, nos rodea, al norte, al sur, al este y el oeste; en la mañana, por la tarde, al anochecer y amanecer; en la ciudad y también en el campo.
Finalmente, ya cuando nos falten las fuerzas el mismo Señor habrá de hacerse presente, para con toda ternura y con sus manos levantar vuestra cabeza, para que podamos mirarle frente a frente y resucitar con Él.
Pablo nos dice: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.”(Ef 6, 16). Si la palabra de Dios nos dice que el Señor es nuestro escudo que significa que Él es nuestra defensa contra los ataques de un enemigo. ¿Quién es este enemigo? Como todos sabemos, este enemigo es la tentación que nos acecha, que nos puede alejar de nuestro Padre; la ambición desmedida, la ausencia de ayuda al necesitado, el ansia y ejercicio del poder. Protegidos por su escudo nos acercaremos a su gloria.
¿Disfrutamos de la presencia de Dios en nuestra vida, en medio de las dificultades?
¿Procuramos sentir esa presencia?¿La buscamos en la oración?
¿Tenemos la certeza de la resurrección, de que Él nos acogerá en su seno tan pronto como nuestro corazón deje de latir?
5 Tan pronto como llamo al Señor, me responde desde su monte santo.
El monte santo era el monte de Moriah, donde se levantaba el Templo, símbolo básico del culto judío: “David y todos los israelitas marcharon contra Jebús (que es Jerusalén), la cual estaba habitada por los jebuseos. Pero David se apoderó de la fortaleza de Sión, que también se conoce como la Ciudad de David… David se estableció en la fortaleza, y por eso la llamaron «Ciudad de David». Luego edificó la ciudad, desde el terraplén hasta sus alrededores”.(1 Cr 11, 4-9)
El salmista (David), siente que sus pensamientos han sido escuchados por el Señor y respondidos desde Jerusalén, desde el lugar donde había depositado el Arca.
Para los cristianos, lo importante en la Biblia no es saber si Dios existe o no, sino sentir que podemos entablar diálogo con Él, sentir que nos habla, que responde a nuestras palabras, a nuestra oración. Por supuesto, no habrá señal más evidente de su existencia.
Tenemos que entender que llega un momento de nuestras vidas en el cual tenemos que clamar delante de Él; Él promete siempre ayudarnos si nosotros acudimos a Él.
Orar es hablar con Dios, con un Dios que habla con nosotros. Si tiene sentido hablar con Dios es porque Dios habla con nosotros. Escuchar y orar son como el anverso y el reverso de la misma medalla.
Dice Santa Teresa: "Podemos tener conversación no menos que con Dios" (1 Moradas 1,6), "¿pensáis que está callando?, aunque no le oímos bien, habla al corazón" (Cuentas de conciencia 24,5)
¿Somos capaces de “pararnos” y escuchar al Señor?
En nuestra oración, ¿le dejamos que hable Él también, o lo atropellamos con nuestro discurso, muchas veces impulsivo?
¿Nos damos cuenta de lo importante que es la escucha en la oración?
6 Yo me acuesto y me duermo, y me levanto: el Señor me sostiene.
La confianza del salmista en el Señor es tan grande que hasta influye en su ritmo biológico. Es, verdaderamente, un ejemplo, un camino para nuestra vida cristiana, que, apoyada en el Señor, discurrirá tranquila, porque en Él y con Él estaremos en las tristezas y en las desgracias, en las alegrías y en las celebraciones.
El confiar en el Señor: (a) nos da descanso y paz, aunque los enemigos nos estén buscado (b) nos sustenta y fortalece (c) quita el temor y nos hace valientes.
El Dios de Jesús es don total, incondicional y permanente. Esto es lo que nos tiene que llevar a la más absoluta confianza. La fe consiste en fiarse absolutamente de ese Dios.
Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuro en el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Dios no tiene futuro. Es un continuo presente. Ese presente es el que tengo que descubrir y en él lo encontraré todo. No se trata de esperar a que Dios me dé tal o cual cosa dentro de unos meses o unos años.
El colmo del desatino es esperar que me dé, después de la muerte, lo que no quiso darme aquí. La idea que tenemos de una vida futura, desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá, nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma.
En esa confianza podremos “dormir a pierna suelta”, que no es lo mismo que andar dormidos por la vida.
¿Cómo anda (¡de verdad!) nuestra confianza en el Señor?
¿Está nuestra conciencia adecuada a ese vivir en el Reino de Dios?¿Tratamos de meternos ahí?
¿Andamos con miedo por la vida? ¿Tenemos miedo (¿?) a la muerte? O bien ¿Hemos descubierto el presente con Dios?
7 No le temo al pueblo que me rodea, que por todas partes me amenaza.
La confianza en el Señor nos da descanso y paz, aunque los enemigos nos amenacen, nos sustenta y fortalece, quita el temor y nos hace valientes.
A veces nos parece que el pueblo se aleja de Ti, Señor, que muchos solamente saben buscar su felicidad aún a cosa de otros, y eso nos llena de congoja, e, incluso a veces, de ira que Te ruego, Señor, no nos permitas.
Aumenta nuestra confianza en Ti, Señor, y danos palabra sabia para saber proclamar tu Reino a todos los que nos rodean.
¿Cuántas veces nos encontramos con odios, rencores, maledicencia, enconos, ira, violencia e ingratitud, y no la entendemos?
Si nuestro corazón creyente ha aprendido a confiar en el Señor, a saber que su amor está presente y es constante en nosotros, ¿cómo vamos a andar temerosos por la vida?
¿Miramos todavía al Señor con cierto temor y seguimos encontrándonos mucho más a gusto con el Dios del AT. Ese Dios que premia y castiga nos permite a nosotros hacer lo mismo con los demás. Esta es la razón por la que nos sentimos tan identificados con Él?
8 ¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, oh Dios mío! Tú golpeas en la cara a mis enemigos y a los malvados les
rompes los dientes
Siempre nos rodea con su amor y sostiene con su misericordia. Sus actos de salvación llegan en el momento en que todos nos dejan y el amor humano no alcanza para consolar nuestro corazón dolorido.
Dios espera que el amor que Él entregó a otros como a mi lo entreguemos siempre y sin necesidad de ser pedido.
Cuando esto que es lo que él más desea no llega, Él mismo se hace presente y nos consuela. Siempre su voz a nuestro oído habla, su amor a nuestro corazón rodea, las piedras con las que no podemos: levanta y nos resucita de la muerte en que sin querer o queriendo, buscada o sin buscar hemos entrado: devolviéndonos el camino hacia la nueva vida.
Isaías nos lo dice a nosotros: “"Levántate, brilla Jerusalén que llega tu luz. La gloria del Señor amanece sobre ti y las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos. Pero sobre ti amanecerá el Señor” (Is 60, 10)
¿Cómo podríamos andar cabizbajos, derrotados?
Si confiamos en que Dios está con nosotros, ¿Quién podrá contra nosotros?
¿Sabemos recurrir a Dios para expresarle nuestro deseo de librarnos de nuestras faltas? ¿De esos enemigos interiores, malvados, que tratan de alejarme de Él?
9 La salvación viene del Señor, que tu bendición venga sobre tu pueblo.
En la resurrección de Jesucristo fuimos bendecidos todos los pueblos
En el Señor encontramos paz, fortaleza, seguridad, valentía y bendición, en resumen, la salvación iniciada en esta vida y que culminaremos en nuestra nueva presencia con el Señor.
Y es que la salvación es de Dios, que tiene el poder para salvar y para bendecir, es decir, para orientar nuestra vida hacia la felicidad.
Nuestra confianza no está en nuestras fuerzas, en nuestra capacidad, sino en las manos del Espíritu del Señor, del Padre que envió a su Hijo para que me salvara con su ejemplo de vida.
Y la seguridad en que la salvación viene del Señor debe de impedir hacernos esa inoportuna pregunta que versa:”¿por qué Dios permite esto?, y nos lleva a sustituirla por la que reza: “¿Qué bien nos traerá el Señor con esto?
¿Comprendemos que la salvación es el Espíritu de Dios que nos va haciendo partícipes del designio de amor con el que teje nuestra historia?
¿Y que así, poco a poco, con las luces del Padre, el entendimiento nos permite comprender cada vez más las palabras y acciones del Señor y percibir todas las cosas como un don de su amor para nuestra salvación?
¿Vivimos la bella esperanza de nuestra fe. Creemos en esa fe que salva.?
¿Comprendemos que la salvación viene precedida por nuestra conversión, y que ésta significa justicia y paz, verdad e igualdad?
Llenémonos de esta esperanza. Y comencemos por nosotros mismos, a ser verdaderamente justos, con esa justicia divina que Dios nos manifestó en Cristo nuestro Señor.